ii. en el tren todo parece muy lejano.
𝖈𝖍𝖆𝖕𝖙𝖊𝖗 𝖙𝖜𝖔:
en el tren todo parece muy lejano.
Se sentía extraña. Estaba rodeada de personas, familias felices, vestidas con trajes casi exóticos, para nada comparados a los vestidos que Adara solía usar en el templo en el que vivía. Los poderes de su hermana la habían transportado dentro de una taberna algo anticuada, oscura y poco habitada, lista para embarcarse en la búsqueda de los utensilios escolares que necesitaba para empezar su escolaridad mágica.
Era una Ravenclaw, por supuesto que podía hacerlo sola. Sin embargo, se sentía cohibida. Allí en medio de los magos y brujas, quienes la observaban extrañados por el vestido antiguo que llevaba, Adara se sintió extremadamente sola. Por lo general, solía estar acompañada a cada lugar (dentro del templo) que fuera, de un par de ninfas mínimo.
Ahora, aunque se sintiera sola, lo que tenía que hacer era ir a por los libros, a por una túnica, a por el material y a por su varita. Le fascinaban las varitas, al menos las de su madre y la de su hermana, así que estaba deseando tener una varita que las hiciera sentir orgullosas, estuvieran donde estuvieran.
En el folleto que Dumbledore le había dado a la niña, por muy reticente que fuera a aquello indicaba dónde estaba cada cosa, que para que mentir, no le vino nada mal. Se dirigió primero hacia Madam Malkin, túnicas para todas las ocasiones.
—Buenas, señorita, ¿Hogwarts? —Adara asintió, la dependienta, que supuso que era Madame Malkin, era una mujer bajita y regordeta con un rostro muy alegre—. ¡Como me gusta tú vestido, querida!
Era la primera persona que no veía su vestido como algo extraño y que había que señalar.
—¿Cuántas túnicas? ¿Y encarga parches y corbatas para luego elegirlas por carta?
—¿Qué cantidad de túnicas me recomienda? Y sí, luego las elegiré por carta. —murmuró comenzando a pensar seriamente en que casa quedaría seleccionada.
—Normalmente se compran tres, si se limpian con magia, claro. Si se prefiere limpiar a la manera muggle mejor que sean cuatro o incluso cinco —la señora se dirigió hacia el mostrador, Adara la siguió curiosa—. ¿Cuál es tú nombre? Para mandarte la carta cuando seas seleccionada, claro.
—Adara... —¿apellido? se le tenía que ocurrir uno rápido, si no sería sospechoso—. Myers. Sí, soy Adara Myers.
—Hermoso nombre, cariño —dijo anotando cosas en un pergamino de manera rápida—. Ven, ¡te voy a medir para poder darte tú túnica ideal!
Los pasos de Madam Malkin la guiaron hasta la parte de atrás de la tienda, la adulta con cuidado sacó una especie de metro que la empezó a medir solo de mil maneras diferentes y observaba todo como si fuera lo más interesante del mundo apuntando cada dato en una libreta de manera veloz.
—Vale, espera aquí, voy a por tu túnica, te la pruebas y si te queda bien te doy las demás ya, ¿de acuerdo? —comentó dejando de mirar a su cuaderno y dirigiendo su mirada hacia Adara.
—Claro. —asintió de manera suave todavía tímida.
—Bueno, si viene un cliente ve y dile que estoy ocupada en la trastienda. —no dio tiempo para que Adara replicara sobre la petición que la había hecho porque ya se había ido hacia otra puerta.
Fue a la entrada, por si llegaba un cliente no tener que ir corriendo porque no se acordaba del lioso camino que recorrió a donde estaba, había muchos pasillos en ese sitio. Recordando por donde había pasado consiguió llegar a la entrada y se sentó en una silla vieja que había en un rincón, esperando a que algo sucediera.
Y como si lo hubiera pedido la puerta se abrió, y el muy ruidoso timbre se oyó por toda la tienda.
—Hola —dijo una niña con pelo castaño y una sonrisa radiante en el rostro—, ¿sabes dónde está Madame Malkin? He quedado con ella para que me de una túnica de gala.
Adara se levantó nerviosa, nunca había visto a nadie de su edad... y sabía que eso iba a acabar pronto, que en cualquier momento estaría rodeada por un montón de alumnos, pero eso no evitaba que se pusiera así.
—Está en la trastienda... En un rato vendrá y te atenderá —lo repitió tal y como lo dijo Madame Malkin—. Por cierto... Me llamo Adara Myers, ¿y tú? —ese nombre no quedaba nada mal, incluso sonaba creíble.
—Yo soy Alicia Spinnet, un placer, Adara... Myers —la sonrisa agradable del rostro de la chica no desapareció, cosa que tranquilizaba bastante a la rubia.
—Igualmente... ¿Vas a ir a Hogwarts? —la mente de la pequeña daba muchas vueltas, no sabía si había sido muy directa o no o si había hecho algo mal... sentía una especie de nudo en el estómago porque de verdad estaba bastante nerviosa.
—Sí, aunque no sé a qué casa iré, ¿tú tienes alguna idea de que pasará?
La rubia no había pensado en eso, ¿iría a Ravenclaw? ¿O a otra casa? ¿Y sí a su madre no le gustara el hecho de ir a otra casa que no fuera la suya? ¿Y si, estuviera donde estuviera su madre, no está orgullosa de en qué se está convirtiendo?
—No lo sé... Supongo que se verá cuando seleccionen, ¿no? —en el rostro de la pequeña apareció una sonrisa casi invisible.
—Yo creo que me pareces muy Hufflepuff... Solo por el pelo, no sé, tú aspecto es muy dócil y amable —la Ravenclaw notó que Alicia hablaba por los codos, que la encantaba hablar, y eso no molestaba para nada a Adara, ya que en este momento de nerviosismo prefería escuchar a hablar.
—¿A qué casa crees que irás tú?
—Me encantaría ir a Hufflepuff, aunque por lo que he oído Gryffindor no está nada mal... Eso sí, no soy ni inteligente ni aplicada ni creativa para ir a Ravenclaw, ni tampoco ambiciosa ni astuta ni suficientemente determinada para ir a Slytherin, eso lo tengo muy claro —lo dijo de una manera segura y bastante convincente.
—Oh... Qué bien que lo tengas tan claro, Alicia. Yo soy una indecisión andante —quería intentar hablar como lo estaba haciendo la morena.
—¡No te preocupes, seguro que todo sale genial! —cuando terminó de decir eso Madame Malkin entró en escena.
—¡Señorita Spinnet! —la señora lo exclamó con un tono jovial—. Se me olvidó por completo su túnica, ahora mismo se la traigo. Y señorita Myers, aquí tiene la túnica, los probadores están para allá —señaló hacia otro pasillo de la tienda.
—Muchas gracias, Madame.
Adara se dirigió hacia donde la mujer la había indicado, pasó por un montón de sitios estrechos para llegar a una pequeña habitación, probarse la túnica, ver que le quedaba bien y volver donde estaba la Madame. Para no interrumpir mucho la conversación que tenía la señora con Alicia, le agradeció y tendió la cantidad justa de dinero que debía, se despidió de ambas y salió de la tienda.
El dinero era otra cosa que le llamaba la atención, se había acostumbrado a ver dracmas en el templo de su hermana, pero ahora debía lidiar con tres distintos tipos de moneda, galeones, sickles y knuts. Debía acostumbrarse a muchas cosas, al parecer.
Visitó muchas tiendas en el gran callejón. Quedó maravillada con la tienda de libros, quería llegar pronto al templo para poder leer lo que más pueda y así empezar su escolaridad con la información suficiente. La obtención de su varita fue algo mágico, sin duda. El señor Ollivander le mostró un total de cinco varitas que podían serle útiles y, al final, la última que probó de las cinco fue la indicada: una varita de 37,5 cm, madera de arce con un núcleo de pelo de unicornio.
Con varita, libros, ingredientes, calderos y uniforme en bolso, Adara estaba lista para regresar. Se dirigía con paso lento a la taberna en donde debía encontrarse con Atenea, cuando un chico pasó corriendo y golpeó su hombro con algo de fuerza.
—Merlín, lo lamento mucho, tengo prisa, ¡lo siento!
El muchacho de cabello castaño tomó las cosas que había botado y se las tendió con rapidez a Adara. Antes de que ésta pudiera decir algo, él ya había desaparecido.
Parpadeó asimilando lo que había sucedido y continuó su camino. Se encogió de hombros y, sin dar una mirada hacia atrás, ingresó a la taberna en donde rápidamente sus ojos se fijaron en una bella mujer que atraía la mirada de todos en el sucio y oscuro lugar. Se acercó a ella y la abrazó, sí que la había extrañado.
—En el templo me cuentas todo, ¿si?
Con esas palabras, las dos se despidieron del callejón Diagon y desaparecieron, para aparecer en el templo de Atenea, en donde un montón de ninfas corrieron al encuentro de la menor.
。゚・ ☆ ° 。
Los vagones del tren se encontraban repletos. Niños, y no tan niños, por todas partes y encontrar un vagón vacío parecía ser una cosa más que imposible. Al igual que como había sucedido en el callejón Diagon, la magia de Atenea la había transportado a la estación de trenes Kings Cross, específicamente en el andén nueve y tres cuartos. Las respectivas despedidas con Atenea, a pesar de que ésta le aseguró que la visitaría en Hogwarts (a palabras suyas, la inútil magia de unos simples mortales no puede detenerme de aparecerme en un castillo.) y las ninfas, sus fieles acompañantes, sucedió en el templo, casi derramó lágrimas, las extrañaría mucho a todas, aunque todavía estuviera resentida.
—¡Adara! —le llamó alguien por detrás, haciéndola girar—. ¡Hola!
—¡Alicia! —exclamó emocionada la pequeña rubia viendo a la chica acercándose a ella por los vagones.
Se abrazaron a gusto. Continuaron recorriendo el tren hasta que encontraron un vagón en donde solo había una chica, de lejos se notaba lo nerviosa que estaba.
—Hola, ¿podemos sentarnos? —preguntó Alicia.
La chica, la cual tenía una preciosa tez morena y cabello largo oscuro, levantó la mirada al escuchar que le hablaban y sonrió aliviada, antes de asentir.
—¿También son de primer año?
Ambas asintieron e ingresaron. La morena se presentó como Angelina Johnson y les comentó que deseaba ir a Gryffindor, lo que llevó a una conversación bastante profunda sobre casas y Quidditch.
Adara nunca había escuchado hablar sobre Quidditch... No tenía pinta de que sería buena jugando pero sonaba interesante. Angelina tenía una foto de la escoba para la que estaba ahorrando, la cual era una Barredora 11, y se veía muchísimo más segura que las que se utilizaban en su época... No parecía que con esa escoba ibas a acabar con un montón de astillas por todo el cuerpo. Aún así, también se sentía emocionada por finalmente tener su primera clase de vuelo.
El viaje no se le hizo muy largo a Adara, a pesar de que ya estaba anocheciendo. Estar con ambas chicas la había hecho relajarse un poco, aunque estaba seguro que, una vez estuvieran en Hogwarts, los nervios se la comerían viva.
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