Capítulo 10.

Una semana después, muy temprano Ágata y Carmela limpiaban todo de forma meticulosa por órdenes de Vicente. Les comentó que lo visitaría una persona muy importante y las chicas se limitaron a asentir con la cabeza y a hacer su trabajo. También, por educación, les avisó a Juliana y a sus hijos. Tenía la esperanza de que le hubieran dicho tendrían algún compromiso para que la mansión estuviera sola, porque ya casi se había vuelto costumbre que salían todos los fines de semana, pero su ideal se desvaneció cuando solo asintieron con la cabeza, de mala gana, y no hicieron ningún comentario de que no se encontrarían allí en la tarde. Ellos creyeron que invitaría a Germán o tal vez a su primo, pero jamás imaginaron que la invitada sería una chica.

En lo que llegaba, Vicente aprovechaba su mañana en tranquila y profunda paz. Había sábados en los que tenía que ir a la empresa a sacar algún trabajo que no se pudo el día anterior o a verificar algunos asuntos, pero ya tenía como tres sábados seguidos que no iba a la oficina y la idea le estaba agradando demasiado.

La semana tampoco la pasó tan mal. En la hora de descanso charlaba con Abigail y se dio cuenta de que tal vez reían demasiado cuando estaban juntos. La parte molesta fue tener que escuchar a Germán diciendo cosas como: «¿Ves que sí era una cita?», «pillín, según tú no ibas a ligarte a la nueva y mira, resultaste ser más listo», «no me tomes muy en serio pero creo que Rodríguez está celoso», etcétera, etcétera. No lo tomaba mucho en cuenta pero eso no le quitaba lo fastidioso.

Más o menos a las dos de la tarde, Vicente se dirigió a la sala de estar. Allí se encontraba Valeria leyendo un libro que le prestó Flavio. La chica descubrió, desde el día en que se enteró del engaño de Diego, que la sala era un lugar tranquilo para relajarse y desahogarse, además era mucho más fresca que las habitaciones. La joven estaba recién duchada, pues no tenía mucho que había llegado de hacer ejercicio. Tenía puesto un vestido rosa y su cabello estaba sujetado en una coleta alta con un listón amarrado como moño. A pesar de que siempre le había parecido bonita, a Vicente le pareció mucho más que de costumbre, tal vez demasiado para su comodidad. La chica volteó a verlo de reojo cuando se dio cuenta de su presencia pero en seguida enfocó su mirada en la novela que tenía en las manos.

—Hola —saludó sin dejar de mirar el libro.

—Buenas tardes.

—¿Esperas a tu visita? —Ahora sí lo miró a la cara.

—Sí.

—Está bien, yo me iré para no interrumpir. —Se levantó y caminó hacia él. Esperó a que él dijera algo como: «tú nunca interrumpes» pero se quedó callado—. Hasta luego, Vicentito.

—Valeria, no me digas así, por favor.

—¿Por qué? —Disimuló una sonrisa maliciosa—. ¿Te molesta?

—La verdad sí.

Ella se acercó aún más a él.

—¿Por qué? —Preguntó con tono inocente mientras tomaba su mano, con la que ella tenía libre, y la dirigía a sus labios. Su madre le dijo que debía actuar más rápido y mejorar su coqueteo y eso era lo que haría.

—Porque... —Quiso responder pero no pudo porque el acto de Valeria no lo dejó pensar de forma correcta—. ¿Qué haces?

Valeria soltó su mano con lentitud y sonrió con ingenuidad.

—Nada.

Ninguno de los dos sabía, pero en ese momento Juliana y Flavio se encontraban en el pasillo que estaba detrás de la pared para entrar a la sala, espiándolos. La madre era la que estaba asomada con discreción pero Flavio solo podía oírlos sin comprender todo lo que pasaba, pues debido a su torpeza con respecto a ciertas cosas, Juliana no quiso que se asomara, que tal si en una de esas se resbalaba y caía, haciendo un ruido estrepitoso e interrumpiendo a Valeria con su misión.

Antes de que pasara otra cosa, Carmela entró a la sala del lado contrario, para suerte de Juliana, y le informó a Vicente que la señorita Abigail se encontraba afuera, esperándolo.

—Haz que pase y tráela aquí —ordenó él.

—¿Abigail? —Valeria susurró para sí misma. Escuchar ese nombre la sorprendió tanto como a su mamá y a su hermano.

En lo que traían a la rubia, Juliana se enderezó, entró a la sala con paso firme y fingió sorpresa al ver a su hija junto con su hijastro.

—Hola, ¡qué agradable sorpresa verlos aquí! ¿Qué hacen?

—Esperamos a que venga su invitada —respondió Valeria con tono hostil mientras aventaba el libro en el sillón y se cruzaba de brazos.

Flavio se asomó en ese momento y se dirigió a ellos sin saber qué decirles. En ese momento Carmela llegó junto con Abigail. La rubia los miró a todos y saludó con amabilidad mientras la sirvienta se retiraba con paso ligero.

—Buenas tardes, mi nombre es Abigail Silvera, mucho gusto.

Su sonrisa en seguida desapareció al notar que la gente que estaba con Vicente la veía con desprecio. La joven alzó una ceja mientras la fulminaba con la mirada, la señora sonrió con hipocresía mientras disimulaba muy mal su humor de perros por verla allí y el chico la vio con fijeza y, a pesar de que su expresión era neutra, notó cierta burla en su mirada.

—Mucho gusto, Abigail. —Juliana le extendió la mano. La chica respondió el saludo sonriendo con nerviosismo. El ambiente estaba poniéndose tenso—. Mi nombre es Juliana Huerta y ellos —señaló a los chicos— son mis hijos, Valeria y Flavio Cisneros.

—Abigail —dijo Vicente—, ellos son... —Iba a decir «mi madrastra y mis hermanastros», pero Juliana se adelantó.

—Somos su familia —sonrió con más falsedad que de costumbre.

—Oh... ¡Qué bien! —Exclamó al no saber qué más decir.

—¡Pero qué feo está su vestido, al igual que ella! —Murmuró Valeria a Flavio, pero con la intención de que todos oyeran.

Vicente frunció el entrecejo. Tal vez la chica era agradable con él pero debía aprender a ser más amable con sus conocidos, si no nada más lo dejaba en mal, y eso no lo permitiría. Juliana le metió un pellizco a su hija.

Abigail, por su parte, bajó la mirada y se sintió impotente al no atinar qué responderle a esa joven. Su vestido era color verde agua, con manga larga y le llegaba debajo de las rodillas. Siempre le había gustado mucho y por eso que aquella chica se atreviera a decir que era feo y, peor aún, decirle fea a ella misma, la hacía sentir triste, indignada y molesta.

—Ven, Abigail, no prestes atención a los comentarios insignificantes —dijo Vicente volteando a ver a Valeria reprobatoriamente. La chica en seguida desvió su mirada a otro lado e hizo como que no lo vio—. Vamos, te mostraré el resto de la casa.

—Claro —respondió Abigail con rapidez.

El hombre comenzó a caminar y la rubia lo siguió. Una vez que se desaparecieron de la vista de Juliana, la mujer miró a sus hijos con expresión calculadora.

—Debemos hablar —dijo en tono bajito—. A mi cuarto, ¡ahora!


***


Una vez que Vicente le enseñó a Abigail el resto de la mansión, exceptuando las habitaciones, la oficina y los cuartos de baño, ambos salieron al enorme jardín trasero para admirar las flores y alguna que otra ave que se encontraba bañándose en la gran y pomposa fuente que había.

—Wow, nunca me dijiste que tu casa en realidad es una enorme mansión —comentó mientras paseaban juntos.

—No creí que fuera importante.

—¡Es muy hermosa! Y todo es tan lujoso y elegante.

—Gracias.

—¿Eres millonario? —Preguntó la chica de repente, pero en seguida se ruborizó y agitó las manos—. Lo siento, no debí preguntar, no respondas si no quieres.

—No te preocupes —rio un poco —. Y, respondiendo a tu pregunta, no me describiría como millonario, pero actualmente soy el dueño de Vinos Ortega.

La chica abrió la boca con estupefacción.

—¿En serio?

—Sí. Mi abuelo fue el fundador y mi padre su anterior dueño.

—¿Y entonces por qué trabajas en...? —Se detuvo, ¡otra vez con su indiscreción! Se maldijo en la mente, pues generalmente ella no era tan curiosa con las personas que acababa de conocer pero quería saber todo acerca de ese hombre que la cautivaba tanto. Pensó que debía aprender a mantenerse callada si no quería desagradarlo. En seguida pensó en cambiar la pregunta—. Oye, ¿y dónde está tu padre ahora?

—Está muerto —respondió con frialdad.

—¡Lo siento! —Dijo alterada—. Yo no...

—Está bien. No te preocupes —dijo con gesto tranquilizador.

Siguieron caminando en silencio, hasta que Abigail volvió a hablar.

—Tu familia es muy diferente a ti.

—Sí, bueno, ellos son más... ¿cómo explicarlo?

—Creo que no les agradé mucho... En especial a tu hermana —agregó. A simple vista, ellos tampoco le agradaron. Le parecieron muy falsos y superficiales y Valeria le recordó mucho a las chicas que la molestaban en sus tiempos de estudiante.

—No es mi hermana —respondió con rapidez. Pensó que Abigail sí era muy despistada, pues no le prestó atención al hecho de que Juliana presentó a sus hijos con un apellido diferente al de él.

—¿Entonces? ¿Es tu prima?

—Es mi hermanastra —contestó—. Juliana es mi madrastra y el otro chico mi hermanastro.

—¡Oh...! Con razón no se parecen a ti.

—No, para nada. Pero no te preocupes por no agradarles, creo que tampoco les agrado mucho —rio.

—No te creo —lo miró fijamente con una ligera sonrisa—, solo lo dices para hacerme sentir mejor.

—De hecho no... Pero lo importante es que a mí sí me agradas.

—¿Ah, sí? —Su sonrisa se hizo más grande—. ¿Qué tanto?

—Bastante, diría yo.

Abigail rio con timidez mientras sentía las mejillas acaloradas. En esos momentos era cuando no le agradaba ser tan expresiva con sus emociones, era como un libro abierto, pues Vicente sabía que le gustaba a la chica. A pesar de sus modales y sus billetes, nunca fue muy cotizado por las mujeres, pues él no era una persona muy sociable, y el hecho de gustarle a una que le agradaba mucho lo hacía sentir bien.

—¿Quieres tomar algo?

—Sí —respondió Abigail, pues tenía un poco de sed—. Pero antes quiero acercarme a la fuente.

—Vamos. —Le ofreció su brazo. La joven aceptó el gesto, gustosa, y caminaron como una pareja mientras veían el agua salir de forma esplendorosa.


***


Mientras todo eso pasaba, Flavio y Valeria se encontraban en la habitación de su madre esperando escuchar lo que ella tenía que decirles.

—¿Se dan cuenta de lo que esta situación significa para nosotros? — Preguntó Juliana, mirando a sus hijos con atención—. ¿Qué piensan de esto...? Vamos, no sean inútiles, respondan.

—Amm... Mamá —dijo Flavio finalmente—, tal vez estaría bien dejar que Vicente tenga novia y que Valeria salga con otros chicos y no esté solo tratando de conquistarlo —murmuró. La verdad era que estaba empezando a sentirse culpable por haber embarrado a su hermana en todo ese asunto bizarro.

—¿A qué te refieres? —Juliana lo vio con fijeza.

—Pues no sé, pero parece que Vicente nos soporta más que antes, tengo la impresión de que no nos echará a estar alturas. Tal vez deberíamos parar con esto.

Hubo un momento de silencio incómodo en que Flavio se lamentó de haber dicho su opinión.

—A ver, pequeño inutil, sólo imagínate que Vicente se llegue a casar con esa chica... O con cualquier chica... No, mejor imagínate que tú eres la chica y te vas a casar con un ricachón...

—Mamá, no puedo imaginarme eso.

—¡Trata...! ¿En qué estaba? —Puso una mano en su frente—. Ah, sí. —Tronó los dedos —. Imagina que tu esposo tiene una enorme mansión y te quiere llevar a vivir allí, pero en esa mansión tiene viviendo a su familia... Mejor dicho, a su familia postiza. ¿Ya te lo imaginaste?

—No.

—Yo ya. —Se entrometió Valeria.

—Bien hecho, muñeca. —Tomó a su hija del mentón y la sacudió un poco. Después se dirigió a Flavio—. ¡Hazlo!

—Está bien, está bien... ¡Ya!

—Ahora piensa, ¿tú querrías que tu esposo tuviera en su mansión a esa gente extraña viviendo con ustedes?

— Mmmm, pues...

—¡No! —Lo interrumpió Valeria—. No, no, no, ¡no! Aunque fueran su verdadera familia, no los querría allí.

—¿Aunque fuera su madre?

—Definitivamente no.

—¿Y si fuera la madrastra?

—Mucho menos.

—¿Ya comprendiste? —Juliana miró a Flavio detenidamente. El chico bajó la cabeza y no se atrevió a decir nada—. Vamos, amor, tú eres más listo, yo sé que sí captaste la situación.

—Pero no creo que mi esposo, el ricachón, se atreviera a correr a su familia.

—Mi vida, me parece que una vez te oí decir que conocías más a los hombres que tu hermana pero veo que no. Además en primera, no somos la familia de Vicente y, en segunda, aunque lo fuéramos, los hombres hacen cualquier cosa para complacer a su mujer. Incluso dejan de lado a sus propias madres —agregó—. Y hay que recordar que Valeria trató mal a esa joven, tenemos puntos menos con Vicente.

—Agh, entiendo todo... —Se cruzó de brazos—. ¿Qué vas a hacer, Valeria? —Ahora le echó todo el paquete a su hermana.

—Yo... No sé —suspiró.

—Hija, yo sé que estoy siendo demasiado cruel contigo —Juliana tomó sus mejillas e hizo que la viera a los ojos—, pero quiero que sepas que solo quiero lo mejor para ti y tu hermano. Créeme que me hubiera encantado evitar toda esta situación pero no pude... No tenemos nada fuera de esto. —Soltó a Valeria y se dio la media vuelta, dándoles la espalda a los chicos.

—Fue culpa de papá. —Flavio frunció el entrecejo.

—Exactamente —se endureció un poco su voz—, pero —en seguida se suavizó y volvió a mirarlos— podemos hacer algo ahorita, antes de que sea demasiado tarde.

Valeria aceptó con la cabeza con una expresión llena de determinación.

—Ahora, si su bondad se está haciendo muy presente, recuerden que tampoco vamos a dejar a Vicente en la ruina, él tiene su empresa, no se va a quedar en la calle como perro muerto de hambre, lo único que queremos es la mansión... Aunque si puedes sacarle más que eso, Valeria, hazlo.

—Sí, mamá.


***


Vicente y Abigail la pasaron muy bien, charlando toda la tarde y bromeando de cuando en cuando. A las ocho de la noche, Vicente se ofreció para llevar a la rubia a su casa.

Cuando entraron al enorme garaje, Abigail notó que había varios automóviles de lujo.

—Wow, ¡cuántos autos!

—Ese era de mi padre. —Señaló uno alargado y rojo. Luego señaló uno grueso, de seis cilindros, que estaba diseñado para correr—. Ese nadie lo utiliza. —En ese momento se le ocurrió que tal vez lo mejor sería venderlo, pues no le veía el chiste de tener un coche que nadie usaba—. Aquel es el que mi papá le regaló a Flavio. —Señaló un auto gris, moderno, diseñado para andar en la ciudad—. Creo que aquella —señaló una camioneta azul— es de Juliana pero no la usa mucho, casi no sale de la mansión. El verde es de Valeria pero tampoco lo usa, ella prefiere caminar.

—Ah, mira...

Después de que la llevó a su casa, Vicente fue directo a la habitación de Valeria para llamarle la atención por lo sucedido esa tarde. La chica tenía la puerta de su habitación abierta; llevaba un pijama morado con lunares azules y estaba recostada viendo quién sabía qué cosas en su celular.

—Valeria —dijo, recargándose en el marco de la puerta.

—Mande... —respondió sin voltearlo a ver.

—Quiero hablar contigo.

—Habla.

—Veme a los ojos cuando de hable, no seas maleducada.

—No necesito usar mis ojos para escucharte, habla.

—¡Valeria!

La chica suspiró con fastidio, hizo una mueca y colocó su celular en la mesita de noche que estaba al lado de su cama. Se sentó de forma correcta y lo miró con atención.

—¿Qué pasó?

—Valeria, hace rato fuiste muy grosera con Abigail.

La chica no respondió nada.

—No quiero que se vuelva a repetir y si vuelve a venir otra vez, quiero que te disculpes con ella.

—Ajá, sí. —Lo tiró a loco.

—Valeria —comenzó a exasperarse por su actitud—, deja de ser tan...

—¿Tan qué? —Lo interrumpió—. Mira —se levantó y caminó hacia él. En parte su actitud era porque estaba molesta por la situación que la hacían pasar—, si vienes aquí para regañarme, puedes irte de una buena vez, no tengo ganas de escuchar sermones ni órdenes.

—¿Por qué eres tan irritante? —Masculló él finalmente.

Ella sonrió con una mezcla de enfado y burla.

—¿Irritante? ¿En serio eso te parezco?

—Sí. No debiste ser grosera con Abigail, y tu actitud altanera no viene al caso.

Valeria comenzó a respirar con profundidad para tranquilizarse, no debía perder los estribos con su queridísimo hermanastro; si decía algo equívoco o insultante podría significar el fin de su estancia y la de su familia en la mansión.

—¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué fuiste tan inmadura y mala con Abigail...? —La chica volteó a ver a otro lado sin atinar qué responder—. ¡Contesta!

En ese momento, como si le hubiera llegado como una iluminación, Valeria supo qué hacer. En ese instante comprendió que tenían razón al decir que a veces no se necesitaban palabras para decir algo. Caminó hacia su hermanastro y, antes de que le diera tiempo de saber qué iba a hacer y reaccionar, estampó sus labios contra los de él. Fue un beso muy corto y antes de que Vicente consiguiera hacer algo, se alejó.

—¿Eso responde tu pregunta? —Dijo finalmente.

Vicente, por su parte, estaba en un estado de estupefacción. Trató de hablar pero las palabras no salieron de su boca. Valeria lo empujó ligeramente para quitarlo del marco y azotó la puerta con todas sus fuerzas.

«¿Pero qué mierda acaba de pasar?», fue lo único que Vicente alcanzó a pensar en ese momento.


¡Yay! Se suponía que hoy actualizaría Entre amores y traiciones pero alguien me pidió que actualizara pronto esta historia y pues aquí está el capítulo.

Recuerden que sus votos ayudan a posicionar mejor a la historia. Y si quieren dejar algún comentario me harían muy feliz, quiero saber qué opinan del capítulo.

¡Nos vemos pronto!



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