Prólogo


Siempre me había enorgullecido de mi habilidad para penetrar en cualquier sistema que me pusieran en frente. Estaba seguro que incluso podría encontrar la manera de saquear todos los archivos secretos del país sin ningún problema, por supuesto no me había atrevido a intentarlo porque sabía que era ilegal, bueno, mucho más ilegal que lo que ahora estaba haciendo; pero en dificultad, esto se parecía mucho.

Para ser sinceros, no tengo la necesidad de hacerlo, pero lo considero un reto a mi inteligencia, además que la remuneración que conseguiré vendiendo el nuevo juego de "Guerra sin fin" son bastante buenas. Ni siquiera ha salido a la venta en Estados Unidos y yo ya lo tengo en mi poder.

-¡Sí! – Grité eufórico cuando el compartimento CD se abrió mostrando el juego clandestino.

Tomé un plumón permanente y garabatee el nombre del juego en la tapa. Me encantaba esa sensación de adrenalina corriendo por mis venas cuando conseguía vencer a un nuevo sistema de seguridad. De pronto alguien tocó a mi puerta y no pude evitar sobresaltarme, lo que ocasionó que la última letra que escribía terminara más bien ilegible.

–Esteban–llamó mi papá desde el otro lado–, Esteban abre la puerta, es hora de irnos.

– ¡Oh, diablos! –exclamé en un susurro.

Por un instante olvidé que serían mis padres quienes me llevarían a la universidad este año, y siempre que debemos salir a un largo viaje mi madre se pone histérica si no salimos a tiempo, para este momento, ella ya debería estar molesta por el retraso.

Me levanté de la silla, apagué mi computadora y escondí el disco en mi mochila.

– ¿Qué tanto haces ahí adentro? –preguntó impaciente mi papá.

No le contesté, estaba ocupado escondiendo toda la evidencia inculpadora.

–Por lo menos contéstame–exigió.

Sabía que no aguantaría mucho más ahí afuera e intentaría abrir la puerta, así que me colgué la mochila al hombro y me lancé a abrir por mí mismo.

– ¡Oh! Hola papá–saludé, intenté calmar mi respiración y parecer relajado y normal, pero estaba muy emocionado de haber conseguido lo que otros consideraban imposible.

Mi padre suspiró y se cruzó de brazos.

–Esteban, no estarías consiguiendo nuevos juegos de manera ilegal ¿cierto?

Me parece que mi viejo me conoce mejor de lo que desearía.

–Papá–suspiré–, eso quedó en el pasado. Soy un chico nuevo ahora, lo juro. Sólo estaba estudiando un poco. Tú sabes, quiero impresionar a mis profesores.

Me miró con ojos inquisitivos.

–Eso espero–resopló–, no quiero que te vuelvan a expulsar de la universidad.

Algo en mi estómago se hizo pequeño al recordar el día en que me sorprendieron en la universidad mientras vendía juegos clandestinos.

–No, claro que no, confía más en mí ¿quieres?

Me alejé de ahí a grandes zancadas para dejar atrás el tema también. Una de las razones por las que me descubrieron la última vez, es que no se me da muy bien eso de mentir. Siempre me descubren por mis gestos de culpabilidad.

En la sala ya me esperaban mi madre y mi hermana, y tal como me lo había supuesto ella estaba realmente impaciente. Caminaba en círculos por la sala con los brazos cruzados mientras Linda, sentada en el sofá, se concentraba en mirar su celular.

– ¡Por fin! –Bufó mi madre– ¿Por qué tardaste tanto?

–Perdón ma, estaba estudiando.

–No quiero que lleguemos tarde, ¡es tu primer día de universidad!

–Primer, segundo día de universidad–corrigió Linda sin apartar la vista de su celular.

La fulminé con la mirada sin ningún resultado, ese celular la consumía por completo cuando lo usaba.

–Cierra la boca, preparatoria pública–recriminé. Entonces sí apartó los ojos de la pantalla.

Mi madre, que podía ver venir una riña campal, se interpuso entre nosotros y ocultó al otro de la vista.

–Estoy orgullosa de ti, mi niño–apuntó.

–Ha, ha–rio Linda con sarcasmo.

Ambos la ignoramos.

–Sé que serás el mejor de tu clase.

Me incliné para abrazarla y agradecerle sus palabras, siempre es bueno cuando tu madre te dice cosas como esas, aunque tú mismo no las creas.

– ¿Listos? –preguntó mi viejo desde las escaleras.

–Sí–respondí.

Todos, excepto Linda que se quedaría en casa, avanzamos hacia la puerta dispuestos a partir.

–Espera–dijo mi madre– ¿Dónde está tu medalla de atletismo?

–Mamá–reclamé en tono cansino–, por última vez, no llevaré mi medalla de atletismo a la universidad.

–Claro que lo harás–se impuso– ¿Qué tal que al verla te puedan considerar para el equipo?

Puse los ojos en blanco, no tenía intenciones de formar parte del equipo de atletismo.

–Papá–supliqué.

–Lo siento campeón, ya sabes que apoyo a tu madre, será bueno para ti que practiques algún deporte.

Bufé exasperado, pero sabía que nada los haría cambiar de opinión y regresé a mi cuarto a buscarla.

– ¿Dónde estás? –me preguntaba mientras revolvía pilas inmensas de ropa.

Debí suponer, desde el momento mismo que mi madre sugirió que la llevara conmigo, que debía tenerla lista pues nunca le he ganado una petición a mi madre.

Revisé los cajones de mi escritorio para ver si de casualidad ahí la había dejado. Movía papeles y demás cosas desparramando todo por el suelo. Sentí una mano en mi hombro, supuse que era mi papá, pero no me detuve en mi búsqueda ni me gire a verlo, si lo hacía, tardaría más en encontrar la medalla.

–Ya voy–comenté de espaldas aún–, es que no encuentro la medalla.

–Aquí está–me contestó, pero no era la voz de mi padre, ni de mi madre, mucho menos la de Linda. Voltee de inmediato para ver quién era.

–Ah–respondí y tomé la medalla de su mano–, gracias Elyon ¿Qué haces aquí?

–Quería verte–señaló.

Yo no estaba tan animado por su visita como él lo estaba por verme a mí.

– ¿Por qué? –Pregunté– Hace dos días que nos vimos.

Elyon se movió por toda la habitación. Nunca había dejado de fascinarme la manera en que se movía, parecía que estaba hecho de aire, pero al mismo tiempo, se veía sólido como la roca.

– ¿Aún deseas tener tu primera misión? –preguntó cuando se detuvo sobre mi cama.

Resoplé.

–Sabes que sí. Lo que me ha cansado por tantos años es el eterno entrenamiento al que me has sometido, y que por cierto, no le veo resultado alguno.

–La paciencia nunca ha sido el fuerte de la humanidad–comentó moviéndose de nuevo por la habitación.

–Solo digo, que podría ayudarte de muchas maneras y formas pero tú no me dejas.

Elyon se sentó en silencio sobre una pila de libros.

– ¿Estás saliendo para la universidad, cierto? –preguntó mientras hojeaba uno de los libros.

–Sí, así es–respondí.

– ¿Y ya sabes qué carrera elegirás?

–Psiquiatría, como mi padre.

Se frotó el mentón cuando escuchó mi respuesta y luego se levantó para tomarme fuerte por los hombros.

– ¿De verdad es la carrera que quieres? –preguntó.

Medité mi respuesta unos segundos, desde niño había deseado dedicarme a la psiquiatría cuando fuera mayor. Nunca nadie me había cuestionado mi decisión, ni siquiera la primera vez que entré a la universidad ¿por qué de repente Elyon se mostraba preocupado por mi carrera universitaria?

–Sí, así es–afirmé con seguridad.

–Bien–Elyon no se veía muy convencido–, esta será tu primera misión: cuando llegues a la universidad, lee tres veces la lista de las carreras y piensa cinco veces, cuál es la que quieres para ti.

Lo miré con intensidad a los ojos, como por dos minutos lo único que hicimos fue intercambiar miradas.

–Justo a esto era a lo que me refería–comenté.

La mirada de Elyon cambió para mostrar confusión.

– ¿Cómo? –preguntó.

–Tú realmente no crees que esté listo, siempre me pones a hacer cosas insignificantes. Como esto, si no te gusta la carrera que elegí solo dímelo y elijo una que te agrade, punto, así de fácil. No trates de engañarme diciendo que es una "misión".

–Nunca dije que tenías que elegir una carrera de mi agrado, si no que buscaras la que realmente quieres.

–Psiquiatría es la que me gusta, y si hablamos de lo que realmente quiero, entonces yo quiero una misión, lo he dicho miles de veces ¡quiero una misión!

–Tal vez tienes razón–dijo mirando al suelo–, quizá no estás listo para esto. Si no quieres cumplir con una misión tan simple como esta, quizá no querrás una más grande.

– ¿Qué? – lo miré ceñudo.

–Estaré contigo, sea lo que decidas hijo, ya sabes cómo encontrarme.

Me quedé boquiabierto mientras lo veía desaparecer ¿acaso había dicho que no podía cumplir esa insignificante misión? Enfadado tomé la medalla y salí a la sala para encontrarme con mis padres y olvidar esta horrible y francamente decepcionante conversación. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top