Capítulo VIII

La conversación entre ambos fue fluida. Y tan solo fue interrumpida cuando llegó uno de sus capitanes y le pidió hablar a solas. Poco después Williams apareció con una carta del padre de Leslie.

—,Gracias. — la tomo en sus manos algo indecisa, y decidió guardársela, en un pequeño bolsillo que tenía en la falda.

— ¿No la vas a leer?

— La leeré después de comer, quiero escribirle unas letras, así que aprovecharé cuando me retire a descansar, para hacerlo.

— Está bien.

Aquella respuesta estaba llena de interrogantes pero Williams no le volvió a preguntar.

Por la tarde se retiró a sus aposentos. Y abrió la carta, leyó con angustia las palabras de su padre, hablando de los McCall, un grupo de guerreros mercenarios, que se vendían al mejor postor, y que acosaban las tierras de su padre, desde hacía ya mucho tiempo. Los Mackenzie no eran nada, comparado con ellos. Eran hombres sin tierras, se habían apoderado de un castillo, a la Fuerza, hacía unos cuantos años atrás . Deseaban las tierras que poseía su familia, al este de Lexington para agrandar así su territorio. Greenhouse era la única posesión de la madre de Leslie, fue la dote que le entregó su familia materna, cuándo se casó con su padre.
Todo aquel que se enfrentaba ellos acababa muerto e incluso el rey les temía, le habían ayudado contra los ingleses, y les había prometido algunas tierras, pero no les pareció bastante y ahora se dedicaban atacar a clanes pequeños para quedarse con sus propiedades.

En la carta le explicaba que tan sólo con la ayuda de su tío Cedric podría hacerles frente, puesto que él no tenía ningún ejército para defenderse. Debía cumplir su promesa y encontrar la bandera y un pasadizo, si no lo hacía, su tío se negaría ayudarlo, y eso traería graves consecuencias para su padre y a sus hermanos.

Después de descansar y ordenar sus ideas, decidió bajar a la cocina para hablar con Sara y darle algunas pautas, para la cena, quería que aquel día fuera algo diferente y especial, dado que esperaba con ansias poder conocer a la hermana de Williams personalmente.

Mantenerse ocupada la obligaba a no pensar demasiado en su obligación hacía su clan y su Familia. Pero debía seguir buscando aquello que tanto anhelaba su tío.

Aunque con reticencias,  Margaret, al final, accedió a dejar la Torre, para cenar con sus hermanos y su cuñada. Se sentía acomplejada, aquel accidente de caza le había marcado su rostro, y lo ocultaba tras una máscara de cuero, que le cubría la mitad de la cara. Sus cabellos eran dorados y rizados, su único ojo visible era tan azul, como los de sus hermanos. Era una mujer tan menuda como Leslie y también tenía un porte elegante y delicado como ella.

Quizás sus similitudes físicas, también podrían ser compatibles en gustos y aficiones, ¿Podrían ser amigas? casi eran su misma edad. Margaret respiró profundamente antes de bajar las escaleras de la Torre y deslizarse hacia el salón.

— Bienvenida hermanita. — Alex fue el primero que la saludó, al pie de la escalera. — Me alegra mucho que hayas aceptado la invitación, de Leslie y Williams.

— He de confesarte que estoy muy nerviosa. — intento poner una sonrisa en su rostro, pero fue imposible. — no me gusta que me mire la gente y...

— Querida hermanita, te miran porque eres todo una belleza, aunque tú no lo creas. — Alex se acercó a ella con mimo y cogiendo la del brazo la dio un beso en la única mejilla descubierta de su rostro.

— No me dejes sola, acompáñame hasta la mesa, por favor. — le suplicó Margaret.

— Por supuesto. Para mí será un gran honor, acompañar.

Aquella muestra de cariño fraternal, no pasó desapercibido para los ojos de Leslie. Sintió algo algo de celos de aquel acto tan hermoso. Cuánto había echado en falta ese gesto de sus propios hermanos.

— Leslie, aquí tienes a mi querida hermana Margaret. Confío que os llevareis muy bien. Cuando os conozcáis un poco.

— Gracias por tu invitación.

— No hay nada que agradecer, vos sois la hermana de mi marido, y deseaba conoceros.

— Lo mismo digo señora.

— ¿Por favor, podemos tutearnos? somos casi de la misma edad, llámame Leslie, sólo Leslie.

— Está bien Leslie, en ese caso, llamadme Margaret. — ambas sonrieron.

Leslie tomo la mano temblorosa de Margaret entre las suyas, y acariciándolas suavemente la reconfortó.

— Espero que podamos ser buenas amigas.

Williams se acercó a su hermana poco después, y también le agradecido su presencia, después de tantos años de ausencia, en el salón, dándole un beso en la mejilla.

— Leslie quiere hacer cambios en el castillo, pero nuestro jefe y hermano, no la ha dejado... espero que entre las dos, lo consigáis. — guiñándole el ojo de forma guasona a Leslie y sonriendo a su hermano.

— No malinterpretes mis palabras, tan solo le dije que en asuntos como éste. Margaret es la que está encargada de ello.

Parecía como si su hermano se burla se de él, confabulando se con su esposa e intentando complacerla. También sabía que lo estaba haciendo para romper el hielo y confraternizar e intentar que fluyera una conversación animada, entre las dos mujeres. Hablar de moda, telas y decoración, era algo normal entre féminas, y su hermana llevaba mucho tiempo aislada del mundo.

— ¿Cambios? ¿Que cambios?

— He pensado en hacer pequeños cambios en.. nuestra alcoba, para hacerla más cómoda y más acogedora — Leslie titubeo al decir "nuestra" no se sentía todavía en su casa, pero lo intentaría, al menos en apariencia, lo intentaría.

— Sería estupendo dar un aire nuevo a las habitaciones de la Torre del hada, me encantaría ayudaros — Margaret tuvo un pequeño atisbo de brillo en su rostro. Ilusión por algo nuevo y diferente, a la monotonía de todos los días. —¿ En qué habías pensado?

— Pues... quisiera tener un tocador con un espejo, cerca de la ventana. También había pensado en cambiar los cortinages y cojines a juego.

— Creo que te puedo ayudar, tenemos algunos muebles guardados, entre ellos un tocador precioso, que te gustará. Y... — comentó Margaret y mirando con su único ojo a su hermano y colocando en su boca una pequeña sonrisa continúo. Aquel pequeño gesto, cambio de actitud y en la voz de su hermana, hizo que Williams sintiera felicidad, y a la vez, algo de temor por los cambios en sus aposentos. — he reservado unas telas de color lavanda y rosa, creo que son tus colores favoritos ¿No es así Leslie?

— ¡¡Oh si!! me encanta el rosa.

Leslie había notado la burla que había hecho su hermana hacia su hermano, sobre todo los colores que había elegido. La cara de Williams debió ponerse pálida, blanca como el mármol, ambas se miraron y rompieron el silencio incómodo, con una gran carcajada. Éso hizo, que todos los comensales se fijaran en ellas e incluso sonrieran como si supieran de que se reían.

— ¿Estás de acuerdo querido Williams? — pregunto Margaret con sorna.

— NO, por supuesto que no. ¡No lo permitiré! — Contestó frunciendo el ceño enfadado.

— Es tan solo una broma, mi Señor. No lo toméis tan en serio. — ella tragó la saliva con dificultad. Por aquella respuesta tan seca y brusca, de su marido.

— Leslie tranquila, mi hermano no está enfadado, no te creas todo lo que ves. — en esta ocasión fue Margaret quién reconfortó el nerviosismo de Leslie.

La risa y la felicidad es contagiosa, y pronto todos en el salón compartían su felicidad, por volver a estar juntos como una familia.

***

Conocer a Margaret hizo más llevadera la vida en el castillo. durante los días y semanas siguientes, ambas mujeres, organizaron a las limpiadoras, lavanderas y costureras, para realizar los cambios que habían pensado en la alcoba principal y también en el salón. La vida en el castillo de Asghar parecía renacer de nuevo. Durante los años de guerra, se había vuelto triste y oscuro pasear por sus pasillos, pero la decoración y los colores elegidos, parecían transmitir serenidad y armonia a todos sus habitantes, incluído el Jefe del clan.

Una tarde, Williams se acercó a Leslie, que de nuevo estaba en la chimenea leyendo un libro, él mismo, con el que la había encontrado días atrás.

— ¿Tan solo tenéis un libro para leer? — ella se sobresaltó, pero con vergüenza agachó la cabeza, y la agitó de forma​ afirmativa.

— Para mí tío, los libros, no son importantes, y en mi ajuar, tan solo pude llevarme éste, que pertenecía a mi madre.

— Ven, quiero mostrarte algo. — él extendió su mano y ella aunque dudo en tomarla, al final lo hizo.

Mientras Williams le apretaba la mano con fuerza, y tiraba de ella, mientras subía las escaleras de la Torre del hada, miles de pensamientos y sensaciones brotaban de su cuerpo, haciéndola creer que algo había cambiado en esas últimas semanas ¿Conseguiría el cariño y el afecto del jefe del clan MacGregor?.  Desde la última conversación íntima que tuvieron, ninguno de los dos se había atrevido a conversar.

Había pasado unas semanas desde la cena, con los hermanos de éste. En especial con Margaret, se había fraguado una gran amistad. Era buena conversadora, a la vez que veía con gran pesar como cada vez que intentaba que se quitará la máscara que escondía su rostro; que estaba curado desde hacía mucho tiempo, ella se negaba una y otra vez a mostrarlo a cualquiera que no fuera de su familia. Tan solo lo había hecho con ella. Por la confianza que había depositado en ese breve espacio de tiempo en Leslie, ella lo había conseguido. Agradecida por esa confianza Leslie le ofreció su ayuda para mejorar su apariencia gracias a pequeños trucos de belleza que aprendió en la corte y por su conocimiento en hierbas y unguentos para las heridas.

Ahora él dormía en su lecho, a su lado, cada noche. Se hacía la dormida para no inquietarle, ni molestarle en su descanso. Cuando creía que Williams estaba en los brazos de Morfeo, ella se movía despacio y sigilosa, para observarlo; recorría con su mirada, cada músculo de su cuerpo e incluso se atrevía a tocarlo con las llenas de sus dedos. En la quietud de la noche ya la luz de las velas Leslie se sentía más libre de poder hacer lo qué su mente y su cuerpo le pedía acariciarlo la reconfortaba y la excitaba, al mismo tiempo.
Rememoraba una y otra vez aquel profundo y ardoroso beso en la despensa. Y se conformaba con cerrar los ojos y soñar con que algún día, podría volver a tocar aquellos labios, que tanto deseaba besar de nuevo.

Pasaron a una sala, en la primera planta de la Torre. Era la primera vez que se le abrían las puertas de aquella estancia, tan solo Williams y sus hermanos tenía las llaves. Era una habitación rectangular, con una gran mesa alargada y grandes sillas a su alrededor.  En una de las paredes, grabado en la piedra, el escudo de los MacGregor,  presidía con solemnidad aquel lugar.

— ¿ A dónde me llevas?

— Una de mis pasiones es la lectura, y en este castillo tenemos una gran biblioteca que ha ido aumentando, con los años, por generaciones de McGregors. De entre estas puertas, la de más a la izquierda, es la biblioteca.

— Señor, mi Señor. — Harold llamó su atención, justo antes de abrir la puerta.

— ¿Qué quieres?

— Acaba de llegar una carta de los Mackenzie.

Williams le pidió disculpas y se marchó, dejándola allí, en aquella sala de reuniones.

Al abrir la puerta que le había indicado, como la biblioteca, encontró a Margaret rascándose la cabeza, ceñuda y mirando unos libros sobre una pequeña mesa.

— Te veo muy preocupada, ¿Puedo ayudarte? — Margaret levanto la cabeza de los papeles, y dio un gran soplido de frustración.

— Nunca se me han dado bien los números, y llevar las cuentas del Castillo me supone un gran esfuerzo.

— A mí me encantan los números, quizás podría aliviar tu trabajo,  si pudiera ayudarte.

Leslie se ofreció voluntaria, para echarle una mano aún agobiada Margaret. En la corte llevaba varios libros de cuentas, y la reina, estaba muy agradecida por ayuda.

— Te lo agradezco mucho, pero, No sé...

— Qué tal hermanita, ¿Cómo van tus cuentas? — Alex interrumpió en la biblioteca con una gran sonrisa.

— Pues no muy bien, pero, Leslie se ha ofrecido a ayudarme.

Ambos hermanos se miraron durante un instante y Leslie supo el porqué de sus dudas. Ella era una Mac Duggal y aunque hasta entonces se había portado muy bien con ellos, tan solo habían pasado tres meses de su boda, y mostrarle las cuentas a alguien, que sabían que iba a regresar con su familia, después de su matrimonio a prueba, no era muy lógico que manejase sus cuentas.

— Antes, deberíamos consultarlo con Williams — sentenció Alex.

— Lo entiendo, cuando lo hayáis consultado. Avisadme, estaré encantada de ser útil, mientras permanezca en este castillo.

La mirada de Margaret hacia Leslie fue compasiva ante el significado de sus palabras. Leslie se dirigió hacia unas estanterías llenas de libros leyó varios títulos y se quedó muy sorprendida, del número y la variedad que allí tenían. Muchos de ellos, ni siquiera la Biblioteca de la Casa Real los poseía.

Aquella misma noche después de la cena Leslie se encontraba algo nerviosa porque no había vuelto a ver a William desde la intervención de Harold. Para calmar sus nervios pensó en regresar a la biblioteca y tomar en alguno de esos libros, para leerlo en su alcoba. Tenía algo de reparo por salir con la camisola, por aquel pasillo hasta la biblioteca, pero no estaba muy lejos, y tan solo tendría que bajar unas escaleras, entrar allí, tomar un libro y regresar. Como mucho, le llevarían unos minutos. Habían pasado unas cuantas horas desde la cena, así que la mayor parte del servicio del Castillo estarían durmiendo, por lo que al final, decidió salir.

Camino de puntillas, entro en la primera sala, la de reuniones, y cuando iba a abrir la puerta de la biblioteca, unos brazos fuertes, la girarón y la atraparon. Quiso gritar, pero una mano tapo su boca.

— ¿Qué estás haciendo aquí?

La voz era la de Williams y eso tranquilizó Leslie, pero el corazón le iba a mil por hora. La proximidad de sus cuerpos la volvía vulnerable, a un cúmulo de sensaciones, a los que no estaba acostumbrada.

— Vine a buscar un libro. — apenas pudo balbucear Leslie, debajo de la mano de Williams.

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