19/09/17 (Parte 3)
Caminé por la banqueta aumentando poco a poco mi paso mientras los paramédicos pasaban junto a mí cargando camillas con gente herida, una densa nube de polvo aún no se disipaba y me hacía toser mientras una mujer con un bebé en brazos pasaba junto a mí empujándome.
La acción hizo que levantara la mirada justo frente a donde solía ubicarse el edificio, mi corazón se partió en mil pedazos al mirar lo que algún día fue mi hogar convertido en escombros, en ese momento caí de rodillas y me llevé las manos al rostro, mis lágrimas comenzaron a brotar y se mezclaban con el polvo manchando mis mejillas, ahora eso no me importaba. Mi cuerpo temblaba y se estremecía, estuve en esa posición por algunos minutos hasta que un hombre se acercó.
—¿Se encuentra bien, señorita? —preguntó ayudando a levantarme.
—Sí... —susurré ya estando de pie, justo cuando el hombre se alejaba hacia el tumulto de gente que se solidarizaba, lo tomé del brazo, solo una cosa me importaba saber.
—Señor... ¿sabe algo acerca de Bernardo Robles? Es mi papá y algo me dice que estaba aquí cuando el edificio se derrumbó. —dije con voz entrecortada.
—Lo siento, me gustaría poder ayudarte, pero lo único que sé es que se encuentra en la lista de los desaparecidos, aún no tenemos noticias sobre su paradero... —respondió tras algunos instantes de mirar su lista notándose inquieto por continuar su labor.
—Gracias... —susurré a punto de romper en llanto soltando al rescatista y retrocediendo algunos pasos, él me miró por algunos segundos y luego corrió nuevamente hacia donde un grupo de personas levantaba un gran bloque de concreto.
«¡Levanten la viga! ¡Hay gente ahí abajo!»
Gritaba una voz masculina mientras aquel conglomerado se unía para remover la gigante estructura de acero y concreto, luego de varios intentos lograron levantarla y entre dos rescatistas sacaban a una persona.
—¡Suéltenme! ¡Necesito encontrar a mi princesa! ¡Suéltenme, maldita sea! —Al instante reconocí aquella voz, se trataba de don Camilo quien forcejeaba con los rescatistas y voluntarios, me acerqué algunos metros y noté algo que me heló la sangre, el hombre había perdido ambas piernas y los paramédicos no sabían si contener la hemorragia o anestesiarlo para poder subirlo a la camilla. Lo más correcto era hacer ambas cosas, creo yo. Así lo hicieron. Yo me volteé pues si continuaba mirando era posible que no soportara y terminara desmayándome, bastaba con escuchar los gritos de dolor.
Cuando lograron asegurarlo a la camilla uno de los paramédicos colocó un paño en su nariz y el hombre poco a poco fue cerrando los ojos y callando sus gritos, al pasar la camilla junto a mí, don Camilo aún no quedaba sedado por completo así que al verme a los ojos lloró desconsolado al tiempo que parecía quedarse dormido mientras lo subían a la ambulancia.
Fue entonces que reaccioné y corrí entre los escombros pese a los intentos de los cuerpos de rescate que pretendían alejarme del área.
—¡Déjenme!, necesito encontrar a mi papá. —grité descontrolada avanzando rápido por toda el área mientras el resto de rescatistas y voluntarios continuaban en su labor y solo uno siguió mis pasos tal vez cuidando mi seguridad.
El escenario era de terror, mi mundo se estaba viniendo abajo a cada segundo que pasaba, estaba quedando afónica de tanto gritar «¡Papá!», como una niña pequeña que se ha perdido en el parque o en cualquier otro lugar público.
«¡Hay una joven bajo esta loseta, necesitamos más hombres!»
Gritaban mientras vecinos y gente que aparecía de por todas partes llegaban al auxilio.
«¡Levanten ahora!»
Indicaban los rescatistas mientras el grupo se unía en una sola fuerza para levantar aquel bloque, quise ayudar; pero supe que tal vez no serviría de mucho así que preferí seguir en busca de mi padre, los minutos parecían horas y tras varios intentos escuché que la multitud vitoreaba, pero de un momento a otro callaban.
—La joven no presenta signos vitales —dijo un paramédico, el silencio se apoderaba del lugar. Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo y un flashback vino otra vez a mi mente, la palabra «princesa» comenzó a hacer eco en mi cabeza y las imágenes de otra de mis pesadillas se hicieron presentes a medida que giraba en dirección a la multitud, vi caer aquel espejo y recordé los gritos del hombre en la pesadilla comparándolos con los de don Camilo apenas algunos minutos atrás cuando lo sacaron de entre los escombros, sí; era su voz la de aquel sueño.
—La ambulancia del SEMEFO viene en camino —dijo un oficial después de hablar por su radio con otra persona.
Levanté la mirada y entre el gentío logré identificar el atuendo que vestía yo en mi pesadilla, caminé lenta temblando horrorizada por saber la identidad de aquella joven, antes que lograra acercarme lo suficiente era subida a la camilla y su rostro cubierto con una sábana mientras la ambulancia del Forense arribaba al lugar.
Corrí como pude y sin pensarlo levanté la tela, al instante quedé petrificada y di dos pasos atrás de la fuerte impresión; era Lorena, todo el tiempo las pistas estuvieron frente a mí, la única razón de ser de don Camilo; su princesa, estaba muerta. Lloré como nunca, quién lo iba decir que el destino le cobraría al hombre de esa forma tan cruel, ni todo el rencor o coraje que pudiera sentir por ella o su padre valían ahora, alguien con tanta vida por delante, con un futuro que podía forjar cuando ella lo quisiera, sin deberla ni temerla había pagado las negligencias de su padre.
Por varios instantes mi mente volvió a bloquearse mientras los camilleros la subían a la ambulancia.
—Dios mío, dale el descanso eterno, llévala a tu gloria —sollocé cubriéndome el rostro destrozada por dentro, era la última vez que la vería. Antes que cerraran las puertas de la ambulancia logré ver sus pies descalzos bañados en sangre con profundos cortes como si hubieran sido hechos por fragmentos de vidrio, el espejo sin duda alguna, pude darme cuenta que no se trataba de simples pesadillas sino de sueños que predecían lo que pasaría, todo se estaba cumpliendo al pie de la letra, primero la caída de los pasillos de la escuela, la multitud en el patio y Uriel salvándome de una muerte dolorosa, luego el accidente en la camioneta con el poste que pude evitar que fuera fatal y ahora la desgarradora muerte de Lorena Iturbe en el colapso del edificio.
Pensé en tantas cosas a la vez hasta que las sirenas de las ambulancias me regresaron a la realidad, miré mi celular y para entonces eran apenas las 2:00 p.m., parecía que el tiempo se detenía a cada instante, yo sentía que ya habían pasado horas, pero la realidad era otra.
Fue así como reanudé mi búsqueda rogando un milagro que me devolviera la luz entre tanta oscuridad y dolor que se apoderaba de mi ser, pedí una señal al creador y tras algunos minutos esta llegó.
Bajo una pila de escombros logré identificar el empastado de mi diario el cual reconocería en cualquier lugar por los corazones que dibujé en él hace ya varios meses, me agaché y retiré las piedras de menor tamaño dejándolo al descubierto, un sabor agridulce invadió mis sentidos cuando reconocí la mano de mi padre el cual sostenía el diario y se aferraba a este como si fuera lo más preciado para él.
—¡Ayúdenme por favor!¡Mi papá está aquí abajo! —alerté a los grupos de rescate, al instante uno de los conglomerados se acercó haciéndome a un lado para poder accionar lo más rápido posible.
«¡Hay que remover esas rocas, pronto!», gritaban uniéndose nuevamente.
—En las buenas y en las malas, amiga —Escuché la voz de Susy a mis espaldas para después sentir su mano en mi hombro. Al voltear ella me sonrió con nostalgia y pude darme cuenta que detrás de ella aparecían el profesor Zúñiga y don Leonardo, quien traía vendado el brazo izquierdo y sostenido con un cabestrillo.
—¡Pronto, tenemos que ayudar! —decía el papá de Susy acercándose raudo.
—Pero, señor Torres, usted tiene la herida abierta, será mejor que se quede con las chicas, yo me encargo —contestaba el profesor al tiempo que Susy se acercaba y abrazaba a su papá.
—Nunca abandonaría a un amigo así esté en juego mi integridad, ahora más que nunca debemos estar unidos —asentía con seguridad dando un beso en la frente a Susy y avanzando hacia el conglomerado siendo seguido por el profesor.
Los hombres paleaban con esfuerzos sobrehumanos en el sitio en donde se encontraba atrapado mi papá, luego de algunos minutos se detenían.
«¡Ahí está! ¡Levanten la trabe!»
Cuatro hombres entre ellos el profesor y don Leonardo levantaban la estructura, este último de espaldas recargando todo su peso, pronto la viga caía hacia el otro lado liberando el camino.
—¡Dame la mano, Bernardo! —dijo el papá de Susy extendiendo su mano derecha, para al tiempo que mi papá lo sostuvo jalarlo con toda su fuerza, pronto el profesor y un rescatista se unían, uno lo tomaba de la cintura y el otro lo recargaba en su hombro, los paramédicos se acercaban al instante con la camilla y lo subían.
—¡Papá! —exclamé al tiempo que Susy y yo corrimos hacia él, mi papá aún sostenía mi diario mientras su cuerpo temblaba, tenía heridas por todos lados, pero lo que me dejó fría fue el ver una varilla que atravesaba su abdomen, Susy retrocedió y se tapó los ojos abrazando a su papá, aterrada.
—Hija, solo quiero que sepan que las amo y espero me perdonen por no saberlas valorar, dile a tu mamá que me arrepiento por no haber sido el padre y el esposo que ustedes merecían... —decía con muchos esfuerzos mientras la camilla avanzaba.
—No digas eso, papá, no te despidas... iré contigo —sollocé siguiendo a los camilleros. Don Leonardo y Susy caminaron detrás de mí.
—No... al lugar a donde iré tú no puedes ir, mi pequeña, tienes una vida por delante, sé feliz y nunca te rindas... —pausó dirigiendo la mirada a mi amiga y su papá. —Leonardo, amigo... nunca las abandones, confío en ti —concluyó dando su último suspiro, cerrando poco a poco los ojos de los cuales una lágrima se derramaba.
—¡Papá! ¡Nooo, papá! ¡¿Por qué?! —grité golpeando su pecho y comenzando a perder los sentidos, lo último que vi fue caer el diario de su mano al tiempo que su corazón se detenía y perdía sus funciones motrices, el encuadernado caía sobre los escombros como si lo hiciera en cámara lenta, tras esto perdí la noción escuchando solo las sirenas de las ambulancias como si estuvieran a larga distancia y murmullos a mi al rededor.
Cuando desperté, iba a bordo de una ambulancia y una enfermera me atendía, don Leonardo y Susy estaban a mi lado.
—¡Gracias al cielo, nena! —dijo mi amiga corriendo a abrazarme, yo aún no reaccionaba en qué era lo que ocurría.
—Pero... ¿Qué pasó, Susy? —pregunté mirando a su papá con el brazo vendado y a los tres con la ropa revolcada y el rostro lleno de tierra.
—Te desmayaste cuando tu papá... —pausó mientras su mirada cambiaba a una expresión de profunda tristeza. En ese momento recordé todo lo ocurrido minutos atrás.
No fueron necesarias más palabras para romper en llanto, parecía que acabaría con todas mis lágrimas; estaba destrozada. Era una sensación indescriptible y mi amiga lloraba conmigo al verme tan mal. Fuimos interrumpidas por el ruido de mi celular, el cual sonó a llamada, rauda lo saqué y contesté al toque sin fijarme de quién se trataba, quien fuera sería importante y era el momento pues las líneas parecían haberse reestablecido.
—¡¡Mi cielo!! ¡¿Cómo estás, mi vida?! —escuché la voz de mi mamá a través de la línea.
—¡Mami! ¡Mamita! ¡No sabes cómo me haces falta ahora! ¿Dónde estás? ¿Cómo estás? —sollocé.
—Ya voy camino a México, mi amor, vengo con tu tío Eugenio, las terminales de autobuses aún no reanudan su servicio normal y la carretera es un caos. ¿Pero qué pasó? ¿Cómo están todos por allá? —dijo alarmada.
—Estoy con Susy y don Leonardo, vamos camino al hospital, pero no te preocupes, estamos bien solo algunos raspones... sería largo de contarte ahora —respondí.
—Madre del cielo, mi amor... estaba muerta de angustia por no poder comunicarme contigo ni con tu padre ¿dónde está él?... sigue sin responder mis llamadas —. En ese momento miré a mi amiga comenzando un silencio que duraría varios segundos.
—¿Marifer? —preguntó mi mamá al no recibir respuesta. —¿Me escuchas, cielo?
No quedaba más remedio que darle la fatal noticia o al menos eso quiso darme a entender don Leonardo con sus expresiones. No obstante me fue imposible, las palabras no salieron de mi boca y me limité a pasarle el teléfono al papá de Susy.
—Doña Isela, no se preocupe, estoy con las chicas, ya vamos camino al hospital de División del Norte para atendernos, ahí nos vemos, que lleguen con bien —dijo el hombre finalizando la llamada.
[...]
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