Capítulo 20.

Días después, Juliana le andaba preguntando muy seguido a su hija qué había pasado con el asunto de la mansión. La chica siempre le respondía que nunca tenía la oportunidad perfecta para preguntarle acerca de eso, pero que ya pronto.

Por su parte, Vicente sentía un fuerte lazo con Valeria, se encontraba feliz y sentía que nada ni nadie podría separarlo de su amada; y claro, también sabía que estaba teniendo los pensamientos de un adolescente estúpido y embelesado por su novia, así que procuraba guardarse para él la mayoría de sus reflexiones, aunque algunas sí las compartía con la castaña.

Un sábado en la tarde, en que ambos acordaron encontrarse en el patio trasero, Valeria les indicó a su madre y a su hermano que no se les ocurriera salir al patio y que pusieran a trabajar mucho a las sirvientas para que tampoco anduvieran por allí vagando. Esa vez Vicente, que se sentó en el pasto al lado de ella, le regaló un peluche de un leoncito.

—¡Es muy hermoso! —Exclamó—. Y se ve tan tierno. Muchas gracias... Por cierto, yo también te traje algo.

—¿Ah, sí? ¿Y qué es?

La joven sacó una hoja doblada de la pequeña bolsa que llevaba con ella y se la extendió. Vicente la tomó con curiosidad.

—¿No te había dicho que sé dibujar? Es uno de mis talentos especiales —comentó la chica.

—No me habías dicho.

Desdobló la hoja y miró atentamente el hermoso dibujo. Eran unos monigotes hechos de puras bolitas y palitos con unos puntitos como ojos y una línea curveada de sonrisa. Uno de ellos tenía un moño y una falta de triangulito, estaba delineado con plumón rosa y arriba tenía escrito Valeria; el otro estaba hecho con plumón azul y encima tenía la palabra Vicente. También tenía una dedicatoria, que decía:


Mi amor, este dibujo ha sido hecho especialmente para ti. Guárdalo en un lugar especial, para que cada vez que lo veas te acuerdes de mí.

Siempre tuya, Valeria.


—Vaya, sí que es uno de tus talentos especiales. —A pesar de la porquería que le mostró, a él le encantó ese detalle y sus palabras no fueron para burlarse... no mucho—. Es hermoso.

Ella se carcajeó con fuerza.

—No te burles, en serio.

—No me burlo, ¡es perfecto! Muchas gracias, mi vida —dijo, doblando el dibujo y guardándolo en el bolsillo de su pantalón.

—Me alegra mucho que te haya gustado, pero no es lo único que te traje.

Valeria volvió a hurgar en su bolsa hasta que encontró lo que quería: una pequeña cajita negra. Se la extendió a Vicente.

—Toma, también es para ti.

Vicente abrió la caja con cuidado y admiró con detenimiento el hermoso y carísimo reloj que había dentro. Valeria estuvo ahorrando algunas semanas para comprárselo, pues él siempre era el que le daba regalos caros y ella nunca le había dado nada. Se lo dio porque le nació hacerlo y no era de sorprenderse, ya que cuando ella se enamoraba... Pues se enamoraba, tanto como las protagonistas tontitas de las telenovelas que Martina veía, o los amantes idiotas de las historias de amor que leían tanto Flavio como Gisela... Sí, a ese extremo llegaba. Y tuvo que ahorrar porque no pudo pedirle a nadie dinero extra; a Vicente no le pediría para comprarle un regalo a él —no hubiera sido la acción más buena y romántica—, y a su madre mucho menos.

—Valeria, no te hubieras molestado.

—No es molestia, corazoncito, yo quiero regalártelo —dijo mientras abrazaba su nuevo peluche. Aunque ya tenía un montón, ese pequeño león ocuparía un lugar muy especial para ella.

Comenzaron a platicar de todo, y en un momento en que su conversación vaciló, ella sacó a relucir un tema muy importante para Vicente.

—Cuéntame acerca de tu madre —pidió—. No te lo había dicho pero siempre me ha llamado la atención su retrato. Era muy hermosa.

Él puso una expresión melancólica al recordar a su amada madre. Le daba un poco de congoja hablar de ella.

—No tienes que contarme si no quieres —musitó al notar su expresión.

—No es eso, yo solo... Me pone un poco triste el hablar de ella, pero no es porque no quiera hacerlo. ¿Qué quieres que te cuente?

—Amm, no sé. ¿Cómo era? ¿Qué le gustaba hacer? ¿Cómo conoció a Facundo?

Vicente le contó que su madre tenía por nombre Bianca. A ella le encantaba coser, era su pasatiempo predilecto; se graduó de psicología y ejerció su carrera durante un tiempo. También era muy enfermiza. Conoció a Facundo porque él, en ese entonces, había estado muy estresado, malhumorado y desanimado, y un amigo le sugirió ir con una psicóloga muy buena y amable. Se conocieron en una consulta que Bianca le dio y como a Facundo le gustó la forma en que la joven se dirigió a él, siguió yendo con ella. Pronto su relación de psicóloga-paciente pasó a ser una de amistad y, a pesar de la diferencia de edad, se fueron enamorando poco a poco, y él tuvo que cambiar de psicólogo para iniciar una relación con ella.

—¡Eso es tan romántico! —Exclamó Valeria.

—Sí, bueno... Sí... Ahora cuéntame de tu padre.

—¿Mi padre? Amm, no hay muchas cosas buenas qué decir de él. Fue un imbécil.

—Oh, vaya. ¿Qué le pasó?

—Se suicidó.

—No sabía —murmuró luego de un rato de silencio incómodo—. Lo siento.

—No te disculpes... Mi mamá lo quiso mucho —continuó sin saber exactamente el motivo. Tal vez porque nunca lo habló con nadie y sentía que, de cierta manera, se estaba desahogando—. Nunca logré entender por qué, ¿cómo puedes querer a alguien que te ha hecho sufrir tanto? Cuando los tontos de mis exnovios me fallaron, créeme que hasta terminé detestándolos; cuando trataban de pasarse de listos, siempre los mandé al carajo. No digo que no sufrí, por supuesto que sí, sin embargo me hicieron daño, y por tal motivo dejé de quererlos, pero... ¿Entiendes lo que quiero decir?

—Sí y no. Entiendo tu perspectiva, de hecho es lo mejor, lo más sano. Pero también he sentido lo que es amar a alguien que te ha hecho daño; me pasó con Jocelyn.

—¿Tu primera novia?

—Sí. Es decir, ella me dejó por el tipo que más aborrecía en la vida, pero yo la seguí queriendo durante mucho tiempo, a pesar de lo mucho que me lastimó.

—Oh, ya... Tal vez sí me enamoré de esos imbéciles, pero no tanto como yo creí —comentó más para sí misma.

—Tal vez.

Valeria volteó a verlo a los ojos.

—Vicente, yo te quiero tanto... No —se corrigió—, en realidad te amo.

—Y yo a ti, bonita.

Compartieron un beso y no pararon con su besuqueo hasta que terminaron recostados en el pasto, él encima de ella.

—Aquí no debemos hacer esto —dijo ella mientras él comenzaba a besar su cuello.

—Lo sé. —Se separó durante unos segundos, pero en seguida continuó en lo que estaba.

—Deberíamos ir a tu habitación, ¿no crees?

—Ajá —murmuró entre los besos que le daba a la chica—. Por cierto, ¿el otro día sí te tomaste la pastilla?

— ¿Qué pastilla?

Vicente sufrió un mini-infarto cuando escuchó eso. En seguida, ella rio con fuerza.

—Sí, la tome, era broma... —Vicente puso expresión de alivio—. ¿Y tú ya compraste los preservativos?

—Ya...

—¿Dónde los tienes?

—En el segundo cajón de mi buró.

—Vamos para allá —pidió mientras cerraba los ojos.

—¿A dónde? ¿A mi buró? — Se burló.

—No, estúpido —lo separó de ella y se sentó—, a tu jodido cuarto.

—Está bien, está bien. No te pongas así.

Valeria tenía el entrecejo fruncido, pero en seguida se suavizó su expresión.

—No, yo... Agh, es tu culpa —rio ligeramente.

Vicente también rio y la tomó de la mano para dirigirla hacia donde querían ir.


Ja, siguen las cursilerías... Últimamente les tengo aversión a las cosas cursis, tonterías mías, ya se me pasará XD

Me tardé en actualizar porque no vi mucho entusiasmo en el capítulo anterior, tal vez a ustedes tampoco les gustan las cursilerías,  pero ya pronto vendrá lo interesante, se los prometo.

Nos vemos :D



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