Capítulo XII

Aquella noche se dejaron llevar por la pasión y el deseo, que les consumía por dentro. No dejaron ni un centímetro de piel por descubrir. Williams la tomo en brazos, y como si fuera la primera noche en su matrimonio, la hizo suya, haciéndole el amor hasta el amanecer. Para Lesslie era la culminación de sus deseos, tantos meses escondidos y guardados en su corazón. Si iba a morir, al menos sabría que él la amaba. Su entrega fue completa y sincera. Y aunque aquella primera vez fue dolorosa, por la incursión en su interior, del miembro viril de Williams, se sintió feliz, por haberle entregado su virginidad, al único hombre que ocupaba su corazón y amaría siempre.

Pocos días después Harold se atrevió a pedir en matrimonio a Margaret y celebraron una gran cena donde todos bailaron al compás de las gaitas.

Alex y Williams tenían una agenda muy apretada, con visitas de jefes de otros clanes, a puerta cerrada, para que nadie les interrumpiese, y menos aún, supiesen sus planes. La vida en el castillo parecía volver a la normalidad, pero aquello era tan solo un espejismo, que pronto se desvanecería.

Su felicidad fue efímera, apenas duraría un mes, con sus noches y sus días llenas de pasión. Una nueva carta de su tío, esta vez, mucho más amenadora, que las anteriores. Le exigía que se presentase en su castillo,  antes de una semana, portando con ella la bandera de los McGregor o tendría que atenerse a las consecuencias, a manos de los McCall.

Sabía muy bien, de lo que era capaz de llegar a hacer su tío, por tal de conseguir lo que quería. Se mancharía las manos con la sangre de su propia familia, sin ningún escrúpulo, por conseguir su objetivo final. Dominar las islas del norte y cualquier barco que pasase por ellas.

Aquel día había amaneció realmente oscuro, una gran tormenta se cernía sobre las tierras cercanas al castillo de Asghar. Pero la peor de todas, estaba en el corazón de Leslie. Con la vida de su padre y sus hermanos en sus manos, ya no podía permitirse el lujo de ser feliz. Debía recibir noticias de la Corte en breve, pero la carta no llegaba, así que no podía perder el tiempo. Se encerró en la habitación dándole vueltas a todo el asunto. En un momento dado su mirada se quedó clavada en el cabecero de la cama, donde se encontraba escondida la bandera.

Mildred y Sandra le habían contado miles de veces la leyenda de esa bandera, que estaba protegida por el reino de las hadas, con un hechizo que mataría a cualquiera que osara tocarla, y no perteneciera al clan de los McGregor. Dicha persona sería atravesada por un rayo y caería fulminada al instante.

Aquella muerte le pareció liberadora, Leslie, ante la perspectiva de caer a manos de su tío, quien seguramente la torturaria, para sacarle sus secretos antes de morir. Jamás traicionaría Williams, ni a su Clan.

Un gran relámpago, seguido de un sonido ensordecedor, la asustó, parecía como si la naturaleza supiese lo que estaba pensando y lo que iba a hacer a continuación. Se acercó al cabecero coloco sus manos en el centro del blasón y apretó con fuerza. No tardo en escuchar el crujido de la madera, y cómo se abría un lateral, para mostrarle la caja donde se encontraba dicha bandera. Su cuerpo se estremeció y tembló ante un nuevo relámpago que iluminó la habitación, pero aún así, siguió adelante, sacando la caja de su hueco. La colocó sobre la cama; era más pesada y alargada de lo que se había imaginado.

Leslie respiró profundamente para calmar sus nervios, ante ella estaba lo que su tío tanto ansiaba. Y lo que la mataría, sí la leyenda se cumplía cuando la tocase. Acaricio con la yema de los dedos los bordes, sintiendo en ellos algo que podía llegar parecerse a la magia de las Hadas. Habían pasado tantos siglos, y aún hoy, seguía siendo venerada. Una reliquia que debía ser protegida con la vida. Aquella caja, aunque simple, estaba bellamente adornada, con incrustaciones de hueso, oro, plata y alguna piedra preciosa. En dos de los laterales, encontró unas rendijas, en las que pudo introducir uno de sus dedos, y apretando con ambas manos, sonó un resorte, haciendo que la tapa de ésta, se separase del borde.  Ante ella apareció una bella tela, algo desgastada por el tiempo, pero no por ello menos bella . Desprendía un brillo especial, con la luz de las velas. Parecía una gasa translucida, con tonos anaranjados y amarillentos. Imaginó, que a la luz del día, aquella tela tendria reflejos como los rayos del sol sobre el mar. Un gran trueno hizo retumbar las piedras del Castillo, lo que estaba haciendo, no era lo correcto, y Leslie sintió que la estaban advirtiendo del peligro que corría si continuaba por ese camino. Ella retiró sus manos de la caja, como si le hubiera dado una descarga. Pero tan solo lo hizo para poder seguir contemplándola. Mirándola con más detalle, se dio cuenta de que ya había visto esa tela antes, o al menos, era muy parecida.

Se dio la vuelta, y abrió uno de sus arcones, donde guardaba sus vestidos. Rebuscô en ellos, hasta que la encontró, era un velo, con los mismos tonos que la bandera. Fue un regalo que le hizo Fedra, el día de su boda; le dijo que había pertenecido a su madre, y que está la había recibido de su abuela. Se acercó con aquella tela entre las manos y la colocó, justo al lado de aquell estandarte, y apenas podían distinguirse. Sólo si alguien hubiera visto y tocado la verdadera, podría saber que aquella tela no era la mismísima bandera de los McGregor.

Ante aquella nueva perspectiva, le hizo albergar en su interior, que cabía la posibilidad de engañar a su tío, con aquella tela. Pero antes debía tocarla para saber si su tacto era el mismo. Poniendo una mano sobre el velo y cerrando los ojos, para posar la otra sobre la bandera, rezo rezo con la esperanza de que la leyenda no se cumpliera. Sin saber que los ojos llenos de ira y dolor la observaban detrás de ella.

— ¡¡Cómo has podido engañarme, de esta manera tan vil y mezquina!!

En el último relámpago con su correspondiente trueno, la puerta se había abierto, y ella no se percató hasta que fue demasiado tarde.

— ¡¡Williams!! No es lo que parece.

— Lo que parece está muy claro para mí. Me has mentido, me has engañado y me has utilizado. Nada de lo que me digas me rara cambiar de opinión.

— Williams, déjame explicarte, Yo sólo... — suplicó con lágrimas en los ojos, mientras él la apartaba de la cama.

— Has profanado y ultrajado lo más sagrado para mí, y para mí Clan. No tendré piedad contigo, ni esperes mi perdón.

Con el corazón roto en mil pedazos, sus gritos alertaron a sus hermanos, Alex y Margaret. qué se encontraban en el pasillo, para dirigirse a sus aposentos. Pronto aparecieron en la habitación, instantes después de que Williams  guardase, de nuevo, la caja letras del cabecero. Leslie cayó al suelo de rodillas, suplicando que le escuchase antes de juzgarla.

— Quiero que desaparezcas de mi vida lo antes posible, no pienso dejar que permanezcas en este castillo, ni un segundo más. Mandaré a tu criada que recoja tus cosas y esta misma tarde partidas hacia el castillo de Sherwood.

— ¿Que ocurre hermano? ¿Porque estáis así?

— Leslie es una mísera traidora. Y no merece ser escuchada. ¡¡llevaosla!! y apartarla de mi. O no respondo de mis actos.

Margaret corrio para auxiliarla, aún seguía tirada en el suelo, envuelta en un mar de lágrimas cuando le ofreció su mano para que se incorporarse.  Alex prefirió quedarse con su hermano, para calmarle e intentar entender que es lo que había ocurrido, en la alcoba de su hermano.

Leslie se negó a hablar con Margaret. Aunque ésta no ceso en su intento, de comprender e intentar entender, que es lo que había ocurrido. Ella se mantuvo en silencio y solo le pidió que la acompañase a su antigua habitación.

— Margaret, tan solo te pido que me creas, cuando te digo, que jamás os traicionaría. Ni a Williams, ni a vuestro Clan. Que moriría antes de....  poneros en peligro.

Su voz sonaba temblorosa, no tenía fuerzas para seguir viviendo. Después del desprecio que vio en los ojos azules de Williams, sabía que su amor había llegado a su fin.

— ¡¡Por todos los santos, Leslie!! ¿Que ocurrido? ¿Qué has hecho, que sea tan grave, como para que Williams se comporte como un animal herido?

— Lo que ha corrido es que me he enamorado de tu hermano. Y lo que he hecho, es imperdonable.

— ¡Que Dios te proteja y ampare! Espero que sea lo que sea que has hecho, pueda remediarse.

— No lo creo posible. Necesito que me ayudes, primero prométeme que cuidarás de él, cuando me haya ido. Después, que seguirás con tu vida y te casarás con Harold, ocurra lo que ocurra, a partir de hoy.

— Te lo prometo, pero... ¿en qué necesitas mi ayuda?

— Me gustaría enviar una carta a mi padre, para avisarle de que me dirijo al castillo de mi tío Cedric. — Margaret afirmó con la cabeza  y siguió con la mirada a Leslie  cuando se acercó a uno sus arcones, y saco un paquete de pergaminos atados con un lazo — También necesito que guardes unas cartas y que se las entregues a Williams, si me llegase a ocurrir algo.

— Tus palabras me asustan. ¿Acaso tu vida corre peligro?

— Margaret, eso no importa... ahora ya no... Tan solo prométeme que lo harás que se las entregarás y que le obligarás a leerlas, por favor, ¡prométemelo! — su corazón se rompió en el mismo instante que el de Williams, y se sentía muerta en vida. Ya nada le importaba.

Sus súplicas y sus lágrimas conmovieron el corazón de Margaret, y aceptó. Y no hizo ninguna pregunta más. Tomo en sus manos aquellas cartas, y se las llevó a su habitación. Eso fue la última vez que vio a Margaret antes de partir, horas más tarde,, acompañada tan solo por Harold, Freda y una docena de hombres.

El viaje duraría entre una semana y quince días, que bajo las intensas lluvias, se convirtió un completo infierno para todos. Leslie apenas comió y descansó, en el camino. Parecía estar ansiosa por llegar, lo antes posible, a su destino. Hasta que atravesó  el puente levadizo de Sherwood.

Allí fue recibida por un colérico Cedric que tiró de ella como si fuera un muñeco, y la arrastró hasta el interior del salón. Harold estuvo tentado de desenvainar la espada, para defenderla, pero Fedra le pidió que no lo hiciera, y que se marchase cuanto antes del Castillo. Pues estaban en peligro, en aquel lugar, rodeados de los hombres del clan MacDuggall.

Mientras tanto, cinco días más tarde de su expulsión repentina, se recibió una carta, con el sello real. fue entregada, en el castillo de Asghar a Williams. Ante la ausencia de su destinatario, él la abrió.

Alex y Margaret estaban a su lado, cuando comenzó a leer la carta. Al principio Williams no daba crédito a las palabras que allí se mostraban. Leslie había conseguido que el rey enviara a parte de su ejército, a las tierras del norte, a los Highlands, para proteger las islas y sus habitantes, de Cedric Mac Duggal y de los  McCall. Además, instaba a todos los clanes de los alrededores a defenderse, y dirigirse hacia el castillo de Sherwood para su asedio y derrota.

— ¿¡Leslie!? Dios, Perdóname. ¿Que he hecho?¿Que he hecho?

Sus hermanos se abalanzaron sobre él para auxiliarlo,  cuando lo vieron caer al suelo de rodillas. No entendían nada, del desazón de su hermano, hasta que leyeron la carta.

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Estoy escribiendo a toda máquina, espero que os guste, porque os aseguro que mi cabeza está a punto de explotar jejeje.

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