Capítulo 11.

Todo el domingo, Vicente estuvo encerrado en su habitación y, posteriormente, en la oficina. Ni siquiera bajó a desayunar o a comer, le pidió a Ágata que le llevara la comida al cuarto porque según estaba muy ocupado haciendo quién sabía qué cosas. Mientras Juliana desayunaba con sus hijos y se preguntaba dónde rayos estaba Vicente, Valeria les comentó lo que pasó la noche anterior.

—Oh, vaya. —Juliana alzó una ceja—. Con razón te está evitando. Dale tiempo.

—Aún no me lo creo —murmuró Flavio—. ¿Y qué sentiste al besarlo? ¿Te gustó?

Valeria hizo una mueca de desagrado pero pensó que el beso no fue tan desagradable como creyó que sería. «Tal vez porque no duró nada» especuló.

Vicente, por su parte, no tenía idea de cómo lidiar con eso. La noche anterior ni siquiera durmió bien porque se quedó pensando en cómo se fueron desarrollando las cosas hasta ese momento y esa misma mañana trató de encontrar el motivo, aunque no encontraba ninguna explicación lógica. «Bueno, ella me había estado coqueteando... La vez más descarada fue cuando me dio el masaje pero... ¿Por qué...? No entiendo... Tal vez fue mi culpa, no la detuve desde un principio... Aún no entiendo por qué» cavilaba sin llegar a ninguna respuesta. «¿Será porque he sido amable...? No creo que tenga que ver. ¿Qué pasa por la mente de esa jodida niña? ¡Siempre me ha exasperado y ahora me sale con esto!».

Sin quererlo se quedó pensando en el día en que la conoció. Recordó que ese día había estado feliz, pues vería a su padre después de algún tiempo de estar separados y además conocería a su novia y a sus dos hijos. Ágata, a pesar de contar en ese momento con dieciocho años, ya trabajaba para Facundo. La joven se presentó con amabilidad y llevó a Vicente al jardín, donde estaban colocadas unas sillas blancas de metal y una mesa redonda. Allí estaban todos, esperándolo. Facundo puso una expresión de alegría al verlo y le presentó a todos. La señora de cabello rubio oscuro le sonrió y le tendió la mano.

—¡Con que tú eres el famoso Vicente! He oído muchas cosas buenas de ti. Mi nombre es Juliana Huerta, mucho gusto.

—Mucho gusto, Juliana. Mi nombre es Vicente.

A Vicente le pareció no haber conocido nunca persona más falsa que ella. La encontró odiosa pero cuando conoció a sus hijos, sintió que Juliana no era la peor allí. Él estaba esperando conocer a unos niños de entre seis y ocho años, máximo, no un púber de doce años y una adolescente de catorce. Trató de darles una oportunidad y se presentó con ellos.

—Mucho gusto, soy Vicente, me alegra por fin conocerlos. —Le costó mucho decir esas mentiras pero tuvo que hacerlo, por su padre. Primero le extendió la mano a la hermana mayor. Valeria en ese entonces era una niña flaca con cabello larguísimo, aunque su rostro de muñequita no había cambiado mucho; sus grandes ojos lo examinaron con atención mientras él le estuvo hablando.

—Mucho gusto, soy Valeria. —Le extendió su manita sostenida por huesudo brazo. En lo que le daba la mano, Vicente pudo notar que su mirada reflejaba cierto desinterés y hasta desagrado de tenerlo frente a ella.

—Yo soy Flavio —sonrió el chico. Él era el que parecía más amable y le extendió su mano con rapidez. A Vicente no le desagradó tanto en ese momento. Al contrario de su hermana, Flavio era un chico un poco rellenito y sus ojos azules reflejaban curiosidad.

Vicente comenzó a hablar con los adultos, que le hacían preguntas acerca de la universidad o de su estancia, cómo se la estaba pasando, si tenía muchos amigos, etc., mientras los niños estaban cuchicheando cosas entre ellos y riendo "silenciosamente". Estaban burlándose de Vicente y este último lo notó porque Flavio, a diferencia de Valeria, no era muy discreto. «Malditos escuincles».

«¿Entonces por qué?» siguió pensando en el momento en que dejó de recordar cómo conoció a los engendros y a la perra loca de su madre. «Esa chiquilla... no, ella ya no es una niña» recordó lo guapa que se veía con el vestido rosa puesto, la forma en que se marcaban sus curvas y la manera sensual en que sus labios rojos se movían cada vez que hablaba o reía de algo. «¡Vicente, no pienses eso!» Se regañó a sí mismo, «¡está mal!». Su cabeza estaba hecha un rollo y sentía que explotaría en cualquier momento. «Agh, todo es culpa de Valeria».

—Valeria... —susurró. Apretó los puños con fuerza cuando se dio cuenta de que se le escapó decir ese nombre y que, aun peor, le sonó muy dulce para sus oídos. «Maldición».


***


El siguiente día, a la hora del almuerzo, Germán fue por Vicente a su cubículo y lo llevó a un lugar cerca del trabajo donde servían comida rápida. Tenían media hora para comer, ya habían pasado quince minutos y aún no les llevaban su orden.

—Joder, ¡cuánto tardan los méndigos...! Oye, platica, ¿cómo te fue el sábado con Abigail?

Vicente no le respondió, no porque no hubiera querido sino porque no escuchó su pregunta. Seguía muy distraído.

—Vicente... ¿Vicente...? Tierra llamando a Vicente... ¡Vicente! —Le tronó los dedos.

El joven frunció el entrecejo con molestia.

—No me truenes los dedos... ¿Qué carajo quieres?

—¿Qué te pasa? ¿Por qué andas tan despistado? ¿Qué te hicieron?

—Nada —respondió de mala gana.

—¿Abigail ya te bateó?

—Cállate —murmuró molesto.

—¿Eso significó un sí? ¿Ya tengo mi chance? —Bromeó.

Vicente suspiró con pesadez y miró su reloj.

—A mí se me hace que no vamos a comer nada.

—Sí, siento mucho haberte traído aquí... Creo que el cocinero es nuevo, por eso se está tardando un montón.

—Sí... —Se volvió a quedar pensativo.

—Vicente, en serio, ¿qué tienes? —Le preguntó Germán luego de un rato.

—Estoy un poco cansado —era verdad, pues no había dormido muy bien—, eso es todo.

—¿Sabes lo que necesitas?

—¿Qué?

—Distraerte —sonrió—. Pasas muy encerrado, y casi no convives con nadie... Bueno, últimamente con Abigail pero de ahí en fuera no, ni siquiera conmigo, solo en el trabajo y ya.

—¿Qué tienes en mente?

—Bueno, este viernes en la noche voy a hacer una reunión con algunos amigos, ¿te gustaría venir?

—¿Qué amigos?

—Unos de por ahí, creo que por ahí conoces a alguno.

—¿Y María Eugenia te dejó hacer una reunión? —Dijo burlón—. ¿Le dieron permiso al niño de llevar a sus amiguitos a la casa?

—Oh, cállate, cabrón —rio con fuerza—. Además tú serías uno de los amiguitos.

—Pues ya qué.

—¿Entonces vas a ir?

Vicente se quedó pensando. Tal vez Germán tenía razón y necesitaba un poco de distracción para olvidarse de sus preocupaciones, no de todas pero sí de algunas.

—Sí, iré —dijo finalmente.

—¿En serio? —Hasta él se sorprendió, pues esperaba escuchar una negativa—. ¡Pues ya rugiste! Empieza a las ocho pero no vayas a llegar a las ocho en punto, por favor, a esa hora de seguro estaré bañándome o algo así, llega como a las nueve. Si llegas antes no te abrirá nadie, pues María Eugenia se va a quedar con los niños en casa de los abuelos.

—Está bien... ¿Y sí te dio permiso? —Alzó una ceja—. ¿O la vas a hacer clandestinamente así como...? —Se quedó callado.

—¿Como la tontita de tu hermanastra? —Sonrió con burla al recordar cuando Vicente le contó lo que la muy estúpida hizo—. No soy tan imbécil, yo sí tengo permiso.

—Oh, menos mal.

—Ajá.

En ese momento se acercó una muchacha y les llevó su comida. Ambos vieron el reloj al mismo tiempo y notaron que faltaban cinco minutos para que terminara el descanso.

—Mierda —murmuraron al unísono.


***


No hubo cosas interesantes que sucedieran el resto de la semana hasta el día viernes. Vicente no solo evitaba encontrarse con Valeria, sino que también con Flavio y aún más con Juliana. No se sentía capaz de ver a los ojos a su madrastra, no cuando había besado a su hija... bueno, técnicamente ella lo besó a él pero no importaba, se sentía igual de culpable. Incluso también se alejó un poco de Abigail.

El día de la reunión, aproximadamente al cuarto para las nueve, Vicente se dirigió a la cocina, donde estaban los demás, para explicarles que no cenaría con ellos.

—No podré cenar con ustedes, tengo un compromiso —dijo con gesto tranquilo viendo directamente a Juliana.

Los tres asintieron con molestia, pues imaginaron que tenía una cita con "la señorita perfecta y bondadosa".

—Está bien, diviértete —murmuró la señora.

—Que pasen buena noche.

—Igualmente —respondieron los chicos.

Vicente asintió y les echó una rápida mirada. Juliana y Flavio lo veían con atención pero Valeria tenía la mirada fija en su plato de comida. En seguida se volteó y caminó para alejarse de ellos. Siguieron un rato en silencio hasta que la mujer habló.

—No has hablado con él, ¿verdad?

—No, mamá, ha estado evitándome toda la semana, ¿qué puedo hacer?

—Ahorita nada, Vale, él no sabe cómo manejar esta situación, estoy segura.

—Está bien, mamá, te haré caso... —Volvió a mirar su plato de comida. No sabía por qué pero se sentía molesta y un poco desanimada. Quizás porque creyó que, después del beso, conquistar a Vicente sería tarea fácil, pero pensó que tal vez no le interesaba para nada, pues a pesar de todo estaba yendo, según sus propias especulaciones, a una cita con aquella rubia molesta. Interiormente le dolía saber que Vicente prefería a una chica más "fea y simple" que a ella.

Entretanto, Vicente fue a la casa de Germán y estuvo charlando con sus amigos. No eran personas muy preparadas pero eran muy amables, en verdad le agradó platicar con ellos.

—Vicente —dijo Germán de repente, interrumpiéndolo en una conversación que tenía con un joven que era primo segundo de María Eugenia—, te hice el gasto y compré en vinos en Vinos Ortega. —Comenzó a reír mostrando las botellas de vinos dulces. Se gastó el dinero para el regalo del cumpleaños de su hija, que sería como dentro de un mes pero pensó que lo iba a reponer con facilidad.

—Gracias.

Germán comenzó a servirles a todos y le ofreció una copa a Vicente.

—Sabes que yo no bebo. —A veces sí solía tomar una o dos copas máximo, pero no le gustaba mucho la idea de beber en una reunión social.

—Oh, no, Vicente, no te puedes poner así, es mi reunión y son tus vinos, aunque sea una probadita.

—No vas a chantajearme.

—¡Y no quiero eso! Pero vamos, una copa y ya, ¿sí o no, primo? —Metió en la conversación al primo de María Eugenia.

—¡Pues sí, hombre, tú diviértete y olvida todas tus preocupaciones!

—Está bien, pero únicamente una copa.

—Claro, si te quieres tomar más no te dejaré —rio Germán... Pero sí lo dejó.

Aproximadamente dos horas y media después, todos estaban completamente borrachos. Vicente comenzó a tomar, primero uno que otro sorbo pero después fue agarrándole el gusto, y el sabor dulzón del vino le hizo perder la cuenta de cuánto había tomado.

Todos seguían bebiendo, riendo con escándalo y contando chistes pesados y de mal gusto y, a pesar de que ese no era su ambiente, Vicente se sentía muy bien con todos ellos. Era desestresante pasar un rato con gente despreocupada y vivaracha.

A la media noche, Vicente decidió irse a su casa.

—¿P-por... qué t-te v-vas tan pron...to? —Balbuceó Germán cuando se fue a despedir de él.

—Porque sí —respondió. No se sentía muy bien.

Germán levantó el pulgar y comenzó a carcajearse cuando uno de sus amigos se echó una flatulencia. Los hombres se quedaron haciendo un concurso para ver quién eructaba más fuerte o quién se tiraba los gases más apestosos. Vicente se alejó de ahí y se fue en un taxi a su casa pues, a pesar de su estado, su cerebro aún carburaba un poco y sabía que no debía manejar en ese estado. Lo bueno era que dejó el auto estacionado enfrente de la casa de Germán, lo más seguro era que al día siguiente pasara por él.

Cuando llegó a la mansión, trató de no hacer mucho ruido, pero fue imposible. Se tranquilizó al pensar que, como la vivienda era muy grande, lo más probable era que no lo escucharan. Lo que no se imaginaba era que Valeria se encontraba en la sala, terminando de leer la novela que le prestó Flavio. A pesar de que no eran horas para andar leyendo, no se sentía con sueño y no tenía nada más que hacer ni con quién platicar, pues Flavio de seguro estaba durmiendo como un bebé, Marisa iría a una pijamada con sus primas y Gisela le comentó que esa noche se quedó de ver con un chico. La chica escuchó el estruendo que hizo Vicente al pasar cerca de la sala, prácticamente se andaba cayendo y se tuvo que sostener de un perchero. Valeria se levantó con rapidez del sofá y se adentró al pasillo.

—Vicente... —Caminó hacia él.

—Valeria... —Hizo un intento vano de enderezarse—. ¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar durmiendo? —Su voz sonaba apaciguada, y un poco torpe y lenta.

—No. —Se acercó un poco más y pudo comprobar su estado cuando le llegó de sopetón el aliento a alcohol. «¿Qué fue lo que hiciste, Vicentito? Algo me dice que no fuiste a una cita con la güera simplona» pensó esbozando una sonrisa. Jamás lo había visto en ese estado, siempre había sido muy correcto y sensato; el tenerlo así frente a ella era algo nuevo e interesante.

Vicente quiso caminar hacia su habitación pero casi se volvió a caer, así que otra vez se sostuvo del perchero mientras Valeria se aguantaba la risa.

—¿Quieres que te ayude a llegar a tu cuarto?

Vicente se quedó en silencio, como analizando la pregunta.

—Sí, por favor —respondió finalmente.

—Espera...

Se dirigió a la sala para apagar la lámpara que estuvo usando, prendió la luz del pasillo donde un pequeño foco los iluminó tenuemente y volvió a acercarse a su hermanastro. Él puso su brazo alrededor de su cuello y se recargó por completo en ella.

—Gracias... —susurró cuando iban subiendo las escaleras. Era un poco desagradable tenerlo tan cerca, por su estado, pero se aguantó la aversión. Y bueno, además él también la tuvo que soportar en estado de ebriedad—. Sabes, eres muy bonita —dijo de la nada. Valeria no pudo evitar sonreír perversamente, lo bueno era que estaba oscuro y él, ebrio.

—¿En serio lo crees? —Fingió sorpresa.

—Bueno, sí... no importa mucho.

—Claro que sí importa, estás hablando de mí... —En ese momento entraron a la habitación y Valeria lo sentó en su cama, quitó sus zapatos, sus calcetines, la chaqueta y el cinturón. Ya no se atrevió a tratar de desnudarlo más. Lo recostó con cuidado y Vicente no pudo evitar recordar los momentos en que era niño y su madre lo recostaba con cariño cuando estaba enfermo o se sentía triste—. Ya quedó —sonrió ligeramente. «Tal vez pueda aprovecharme... solo un poco» pensó ocultando su diversión.

Se acercó y le dio un pequeño beso en los labios, pero se sorprendió de sobremanera cuando el joven no solamente le correspondió, sino que también puso la mano en su nuca y la acercó más hacia él para profundizar el beso. No supo cuánto tiempo estuvieron así pero sí duró algo. Una vez que se separaron, se miraron con atención, como tratando de buscar un culpable. Pero a Vicente en esos momentos en realidad no le importaba a pesar de la arrepentida que se daría el día siguiente, mientras, esa noche, se estaba dejando llevar por la situación. Acarició la mejilla de la joven con suavidad, recordando que, cuando quiso hacerlo la vez que le dio el masaje, no pudo completar su deseo, no hasta ese momento.

—Sabes, no he dejado de pensar en ti ni un momento desde la noche en que me besaste.

—Me alegra saber eso. —Su sonrisa se agrandó—. Sueña bonito. —Se volvió a acercar pero esta vez besó su frente con delicadeza, casi con ternura.

—Igualmente, Valeria —suspiró. Sí, el nombre le sonaba demasiado bonito en esos momentos.



¡Muchas gracias por el apoyo que le están dando a la historia! En verdad. El hecho de que lean y me den sus opiniones me alegra muchísimo ❤  y yo que creí que a nadie le estaba gustando la historia pero el entusiasmo por estos personajes está volviendo a mí :3

Me gustaría saber qué piensan de Valeria. En su momento me gustó mucho crear a este personaje, sé que al principio parece una niña egoísta y creída (y sí es) pero pronto sabremos más de ella.

Si gustan pueden seguirme en Instagram, estoy como dianacoutinofdez, casi no subo nada ahí pero trataré de hacerlo xD 

¡Nos vemos muy pronto!

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