16/09/17

Aún sigo sin explicarme cómo es que tras una maravillosa noche en la que todo fue diversión y alegría, mi mente volvió a llevarme a un abismo de desesperación en el que me vi hundida esta mañana. Un sueño un tanto distinto que el de la noche anterior me atormentó.

Recuerdo que estaba al interior de un habitación similar a la mía pero con muebles más modernos y mejor cuidados. Mi vestimenta era un tanto ostentosa, mas al pasar frente a una espejo no había reflejo de mi persona. Al percatarme de ello caminé un par de pasos hacia atrás y en ese momento el suelo se movió con violencia, el espejo cayó frente a mí hiriendo mis pies descalzos y yo caí revolcándome de dolor. Las paredes comenzaron a desquebrajarse, así que arrastrándome intenté llegar a la puerta mientras todo se venía abajo, escuché gritos y a un hombre que clamaba auxilio desde otra habitación, otro más se azotaba contra la puerta intentando abrirla desde afuera, mientras pronunciaba la palabra «princesa» en reiteradas ocasiones, en ese momento un bloque de concreto se desprendía del techo y yo al levantar la mirada grité con todas mis fuerzas, aquel grito y la sensación de la muerte hacían que volviera a la realidad.

Desperté y mi corazón latía con gran fuerza, vi hacia la ventana y el sol ya estaba en su pleno apogeo, todo estaba como la madrugada anterior y se respiraba el silencio que precede a una noche festiva como la de ayer.

Miré mi celular y era casi el mediodía, abrí la cortina y la calle lucía desierta, no había carros circulando, ni gente, lo más normal en un día no laboral. Salí de mi habitación a paso lento y me percaté que mi padre dormía en su sofá con una botella de cerveza en la mano y otra vacía sobre la mesa de centro, mis suposiciones habían salido ciertas, se la pasó toda la madrugada tomando con sus compañeros de trabajo y era probable que no tuviera mucho de haber llegado.

En un momento algo me dijo que me acercara a hablarle, pero me retracté y preferí regresar hacia las habitaciones dirigiéndome al cuarto de mi mamá, abrí la puerta y vi que estaba sentada leyendo un libro.

—Creí que aún estarías dormida, ma —susurré cerrando la puerta.

—Lo estaba hasta que llegó tu padre, cielo, lo bueno que se quedó en la sala —dijo cerrando el libro mientras me sentaba junto a ella.

—¿Te dijo algo? —pregunté.

—Llegó diciendo cosas sin sentido, ya sabes cómo se pone cuando llega tomado, pero solo lo ignoré hasta que se cansó y se fue a su sofá —respondió.

Me limité a mover la cabeza reprobando el hecho y así estuvimos sentadas por algunos minutos, en silencio.

—Tuve otra pesadilla —comenté volviendo a romper el silencio y pensando en cada uno de los detalles del sueño.

—No me digas que otra vez soñaste con el hospital... —dijo mi mamá acercándose a abrazarme.

—No, quiero pensar que esta vez ocurría justo aquí en el edificio, recuerdo las ventanas y las puertas, los colores de las paredes... —pausé al tiempo que mi voz se entrecortaba y comenzaba a brotar el llanto de mis ojos.

—¿Pero qué era lo que ocurría, cielo? ¿Lo mismo que en el anterior? —preguntó mi mamá secando mis lágrimas.

—Debemos irnos de aquí, mamá, ya no puedo dormir tranquila de pensar que un día podemos ya no amanecer vivas, no puedo, no puedo... —dije bañada en llanto y golpeando con el puño sobre el colchón.

—Tranquilízate, mi vida, nos iremos de aquí más pronto de lo que imaginas, con o sin tu padre, pero confía en tu profesor, él vendrá a hablar con don Camilo esta tarde ¿no es así? —respondió acariciando mi mejilla.

—Sí, es la última esperanza, yo confío en el profesor Olvera, en el que no confío es en ese señor... —dije con la mirada baja recargándome en mi mamá.

Minutos después mi mamá fue a la cocina a traer el almuerzo, yo me quedé en su habitación esperando su regreso. Regresó con un plato de cereal, un par de huevos estrellados y dos quesadillas de las de ayer. Juntas almorzamos y conversamos hasta el cuarto para las dos de la tarde.

—El profesor Olvera no debe tardar, iré a peinarme y a ponerme algo decente —dije poniéndome de pie.

—Tienes razón, cielo, haré lo mismo por si llega a necesitar de nuestra presencia —respondió mi mamá comenzando a peinarse. Salí de su cuarto y me dirigí al baño, al pasar vi que mi papá seguía perdido en el sueño, así que hice el menor ruido posible para no despertarlo.

Terminando de alistarme miré mi celular y ya eran las dos de la tarde, mi mamá salió de su recamara y juntas salimos con sigilo del departamento, incluso preferimos no cerrar la puerta para no alertar a mi padre quien estaba en la sala a pocos metros de la entrada.

Bajamos las escaleras y nos paramos a las afueras del edificio. Cinco minutos después el auto del profesor Olvera arribó. El docente bajó y se acercó a nosotras.

—Buenas tardes, disculpen la demora —dijo extendiendo la mano para saludar. Consigo traía su portátil y una carpeta con documentos.

—Descuide, profesor, nosotras acabamos de bajar —respondió mi mamá mientras los tres subíamos en dirección al departamento de don Camilo.

Al llegar a la puerta el profesor tocó el timbre y nosotras nos hicimos a un lado parándonos en el siguiente descanso de las escaleras. Abrieron la puerta y pude darme cuenta de que Lorena había salido a abrir como la ocasión pasada.

—Señorita Iturbe, buenos días —saludó serio el profesor ya sin extender la mano pues sabía que no recibiría respuesta de parte de ella.

—Otra vez usted, ¿no podría dejar de fastidiar y decirme qué quiere? —respondió levantando la voz.

—Señorita, con todo respeto debo decirle que es un asunto muy delicado y el único indicado para tratarlo es su señor padre, usted me comunicó que él volvía el día de hoy, sabado, y aquí estoy puntual para hablar con él —respondió con educación.

—¿Delicado?, no me venga con tonterías y vaya al grano... —gritó siendo interrumpida por una voz masculina.

—¿Qué pasa, princesa? ¿Qué son esos gritos? —dijo el hombre el cual en breve se acercaba a la puerta, se trataba de don Camilo, quien miraba al profesor con desconcierto.

Más desconcertada estaba yo al escuchar cómo el hombre llamó a su hija y recordar la pesadilla que tuve esta mañana, pero no era momento para pensar en eso.

—¿Quién es este señor? —decía el hombre mayor señalando con su bastón al profesor.

—Ingeniero Francisco Olvera a sus órdenes, caballero, ¿Tengo el gusto con el señor Camilo Iturbe? —preguntó con cortesía y extendiendo la mano.

—Sí, así es... ¿pero qué se le ofrece? No compramos por catálogo ni atendemos religiosos... ¡ah! y tampoco aceptamos aboneros, yo pago mis deudas en el banco —dijo el hombre respondiendo el saludo con trabajos.

—No, yo no vengo a ninguno de esos asuntos, señor Iturbe, soy ingeniero civil y vengo hablar con usted respecto a las normativas de seguridad que está incumpliendo su propiedad —respondió el profesor sacando su cédula para identificarse y abriendo la carpeta que traía en mano para mostrar los documentos que contenía a don Camilo.

El hombre le hizo una señal con la mirada a su hija y esta se metió de vuelta al departamento.

—¿Incumpliendo? ¿Quién es usted para levantarme falsos en mi propia casa? —dijo acercándose para encarar al profesor Olvera y golpeando con su bastón en el suelo.

Varios vecinos salían de sus departamentos alertados por las voces y miraban aún sin entender qué ocurría.

—De ninguna manera le estoy levantando falsos, tengo las pruebas suficientes para asegurar que este edificio es inhabitable y debe ser evacuado a la brevedad —decía mientras caminaba hacia atrás pues don Camilo no le apartaba la mirada e invadía su espacio personal. Al escuchar esto algunos vecinos volteaban a verse entre sí preocupados, mientras otros reían burlándose de las palabras del profesor Olvera.

—Nadie va venir a ordenarme qué debo hacer y qué no en mi propiedad, no tengo idea quién lo trajo, pero si no se retira en este momento me veré obligado a llamar a la policía —sentenciaba el hombre.

—Don Camilo tiene todas las medidas de seguridad necesarias en el edificio, usted está loco —decía uno de los vecinos. Los ánimos comenzaban a encenderse.

—El hombre es ingeniero civil, así que sabe lo que dice —decía otro hombre tomando al primero por el cuello de su camisa, mas este lo empujaba contra el profesor Olvera quien en la acción salía proyectado contra don Camilo que estaba frente a él. Ambos caían.

En ese momento dos personas más salían de sus departamentos y se armaba una trifulca, yo intenté acercarme pero mi mamá me detuvo.

—Debemos parar esto, mamá... —grité llorando por lo que mis ojos veían.

—¡¡No, Marifer!! ¡¡vámonos !! —gritó jalándome de la blusa pero me alcancé a soltar y corrí hacia la multitud.

—¡¡Lorena, llama a la policía en este momento!! —decía el hombre poniéndose de pie con trabajos y sosteniendo al profesor Olvera como podía, bien el maestro pudo ganarle en fuerza, pero sabía que no estaba haciendo algo inapropiado y no opuso resistencia.

—¡Esto es un atropello, yo no estoy cometiendo ningún delito! —gritó desesperado mientras sus familias salían a detener a los que en ese momento peleaban a puño limpio.

—¡Déjelo, don Camilo!, él solo quiere ayudarnos —dije mientras mi mamá corría para acercarse a mí tomándome de los hombros.

—Lo que está haciendo usted es una injusticia, el profesor Olvera no es ningún criminal, solo quiere abrirle los ojos y mostrarle la realidad, ¿le cuesta tanto entenderlo? —dijo mi mamá apoyando mi replica.

—Así que ustedes trajeron a este individuo a mi casa, son unos malagradecidos —dijo el hombre al tiempo que a las afueras del edificio se escuchaba la llegada de dos patrullas.

—¿Qué es lo que está pasando aquí? —decía mi padre el cual bajaba en esos instantes con pasos tambaleantes y casi resbalando de las escaleras.

—Bernardo, te tendí la mano y me pagas con esto —dijo don Camilo tal vez pensando que él también estaría de acuerdo con la visita del profesor.

—No, no, no, don Cami ese tipo es un patán que se quiere robar a mi familia y se quiere hacer el héroe inventando cosas —decía ebrio mi padre al tiempo que dos oficiales subían las escaleras del edificio hasta el segundo piso a donde se suscitaba el conflicto.

—Invadió mi propiedad sin mi autorización y comenzó una trifulca entre mis inquilinos, llévenselo —ordenaba don Camilo entregando al profesor a los policías.

—¡¡Púdrete, infeliz!! —gritó mi padre manoteando al tiempo que la multitud de vecinos bajaba detrás de los oficiales quienes escoltaban al profesor Olvera.

—¡Me das asco, papá! —grité bañada en llanto. Él me respondió con una cachetada y al tiempo que mi mamá intentó defenderme la jaloneó hasta subirla a nuestro departamento, yo corrí aterrorizada de que le fuera hacer algo, gritando con desesperación mientras escuchaba las sirenas de las patrullas que partían en ese momento de las afueras del edificio llevando detenido al profesor Olvera.

Mi padre jalaba a mi mamá del cabello diciéndole una sarta de insultos que no quiero mencionar, hasta llegar a su cuarto donde la aventó sobre la cama, intenté ayudar, pero solo tuve la misma suerte, él salió y cerró la puerta por fuera llevándose la llave. Mi mamá me abrazó y lloramos juntas de impotencia, intentamos abrir la puerta sin éxito hasta que nos dimos por vencidas.

—¿Ahora qué vamos hacer, mamá? —pregunté sollozando.

—Nos iremos de aquí, hija, ya veremos dónde, pero esto no puede seguir así —respondió decidida mirando por la ventana mientras parecía maquinar una idea.

Estuvimos largas horas encerradas en su habitación, dialogando sobre lo que haríamos para huir. En ese rato mi padre al parecer estuvo ausente de casa hasta casi las ocho de la noche que escuchamos la puerta del departamento, después de varios intentos habíamos logrado abrir la chapa con un pasador apenas hacía algunos minutos. Mi mamá tomaba un pequeño frasco de pastillas para dormir el cual guardó en su abrigo.

—Isela, ¡tengo hambre! —gritó mi padre desde el comedor aún bajo los efectos del alcohol, tal vez eso mismo le había hecho olvidar que nos dejó encerradas.

—Ya voy, amor, en un momento te sirvo de cenar —dijo haciendo de cuenta que nada había pasado para así salir de la recamara y dirigirse a la cocina, detrás de ella salí yo sin darme a notar y llevando a cuestas una maleta con las pertenencias de mi mamá que preparamos minutos antes.

Me metí a mi habitación y puse la maleta debajo de mi cama, salí como si nada hacia el comedor y me senté solo saludando de lejos a mi padre el cual estaba al otro lado de la mesa, alcancé a ver que mi mamá le preparaba un café y en este vertía varias pastillas del frasco sin que mi padre se diera cuenta.

—Aquí está tu café, amor, te hará sentir mejor —dijo poniendo la taza sobre la mesa. Mi padre tomaba el preparado sin siquiera sospechar. A los pocos minutos, mientras comía, comenzó a cabecear y en un momento lanzó el plato de la comida hacia el suelo y se puso de pie. Tambaleándose caminó hacia su habitación y azotó la puerta al entrar. Rato después sus ronquidos se escuchaban en todo el departamento.

Mamá y yo nos volteamos a ver satisfechas del resultado, terminamos de cenar y ambas nos metimos a mi habitación. Eran las nueve de la noche y juntas preparamos mi maleta guardando lo indispensable y algunos cambios de ropa.

—Le pediré de favor a Susy si pueden pasar por nosotras mañana temprano —susurré.

—Me parece una buena idea —respondió mi mamá mientras terminaba de doblar mi ropa.

Tomé mi celular y le mandé un mensaje a mi amiga.

Marifer, 9:03 p.m.
Susy ¿Cómo estás?, quería saber si puedo verte mañana temprano.

Susy, 9:05 p.m.
Hola, Marifer, bien ¡gracias! Me alisto para dormir... claro, mañana voy a tu casa si gustas.

Marifer, 9:05 p.m.
¿Podría ser en la mañana lo más temprano que puedas? Tengo muchas cosas que contarte.

Susy, 9:06 p.m.
Sí, no hay problema ¿Qué te parece a las nueve?

Marifer, 9:06 p.m.
Excelente, aquí nos vemos a las nueve en la entrada del edificio, solo dile a tu papá que no toque el claxon al llegar, nosotras estaremos esperándolos ahí afuera. Nos vemos mañana, Susy, besos.

Respondí desconectándome, es seguro que lo último sacó de onda a mi amiga, pero mañana temprano se dará cuenta de lo que mi mamá y yo tenemos en mente. Al poco rato nos dimos las buenas noches y mi mamá se quedó dormida en un extremo de mi cama.

Ahora iré a descansar también aunque sea algunas horas, las últimas horas en este lugar que me vio crecer, pero al que no pienso volver jamás.

Marifer.

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