Capítulo 1.
El funeral estaba siendo de lo más emotivo y melancólico posible, con un toque ligeramente agridulce, por lo menos para él. El joven hombre, de unos veintiséis o veintisiete años, estaba sentado en una posición recta, escuchando el sermón que el sacerdote daba.
—La muerte no es el final... —Exclamaba el anciano con fuerza mientras sus manos temblaban un poco.
No, no lo era, aunque muchos lo vieran de esa manera. En lo personal, él no sabía qué opinión creer acerca de eso, pero lo que sí sabía es que no se sentía con ánimos de seguir fingiendo esa indiferencia que lo caracterizaba en situaciones difíciles, después de todo, era su padre el que se encontraba en ese ataúd. Al final decidió seguir con ese semblante impasible, de seguro después habría más tiempo para llorar a solas, sin que nadie lo interrumpiera o le dijera sus consuelos triviales como «ya está en un lugar mejor» o «estaba sufriendo mucho, ahora ya está descansando»; ¡ellos qué sabían!
Habían asistido muchas personas que él conocía, pero pocas con las que se llevaba muy bien. Alguno que otro compañero de trabajo y su jefe, o uno que otro familiar que sintió la obligación de ir, pero en ese momento no los podía ver porque se encontraba sentado en la primera fila.
Volteó a ver de reojo a su madrastra y a sus dos hijos, que se encontraban en la misma banca que él. No los consideraba su familia real, de hecho los encontraba exasperantes y odiosos pero nunca le dijo nada a su padre, no quería causarle más preocupaciones de las que ya tenía. La mujer, cuyo nombre era Juliana, se encontraba limpiando una que otra lágrima de vez en cuando, pero él nunca supo si fue por hipocresía o porque en verdad estaba triste. El hijo se encontraba entre dormido y despierto, tenía los ojos entrecerrados y de vez en cuando cabeceaba. La hija estaba seria, al igual que él, pero la diferencia era que ella no fingía su frialdad y aun peor, su mente divagaba en otras cosas y no prestaba nada de atención.
«Bola de embusteros» pensó. ¿Cómo su padre pudo fijarse en una mujer tan banal como Juliana después de haber estado con una persona tan buena como lo fue su madre? En ese momento la recordó y sintió que las ganas de llorar se apoderaban de él con más fuerza. Recordó sus caricias, sus cantos para arrullarlo cuando era pequeño, la voz suave y angelical que usaba para consolarlo. También rememoró cuando todavía eran una familia feliz, los tres juntos, como un gran equipo. Lástima que no duró mucho.
Después del funeral, sus conocidos se acercaron a él, a Juliana y a los chicos para darles el pésame.
—Lo siento mucho, Vicente —le dijo un hombre que para él era lo más cercano a un amigo y cuyo nombre era Germán—. El señor Ortega ya está descansando. —¡Otra vez con eso! ¿En serio no tenían otras palabras para consolar?
Vicente no respondió. Cuando terminó todo el protocolo que había que cumplir en el funeral y despidió a sus conocidos con agradecimiento sincero, él regresó con su no-familia a la mansión que le heredó al señor Facundo Ortega. El asunto era que, cuando murió la madre de Vicente, él se quedó solo viviendo con su padre hasta que entró a la universidad. Ambos habían estado juntos desde siempre y se apegaron aún más el uno al otro desde aquella tragedia, época en la que él tenía como doce años; no se separaban para nada, al igual que una uña con su mugre... pero siempre llega el momento en que se debe limpiar esa mugre, ¿no? Facundo no quería que él estudiara fuera, pero no le iba a negar a su hijo la posibilidad de entrar a una universidad prestigiosa fuera del país para que además perfeccionara su inglés. Al final ambos se tuvieron que separar y, como Facundo era un hombre que odiaba la soledad, conoció a Juliana, una señora de buenos modales y aspecto refinado, y comenzó a salir con ella.
Vicente se sintió traicionado por este hecho, pero nunca expresó su inconformidad. Una parte de él comprendió que su padre estaba viejo, solo y necesitaba a alguien, así que disminuyeron su molestia y decepción, pero volvieron el doble de fuerte cuando conoció a la mujer y a los dos engendros del mal; por lo que le contaba su padre, esperaba encontrar a una mujer amable, risueña y alegre, y a unos angelitos educados y simpáticos, porque él en verdad se imaginaba que eran niños pequeños, pero cuando los conoció... ¡Oh, decepción! Él sentía que solo se acercaron a Facundo por su dinero, pero como lo vio tan feliz y la acusación podía sonar un tanto egoísta, decidió callar. Al final y para su mala suerte, Facundo se terminó casando con Juliana y la llevó, junto con sus hijos, a vivir en su mansión.
Cuando terminó su carrera, Facundo creyó que su hijo regresaría a casa para poder estar todos juntos, pero Vicente no pensaba regresar ahí, no cuando esa gente extraña ya había invadido su espacio. Estaba muy seguro que habría incomodidad por parte de todos, así que mejor buscó un trabajo para entretenerse, un departamento y solo los iba a visitar cuando era estrictamente necesario, cosa que le pesó con toda su alma pocos años después, pues su padre quería pasar más tiempo con él pero nunca le dio chance por la excusa de su no-familia.
A pesar de toda aquella situación, Facundo nunca cambió su testamento y al final él quedó como propietario de la mansión y toda su fortuna, cosa que desagradó por completo a Juliana. Vicente, como dueño y señor de aquella residencia, podía echar patitas a la calle a aquellos hipócritas, pero no lo hizo, no se sentía con ganas de hacer una mala obra, tal vez después, cuando se pasara su arrepentimiento y tristeza, pero no en ese momento, que acababa de morir su padre; después de todo, él les tenía cariño.
Vicente no preguntó, ni siquiera lo sugirió como idea, solo informó a Juliana que iría a la mansión a vivir, considerando que ya no tenía necesidad de pagar un departamento si la propiedad ya era suya. En parte esto sí tuvo que ver, pero más que nada fue que estaba sintiendo una sensación de soledad y vacío tan fuerte que temía caer en depresión, así que pensó que quizás con un poquito de compañía, aunque fuera esa, podría evitar hundirse en la agonía.
***
Cuando Vicente le informó a Juliana que iba a regresar a la mansión, la señora temió lo peor. Fue un poco después del funeral, cuando ya se estaba yendo la gente.
—Regresaré a la mansión. —Fue claro, directo y breve. Vicente no era de irse con rollos innecesarios.
Comenzó a imaginar, con su mente dramática, dónde se metería con sus hijos, qué harían para conseguir comida, cómo seguirían estudiando. Estuvo a punto de suplicarle que no los echara, su mente divagaba en qué decirle, cómo convencerlo de que ellos podían ayudarle en algo, pero sus nervios se fueron calmando cuando él siguió hablando y no hizo ningún comentario acerca de correrlos, sino todo lo contrario, de vivir juntos como «familia».
Cuando llegaron a la mansión, Vicente les dio las buenas noches con cortesía y se fue a encerrar en la antigua oficina de su difunto padre para arreglar los papeles, desechar los viejos y archivar los nuevos.
Su hijo se sentó en un cómodo y lujoso sillón.
—¡Qué bueno que acabó esa cosa! Yo me estaba durmiendo.
—Cállate, Flavio —dijo su madre con severidad mientras señalaba la ex-oficina de Facundo.
—No seas imbécil, Flavio, el raro te va a escuchar. —Su hermana le dio un zape en la cabeza.
—Ay, no me pegues, estúpida.
—Estúpido tú, animal.
—¡Cállense los dos! —Juliana alzó un poco la voz , tratando de que no se escuchase en la oficina—. Suban, ahora. —Señaló las escaleras—. Vamos a mi cuarto. —Era la habitación que compartía con Facundo, pero ahora ya era solo para ella.
—Pero ya me acomodé aquí —se quejó Flavio.
—¡Suban!
Ambos subieron sin chistar y una vez en su habitación, Juliana les contó sus preocupaciones.
—Chicos, me preocupa mucho que Vicente se encuentre aquí con nosotros.
—¿Por qué? — Preguntó su hijo.
—¿Por qué? —Repitió sin rastro de emoción—. ¡¿Por qué?! Pues porque ya es su casa... corrijo, es su mansión y obviamente no le agradamos, ¡ni un poquito! Y ahorita anda sensible, pero una vez que regrese a la normalidad no va a dudar en echarnos a la calle.
Los chicos se quedaron con la expresión en blanco.
—Madre —dijo la chica luego de unos segundos de silencio—, ¿no dijiste que harías lo posible para que Facundo pusiera la mansión a tu nombre?
—Lo intenté, Valeria, y estuvo a punto de hacerlo pero... la muerte me ganó —añadió con gesto dramático.
—Ah... ¿Entonces? —Alzó una ceja.
—No sé qué hacer. —Juliana se sentó en su cama, tratando de idear algún plan.
—Podemos hacer que Valeria se case con él —bromeó Flavio—. Y luego lo convencemos de que ponga la mansión a su nombre... Luego se divorcian y lo corremos —rio un poco.
Valeria también se echó a reír.
—¡Qué tontería!
Juliana se quedó pensando un momento, analizando y procesando la absurda y grotesca idea.
—¡Es un excelente plan! —Exclamó finalmente. Se levantó de la cama y se acercó a ellos.
Ambos chicos abrieron con desmesura los ojos.
—¡Oh, no! No, no, no, no. ¡Claro que no! —Exclamó Valeria—. ¡Definitivamente no!
—Valeria —dijo su mamá con voz dura—, ¿quieres vivir en la calle? Recuerda que ya no tenemos nada, no desde que tu padre...
—No me importa.
—¿Así que prefieres que estemos sin nada? Piensa en mí y en tu hermano... —Se quedó callada—. No, no pienses en nosotros —sabía que su hija era muy egoísta como para pensar en alguien más antes que ella, incluida su propia familia—, piensa en ti, querida, ¿qué harás? ¿Te acostumbrarás a estar en la calle? ¿A vivir sin nada, sin los lujos a los que estás acostumbrada?
—Prefiero vivir en la calle a tener que casarme con ese hombre —sentenció con firmeza.
—No es necesario casarte, dulzura, únicamente tienes que enamorarlo y hacer que ponga la mansión a tu nombre, es todo, no te obligaré a casarte para sacarle más dinero del que no quieres. —En verdad no quería casarla con Vicente, quería la mansión y renombre para después casarla con algún otro joven guapo y adinerado, pero eso se lo guardó para ella—. Pero tú sabes que no tenemos ningún techo aparte de este... No creo que sea difícil para una chica bonita como tú enamorar a un hombre —dijo contemplando la belleza de su hija. Era una joven muy agraciada, acababa de cumplir los veinte años, su piel era nívea, tenía unos enormes ojos color chocolate y su cabello ondulado y sedoso, que le llegaba un poco más abajo de los hombros, era del mismo color. Además su rostro era muy bonito y, como acostumbraba ejercitarse, tenía un cuerpo de actriz de cine.
—No creo ser su tipo... Además creo que es puto.
—¡Valeria! —Se quejó su hermano—. ¿Qué te dije? Los comentarios homofóbicos son ofensivos.
—Ay, Flavio, cállate, ya te dije que tú eres homosexual, no puto, así que no te exaltes... En todo caso serías putito —agregó para que el chico se indignara con motivo.
—¡Valeria! —Se volvió a quejar el chico.
—¡Cállense ambos...! Valeria, ese vocabulario no es el de una señorita educada.
—Lo siento, madre.
—Está bien —dijo con Seriedad—, ¿pero qué dices? ¿Aceptas o no?
—Pero... no creo que le guste, más bien me desprecia.
—No creo que ningún hombre se atreva a despreciar a una chica como tú —le aseguró su madre.
—Pero ya te dije que es pu... homosexual —corrigió.
—No creo que lo sea, cariño.
—Mejor manda a Flavio.
—¡Que no! —Juliana alzó la voz—. Querida, no es homosexual. Por lo menos haz el intento.
Valeria los miró a ambos y soltó un suspiro.
—Pero ya te dije que no parezco ser su tipo de chica...
—No actúes como puta y tal vez le gustes.
La chica fulminó a Flavio con la mirada. Todo ese rato él estuvo buscando el momento perfecto para regresarle el insulto. Era su hermano y lo amaba, pero a veces le daban ganas de meterle una patada.
—¿Quién habla de promiscuidad, maldito homo?
—¡Ya cállense los dos! —Gritó—. ¡Valeria!
—¿Yo qué?
—Hijita linda —su tono de voz fue completamente diferente al anterior que usó—, ten en cuenta que él es un hombre serio, tómate tu tiempo para enamorarlo, no actúes como lo hiciste con sus exnovios...
—O sea, como pu... —En ese momento Flavio calló porque su madre le dio un fuerte codazo—. Auch... —gimoteó.
—Actúa diferente —continuó Juliana—. Más madura, más tranquila. Enamóralo lentamente, sé amable, vuélvete su amiga, su confidente, hasta que lo tengas en la palma de tu mano... Después de eso convencerlo será pan comido...
—No creo que quiera, mamá. —Valeria miró el suelo—. No creo que él haga esa estupidez, no creo que busque sus propios males. Tampoco creo que quiera poner su mansión a mi nombre.
—Mi niña —dijo Juliana con voz suave—, parece que no conoces en nada a los hombres...
—Yo los conozco más. —Se burló el chico.
—¡Flavio!
—Lo siento, mami...
—¿Qué haces aquí? ¿No tienes tarea que hacer? Ve a hacerla —ordenó.
—Pero ya no tengo tarea.
—Entonces vete a hacer otra cosa, pero ya sal. —Lo empujó un poco, sacándolo del cuarto. Después cerró la puerta.
—Agh. —Se quejó el chico y se dirigió de mala gana a su habitación—. Si todo fue mi idea...
Una vez solas, Juliana se volvió a dirigir a Valeria.
—Valeria, mi amor, un hombre enamorado es capaz de hacer cualquier cosa por la mujer que ama. —Se acercó a ella y la jaló del brazo hasta llevarla enfrente del espejo de su tocador. En seguida la sentó en un banco y comenzó a peinar su cabello—. Cualquier cosa —repitió.
¡Waaaa! Sé que dije que me iba a esperar a terminar de subir mi otra historia pero mi hermana me convenció de compartir el primer capítulo.
Como dije en la advertencia, puede tener palabras soeces. Valeria y Flavio se llevan pesado, así es su relación, no se pretende ofender a nadie.
Es hora de que conozcan a estos personajes un tanto... ¿peculiares? No sé cómo describirlos XD.
¿Qué les parece? Si les gustó, dejen su voto y comentario.
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