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Durante todo el trayecto, mi madre no dejó de hablar sobre lo maravilloso que era que su hijo fuera a la universidad y que pronto se convirtiera en un reconocido psiquiatra como su padre. Mi padre y yo asentíamos de vez en cuando a su conversación para no ofenderla, pero al menos yo no tenía mucho interés en lo que decía, aún estaba molesto por lo que Elyon me había dicho. Siempre le dejé muy claro mis deseos de tener una misión. Yo estaba dispuesto a todo, incluso, a abandonar la universidad con tal de vivir la experiencia de una misión. Mi padre tuvo las suyas unos años atrás, él no habla mucho sobre eso, pero sé que fueron intensas y muy emocionantes. Nosotros, mi mamá y yo, formamos parte de su última misión aunque para mi pasó más bien desapercibida. Sin embargo en palabras de tía Rebeca (que por cierto es la sargento de la policía), mi padre fue un héroe. Atrapó al criminal más importante de ese tiempo y puso fin al reinado de terror que ejercía sobre nuestra ciudad. Cientos y cientos de homicidios fueron resueltos gracias a él y hasta el día de hoy los familiares de las víctimas siguen agradecidas con su persona. La verdad es que me siento muy orgulloso de mi viejo, y ser su hijo tiene sus ventajas; las personas siempre están dispuestas a hacer algo bueno por nosotros, pareciera que incluso estarían dispuestas a regalarnos su casa entera. Algún día me gustaría ganarme el mismo respeto en una misión, quisiera poner a prueba mis conocimientos y habilidades; soy inteligente y sagaz, estoy seguro que puedo hacer un buen trabajo, así que lo que en realidad me molesta es que Elyon no confíe en mí.
Llegamos al campus universitario y de inmediato el ambiente escolar me golpea el rostro. Esparcidos en las distintas jardineras están los veteranos, haciendo bromas y criticando a los de nuevo ingreso como siempre. Los estudiosos, o los que apenas van a la mitad de su carrera, están sentados con libros y lap tops abiertas sobre sus rodillas, siempre dicen que la mitad del camino es la más difícil, quizá por eso son los que siempre están estudiando; y por último, en los rincones donde nadie pueda verlos, se encuentran los de nuevo ingreso. Demasiado tímidos para dejarse ver por los veteranos y ser objetos de burlas o bromas pesadas. Este es mi segunda vez ingresando a la universidad así que no tengo miedo de lo que los veteranos me puedan hacer, ya me sé todos sus trucos. Camino confiado por el camino de concreto delante de mis padres.
Un sujeto laguirucho de pelo castaño y risueño se acerca a nosotros con los brazos abiertos. Se trata de mi mejor amigo Felipe. Nos expulsaron juntos en el segundo año de psiquiatría por la misma falta, hemos sido amigos desde la secundaria y, tanto para lo bueno como para lo malo, siempre hemos estado juntos.
– ¡Señora Espadas! –saluda y toma de la mano a mi madre para darle un reverente beso en los nudillos–hoy está usted radiante.
–Hola, Felipe–contesta mi madre con ojos inquisitivos.
–Señor Espadas–continúa Felipe.
A mi padre lo saluda como si del presidente mismo se tratara, un fuerte y vigoroso apretón de manos mientras lo mira a los ojos. La primera vez que Felipe hizo eso, mis padres pensaron que era un chico bastante educado y sensato, llegaron a decirme incluso que sería una buena influencia para mí, pero con el tiempo se dieron cuenta que a mi amigo le faltan más tornillos que a mí y ya no se tragan ese cuento del "hombre formal", aunque le siguen el juego por diversión, ya saben que es un buen chico, pero nada más. De educado y sensato no tiene ni las uñas.
–Joven Felipe–responde mi padre–, me da gusto verlo de nuevo por aquí. Me hubiera dado mucha pena saber que abandonó sus estudios para siempre.
– ¡Oh! Señor Espadas–contestó de manera muy teatral–, su hijo y yo somos hombres nuevos, renovados, dispuestos a ser de bien a nuestra comunidad hoy y siempre. Lo que sea que haya sucedido en el pasado, ahí está, muy enterrado en el pasado. Sería un tonto si desperdiciara una segunda oportunidad como esta.
Sin que nadie me vea, pongo los ojos en blanco por el exagerado papel que está interpretando mi amigo, a leguas se ve que mis padres no se convencerán solo por sus rimbombantes palabras.
–Pues me da gusto escuchar eso–dice mi viejo.
Como ya dije, mis padres le siguen el juego a Felipe sólo por diversión, pues por desgracia, su ridículo sombrero torcido, su camisa mal abrochada y sus pantalones cortos mal combinados, no dan mucho soporte a sus palabras.
–Eh, papá–interrumpo–, si no les importa, Felipe y yo iremos a revisar nuestras habitaciones y luego volveré para llevar todo adentro ¿de acuerdo?
Ambos asienten y tomo a Felipe por el brazo para llevármelo de ahí y evitar que siga haciendo de las suyas.
– ¡Fue un placer! –les grita a mis padres mientras lo arrastro.
–Deberías estudiar teatro–le susurro cuando ya estamos lejos de mis padres.
– ¿No te encantó? –Se ríe–creo que convencí a tu madre ¿viste cómo me miraba?
–Sí, claro, como a un completo lunático.
–Ah, no seas envidioso. Oye a propósito, tengo malas noticias.
– ¿Qué es? –pregunto sin detener mi marcha.
–Tendremos un compañero más en la habitación.
Esa noticia sí que era mala, me detuve para mirarlo.
–No es cierto ¿cómo lo sabes?
–Acabo de mirarlo. Es un grandísimo nerd, de esos que les encanta lamerle las botas a los profesores y mirar Winnie the Pooh.
– ¡Puaj! –Contesto en una mueca de desagrado– no puede ser ¿qué vamos a hacer ahora?
–Tranquilo, seguramente también es de los que se van a la cama a las nueve en punto. Sólo debemos cambiar nuestros horarios de trabajo, eso es todo.
Por "trabajo" Felipe se refería a robarnos la red de la escuela para conseguir películas, juegos, tareas y lo que fuera que la clientela nos pidiera. Ese es nuestro negocio, en lo que somos buenos.
–Sí, aunque no sé si pueda soportar ese ritmo–suspiro–. No puedo fallar esta vez.
–Oh, no me digas que ya te estás arrepintiendo.
– ¡No! –contesto y reanudo mi marcha con Felipe a mi lado– pero no quiero que me vuelvan a expulsar.
–Bah, la vez pasada nos descubrieron porque Sussy Torres era una nerd y soplona sin remedio.
–Claro, y ahora tenemos un nerd como Sussy Torres en la misma habitación–apunto.
–Pero al menos ya aprendimos a cómo tratar con ellos–señala Felipe–, sólo hay que darles un rompecabezas o un juego matemático que los tenga ocupados.
–Eres el rey de los planes–comento con sarcasmo.
Abro la puerta de la que será nuestra habitación por el siguiente semestre y dentro veo a un joven bajo, de cabello negro, agachado debajo de su cama. Felipe me mira con una sonrisa burlona en su cara. Evito reírme y me aclaro la garganta para anunciar nuestra presencia.
Aparte de nerd, se ve que nuestro compañero es un torpe de primera, se golpeó la cabeza con la cama al intentar salir de debajo de ella. No quise mirar a Felipe que parecía que le faltaba poco para desternillarse de risa.
–Buenas tardes–saludo–, mi nombre es Esteban Espadas.
– ¡Hola, chicos! –Saluda con sobrada efusión– ¡Qué gusto que al fin pueda conocerlos! ¿A que este lugar es increíble, no?
–Hum, supongo ¿cuál es tu nombre?
– ¡Oh, pero claro! Que torpe soy–dice mientras extiende una sudada mano hacia nosotros–mi nombre es Daniel de La O.
– ¿De La O? –pregunta Felipe, sé qué hará una insípida broma a continuación– ¿Y de frente te llamas de otro modo?
Daniel se queda pensativo unos instantes, mientras asimila la broma de mi amigo, después comienza a reírse con escándalo.
– ¡Claro! –Dice entre risas–ya entendí, "De La O" suena a "de lado" ¡Qué buen chiste!
–Sí–contesta Felipe con aburrimiento–, no tiene gracia si lo explicas.
–Oye, Daniel–interrumpo–. Veo que ya elegiste cama.
Una inmensa maleta desgastada se encuentra sobre la cama que está junto a la puerta, medio abierta y con mangas de camisas y suéteres asomándose de ella. Supuse que se trataba de la maleta de nuestro nuevo "amigo", ya que pude ver algunos rompecabezas y libros demasiado aburridos sobre ella.
–Oh, sí–responde–, espero que no les moleste chicos. Los sonidos de la noche no me dejan dormir bien y por eso preferí elegir esta cama, está más alejada de la ventana.
–Claro–resoplo–, no hay problema. Así que ¿También estudiarás psiquiatría?
Daniel se rio de mi pregunta como si le hubiera contado un chiste, me dieron ganas de darle un zape en la cabeza para que se arreglara.
–No–respondió al fin–, yo estaré en Ingeniería de sistemas.
–Vaya–contesté conteniendo mi mano–, suena interesante. Ahora, si nos disculpas, tenemos que ir por nuestras cosas.
– ¡Claro! Aquí los estaré esperando chicos.
Empujo a Felipe fuera de la habitación antes de que mi mano decida actuar sin mi permiso.
–Te lo dije–comenta de camino al estacionamiento.
–Está bien–respondo–, creo que podremos con él.
Con la ayuda de mis padres no fue muy complicado trasladar todas mis cosas hacia la habitación, además que no eran muchas. Mi madre estaba encantada con cada cosa que veía y todo le decía que yo aprendería mucho ahí.
–Este laboratorio se ve bastante tecnológico–decía–, sacarás puro diez con todos estos aparatos.
–Sí, mamá–respondía con cansancio.
En cambio mi viejo, conocido por casi todos los maestros y directivos del plantel, se detenía constantemente para saludar a diferentes personas.
Llegada la hora de despedirnos, mi madre no paró de llorar y de decirme que me cuidara y no olvidara abrigarme por las mañanas.
–Mamá–la consolaba–, estaré bien. No es la primera vez que estoy en la universidad ¿recuerdas?
–Hijo–decía entre sollozos–, cuando tengas tus propios hijos sabrás lo difícil que siempre será separarse de ellos, aunque ya estén grandes o incluso casados.
Suspiré, mi madre se había convertido en una persona demasiado sentimental, pero era mi madre y la amaba así, tal cual era.
–Cuídate, hijo–me pidió mi padre mientras me abrazaba con fuerza.
Me quedé de pie en el estacionamiento viendo cómo se perdía el auto entre los cientos que circulaban en la carretera. Cuando ya no pude ver nada más, llegó Felipe a darme un golpe en el brazo.
–Corre men–me apremió–, es hora de ir a registrarnos.
Lo seguí hasta la entrada de la universidad, donde estudiantes del comité estaban registrando a los de nuevo ingreso. Había varias mesas plegables puestas cerca de la puerta principal y algunos estudiantes haciendo fila para registrarse. Felipe y yo elegimos la fila que nos pareció más corta.
–Te lo juro men–comentaba Felipe–, esta vez será la buena. Nos graduaremos y quizá ni siquiera tengamos que pedirle dinero a nuestros padres para la colegiatura, con nuestro renovado y mejorado negocio ganaremos millones.
Yo lo escuchaba a medias, me preocupaba más por el compañero extra que nos había tocado en la habitación. Felipe estaba confiado en que trabajando de noche podríamos despistarlo, pero yo no estaba tan seguro, quería encontrar una mejor manera de actuar sin que nadie nos descubriera. Su presencia en nuestra habitación me olía casi a jugarreta de Elyon, se me cruzó por la cabeza que tenía algún propósito al ponerlo tan cerca de nosotros, aunque no podía adivinar cuál era. Tal vez tenía algo que ver con lo que me había dicho antes de partir, sobre pensar bien qué carrera elegiría. Fuera como fuera, lo único que me importaba era encontrar la manera de trabajar sin problemas.
De pronto, unas chicas con aires de superioridad que conversaban sobre chicos a pocos pasos de nosotros, me dieron la respuesta.
–Amiga–aconsejaba una–, la cuerda de tres hilos no se rompe fácil. No te preocupes si Fabián...
Casi pude ver la bombilla encendiéndose sobre mi cabeza. Ya sabía qué hacer, incluso Elyon estaría feliz de saber que al final elegí otra carrera, pero no creí que a Felipe le agradara mi idea. Me giré y le di una repentina palmada en el pecho.
– ¡Auch! –se quejó.
–Men, dile a la señorita que quieres cambiar de carrera, que quieres entrar en ingeniería en sistemas.
Mi amigo me miró con ojos de huevo cocido.
– ¿¡Qué!? –Bufó.
–Anda, has lo mismo que yo.
–Oye... oye no viejo–contestó mientras movía negativamente su cabeza–, no me hagas esto. Acabo de recuperar el coche, mis padres se enfadarán conmigo cuando sepan que cambié de carrera.
–Vamos, hasta tú admitiste que no te convencía del todo psiquiatría.
–Da igual, ya la elegí, además ¿por qué de pronto quieres cambiar de carrera?
–Seamos sinceros, no podremos despistar a nuestro nuevo "amigo" trabajando solo de noche. Si lo involucramos en nuestro negocio estaremos a salvo todo el tiempo.
– ¿¡Qué!? –Gritó, ambos volteamos a ver a todos lados para asegurarnos que no estábamos llamando la atención– ¿has perdido la cabeza? –Preguntó en un susurro– ¿cómo se te ocurre que lo vamos a involucrar en esto? ¡Nos delatará en cuanto se lo propongamos!
–Tranquilo–comenté y avanzamos un poco más en la fila–, nunca le diremos exactamente lo que hacemos, le haremos creer que es un trabajo de práctica para la carrera, sería muy normal si estamos tomando ingeniería en sistemas ¿no?
Por la cara de mi amigo, parecía que le acababa de proponer que se cambiara de nombre, sin embargo, sabía que estaba a punto de convencerlo.
–Detesto cuando tienes ideas así–apuntó–. A veces pienso que no te interesan las consecuencias que tendrán para mí.
Continué mirándolo con ojos suplicantes, faltaba tan sólo una persona más en la fila para que llegara nuestro turno de registrarnos.
Suspiró.
–Bien–gruñó.
Oculté mi emoción y me giré para hablar con la señorita que estaba tras la mesa de registro.
– ¡Hola! –Saludó con amabilidad–Sean bienvenidos estudiantes de primer año ¿quieres darme tu nombre y carrera para buscarte en la lista?
–Sí, amm, soy Esteban Espadas.
–Bien, Esteban ¿en qué carrera estás?
–Verás–comencé–, me registré hace un mes en la carrera de psiquiatría pero... me preguntaba si... si fuera posible cambiar de carrera.
La señorita me miró menos sorprendida de lo que pensé, incluso me pareció que le divertía mi petición.
– ¿Estás seguro? –preguntó.
–Sí, lo pensé bien y psiquiatría no es para mí.
–De acuerdo–suspiró– ¿qué carrera elegirás? Debo advertirte que quizá no haya espacio en la que quieres.
– ¿Qué tal ingeniería en sistemas?
La joven revisó sus hojas con detenimiento por un minuto, las manos me sudaban a chorros, era casi como estar frente a la computadora esperando que el sistema de seguridad de alguna empresa cediera.
– ¡Vaya! –Dijo al fin–tienes suerte, quedan tres espacios en esa carrera.
– ¡Genial! –exclamé.
Ella comenzó a escribir algunos datos en una hoja titulada "Ingeniería en Sistemas" mientras me advertía:
–Debo decirte que tendrás que rehacer todo tu horario. Para este punto, las mejores horas ya deben estar ocupadas, así que tendrás los peores horarios con los peores maestros. El límite para cambiar de carrera es septiembre quince, por si quieres tenerlo en cuenta.
Me extendió una tarjeta con mi nombre y clave estudiantil, la tomé bastante agradecido.
–Muy bien. Muchas gracias, de verdad y... lamento las molestias.
–Está bien–comentó restándole importancia–, pasa más a menudo de lo que piensas–miró luego a Felipe–. Supongo que tu amigo querrá cambiarse de carrera también ¿no? Los vi cuchicheando en la fila.
Felipe y yo mostramos una tímida sonrisa y asentimos con la cabeza.
–Sí, por favor–pedí.
Realizó el mismo procedimiento con mi amigo y le dio las mismas advertencias. Al final le agradecimos su paciencia y nos marchamos a paso acelerado.
–Más te vale que funcione–amenazó Felipe por el camino–, o tendré que voltearte la cara de un trancazo.
–Ten calma–lo tranquilicé–, todo estará bien.
Por desgracia para mí, mis palabras salieron sin mucha convicción y la duda comenzó a plantarse en mi cabeza.
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