i. conociendo lo desconocido.




𝖈𝖍𝖆𝖕𝖙𝖊𝖗 𝖔𝖓𝖊:
conociendo lo desconocido.



Nada había cambiado en el templo desde que llegó allí a los cinco años. Bueno, con lo que parecía ser la edad de cinco. Lo poco que hacía era hablar con las sacerdotisas y a veces estar con su hermana, Atenea, desconocía totalmente el paradero de su hermana Helena ni de su madre, pero de lo poco que tenía conocimiento era de que ninguna de ellas era pariente natural de la diosa de la sabiduría. Haber estado bajo su cuidado desde que tenía conciencia logró formar un fuerte lazo de cariño, de ahí el porque la trataba como una hermana mayor.

Era una chica curiosa, la diosa la dejaba rondar un poco alrededor del templo, pero siempre con la supervisión de, al menos, una ninfa. Disfrutaba apuntando las propiedades de las plantas que encontraba por la zona y las dibujaba, luego le preguntaba cómo se llamaban a las ninfas y lo anotaba. Entre eso, mirar y analizar las estrellas y algunas clases que recibía de parte de su hermana, era un resumen muy preciso de los últimos años.

Todos los días fueron así excepto dos, un día que Apolo, el dios del sol, la música y las profecías, visitó a Atenea y se quedó unas horas. Y un día especifico de Julio, que no olvidaría nunca.

Adara ya era una chica de once años, aquel día, Atenea llamó de manera urgente a la pequeña Adara. Una ninfa la guió hasta donde tenía que reunirse con ella. En la especie de despacho enorme que tenía, se encontraban Atenea y un señor delgado y alto, anciano y con gafas de media luna, quien estaba de pie, mientras la diosa lo observaba sentada. Su hermana le hizo un ademán para que tomara asiento, y lo hizo con un rostro neutral, lo cual era extraño, debido al hecho de que cuando solía estar con su hermana tenía como mínimo una sonrisa leve.

—Buenas, señorita Ravenclaw —dijo con una leve sonrisa el desconocido—. Soy el profesor Albus Dumbledore, un placer.

—Buen día, ¿quién es usted? —preguntó curiosa la menor, manteniendo siempre un tono de respeto.

—Como he dicho, soy el profesor Albus Dumbledore, soy director en una escuela de magia en Reino Unido.

—Conozco Reino Unido, cuando vivía con mi madre habitaba allí en Escocia, uno de los cuatro países que lo conforma, ¿no? —dijo Adara recordando lo que su madre le enseñaba de pequeña.

—Veo que ha tenido una muy buena educación, señorita.

—Mi madre lo que más aprecia es la educación, profesor, todos los tipos de educación —dijo sutilmente—. ¿Para qué ha venido, profesor?

—¿Ha escuchado hablar de Hogwarts, señorita?

—Si no mal recuerdo, esa era la escuela de ella, ¿no? La que fundó con otros magos.

—Veo que no es ignorante de la magia.

El profesor tomó asiento en la silla que había disponible, soltando un suspiro. Observó a ambas mujeres en el lugar, sin dejar de sonreír con amabilidad.

—Me hago viejo, ¿sabes? —la pausa fue alargada, haciendo que la chica se impacientara por no recibir una respuesta—. ¿Alguna vez tu madre te comentó que irías a su colegio?

—Sí, y me dijo que sería una gran bruja, pero de un día para otro me encontré aquí. Mi madre y mi hermana Helena están de viaje desde hace mucho tiempo, porque al ser una gran bruja, mamá tiene que viajar muchísimo y mi hermana como es mucho mayor que yo la acompaña para ayudarla.

—No se lo contaste, ¿verdad?

Al escuchar una respuesta contraria a lo que esperaba de la menor, el hombre se dirigió hacia la diosa con un semblante serio.

—Tengo mis propias razones para hacerlo, profesor. —respondió la mayor cruzándose de brazos, pero tranquila sin perder los estribos, los cuales casi nunca perdía salvo en extremos casos en donde alguna catástrofe ocurría.

—No lo discuto, pero se va a tener que enterar ya, no puede esperar más.

—Contaba con ello. Creo que llegó el momento de retirarme entonces, discúlpenme —se acercó con paso decidido a la niña y la abrazó, antes de susurrarle en el oído—. Ada, este hombre es de fiar, es un amigo, ¿vale? Yo te oculté todo porque así tenía que ser... No te olvides de que te amo muchísimo.

Atenea se dirigió hacia la salida y una ninfa entró posicionándose cerca de la puerta. La niña supuso que era por si acaso, para vigilar. Confundida, buscó respuestas en el sabio hombre a su costado.

—¿Qué está pasando, profesor? ¿Tiene que ver con mi madre?

—Sí, señorita, necesito saber que usted entiende que todo lo que le diga es la pura verdad, y si lo duda se le mostrarán pruebas, ¿de acuerdo?

—Me fío de usted —murmuró de inmediato. Si su hermana, la diosa de la sabiduría, confiaba en él, ¿quién era ella para decir lo contrario del señor con barba plateada?—. Comience, por favor.

—Empezaré con una pregunta, ¿sabe en qué año estamos?

—Siglo once, específicamente en el año 1011, ¿no?

—Ese sería el año si usted hubiera tenido en cuenta un importante factor que desconoce.

—No comprendo, profesor —dijo confundida, pero se dio cuenta de una cosa—. ¿Cuántas escuelas de magia hay en Inglaterra? ¿No había solo una? Y en ella eran directores: Godric Gryffindor, Salazar Slytherin, Helga Hufflepuff y Rowena Ravenclaw, mi madre. ¿Cómo es que usted es el director?

—No se desespere señorita, la explicación va a ser larga y muy dura.

—Uh, de acuerdo.

Cada segundo que pasaba, la mente de Adara se nublaba más en confusión. Quizá si le aterraba un poco conocer la verdad, pero un sentimiento que brotaba de su pecho le decía que debía estar allí.

—Estamos en el año 1989, desconozco la razón por la que estuvo dormida durante tanto tiempo, señorita, eso atañe a su hermana, lo que sé es que todo cambió y usted no fue testigo de ello.

—¿Perdone? ¿Entonces según usted tengo 988 años?

—En teoría sí, pero su mente no evolucionó ni su cuerpo tampoco, así que sigue teniendo once años.

—¿Y mi madre y Helena también...? —le daba miedo, pánico, pavor preguntar en ese momento por ellas, incluso ahogó un sollozo, no podría esperar buenas noticias después de aquella enorme revelación—. Ellas están de viaje, ¿verdad?

—Con todo mi pesar y dolor, tengo que comunicarle que no, ambas fallecieron cuando usted era una simple niña.

A Adara le dio igual que hubiera alguien ahí, un profesor y una ninfa, no le importaba para nada. Comenzó a llorar desconsoladamente, sin retener sus lágrimas, solo apoyando sus codos sobre sus piernas y tapando su cara. La niña sentía que le faltaba algo, no podía asimilarlo, era demasiado para comprender en un momento.

Se odiaba a sí misma, por sobrevivir, odiaba en ese momento a su hermana Atenea, por mentirle, odiaba también al profesor Dumbledore por comunicarle la verdad. Odiaba no poder parar de llorar por algo que técnicamente pasó hace casi mil años.

—Tómese su tiempo para procesarlo —dijo Dumbledore comprensivo.

—¿Qué me tome tiempo para procesarlo? —dijo indignada, levantando la cabeza y dejando ver su rostro con los ojos hinchados—. Me acaba de decir que mi familia, mi verdadera familia, quien siempre creí ilusamente que estaban de viaje, lleva años muerta, ¿que quiere? ¿qué no me importe en absoluto? Lo siento, pero eso no es posible, profesor.

—Lo siento, señorita, yo también pasé por cosas similares, y es horrible que te digan como debes sentirte.

—Con todo el debido respeto, señor, pero dudo mucho que sepa realmente en la posición que estoy.

—No es por presionarla, pero todavía faltan cosas que debo decirle —dijo cauteloso el profesor.

—Adelante, no creo que sea peor —murmuró en respuesta la niña con la vista fija en el suelo.

—Este año, comienza su primer curso en esa escuela, ¿lo sabía?

La niña asintió sin ilusión, todo lo contrario a lo que le parecía antes ir a Hogwarts, salir del templo por primera vez en seis años el provocaba muchísima ilusión... Ver a su madre, ver a su hermana e ir a Ravenclaw para hacerlas sentir orgullosas... ¿Y ahora? ¿Qué haría?

Como no respondió con palabras el profesor comenzó a seguir hablando, con algo pesar por la lástima que sentía hacia la menor.

—Será llevada, junto a sus compañeros de curso, para ser seleccionada en una de las casas.

La chica comenzó a formular una pregunta, pero el anciano no fue capaz de escucharla porque preguntaba en murmullos.

—Puede preguntar más alto, si tiene que pausarse para llorar lo entenderé, señorita Ravenclaw.

—Varias cosas... ¿Cómo se selecciona? ―dijo, tratando de mantener su respiración calmada―. ¿Y donde se compra todo? —tomó aire—. Si ha pasado —pausó un momento—. tanto tiempo, algo habrá cambiado, ¿no?

—La selección consiste en ponerse un sombrero hechizado por los cuatros fundadores,  —la menor asintió indicando que podía continuar—. este hablará en su mente y verá sus cualidades para colocarla en alguna de las casas. Vale... ¿Qué más? Sí, en el callejón Diagon es donde se consigue el material. ¿Sabe lo que es?

Recordaba con algunos borrones en su mente aquel día en donde su madre las había llevado a ella y a su hermana a la inauguración del pueblo, recordaba que había una gran cantidad de tiendas de distintos colores y oficios.

—Sí, y asistí a su inauguración en el año 1005... ¿Está abierto todavía?

—Así es, si desea podemos pedir a alguien de confianza que la acompañe.

—Prefiero ir sola, gracias.

—El mundo mágico no ha cambiado mucho, ni siquiera en ideales de sangre. Pero los muggles sí. Los Muggles que conocen la magia pueden contarse con los dedos, ya no se cazan magos, pero si continúan habiendo puristas, más por tradición y repugnancia que por pánico.

—De acuerdo... ¿Algo más que necesite saber, profesor?

—Bueno, sí, es conveniente que no se sepa su verdadera identidad... Tendría que buscar un nuevo apellido por el que se le conozca en Hogwarts.

—De acuerdo —respondió sin ganas, asintiendo un poco.

—También sería prudente que sepa sobre Voldemort.

—¿Voldemort? ¿Vuelo de la muerte?

—Veo que sabe francés, señorita —dijo con una casi indetectable cara de asombro.

―Mi madre me enseñó, y Atenea continuó con la enseñanza, podría decirse que sé bastante sobre el idioma.

—Como decía, Voldemort es un mago tenebroso, que desapareció hace algunos años. Ha sido el peor mago tenebroso del que se ha tenido registro.

—¿Peor que Herpo el Loco? Lo dudo.

—Bastante peor, señorita ―en los ojos de Adara había incredulidad, miedo y tristeza.

—Pero no volverá, ¿verdad?

—Creo que no debemos creer con tanta facilidad que ha muerto. Cuando este mago vuelva intentará reclutarla de todas las maneras posibles si se entera que usted es una Ravenclaw. —el hombre hizo una pausa esperando alguna reacción en la muchacha, pero al no obtener una en concreto, continuó—. Es por esto que es imprescindible que su identidad se mantenga en secreto, correría un grave peligro por lo contrario.

—De acuerdo, profesor, creo que he llegado a mi límite de malas noticias en el día.―murmuró mirando directamente a los ojos de Dumbledore, con lágrimas amenazando con salir de sus ojos.

Se levantó de la silla en la que estaba sentada y caminó de espaldas, sin despegar la mirada del hombre. Su respiración fue de a poco controlándose, las ganas de llorar casi ni se comparaban a la molestia que sentía por recriminarle a Atenea tantos años de mentiras, ¿cómo pudo mirarla a los ojos todo este tiempo mientras le mentía sobre el verdadero paradero de su familia?

El profesor se levantó y se dirigió hacia la pequeña, puso una mano en su hombro intentando consolarla de alguna manera.

—Debo irme, creo que debería mantener una charla con su hermana.

Dumbledore caminó hasta la puerta, se despidió de la ninfa con un asentimiento de cabeza y Adara lo perdió de vista.

La muchacha se iba a ir hacia su cuarto, pero dos manos apoyadas en su hombro se lo impidieron. Era Atenea, y a Adara no le importó en ese momento que estuviera enojadisima con ella... La niña solo necesitaba un abrazo de su hermana.

Era consciente de el arduo trabajo de debía tener la mujer al ser una diosa del Olimpo, pero, a pesar de todo, se hacía el tiempo para estar con ella, cuidarla y quererla. Estaba muy agradecida por todos los años que la había acogido y le entristecía un poco el hecho de empezar la educación lejos de ellas, siendo sólo posible verla en vacaciones.

Se apegó al cuerpo de la diosa con fuerza, dejando salir las lagrimas que aún retenía.

—¿Recuerdas lo que te dije? —preguntó la mujer separando un poco su cuerpo del de la menor, para agacharse y observar su rostro mientras quitaba las lagrimas de sus mejillas con sus dedos—. Debía ocultarte la verdad, por tu seguridad. Ahora eres lo suficientemente madura para comprender el peligro que corres si tu identidad se descubriera.

—El profesor Dumbledore me explicó eso, pero ¿por qué esperar tanto tiempo? En menos de un mes entraré a Hogwarts.

—Sé que hace un par de años también habrías podido retener esta gran información, pero pensé que el encierro podría haber sido una desventaja, ahora que estás próxima a salir de este templo y relacionarte con personas de tu edad... o la que aparentas, sería más llevadero.

Prefirió no cuestionar la excusa que su hermana le dió y asintió. Se separó totalmente de ella sin despegar la mirada de sus ojos antes de hablar.

—Entiendo, creo. ¿Puedes llevarme al Callejón Diagon mañana? Necesito comprar mis útiles.

La diosa, algo contrariada por el severo tono de voz que empleó la chica, aceptó. Debía entender su comportamiento, a lo largo de toda su vida inmortal había podido entender algo sobre el sufrimiento humano y las maneras en que lo combatían, por lo que sabía con certeza que lo mejor en aquel caso era darle su espacio a Adara.

Dando las buenas noches con un beso en la mejilla, la rubia se alejó camino a su alcoba. Mañana sería un nuevo día, quizás estar alejada de la Diosa le ayudaría a relajar sus pensamientos, o eso esperaba.





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