CAPÍTULO 3: UN APOYO INESPERADO

CAPÍTULO 3: UN APOYO INESPERADO

Sebastian llegó a la sala de los Warblers cinco minutos antes de que comenzara el ensayo. Sabía que allí estarían el resto de seniors hablando sobre lo ocurrido con Blaine. Él no iba a mostrar que le interesaba saber si el ex alumno de Dalton estaba bien pero quería tener suerte y poder escuchar algo en las conversaciones de sus compañeros.

Cuando entró vio a Nick y Trent mirando constantemente sus teléfonos mientras charlaban de la clase de historia. Se sentó en otro sillón, apartado de ellos y sacó su propio móvil para jugar al Angry Birds. Eso sí, siempre pendiente de lo que allí ocurría.

Jeff entró sofocado, como si hubiera corrido y detrás de él, Thad y David. Los tres se sentaron junto a sus amigos.

– He hablado con Kurt... Bueno, él me ha pasado a una amiga suya porque él no podía hablar... Una tal Santana, no sé quién es... – El rubio contaba. Smythe sabía de quién hablaban, se había enfrentado a ella el año anterior. – Blaine está vivo y es lo único bueno que puedo decir.

– ¿Qué quieres decir? – Duval lo miró intrigado.

– Lo han violado, lo han agredido y está roto. Se ha ido de casa de sus padres, ha dejado New Directions y ha terminado su relación con Kurt. – Sterling siguió.

– ¡¿Qué?! – Nixon no daba crédito a lo que escuchaba.

– Lo sé, yo también me sorprendí. Pero al final Blaine no está bien y eso es lo que importa. He intentado llamarlo, por lo que me han dicho sigue con su número de siempre, pero no me responde. Creo que tampoco confía en nosotros. – Jeff aclaró.

– ¿Os extraña? – Sebastian se atrevió a hablar por primera vez. – Diez días tardasteis en daros cuenta de que no estaba en casa... ¿Acaso os ha importado alguna vez?

– Pensamos que estaba muy ocupado con sus labores de presidente, nunca pensamos que le habría pasado algo malo. – David comentó.

– Todos teníais una excusa, algo muy oportuno. Mientras vosotros aliviáis vuestra culpa con esas excusas, él no tiene ninguna excusa con la que consolarse. Él sólo tiene el recuerdo de diez días en manos de esos monstruos que podrían haber sido menos si tan sólo una de las personas que se supone que lo quiere se hubiera dado cuenta de que no estaba. – El castaño sabía que estaba haciéndoles daño pero él no podía evitar ponerse en la piel de Blaine. No paraba de pensar que a él le podría haber pasado y que a él hubieran tardado más tiempo en extrañarlo.

– No sé por qué discutís por alguien que no tiene nada que ver con nosotros. – Hunter entró. – Somos Warblers y él es un miembro de la competencia. No nos debería importar. Si está triste es algo que nos puede beneficiar. Comencemos el ensayo.

***

Sebastian estaba conduciendo hacia su casa mientras escuchaba música. Estaba a punto de llegar cuando distinguió una figura que le resultaba familiar. Bajó la ventanilla del coche y se puso a su altura, disminuyendo la velocidad.

– ¿Qué se te ha perdido por aquí? – El castaño preguntó. Blaine se volvió asustado pero se relajó al reconocerlo.

– A casa, vivo aquí cerca. – El moreno señaló hacia el frente. – ¿Y tú?

– Yo también vivo por aquí. ¿Te llevo?

– No, gracias. Ya casi he llegado.

Smythe aceleró y se abrió la puerta de acceso al jardín de una de las casas que estaban en la misma acera por la que paseaba el ojimiel. El coche entró en el terreno que daba acceso a la casa mientras Anderson seguía caminando.

Sebastian paró el coche frente a la puerta del garaje sin aparcarlo en su sitio habitual, tenía otras prioridades. Salió corriendo hasta la puerta y vio que el estudiante del McKinley acababa de pasar.

– ¡Blaine! – El castaño lo llamó. El moreno se volvió y lo miró intrigado. – Yo... Mis padres tienen una cena y... No quiero estar solo... Tal vez tú me harías el favor de...

Los ojos de ambos chicos se encontraron. El más bajo sabía que el otro no temía estar solo pero que se preocupaba por él, que lo hacía por él. No pudo evitar una ligera sonrisa y se sintió extraño. Hacía días que no sonreía porque no tenía motivos para ello. Sin embargo, para el estudiante de Dalton esa sonrisa supuso la muestra de lo mal que estaba el otro. Esa supuesta felicidad no se reflejaba en esos ojos que estaban hasta más oscuros de lo habitual, reflejo del alma atormentada que estaba tras ellos.

– Podría hacerte ese gran favor, no veo por qué no. – El ojimiel respondió, intentando aparentar normalidad pero sin engañar al otro. Realmente era él quien necesitaba esa compañía.

– Vamos dentro.

***

Sebastian hablaba de las cosas que pasaban en Dalton mientras Blaine simplemente lo escuchaba. El moreno no quería hablar de nada que tuviera algo que ver con el McKinley y mucho menos de lo pasado en los últimos días. Los dos estaban cenando tranquilamente, sin tocar temas polémicos. Sólo eran dos jóvenes intentando pasar un buen rato. Cuando estaban en el postre, el teléfono móvil del ojimiel sonó. El más bajo miró la pantalla y colgó sin responder.

– ¿Quién es? – El castaño preguntó intrigado.

– Mi madre. Lleva todo el día llamándome y mandándome mensajes. – El estudiante del McKinley comentó.

– Entiendo que no hables con ella por todo lo que ha pasado pero está preocupada por ti. Tal vez deberías responder para que sepa que estás bien. – El ojiverde susurró.

– No sé si estoy preparado para perdonarla.

– No lo hagas, nadie te dice que la perdones. Pero sí puedes decirle que estás bien. No la escuches, no dejes que hable. Simplemente dile que estás bien y que estás en casa de un amigo. Con eso será suficiente. – El más alto señaló el teléfono con la mano y Anderson supo que debía hacerle caso.

El más bajo se levantó y se fue al salón para estar a solas. Buscó a su madre en la lista de llamadas perdidas y llamó. En menos de un segundo la voz de su madre sonó, angustiada y preocupada.

– ¿Blaine?

– Mamá, no digas nada. No quiero escuchar lo que sea que me tengas que decir. Te llamo para que no te preocupes, estoy bien, estoy cenando en casa de un amigo que vive cerca de la casa del abuelo. Mañana volveré a llamarte para decirte donde estoy pero no quiero que me digas nada. Si en algún momento estoy preparado para escucharte, yo mismo te lo diré. Hasta mañana.

El moreno colgó y se quedó unos segundos allí, mirando al vacío. Sabía que estaba siendo un poco duro con su familia pero se sentía tan abandonado que no podía volver a su vida anterior. Tal vez Sebastian representaba el cambio que necesitaba. Nuevas personas a su alrededor que tal vez lo valoren y amen más.

***

Blaine y Sebastian estaban viendo una película en la televisión. El moreno estaba tumbado en un sillón y el castaño en otro. Sin embargo, antes de que acabara, el ojimiel se quedó dormido, producto del cansancio acumulado después de tantos días sin dormir. El más alto tenía dudas, no sabía que hacer. Por un lado le gustaría que se quedara a dormir pero por otro lado no quería despertarlo. Al final decidió que lo llevaría él en brazos.

Pronto descubrió que eso no era tan fácil hacerlo como pensarlo. El cuerpo del más bajo pesaba más de lo que pensaba, subir las escaleras fue casi imposible y le pareció increíble cuando por fin lo tumbó en la cama sin que se despertara. Decidió quitarle los zapatos pero le dejó la ropa. Lo tapó con una manta y caminó hacia la puerta. Antes de salir de la habitación, se quedó mirándolo. Se veía que no tenía un sueño tranquilo pero él no podía hacer nada. Ojalá pudiera entrar en sus sueños y protegerlo de todo.

***

Sebastian estaba recogiendo todo cuando sus padres llegaron. El menor fue a reunirse con ellos. Su madre estaba quitándose el abrigo y su padre entraba al salón. Ella era rubia, con ojos verdes, muy parecida a su hijo y él estaba calvo, tenía los ojos azules y la misma sonrisa que su hijo.

– Mamá, papá. ¿Qué tal la cena? – El menor se acercó a ellos.

– Muy bien, todo estaba delicioso y los señores Graham te mandan recuerdos. – Sandra informó.

– ¿Por qué tanta amabilidad? – Joseph cuestionó.

– Tengo algo que contaros pero no os enfadéis hasta que os lo cuente todo. Un amigo se ha quedado a dormir.

– ¡Sebastian! Cuantas veces tenemos que decirte que no puedes traer chicos a casa. Sabes que es una prohibición que tú mismo te ganaste al traer a tus ligues aquí. No puedo controlar lo que haces, no puedo prohibirte nada pero no voy a facilitarte las cosas. – La señora Smythe estaba enfadada.

– Lo sé mamá y creeme que sabía que os molestaría, más cuando lo conozcáis mañana y os deis cuenta de que es gay. Se quedó dormido y no quería despertarlo...

– Eso no es excusa. Pusimos esa norma porque era necesaria, no puedes hacer lo que te de la gana. – El padre se mostró serio.

– Lo sé pero es un amigo que está pasando un momento difícil. Tal vez tú hayas oído hablar de él. Su nombre es Blaine Anderson.

Joseph se quedó mirando a su hijo. Claro que había escuchado ese nombre, esa misma mañana en el trabajo. Le habían entregado el informe del caso, sabía por lo que ese chico estaba pasando.

– No sabía que es amigo tuyo. – El mayor comentó.

– No lo es... No exactamente, es más bien un conocido. Pero lo vi tan solo que no pude evitar ayudarlo.

– Por mí como si es el mismísimo Príncipe de Inglaterra. Tus amigos no pueden dormir aquí salvo que nosotros los conozcamos y sepamos que no te vas a acostar con ellos. – La madre exclamó.

– Tranquila, Sandra. No va a acostarse con él. – El padre aclaró. – No puedo contarte nada porque es algo relacionado con mi trabajo pero mañana en el desayuno te darás cuenta tú misma. Ahora todos a dormir que es muy tarde.

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