15/09/17 (Parte 1)
🎵TEMA MUSICAL🎵
DARK PIANO - PARANOIA
Esta mañana mi mente parecía vagar en el mundo de los sueños, no lo recuerdo con claridad, solo algunos detalles que puedo destacar y los que me despertaron de un sobresalto esta mañana de viernes.
En aquel sueño recuerdo que vestía de blanco y tenía puesto un par de guantes quirúrgicos, varias siluetas caminaban en los pasillos de lo que parecía ser un hospital con poca iluminación. De pronto todo se cimbraba y la gente comenzaba a gritar de pánico, no sabía qué hacer, mas algo me dijo que corriera hasta llegar a uno de los cuartos el cual abrí de golpe mientras los aparatos médicos caían frente a mí, la mujer que ahí yacía se levantaba de la cama y gritaba a todo pulmón «¡Mi hijo!», como si estas fueran sus primera palabras después de un largo sueño. Aquel desgarrador grito era el que me hacía volver a la realidad de mi oscura habitación.
Mi corazón latió con gran fuerza después de aquella pesadilla que a todas luces parecía motivada por lo ocurrido los últimos días y mi visita de ayer al hospital. Tal vez no debí haber ido, pero no me arrepiento al recordar lo feliz que hice con ello a Uriel y de haber conocido a una mujer tan angelical como lo es su mamá.
Miré mi celular y solo faltaban cinco minutos para que sonara mi alarma justo al punto de las seis. Me levanté y poco después también lo hizo mi mamá, al salir todo parecía señalar que mi padre había adelantado su partida.
Ya estaba dentro de la ducha cuando al caer el jabón sobre mi rodilla me produjo un ligero ardor.
—¡Las muletas! —exclamé recordando que desde mi caída había dependido de ellas, pero el día de hoy, aún con la intriga de aquel extraño sueño, me había olvidado de estas y ni por un momento al dirigirme al baño me vi en la necesidad de usarlas.
—¿Qué pasó, cielo? —respondió mi mamá al escuchar mi exclamación corriendo hacia el baño.
—No, nada, mamá, es solo que olvidé las muletas en mi cuarto. Pero ya no importa —dije continuando con lo mío.
—Cielo... ¿Cómo vas a olvidar las muletas en el cuarto? ¿Entonces cómo caminaste al baño? — dijo confundida entre ligeras risitas.
—No lo sé, solo lo hice —contesté aún incrédula de que de la noche a la mañana dejara de necesitarlas.
Al salir de la ducha, mientras me vestía, pude notar que podía flexionar la rodilla sin problema alguno y apoyar la pierna en el suelo aunque esto me causaba un ligero dolor el cual ejercitándola pronto quedaría en el olvido. Antes de salir del baño, escuché que mi mamá entraba a mi cuarto y al abrir la puerta pude notar que sacaba las muletas con expresión de incredulidad.
Caminé sin problema rengueando ligeramente para salir del baño, ante la sorpresa de mi mamá que aún no podía creer la pronta recuperación.
—¿Decías? —le dije para posteriormente reír ambas y abrazarnos.
—Como sea debes tener cuidado, cielo, ¿Quieres que te acompañe? —preguntó acariciando mi mejilla.
—Don Leonardo pasará por mí igual que ayer, él aún no sabe que ya no necesito las muletas, así que... —dije con una sonrisa y levantando los hombros.
—Está bien, tú me complaciste ayer, yo te voy a complacer hoy, ahora ve a desayunar, don Leonardo es muy puntual y puede llegar en cualquier momento —respondió.
Después de tomar mi desayuno y lavarme los dientes, escuché el famoso claxon. Me despedí de mi mamá y cargué mi mochila jalando por último las muletas, las cuales agarré juntas con una sola mano, era momento de devolverlas a la escuela. Ambas bajamos y justo don Leonardo descendía de su camioneta para ayudarme cuando notó que al parecer ya no sería necesario, solo riendo mientras mi mamá ponía cara de satisfacción.
La camioneta partió de las afueras del edificio con dirección a la escuela, yo no podía sacarme de la cabeza aquel sueño que me despertó, mas debía hacer mi último día de la semana como de costumbre.
—¿En verdad ya no necesitas las muletas, Marifer? —preguntó mi amiga aún sorprendida.
—No, ni yo misma puedo creerlo, pero al rato pasaré con Betty a que me revise la rodilla y de paso le entrego las muletas — dije sonriendo.
—Ustedes los jóvenes tienen la fortuna de recuperarse rápido de un accidente, yo me hubiera caído de rodillas o pegado en la cabeza y dudo que estuviera tan tranquilo como ustedes ahorita... los años cobran factura —comentó don Leonardo mientras conducía.
—Usted es joven y fuerte también, don Leonardo —dije. El hombre no rebasa los treinta y cinco años y ya se siente viejo solo por tener una hija adolescente.
—Sí, papá... ya, no seas chillón —concluyó mi amiga al tiempo que los tres reíamos.
Al cabo de unos minutos llegamos a la escuela, Susy y yo bajamos despidiéndonos de don Leonardo para así entrar al plantel.
—No se te olvide comentarles, Susy —Fue lo último que gritó el hombre desde la camioneta, a lo que mi amiga volteó y mostró un pulgar arriba.
Al pasar por la enfermería, la cual se ubica en la planta baja, pasé de rápido a entregar las muletas dando las gracias a Betty; la enfermera, ella se quedó impávida y no le di ni tiempo de hablar diciéndole que más tarde pasaba a verla.
Cuando subimos al salón y el profesor Zúñiga llegó, se alegró al verme e hizo un comentario similar al de don Leonardo, elogiando lo rápido de mi recuperación.
Después de pasadas las clases de álgebra e inglés, las cuales tuvimos dos horas cada una, llegó el receso. Susy yo bajamos y en el camino Uriel nos encontró.
—¡¡Hola, chicas!!... espera amor te ayu... —dijo al tiempo que iba a tomarme del brazo para bajar viendo que ya no usaba más las muletas y bajaba los escalones con cierta facilidad.
—Como gustes, amor, no me molesta que me tomes del brazo aunque ya no esté «lisiada», como dicen algunas... —dije con una sonrisa extendiendo el brazo para que Uriel me agarrara al momento que pasaba la tipa que nos había fastidiado el día de ayer, solo se nos quedó viendo y rabió sin decir una sola palabra, siguiendo su camino. Tal vez la sentenciaron que una escenita más como la de la clase de Historia y la expulsarían.
Terminamos de bajar y llegamos a nuestro punto de reunión. Nos dispusimos a tomar nuestro almuerzo y después de conversar sobre la visita al hospital, les hable sobre el incidente entre el profesor Olvera y mi padre. Ambos se mostraron afligidos por saber que las cosas no estaban resultando como esperábamos.
Casi terminaba nuestro tiempo de receso cuando Susy recordó que tenía algo importante que decirnos.
—Casi lo olvido, chicos, esta noche mi papá y mi abuelita organizarán una noche mexicana, ayer que la visitamos dijo que haría un pozolito y que invitáramos a nuestros mejores amigos, así que no vayan a faltar —dijo muy animada.
—¿Es en serio? Me encanta el pozole e imagino que tu abuelita lo debe hacer riquísimo, tenemos que ir, Uriel... — dije hablando eufórica y volteando a ver a mi novio.
—No lo sé, no creo estar listo para ir a una fiesta sabiendo que mi mamá está postrada en la cama de un hospital —dijo con la mirada baja y recargando los brazos en sus rodillas.
Me acerqué a él, lo tomé de la mano e hice que se pusiera de pie para estar frente a frente tocando su rostro con ambas manos.
—Disfruta a tus seres queridos hoy que los tienes con vida y salud, porque mañana no sabemos lo que pueda ocurrir —pronuncié aquellas palabras que él mismo me dijo ayer, al tiempo que lo besé cerrando lo ojos y secando sus lágrimas.
—Te tengo a ti —susurró acariciando mi mejilla.
—¿Y?... —respondí con una sonrisa.
—Esta noche nos la pasaremos de lujo — dijo al tiempo que lo abracé colgándome de su cuello.
Susy sonrió feliz de que Uriel hubiera accedido a ir con nosotros a la velada familiar hecha con motivo del grito de independencia.
—Ya está acordado, chicos, recuerden que es un convivio familiar así que no olvides invitar a tus papás, Marifer —dijo mi amiga comenzando a tomar sus cosas pues el timbre que daba fin al receso sonaba en ese momento.
—Bueno, aunque dudo que mi papá quiera ir... él prefiere irse con sus compañeros de trabajo a tomar en ocasiones como esta, es otra cosa que me molesta de él, pero estoy segura que mi mamá estará feliz de acompañarnos —comenté.
—Estaba pensando si podemos invitar al profesor Olvera, el iría de mi parte, después de todo es el tutor de mi grupo —comentó Uriel mientras subíamos las escaleras.
—Me parece una excelente idea, será también una forma de agradecerle el apoyo que nos ha brindado —respondí aprobando la propuesta.
—Yo también estoy de acuerdo, y si no va ir tu papá Marifer no creo que haya inconveniente alguno de que invitemos al profe, ¿alguien tiene su número de teléfono?, porque ven que hoy no le toca dar clases —dijo Susy ya estando frente a nuestro salón.
—Yo lo tengo, chicas, le marco más tarde — dijo Uriel despidiéndose de nosotras para así dirigirse a su salón.
Esta fiesta sería un buen pretexto para olvidar un poco nuestros problemas y sabía que nos vendría muy bien a todos.
Una hora después volvimos a bajar al patio como todos los viernes a la clase de Educación Física, le comenté a la profesora de mi incidente del miércoles y que recién hoy había dejado de usar las muletas. Ella me dijo que era preferible que no forzara mi recuperación, pero si yo quería solo me pondría algunos ejercicios para rehabilitar la rodilla al cien por ciento, la profesora es entrenadora de un club juvenil de fútbol y sabe de lesiones. Después de algunos ejercicios que me puso, le pedí permiso para ir a hablar con la enfermera y ella accedió.
—Señorita Betty, buen día —dije asomándome a la enfermería. La mujer redactaba unos documentos.
—¡Marifer! —exclamó. —Pero si apenas ayer aún te vi con las muletas y a tus amigos ayudándote a caminar, ¡y mira! hoy me sales con que hasta a deporte bajaste, incluso tenía listo tu justificante para la profesora de Educación Física —comentó.
—Ya no hará falta, acabo de hablar con la maestra y me puso unos ejercicios para rehabilitar la rodilla al cien por ciento, esta mañana desperté sin molestia alguna y no recordé las muletas hasta que me estaba bañando —respondí para después reír al recordar el suceso.
—Entiendo, me da gusto que tu recuperación haya sido pronta, créeme, aquí mismo he tenido casos de chicos que tardan semanas en recuperarse de una caída como la tuya —dijo poniéndose de pie y dándome una palmada en la espalda.
En ese momento escuchamos los gritos de dos chicas los cuales provenían del patio, ambas salimos y alcancé a notar que la profesora de deporte sostenía a Susy la cual se tocaba la cabeza, Betty y yo nos apresuramos llegando hasta ellas.
—¿Pero qué pasó, Susy? — pregunté alarmada.
—Nada, amiga, solo fue un mareo, eso es todo, ya pasó...— respondió poniéndose nuevamente de pie.
—¿Segura que te sientes bien, Susy? —preguntó la enfermera acercándose a mi amiga para tomarle el pulso y checarla con su estetoscopio.
—Sí, señorita enfermera, en verdad no sé preocupe; tal vez el mareo es consecuencia del golpe en la cabeza del otro día. En la tarde le diré a mi papá que me lleve al doctor otra vez —respondió Susy con una sonrisa.
—Será mejor que ambas suban al salón y tomen un descanso, niñas, no quiero que por querer cumplir con mi clase vaya a ocurrirles algo —dijo la profesora de deporte a lo que Betty aprobó con un movimiento de la cabeza.
La clase de Educación Física había terminado para nosotras al menos por esta semana, dejándonos casi media hora de respiro, Susy y yo subimos al salón y tuvimos tiempo de dialogar sobre lo que haríamos en el convivio de esta noche. Quedé en llevar unas exquisitas quesadillas que hace mi mamá, lo cual le dio mucho gusto a mi amiga, cada que va a mi casa y prueba esas delicias se va con una amplia sonrisa en el rostro.
Al finalizar la última clase, Uriel bajó y ya nos esperaba afuera de nuestro salón cuando nosotras salimos.
—Adivinen qué... —dijo muy contento mientras bajabamos.
—¿Qué pasó, amor? —pregunté.
—El profesor Olvera aceptó la invitación y dijo que llevará mariachi para acompañar la celebración —respondió.
Las dos brincamos de gusto sorprendidas y a la vez encantadas por la noticia chocando las palmas, todos pondríamos nuestro granito de arena para hacer de esta fiesta un suceso inolvidable.
Los tres llegamos a las puertas del plantel y Uriel se despidió, dijo que iría un par de horas con su mamá y después volvería a su casa para alistarse, nos comentó que el profesor Olvera quedó de pasar por él. Susy le dio la dirección de la casa de su abuelita para que supieran justo en donde sería la celebración y no se fueran a perder en el camino.
A los pocos minutos llegó don Leonardo y ambas abordamos la camioneta partiendo de la secundaria. Al llegar al edificio bajé despidiéndome de Susy y de su papá.
—Sí te comentó Susy sobre la invitación... ¿verdad, Marifer? —preguntó el hombre.
—Por supuesto, don Leonardo, muchas gracias, ya quedamos de acuerdo en todo — respondí.
—En ese caso, nos vemos aquí en punto de las ocho, espero que ya estén listos para esa hora, pasaré por ustedes y llegaremos juntos a casa de mi mamá —respondió el hombre.
—Listas... —corregí dando a entender que mi padre sería la ausencia de la fiesta mientras daba la media vuelta ingresando al edificio. El hombre solo rió y aprobó levantando la mano para despedirse y partir.
—¡¡No olviden las quesadillas!! —gritó mi amiga ya con la camioneta en movimiento asomándose desde su ventanilla.
Ambas soltamos una carcajada y ella volvió al interior del vehículo, yo subí las escaleras aún con una sonrisa en el rostro.
—¡Ya llegué, ma! —dije con singular alegría.
—¡Mi cielo! ¿Ahora qué te trae tan contenta? —preguntó saliendo de la cocina.
—Ve preparando la masa para las quesadillas... porque esta noche habrá fiesta en casa de la abuelita de Susy ¡¡Y estamos invitadas!! —dije brincando y aplaudiendo de gusto.
Mi mamá se mostró feliz al verme tan emocionada y no como los días pasados que siempre llegaba con una mala noticia. Así que sin pensarlo me sirvió de comer y al terminar recogimos la mesa para preparar el famoso antojito, el cual sería nuestro granito de arena para el festejo patrio a llevarse a cabo esta noche.
[...]
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