Capitulo 21: Willows of Wysteria

— ¿Te gustan estas flores, nena?

— Son bonitas... ¿Cuales son abuelo?

— Son flores de andrómeda japonesa —El hombre mayor de ojos amarillos colocó la planta con cinco lóbulos blancos en un fino y elegante florero de cristal—, muele unas cuantas, saca su néctar y mezclala en la bebida de los que te desagradan... y veras como se retuercen de dolor, vómitos y muchas cosas más.

— Oh~ ¡Que genial!

— ¡Abuelo, mira! —El anciano y la pequeña infante con vestido rosa con vuelos, voltearon a ver al niño que llegó corriendo de la terraza con unas bayas rojizas y brillantes en su mano, el hombre mayor sonrió antes de reírse eufórico e indicarle a su nieto que dejara aquellas bayas en la mesa con las demás plantas— Las encontré junto al árbol pequeñito que había afuera...

— ¿Alguno de ustedes sabe que son estas? —Ambos niños se vieron confundidos antes de negar con su cabezas— Son las bayas de tejo japonés, comerlas les causarían convulsiones, diarrea, dolor de estómago e incluso la muerte...

— Podría dárselas a papá...

— Podrías Yusaku, podrías... pero no le pasaría nada.

— ¿Poh que? —La pequeña niña observó triste al anciano apenas dijo aquello.

— Porque es un Fujiki, como ustedes y yo, Aiko... —El hombre volteo a ver la escalera del lugar antes de inhalar con fuerza— ¡Y los Fujiki somos inmunes a los venenos naturales de las plantas, ¿escuchaste eso mujer?! ¡No puedes matarme con mis propias plantas venenosas!

Un golpe y el sonido de algo metálico arrastrándose fue todo lo que se escuchó como respuesta. El anciano se quejo asqueado antes de bufar molesto y volver a ver a sus nietos.

— La abuela se molesto por lo que parece. El otro día trato de envenenarme con cicuta y un poco de higuerilla... solo consiguió amargarme la comida y de paso enojarme.

— La abuela se enoja por nada, siempre... ¿Por que sigues con ella, abuelo?

— Porque ellas es mi otra parte, Yusaku... —El viejo alfa suspiró antes de sonreír y revolver el cabello de sus dos nietos— Igual que las flores de wisteria se enredan en la verja de afuera para alcanzar el sauce de glicina que está al otro lado... la abuela es mi sauce. Y ustedes deben buscar el suyo también un día.

Ambos hermanos asintieron ante las palabras de su abuelo, que solo sonrió orgulloso por aquellos chicos que llevaban su sangre antes de levantarse para hacerles una merienda digna de su familia y que ellos amaban.

Después de todo, esos niños tenían sus genes, era normal que adoraran la mermelada de dragoneta y cantarella con tostadas y té de belladona.

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