iv. entre comida y pelirrojos.
𝖈𝖍𝖆𝖕𝖙𝖊𝖗 𝖋𝖔𝖚𝖗
entre comida y pelirrojos
Aquella mañana, fue un total caos.
El despertador de Lucy había sido configurado de manera errónea unos veinte minutos más tarde de lo normal, por lo que una vez sonó y se percataron de la hora, la desesperación ingresó en el dormitorio de las chicas. Zapatos volaban de un lugar para otro, faldas arrugadas se escondían bajo las cobijas y túnicas mal puestas vestían en los cuerpos de las primerizas.
—¡Vamos, se nos hará aún más tarde!
Las cuatro bajaron corriendo los escalones de los dormitorios, salieron por el barril y se embarcaron en la misión de llegar al Gran Comedor para ver si llegaban a agarrar un poco del desayuno. La primera clase del día era transformaciones con la profesora McGonagall y, a juzgar por su serio rostro, no le agradaba que los alumnos no llegaran pronto a clase.
Agarraron un poco de cada cosa, notando como la mayoría de las mesas se encontraban vacías. Se metieron la comida en los bolsillos y continuaron la carrera hacia el aula de transformaciones.
—Buen día, señoritas —una voz interrumpió su carrera cuando estaban cerca del salón.
—Buen día, profesora McGonagall. —respondió Adara algo nerviosa. No habían llegado tarde, pero unos segundos más y lo habrían hecho.
Ingresaron algo cohibidas, detrás de la profesora, y tomaron asiento en los lugares que quedaban separados. Lucy y Anne quedaron en unos puestos cerca de la puerta, mientras que Hilaris con Adara se dirigieron a los restantes, mucho más cerca del escritorio central.
—Espero obtener la misma puntualidad que tuvieron hoy, por el resto de su estadía en Hogwarts. —McGonagall se dirigió a la totalidad de los estudiantes, exceptuando a las chicas de Hufflepuff, a quienes les dirigió una severa mirada—. Por este año y el siguiente, la clase será impartida hacia las cuatro clases al mismo horario. Es debido a esto que he decidido implementar unos cambios de asiento obligatorios, para que la comunicación entre casas sea mejor visto y así puedan conocer más a sus compañeros de generación.
En el aula se escucharon variados murmullos con distintas opiniones. Algunos se encontraban emocionados por conocer gente nueva, mientras que otros querían mantenerse con los de su casa; muchos de los que compartían esta opinión provenían de Slytherin o Gryffindor.
—Silencio. —la profesora dio una leve palmada y el silencio reinó en la habitación. Con un movimiento de varita hizo aparecer un pergamino en sus manos—. Una vez mencione su nombre, deberán levantarse y sentarse juntos.
Al igual que como había sucedido en la selección de casas, McGonagall fue diciendo nombres junto a la pareja que le correspondía. Hilaris quedó sentada con un chico de Ravenclaw, que parecía ser bastante tímido, ya que al momento en que Scamander lo saludó sonriendo, sus mejillas se tornaron rojizas y escondió su rostro entre la tela de su capa.
—Adara Myers con Alicia Spinnet.
La felicidad en Adara fue inexplicable. Le aterraba un poco quedar con alguien totalmente desconocido y que no se llevaran bien, pero por suerte había quedado seleccionada con Alicia. La castaña se dirigió a ella con una bonita sonrisa en su rostro y la abrazó con efusión.
—Me alegra muchísimo que estemos juntas, no me lo esperaba. —expresó Alicia divertida. Algo en su tono de voz confundía a Adara, pero decidió alejar los pensamientos extraños y disfrutar de su compañía.
Tomaron asiento en una de las mesas mientras esperaban a que la profesora McGonagall terminara de recitar las parejas. Detrás suyo, un chico moreno con una chica que portaba una insignia de Slytherin con rostro molesto, se sentaron. Alicia saludó al chico antes de presentarlo a Adara.
—Este es Lee Jordan, somos compañeros de casa. —lo último fue innecesario, a juzgar por los colores del uniforme que portaba el muchacho.
—Mucho gusto, soy Adara.
—El gusto es mío... ella, bueno, olvidé tu nombre, lo siento. —murmuró Lee refiriéndose a su compañera de banco.
—Mi nombre es demasiado digno para quedar grabado en la mente de un mestizo. —la chica los observó casi con asco antes de ignorarlos por el resto de la clase.
Los tres chicos restantes rieron, lejos de ofenderse por el comentario, y prestaron atención a la profesora. La primera clase del año la dedicaría a aprender sobre las transformaciones en general. Se les habló sobre reglas de la materia, castigos que podrían tener si desobedecen, y acerca de los exámenes y trabajos que tendrían a lo largo del año.
Fue un buen inicio de año, pensó Adara. No habían hecho magia, pero la profesora les había asegurado que ya el miércoles (cuando tendrían la siguiente clase) sí lo harían. Terminaron con una ronda de aplausos cuando McGonagall les demostró su transformación animaga convirtiéndose en gato. Alicia y Lee salieron del salón comentando sobre lo increíble que debía ser convertirse en un animal, mientras Adara los seguía quitando de su mente la imagen de ella siendo un terrorífico animal. Quizás sí le gustaría convertirse en planta, como las bonitas ninfas silvestres que rondaban por el templo de Atenea, ellas sí que eran hermosas e inocentes.
—¡Adara! Tengo muchísima hambre, las galletas que logré sacar del comedor no bastan para saciar el desayuno. —con un puchero en sus labios, Hilaris se acercó al trío mientras caminaban a su siguiente clase.
—¿No alcanzaron a desayunar? Pobres, había unos dulces exquisitos. —murmuró Lee con unos ojos brillosos como si estuviera recordando la comida de aquella mañana.
—No hables de dinero frente a los pobres, chico sin nombre. —Hilaris lo amenazó tanto como su pequeño cuerpo pudo, apuntando su rostro con su dedo.
El moreno en respuesta rió encogiéndose de hombros, antes de despedirse e ingresar a un salón. Alicia hizo lo mismo, con un movimiento de mano las dejó ir hacia la clase de pociones en las mazmorras.
No había rastro de Lucy o Anne, supusieron que iban adelantadas hacia su siguiente clase. Ya próximas a su destino, se abrazaron los brazos al sentir el frío que rondaba por la zona inferior del castillo. Ingresaron al salón, en donde rápidamente se sentaron en una mesa grande donde sus compañeras de habitación las esperaban.
—Están aquí para aprender la sutil ciencia y arte exacto de hacer pociones. No habrá movimientos tontos de varita aquí, muchos de ustedes dudarán de que esto sea magia.
»No espero que realmente entiendan la belleza de un caldero hirviendo suavemente, con sus vapores brillantes, el delicado poder de los líquidos que se deslizan a través de las venas humanas, hechizando la mente, engañando los sentidos... Puedo enseñarles cómo embotellar la fama, preparar la gloria, hasta detener la muerte, si es que son algo más que el montón de idiotas a los que habitualmente tengo que educar.
El profesor Snape, con sus ojos vigilantes a cualquier movimiento y sus oídos pendientes de cualquiera que hable, terminó su monólogo con el mismo rostro severo que tenía la noche anterior en la cena.
—Me dijeron que Snape da este mismo discurso todos los años, ¿será verdad?
—¡Murphy! Diez puntos menos para Hufflepuff.
El rostro de Anne se tiñó de rosa, avergonzada por haber hecho perder a su casa unos puntos el primer día. Adara le sonrió tratando de subirle el ánimo.
—Les dejaré unas preguntas en el pizarrón para evaluar el nivel de educación que traen desde su hogar. —con un movimiento de varita, Snape hizo a una tiza escribir una docena de preguntas relacionadas a pociones e ingredientes de estas.
La Ravenclaw estaba tranquila, había leído algunos capítulos del libro de pociones en el templo y podía decir que poseía una buena memoria. Rápidamente sacó de su bolso una pluma, tinta y pergamino para ponerse a responder el cuestionario.
Una vez terminado, se levantó algo tímida al mesón del profesor y entregó el pergamino. El señor le dio una mirada y alzó una ceja, quizás sorprendido. Sin embargo, no profirió ninguna palabra, se limitó a asentir e indicarlo con la mano que volviera a su asiento.
Hilaris y Lucy batallaban con sus plumas, por lo que alcanzaba a ver, solo habían respondido un bajo porcentaje del total de preguntas. Anne estaba próxima a responder, pero por el rostro que tenía, se veía complicada. Adara quiso ayudarlas, pero podía sentir la mirada del profesor puesta en ellas vigilandolas, quizás esperando con certeza a que la rubia las ayude y atraparla en el acto.
Una hora después, las cuatro se encontraban fuera del salón de pociones. Dos de ellas, con el rostro serio y las otras contentas por haber completado el cuestionario.
—Eso fue totalmente injusto, ¿qué sucede con los que son hijos de muggles? Imposible que sepan tanto, a menos que hayan leído los libros, claro. —Lucy formó un puchero con sus labios mientras Hilaris le daba la razón.
—De ahora en más, adelantaré todas las clases, ¡sí, señor! —haciendo un puño con su mano, Hilaris lo levantó en señal de ánimo.
Divertidas, comenzaron a caminar hacia la siguiente clase del día, una hora más y podrían almorzar.
Horas más tarde, las clases de los de primer año ya habían finalizado por el día y estos se sentían agotados, aunque fuera simplemente el primer día de su larga escolaridad. Hilaris y Adara se encontraban sentadas en la sala común de Hufflepuff aburridas, sus compañeras habían salido al patio en busca de criaturas, por lo que Adara rápidamente había declinado su oferta de acompañarlas. Scamander se quedó a hacerle compañía, pensando que podrían hacer.
—¿Por qué no buscamos las cocinas? Los rumores dicen que están muy cerca de nuestra sala común.
Adara saltó del cómodo sofá en donde se encontraba sentada.
—¿Por qué recién lo mencionas? —algo que Adara adoraba era la comida, y eso ahora mismo era evidente—. ¡Vamos!
Tomó la mano de la castaña y la arrastró hacia la salida de la sala. Salieron por los barriles y la rubia comenzó a inspeccionar todos los rincones del pasillo, en busca de algo que indique la entrada a las cocinas.
—Escuché algo de un cuadro... Supongo que será uno en donde salga comida. —murmuró concentrada Hilaris.
Había escuchado una conversación entre unos chicos de Slytherin de curso mayor y no pudo evitar levantar sus orejas en dirección a ellos. Ambas se pusieron a buscar en los pasillos hasta que se toparon con un extraño cuadro, éste tenía una pera en él que sobresalía levemente, había que acercarse para notarla.
—¿Escuchaste algo más que pueda ayudarnos? —Adara preguntó a su amiga. En su cabeza millones de ideas se formaban, pero ninguna parecía ser la correcta.
—Algo con cosquillas... ¡Ya lo recuerdo!
Scamander se acercó con paso decidido al cuadro y, para sorpresa de Adara, comenzó a hacerle cosquillas a la pera. Esta, pasados unos segundos, dejó salir unas cuantas carcajadas y giró en su puesto dejando ver algo parecido a un pomo de puerta.
—¡Excelente!
Ingresaron a una estancia enorme. Simulaba ser el Gran Comedor, con cuatro largas mesas parecidas a las de cada casa. Alrededor de estas, docenas de seres de pequeña estatura caminaban de un lado para otro llevando bandejas de comida y bebestibles. Sentados en una mesa, la que pareciera ser la de Gryffindor, había un par de chicos idénticos con un extravagante cabello anaranjado y rostros llenos de pecas. Con algo de timidez, Adara siguió a Hilaris quien a gusto se había acercado a los chicos.
—¡Hola, Weasley's!
Ambos levantaron sus cabezas y le sonrieron a Scamander hija. Uno de ellos fijó su mirada en Adara y le sonrió, mientras el otro les tendía un plato con pasteles.
—Hilaris, ¿cierto? Peculiar nombre. ¿Tú cómo te llamas? Yo soy George y él es Fred —uno de los gemelos se dirigió hacia ella.
—Adara Myers, muchísimo gusto. —la rubia les sonrió. Había algo en los rostros de los muchachos que la hacía sentirse cómoda, bienvenida, como en un hogar.
—No se queden allí, hay muchísima comida para todos, siéntense. —los gemelos se habían sentado en el suelo e invitaron a las chicas a que hicieran lo mismo.
Una especie de criatura se les acercó, era bajito, regordete, con las orejas puntiagudas, cara arrugada y rostro cansado.
—¿Quieren unas sillas? —la voz no sonaba triste, pero si monótona y sin vida.
—Sí. —en cuanto dijo eso, Hilaris miró al pelirrojo, con una cara molesta.
—¿Qué son? —la Ravenclaw hija no había visto a esas criaturas grises nunca.
—Oh, ellos son elfos domésticos —comenzó a decir un gemelo acercando a la criatura un trozo del pastelito que había cogido, como una especie de agradecimiento.
—Nuestro hermano mayor Charlie nos dijo cómo entrar aquí y que estos seres hacen todo lo que pidas, son como tus siervos pero ni siquiera les pagas —en cuanto dijo eso cogió el trozo de comida que su hermano ofrecía.
La cara de Adara se puso igual que la de su amiga, eso era horrible, una cosa inmoral y espantosa. Al menos eso era lo que quería expresar Adara con su rostro.
—¿Cómo pueden decir eso tan felices? —el tono de Hilaris había cambiado drásticamente—. Mi abuelo me habló de ellos...
»Hace siglos los elfos fueron subyugados por el poder de los magos para que sean sus esclavos, sufren tratos deplorables e inhumanos. Lo peor, es que ésta tradición está tan arraigada que la gran mayoría de los elfos disfruta con la tarea.
—¿Los elfos son tratados así? —la sorpresa de Adara tenía sus razones, no podía creer lo que acababa de escuchar.
Cuando ella era una niña todo era muy diferente, los magos y los muggles no tenían una estrecha relación con los muggles pero con las demás especies mágicas sí. No se relacionaban de una manera muy directa, pero se respetaban y se ayudaban cuando era necesario... Eso era serio, habían esclavizado a una raza entera. La cuál antes era feliz y muy diferente a como se veía ahora.
—Ellos son felices, eso es lo que importa, ¿no? —afirmó un pelirrojo.
—Eso es horrible... Fred —dijo el otro, dirigiéndose a su igual—, eso está mal, si a ti te enseñaran que servir a todos sin nada a cambio, ¿qué pensaría tu yo de ahora?
—Pues no me haría ni pizca de gracia... —por su rostro comprendió todo—. Oh, eso está horrible.
—Por eso hay que enseñarles de forma sutil que son seres que merecen derechos.
—Son muy interesantes. —empezó a decir el que Adara situó como Fred.
—Estoy de acuerdo. —continuó el otro gemelo.
—Entonces estarás pensando lo mismo que yo, ¿verdad?
—Deben ser nuestras amigas. —George lo dijo muy seguro y sin pudor.
—¿Qué opinas? —preguntó Hilaris a su amiga.
—Declinar tan generosa oferta sería descortés, así que yo creo que deberíamos aceptar.
—Me parece bien —las chicas, como si se hubieran leído la mente extendieron los brazos esperando que sus manos fueran estrechadas, para firmar el pacto.
George estrechó la mano de Adara y Fred la de Hilaris, antes de intercambiar, los cuatro con una gran sonrisa en sus rostros.
Así fue como entre risas y un montón de comida, los cuatro estudiantes de primer año olvidaron completamente la cena y siguieron de largo conversando hasta llegada la noche.
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