Capitulo 25: Tristeza (I)
Observaba a su hijo menor con semanas de vida juguetear con los mechones blancos de su largo pelo que cayeron cerca suyo; Ryoken sonrió con tristeza mientras Sora se entretenía ajeno a la melancolía de su madre.
El pequeño lactante jaloneaba totalmente encantado de su pelo, al omega con olor a sal marina, y un leve resto de la lavanda de su cachorro, se dejaba solo por consentir a su hijo al mismo tiempo que abrazaba y acariciaba a su hija mayor de casi dos años que estaba a su lado acurrucada.
Yusaku se había ido y no planeaba volver hasta el día siguiente, lo sabía por el hecho de que soltó su cadena, sabía que necesitaba moverse para alimentar a los niños, no era la primera vez que lo hacía... tampoco era la primera vez que lo hacía a consciencia de que no se iría, no podía escapar.
La reja cubierta de wisteria que rodeaba todo el terreno de aquel lugar, el jardín lleno de extrañas plantas incluido, no era posible abrirla fácilmente por una planta con enormes espinas que envolvía la puerta, también estaba el enorme bosque que rodeaba la propiedad... era tan espeso y con árboles tan frondosos que Ryoken encontraba una suerte poder ver el cielo en la pequeña ventana que había en ese cuarto donde pasaba casi todo el día encerrado; también estaba la cantidad de puertas y cerrojos que había entre cada zona de aquella casa, incluso la escalera estaba bloqueada por una puerta enrejada.
Todo eso lo sabía por sus intentos anteriores para escapar, lo intentó días antes de que Yusaku comenzará a abusar de él, los días posteriores... y los días después cuando nació Hoshi.
Si veía la oportunidad, lo intentaba sin importar que... hasta que Yusaku casi asesina a su hija después de que falló al intentar abrir la verja y se rompió la mano por las espinas de aquella planta.
— Mami...
— ¿Sí, cariño?
— ¿Estas bien...? —El albino ladeo su cabeza confundido justo en el momento que el lactante tiró con toda la fuerza que tenía de los mismo mechones con los que jugaba, esta vez no pudo evitar quejarse suavemente antes de masajear la mano de su hijo para que le soltara.
— Si lo dices por tu hermano, si... tu a veces hacías lo mismo.
— ¿Y porque hay agua en tus ojos...?
— ¿Ah...?
La pequeña infante acercó sus dos manitos a las mejillas del omega, tratando de limpiar las finas lágrimas que caían por su rostro... Ryoken abrazo a su hija con sumo cariño segundos antes de besar su rostro con el mismo sentimiento.
A veces lo único que necesitaba para no hundirse en su propia miseria y tristeza, eran sus amados hijos.
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