xi. palabras de tinta.
𝖈𝖍𝖆𝖕𝖙𝖊𝖗 𝖊𝖑𝖊𝖛𝖊𝖓
palabras en tinta
Habían pasado ya unas semanas desde que las vacaciones de verano habían comenzado y Adara no podía dejar de sonreír cada que veía a su hermana Atenea. En serio la había extrañado durante el curso, no era lo mismo conversar con sus amigos ―por mucho que los adorara― que charlar con la diosa de la sabiduría. Ella aportaba datos fascinantes sobre lo que sea, mientras que Adara le relataba datos del presente en Hogwarts que su hermana encantada escuchaba.
—Tus clases de astronomía son bastante parecidas a las que solían hacerse en el pasado, claro que no con la misma tecnología de hoy en día —dijo una tarde en donde ambas tomaban una taza de té servido por las ninfas—. Le he hablado a Urania, la musa de la astronomía, sobre ti y ha dicho que le encantaría algún día conocerte, dijo que serás una gran chica si te gusta la astronomía.
Le fue complicado a la menor no sonrojarse por el cumplido de una de sus musas favoritas.
—No creo ser merecedora del honor que es poder conocerla —murmuró volviéndose tímida de un momento a otro.
—Bobadas, la hermana menor de la diosa de la sabiduría es merecedora de todos los honores y más —afirmó con una sonrisa—. Que no te quepa duda, Adara.
A la rubia se le infló el pecho de emoción. Se levantó de la bonita silla en la que estaba sentada y rodeó la mesa para poder darle un fuerte abrazo a la diosa. Esta se levantó también y correspondió el gesto con cariño, estuvieron un par de segundos en la posición.
Adara ya había crecido unos centímetros, por lo que ya casi alcanzaba el cuello de la mujer, lo que le fascinaba. Cada vez se haría más alta.
Deshicieron el abrazo cuando llegó una ninfa con una bandeja con pastelitos.
—Bueno, cuéntame ahora de tus clases de herbología, mencionaste que te gustaban tanto como las de astronomía, estoy curiosa —rió Atenea una vez estuvieron sentadas en sus respectivos asientos y le agradecieron a la ninfa.
Se le iluminó el rostro a Adara. En serio amaba hablar de sus gustos.
—¡Son fantásticas! Cada clase vemos una planta distinta, la profesora Sprout, que es la jefa de mi casa, nos enseña a manejarlas y cuidarlas, además de cómo plantarlas y, a algunas, sacarles la savia para crear pociones. Me gusta mucho, además de que fue en la primera clase de Herbología en donde conocí a Bruno... A él también le fascinan las plantas, quizás hasta más que a mi.
—Deben gustarle mucho entonces, si le apasionan más que a ti, ¿no?
—Bruno tiene una forma distinta a la mía de demostrar su pasión, a mi me encanta hablar sobre lo que aprendo, pero a él, por el contrario, cuando aprende algo quiere aprender más.
—Eso está muy bien, me gusta que te juntes con gente tan inteligente como tú. No me esperaba menos.
—¡Sí! Todos los amigos que he hecho son muy inteligentes —comentó con seguridad—. Cada uno a su manera, pero todos tienen un potencial desmesurado, hermana.
—Me alegro mucho de que te lo pases tan bien en Hogwarts.
。゚・ ☆ ° 。
Atenea había logrado con su magia y su poder sobre las lechuzas, que las cartas que fueran enviadas hacia Adara pudieran llegar correctamente al templo. Le envió a sus amigos una dirección falsa y así, cuando ellos le escribieran y enviaran la carta hacia esa dirección, las lechuzas mágicamente se dirigirían al templo de la diosa.
Había intercambiado varías cartas con sus amigos, en especial con Hilaris, Bruno, Alicia y los gemelos Weasley. En ellas hablaban del verano, cómo pasaban algunos días aburridos y otros divertidos con alguna anécdota que contar. Recuerda bien un día específico en donde recibió una carta de su mejor amiga.
Querida Adara,
¡No creerás lo que ha pasado hoy!
Mi bisabuelo Newt me ha llevado a una reserva en donde tenían una zona para adoptar animales fantásticos, por supuesto que todo bajo un sinfín de condiciones.
El tema es que me he enamorado de un crup. ¿Sabes lo que es? Es un perro normal, excepto porque tiene una cola bífida, ¡es precioso! He querido de inmediato adoptarlo, las autoridades al escuchar mi apellido y ver que con quien andaba era nada más y nada menos que Newt Scamander, aceptaron de inmediato que me lo llevara, sabiendo que estará en buenas manos en mi familia.
Es lo más adorable que verás, te envío una foto, pero la doblé bastante para que tu pusieras a tu criterio si quieres verla o no, considerando tu miedo a los animales.
¡En fin! Aún estoy en proceso de buscarle un nombre, ¡si tienes ideas cuéntame!
Te extraña,
Hilaris S.
Le tomó a Adara cerca de un minuto imaginarse a un crup para poder ver la fotografía y encontrar bonita a la mascota, de hecho no le habría molestado tener uno por su cuenta para cuidarlo y quererlo. Se sorprendió por su reacción, ¿quizás su desconfianza hacia los animales estaba disminuyendo? Bueno, a lo mejor era una ilusión por solo verlo en fotografía.
De igual forma, también se sorprendió al recibir una carta de George y Fred un par de días después de haber finalizado el primer año en Hogwarts. Ambos, más George que su gemelo, le hablaban de sus hermanos, los gnomos que debían sacar de su jardín, lo que los dejaba agotados, y las bromas que le habían hecho a Percy y a Ron, lo que terminaba claramente en castigos por parte de su madre.
¿Cómo sabía quién era el que más escribía? La letra de ambos era casi ininteligible, desordenada a más no poder, con la diferencia de que George tenía mucha más ortografía que Fred... y que, además, cada uno escribió con su puño y letra quién era.
Extrañaba a cada uno de sus amigos, luego de haber pasado más de ocho meses junto a ellos, especialmente con Hilaris y Bruno, podía sentir lo feliz que se sentía con ellos a su alrededor y la inmensa falta que le hacían cuando Atenea salía y le tocaba a Adara mantenerse en sus aposentos con las ninfas.
Les escribía sobre libros que había leído, algunos juegos que había aprendido con las ninfas, sin decirles lo último, claro, y datos de plantas que Atenea le enseñaba... Estos datos los relataba espacialmente en las cartas dirigidas a Bruno, no creía que al resto de sus amigos le interesara saber sobre las cualidades curativas de las algas del Lago Negro.
。゚・ ☆ ° 。
El primer día de septiembre llegó rápido. Iniciaría su segundo año en Hogwarts, Adara se sentía cada día más mayor, y con ganas de aprender cosas nuevas.
La noche anterior sí le costó conciliar el sueño. Pensamientos sobre su madre y su legado de sabiduría la abordaban constantemente, al igual que cuando estaba en el castillo. No le había hablado de aquello a Atenea, le aterraba, además de el hecho de que su propia hermana, quien la acogió, es la mismísima diosa griega de la sabiduría, era un peso bastante grande en sus hombros.
Por mucho que le encantara aprender cosas nuevas, y no le costase memorizarlas, el hecho de tener una familia tan importante y prestigiosa le costaba seguir tan fervientemente sus pasos. Pero, menos mal que recordó como hacía en el castillo para ignorar aquellos pensamientos y se levantó de la cama.
Había dejado un par de días antes el baúl listo, para no estar atareada el mismo día de salida.
Cuando terminó de arreglarse, una ninfa entró en su habitación, luego de haber llamado a la puerta.
―¿Ya está lista? ―preguntó esta dócilmente.
―Sí, ¿ya salimos?
La ninfa asintió para luego salir junto a la niña y sus baúles a donde la diosa les esperaba.
―Ha llegado la hora de que te vuelvas a ir, Adara... ―dijo Atenea, para abrir sus brazos y despedirse una vez más de su hermana.
―Te voy a echar mucho de menos, pero hablaré contigo por el espejo y será como estar juntas.
―Me parece una idea estupenda.
Y luego de esa breve despedida Adara, junto a la ninfa que momentos atrás había atravesado su puerta, se fue hacia King's Cross, a subirse al tren del andén 9 ¾.
―Adiós, gracias por acompañarme, Mater.
―Un placer, Adara ―dijo para desaparecer entre la gente para finalmente irse.
Adara se dirigió enseguida hacia las puertas del famoso tren destino a Hogwarts y se subió en el primer compartimento que encontró libre para dejar todas sus cosas. Y momentos después la puerta del vagón estaba siendo abierta.
―¡Adara! ―exclamó una voz que la rubia conocía ya demasiado.
Al levantar la vista había dos pelirrojos casi idénticos y un chico de piel morena.
―¡Chicos! ―gritó feliz al verlos a los tres.
―¿Podemos entrar? ―preguntó Lee.
―¡Claro, entrad! Si cabéis perfectamente, este sitio es muy grande.
Cuando los tres chicos colocaron todo su equipaje en la parte superior del vagón se sentaron junto con la rubia.
―¿Qué tal tu verano, Adara? He viajado tanto que no he tenido tiempo casi para mandarte más de esa carta que recibiste ―comentó Lee, esperando saber lo que preguntó.
―Bastante bien, aunque nada del otro mundo, estuve todo el rato en mi pueblo ―su pueblo, una forma de llamar a su querido templo―. ¿Y tú qué tal? ¿Tu verano ha sido tan increíble como lo planeabas.
―¡Incluso mejor! ―confirmó alegre― Además de todo lo que teníamos planeado por Francia, he descubierto que su comida está deliciosa...
―Hablando de comida ―intervino Fred―. ¿Queréis ir a por dulces del carrito?
―Nuestra madre nos ha dado dos galeones porque en verano no hemos hecho ninguna trastada ―añadió George.
―Al menos que ella sepa ―concluyó Fred.
―Yo no, he desayunado mucho antes de salir, así que sí eso luego voy sola.
―Hasta ahora chicos ―se despidió Lee.
Los gemelos salieron del vagón para buscar esos deliciosos dulces que tanto gustaban a todos y volvieron con las manos llenas.
―¿Para tanto dan dos galeones?
―Somos unos expertos negociantes, querido Lee ―afirmó Fred.
―Sí se ve, ¿me dais alguna de esas deliciosas ranas de chocolate que traéis ahí?
―Toma ―le dijo George dándoselas.
―¿Así sin más me las das?
―Claro que no, nos debes una, Jordan.
Adara soltó una pequeña risa por la corta escena de negocios que habían montado sus amigos.
―Y para ti estas, Adara ―le ofreció otras tantas a la rubia con una sonrisa.
―Oh, gracias, George ―recogió lo que le daba.
Y con curiosidad miró a ver cuántas le habían dado a Lee, eran dos, y por el contrario, a ella le habían dado tres.
―¿Por qué le has dado dos ranas de chocolate a Lee y a mí me has dado tres? ―preguntó, intrigada.
―Porque tú eres adorable y él no ―comentó tranquilamente.
―Oh, vale, gracias ―respondió Adara con una pequeña sonrisa.
―Vaya, Georgie, yo también te quiero ―exclamó Lee, de una manera falsamente agradecida.
Pero los gemelos le ignoraron categóricamente. Y mientras tanto Adara inspeccionaba con curiosidad lo que era la rana de chocolate.
Lo primero era que tenía un nombre de animal, así que eso la echaba un poco para atrás en eso de abrirla. Pero se convenció a sí misma de que no pasaría nada porque George se la había dado, así que abrió uno de los paquetes con cuidado.
Para que una rana no muy pequeña le saltase en la cara.
¿Y qué hizo Adara? Sí, pegó un grito que se escuchó hasta en el siglo once.
―¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? ―preguntó George, con un deje de preocupación en la voz.
―¿Por qué me has dado esta cosa que salta a mi cara en cuanto la abro? ―dijo para apartar la rana de chocolate de ella.
―Son ranas de chocolate, y la única vez que saltan no suelen ser tan agresivas...
―Bueno George, te agradezco mucho que me las hayas regalado, pero no voy a abrir otra... ―comentó de manera sincera.
―Oh, vale ―murmuró, Adara lo notó un poco apenado.
―Toma, te las devuelvo ―se las tendió, con una pequeña sonrisa―. Y no pasa nada, eh, no me he enfadado. Solo me he asustado... Odio que me den tanto miedo los animales, pero no lo puedo evitar, ¿sabes?
―No pasa nada, soy yo el que no te debería haber dado esto... No sé qué pensaba, sé que te asustan los animales ―comunicó arrepentido.
―No te preocupes, en serio, en realidad no ha sido para tanto.
―Bueno, ya dejad de disculparos los dos, todos sabemos que sois súper mejores amigos, no hace falta que nos lo recordéis todo el rato ―recitó Lee, para recibir la razón de parte de Fred.
A Adara le vino un tema nuevo a la mente, quería saber sobre una cosa de sus amigos.
―Y yo tengo una idea de una conversación nueva ―comentó la muchacha―. ¿Os llegaron los resultados de los exámenes?
—No me lo recuerdes... —comentó el chico moreno— Cuando llegaron los resultados a Francia, mis padres se decepcionaron bastante.
—¿Sacaste malas notas? —le extrañó a Adara, no es que hubiese estudiado como un poseso, pero se sabía bien todo.
—No malas, pero tampoco saqué los Extraordinarios que se esperaban, ¿y vosotros?
—Resulta que no necesitamos estudiar mucho para sacar las notas que esperan de nosotros —comenzó George.
—Aunque alguien sacó un Extraordinario en Astronomía. —reclamó Fred—. Ahora resulta que mi hermano es un empollón.
—No me quiero atribuir todo el mérito... Pero quien le ayudó fui yo —alardeó Adara, fingiendo petulancia.
—Entonces si este de aquí sacó un Extraordinario, ¿tú que sacaste? —inquirió Lee—. ¿Un Ultra Extraordinario?
—No... Un simple Extraordinario.
—¿Y cuantos tuviste? ¿Siete?
—¡No! No soy tan inteligente —dijo, sonrojándose levemente.
—Si no lo dices tú, lo digo yo —comentó divertido George—. ¡Claro que no sacó siete Extraordinarios, simplemente tuvo seis!
—¡Ah, menos mal! Ya te tenía como una superdotada, perdón ―respondió Fred.
Y el camino de vuelta al lugar más mágico de prácticamente el universo pasó, entre risas, bromas y amigos.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top