Capítulo I

2 años de conflictos en las tierras de los Highlands, eran demasiados muertos en ambos bandos y Escocia no se lo podía permitir más derramamiento de sangre, teniendo a sus enemigos ingleses en sus fronteras. 

El rey deseaba la paz en sus tierras, y no permitiría el derramamiento de sangre, por más tiempo; así que, convocó a los dos clanes a la Corte y los obligó a firmar un pacto, en el qué ambos jefes aceptarían una enlace temporal que duraría un año; entre la sobrina de Cedric MacDuggal; hija de su hermano Ryan, y el jefe del clan McGregor, Williams. En el cual, ambos, dejarían de lado sus enfrentamientos personales.

***

Leslie Eimer, la única hija de Ryan,  era la hermana pequeña de cuatro varones; fue la elegida para dicho enlace. Su vida no fue fácil, de pequeña intentaba por todos los medios acercarse a su padre y a sus hermanos; imitándolos e intentando guerrear con ellos, pero la apartaban, la menospreciaban y a veces hasta se burlaban de ella por su aspecto frágil y delicado.

Cuando su madre falleció, el desapego y los desprecios aumentaron. Su padre solo quería hombres fuertes que defendieran sus tierras, y que lucharan contra de sus eternos enemigos, junto al jefe, y hermano mayor, del clan Mac Duggal, . Una mujer era un estorbo; una debilidad que no quería, ni podía, permitirse, así que, la envío con unos familiares de su madre, a la corte del Rey. Pronto su belleza e inocencia la hicieron destacar sobre las demás jóvenes de la corte y la reina Ana la acogió bajo su tutela, como una de sus de damas de compañía más querida.

Esos años fueron los más felices para Leslie, creció y se hizo todo una mujer. Su delicadeza, su inocencia y su belleza crecieron con ella, a la par. Aprendió todo lo que una dama de alta cuna debía saber, aparentar y ser. Sus virtudes eran muchas; comedida, humilde, compasiva y sobre todo con un gran sentido del decoro.

En realidad en el fondo de su corazón ardía la llama de una mujer rebelde, dura,  fuerte e inteligente,  pero que no podía salir y mostrarse tal y como era. Odiaba ser así. Ante los demás, debía disimular sus sentimiento y pensamientos.

No le gustaba como los hombres la miraban y revoloteaban como moscas sobre la Miel. Ellos querian ganarse sus favores más pero no quería conocerla, en realidad sólo poseerla. Jamás permitió que nadie la tocase y menos aún la robasen un beso.


En los bailes de la corte, tan sólo se permitía bailar con aquellos hombres que no supusieran una amenaza para su honra. Éstos, halagados por disfrutar de su compañía y su belleza,  la llenaban de bendiciones; conjuntamente con sus mujeres, que le agradecían a la muchacha sus atenciones.

Se ganó la fama de Dama pura y casta. Sus cabellos cobrizos, con tonos amarillos, resaltaban a la luz del sol, su piel blanca y suave e inmaculada, sus ojos grandes de un color indefinido;  parecían cambiar dependiendo de la luz que la rodease, y a la vez, tan inaccesible como un hada, que a la menor incomodidad, desaparecía. La llamaban "La sirena de la Corte".

Ese apodo no le gustaba, porque no sabía si era una bendición o una maldición; pues todos los hombres que la conocían, parecían caer embrujados por su belleza. Y no miraban más allá, ni siquiera se molestaban en conocerla por dentro; y ese era su anhelo más íntimo, encontrar un hombre que no se fijase en el exterior y que viera realmente como era ella en realidad.

Cuando su tío y su padre la llamaron ante su presencia creyó que iba a ser recompensada por llevar el apellido de los Mac Duggal con honor, rectitud y virtud, todo ese tiempo de marginación y olvido.

Su corazón se llenó de orgullo cuando su padre la abrazó, después de tantos años. Solo anhelaba complacerle y ver en su rostro una mirada  de benevolencia, y de cariño; en resumidas cuentas, el amor fraternal de un padre a una hija.

Su padre y su tío le pidió ayuda para urdir un plan en contra de sus rivales, el clan MacGregor; Ella aceptó sin dudarlo. Llevaba toda la vida intentando demostrar a toda su familia, que podría ser útil en aquella guerra encarnizada entre ambos clanes. Si para conseguir su aprobación debía convertirse en una espía, bajo el techo de su enemigo, lo haría. Su tío Cedric, la instruyó concienzudamente, antes de comenzar el viaje hacia su destino final; el enlace con el jefe del clan de los McGregor.

En el fondo ella sentía una punzada de decepción en su corazón, porque; como todos los demás, sólo veían su belleza exterior; y eso es lo que querían realmente de ella. No la valoraban por sus otras virtudes, pero su clan la necesitaba y no iba a defraudarlos. 

Debía enamorarlo, desarmarle sentimentalmente, para conocer todos los secretos de su clan, y así, encontrar un resquicio... un punto débil. La fortaleza en la que vivían los MacGregor era inexpugnable y necesitaban encontrar una puerta secreta, un pasadizo por donde pudieran entrar y atacar desde el interior, a sus enemigos. Además, debería encontrar un estandarte legendario y robarlo; según algunas leyendas y antiguas creencias, el clan McGregor custodiaba ese Blasón desde tiempos inmemoriales. Este les protegía de sus enemigos, y por eso nunca nadie había podido entrar en aquella fortaleza, ni doblegar al clan MacGregor. Ella  debería entregárselo a su tío Cedric.

Ante aquellos planes tan arriesgados, pero factibles según su padre y su tío. Ella solo debía encontrar la forma de huir de aquel lugar, antes de que la descubriesen.

Todo su vestuario fue supervisado. Las prendas más recatadas y austeras fueron eliminadas de sus baúles y aquellas que quizás fuese algo inapropiado para una dama inocente y virginal; como lo era ella, fueron introducidas en ellos. Tendría que ponérselas para seducir, embaucar y cautivar a su marido.

Ante la perspectiva de aquel matrimonio forzado, ella sentía gran temor. El jefe del clan, Williams McGregor, podría intuir y sospechar de ella: porque conocía bien a su tío y era muy predecible en cuanto a sus movimientos.

Sabía bien el efecto que causaba a los hombres, prácticamente no tenía que hacer nada para que ellos la deseasen y la llenaran de regalos o alabanzas. Pero ¿y si ese hombre no caía rendido a sus pies? ¿Que haría?. Y en cuanto a intimar con el desconocía las artes de seducción en la cama.

Su tío la había convencido de que Williams, nada más verla, se enamoraría de ella y que no tendría que hacer ninguna cosa que ella no quisiera hacer.  Sentía miedo cada vez que pensaba en ese hombre desconocido. Todo lo que había escuchado de él lo retrataba como un hombre frío, fiero y con un instinto asesino. Parecía que era un hombre Parco de sentimientos.

Ella tenía unos planes ocultos, pero ¿Qué es lo que pasaría después de la boda? ¿Podría engañarlos a todos?¿Conseguiría su proposito y escapar?

Su objetivo, al casarse con él, estaba claro, pero si por un descuido o indiscreción la descubrían, que Dios se apiadasé de ella. Porque tenía claro que ellos, los MacGregor, no lo harían.  Quizás moriría sola, entre los muros del Castillo de los McGregor, alejada de su familia.

Esos pensamientos turvaban su mente, y no la dejaban dormir ni descansar en paz.

Llevaban de viaje casi 15 días bajo la lluvia y un intenso frío, aunque estaban a finales de la primavera el tiempo allí era siempre igual y con pocos días de calor al año. Llegaron a las costas de Inverness para cruzar la pequeña lengua de Mar, que los separaba la fortaleza de Asghar, de su nuevo Clan, y de su futuro marido.

El hogar de los McGregor, un Castillo fortaleza, la recibiría a ella y a su séquito al anochecer de ese décimo quinto día.

Ella temblaba, sentía la humedad penetrando en sus huesos, por culpa, en parte, del vestuario que habían elegido para el encuentro; y que le había obligado a ponerse, y también; por los nervios y la angustia que sentía en su interior.  Estaba pasando frío, mucho frío, apenas estaba cubierta con una capa fina, que ni siquiera la protegía del viento del océano.

— ¿Porque tiemblas? ¿Acaso te estás arrepintiendo?

Leslie miro a su tío y negó con la cabeza. No quería mostrarle debilidad en esos momentos tan cruciales. Ni su padre, ni sus hermanos, se acercaron a ella para preocuparse por su estado.

Sus manos heladas apenas la sentía; enredándolas en la tela, ella intento resguardarse,  pero no le sirvió de mucho. Sus pies también sufrían de la inclemencia del tiempo, comenzaba a oscurecer en aquellas tierras y se veía la escarcha congelada sobre la hierba.

— Mi señora, tened fe, Dios os ha traído hasta aquí, por una razón. — la ánimo John, un joven guerrero. Que había conocido al iniciar el viaje y que le daba conversación, ayudándola a distraerse de sus pensamientos. — Servir a vuestro clan, por una buena causa; La Paz.

— Gracias John. —  le regaló una pequeña sonrisa y vio como el muchacho se le iluminaba el rostro. — Soy consciente de ello.

Si supiera cuál era su cometido no sabría si el muchacho se lo agradecería o por el contrario la rechazaría por traidora. Pues el muchacho, sin ella saberlo, pertenecía al clan de los McGregor.

Los últimos rayos de sol se escondían tras una espesa niebla, que comenzaba a formarse a aquellas horas de la tarde.

Había varias barcas preparadas y esperándolos, con algunos de los guerreros del clan MacGregor.

Las miradas que los Clanes se lanzaban no eran para nada amistosa. Por supuesto, mantenían las formas y las distancias.

— No temáis princesa,  tengo entendido que es un hombre de honor. — le dijo una voz femenina que se encontraba a su espalda.  Ella vaciló a la hora de subir a la barca que la llevaría a su destino final.

— Nana, gracias por tus palabras. Simplemente es que tengo frío. — por fin pudo confesárselo a alguien, de su entera confianza, en un susurro.

— ¡Oh, mi niña! no debió hacer caso a su tío y ponerse esa tela tan fina.

— Ya estamos llegando, y debo causar buena impresión.— de alguna forma la mintió, sus planes los conocían su padre su tío y ella, nadie más.

No quería involucrar a nadie más en aquella misión. Quería protegerla a ella que había sido una gran mujer y que había estado a su lado desde que era una niña.

El movimiento de la Barca le decía que estaba próxima a la costa, se escuchaba el rumor de las olas chocando contra las rocas. Un gran acantilado parecía mostrarse entre la niebla, y algo parecido a una escalinata de piedra subía hasta lo que parecía una gran muralla.

El castillo se alzada ante ella, inexpugnable, rocas y un gran acantilado frente a ella le mostraban su dureza. Ahora entendía porque su tía y su padre necesitaban de su ayuda para poder penetrar dentro de las murallas de aquella fortaleza no servía la fuerza bruta, no parecía tener un punto débil. Asghar había sido la residencia durante siglos del clan MacGregor y parecía haber sido remodelada para ofrecer mayor resistencia a un ataque desde el exterior. A su lado, un pequeño bosque dame un toque de verdor  a tanta piedra gris y oscura. Conocía los cánticos de los juglares  y sabía que  aquel lugar  estaba lleno de leyendas de hadas, duendes y magia.

Algo en su interior la hizo dudar de su cometido, no se podía ver, con claridad su magnitud, pero intuía su grandeza. Un guerrero de su clan la ayudo a bajar de la Barca, y la pidió que tuviera cuidado, pues las rocas estaban húmedas y resbaladizas.

— ¡Tened cuidado Milady!, ese calzado no es el adecuado para las piedras.

Ella tan solo agito la cabeza de forma afirmativa y mirando sus pies sabía perfectamente que no eran nada adecuados, aún así, fue subiendo escalón por escalón hasta llegar a una estrecha abertura en el muro.

Una vez dentro el espacio se ampliaba en una pequeña estancia allí guerreros con antorchas les abriera un paso por unos pasadizos hasta que alcanzaron la parte superior de las murallas.

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