Capitulo 3

El nombre de Brown resonaba en cada rincón de la ciudad, conocido no solo por su habilidad con la cámara, sino también por la impecable ejecución de las misiones que le encargaban. Cada tarea, por más complicada que fuera, la cumplía con una precisión asombrosa. Su fama crecía al igual que su reputación de ser el mejor en su oficio, tanto que llegó a obtener la codiciada Tarjeta Dorada, el máximo rango que alguien en su campo podía alcanzar. Para muchos, Brown se había convertido en una leyenda en vida, un símbolo de la eficiencia y el éxito.

Pero, como suele suceder con la gloria, lo bueno no siempre viene solo. A medida que el país prosperaba y las misiones se volvían más cruciales para mantener el equilibrio, el nombre de Brown se entrelazaba con la expectativa de grandeza. Era la futura promesa, el hombre que todos admiraban, pero también sobre el que empezaban a caer las sombras de la envidia y el peligro.

Una tarde cualquiera, mientras disfrutaba de un breve momento de paz en la ciudad, Brown paseaba por las calles con una serenidad inusual. Las aceras, llenas de vida, eran testigos de su tranquilidad, pero también de la tensión silenciosa que se avecinaba. Al cruzar una esquina, sus ojos se posaron en una tienda de ropa que antes nunca había notado. Era pequeña, discreta, pero algo en el escaparate captó su atención.

Brown, sintiendo que era el momento de un cambio, decidió entrar. El sonido de la campanilla al abrir la puerta fue suave, casi melancólico, como si anunciara algo más que una simple compra. La tienda estaba llena de prendas elegantes y bien confeccionadas, algo distinto a lo que él solía vestir. Caminó entre los estantes, tocando las telas, sintiendo la textura bajo sus dedos, mientras una extraña sensación de renovación lo invadía.

Finalmente, encontró lo que buscaba: un nuevo look. Su reflejo en el espejo mostraba a un hombre diferente, más seguro, pero también más expuesto a las miradas ajenas. Sabía que ese cambio, aunque pequeño, marcaba el inicio de algo más grande en su vida, algo que podría alterar el rumbo de su historia para siempre.


Brown había llegado a un punto crucial en su vida, uno donde la habilidad física ya no bastaba. Había dominado el combate cuerpo a cuerpo con una precisión impecable, sus movimientos eran fluidos, letales. El manejo de armas, tanto de fuego como blancas, lo situaba entre los mejores. Pero, mientras miraba el horizonte de su futuro, se dio cuenta de que eso no era suficiente. Había fuerzas más allá de lo físico, energías y poderes que gobernaban el equilibrio del mundo, y si deseaba continuar ascendiendo, tendría que dominar esas fuerzas.

Tres grandes escuelas gobernaban el conocimiento de estos misterios: la Escuela de Magia, la Escuela del Cosmo y la Escuela del Ki Divino. Cada una era un templo de sabiduría ancestral, donde los estudiantes más dedicados y los maestros más sabios se unían para desentrañar los secretos del universo. Brown sabía que acceder a una de ellas sería un desafío monumental, pero lo que él pretendía iba más allá de la norma: ingresaría en las tres.

No era una decisión que hubiera tomado a la ligera. Para Brown, la magia, el cosmo y el ki no eran solo herramientas; eran las claves para comprender el tejido de la realidad misma. La Escuela de Magia le ofrecía la posibilidad de manipular los elementos, controlar el flujo de la energía mística que resonaba en cada rincón del mundo. Dominar la magia significaba poder sobre la materia y el espíritu, aprender a invocar poderosos hechizos, y alterar el mismo destino. La Escuela del Cosmo, por otro lado, le ofrecía un conocimiento más profundo, uno que iba más allá del plano terrenal. Aquí, aprendería a conectar su ser con el universo mismo, a sentir las vibraciones de las estrellas y canalizar su poder cósmico hacia su propio cuerpo. El cosmo, decían, permitía a uno trascender las barreras del tiempo y el espacio, unificando la conciencia con las fuerzas primordiales del cosmos. Finalmente, la Escuela del Ki Divino era el pináculo del dominio sobre el ser interior. Aquí, aprendería a controlar su propia energía vital, canalizarla y elevarla hasta un nivel que solo los más grandes guerreros habían alcanzado, acercándose a lo divino.

Pero mientras soñaba con el poder que podría alcanzar, las sombras de su pasado lo mantenían anclado. Brown no podía ignorar la vergüenza que cargaba desde su expulsión de la Academia de Exploradores. No muchos sabían lo que había ocurrido, pero para él, el recuerdo era claro como el cristal. Durante su tiempo en la academia, había sido considerado un estudiante brillante, destinado a grandes cosas. Sin embargo, el destino jugó en su contra cuando se le asignaron tres misiones de suma importancia. Estas misiones no eran solo pruebas, eran desafíos que medían el temple de los mejores, y Brown... había fallado en todas.

El dolor de esas derrotas era algo que lo seguía a todas partes, como una sombra que nunca se disipaba. No completar esas misiones no solo le había costado su posición en la academia, sino también su orgullo. Fue expulsado sin ceremonias, con la reputación manchada y las puertas cerradas para él en muchas de las instituciones más prestigiosas. A veces, el peso de esos fracasos era tan grande que sentía que nunca podría superarlo. La vergüenza lo consumía, pero dentro de esa desesperación, algo más se encendió: la determinación de nunca rendirse.

Por eso había decidido enfrentarse a un reto aún mayor: no bastaba con superar esas misiones fallidas o redimirse en la academia. Brown se había propuesto algo mucho más ambicioso. Sabía que dominar una sola de estas tres escuelas místicas ya era un desafío titánico, pero él quería más. Necesitaba más. Entraría en las tres. Aprendería los secretos más profundos de la magia, el cosmo y el ki divino, y de esa forma, finalmente redimiría su nombre y alcanzaría un poder más allá de lo que cualquier mortal pudiera imaginar.

El camino no sería fácil. Cada escuela tenía sus propios requisitos, sus propios desafíos. Para ingresar a la Escuela de Magia, tendría que mostrar un conocimiento innato de las energías arcanas, algo que pocos podían siquiera percibir. La Escuela del Cosmo requería una conexión espiritual tan profunda que muchos estudiantes se perdían en su propio intento de alcanzar el universo. Y la Escuela del Ki Divino... esa era la más peligrosa de todas. Dominar el Ki no solo significaba comprender la energía vital, sino controlarla hasta el punto de poder destruir o sanar con un simple pensamiento. Muchos aspirantes habían sucumbido a su propio poder, incapaces de controlarlo.

Pero Brown no temía el sacrificio. Había fracasado antes, y esos fracasos le habían enseñado algo invaluable: la resiliencia. Si lograba superar estos nuevos desafíos, no solo se redimiría de sus errores pasados, sino que trascendería los límites de lo que alguna vez fue. Su expulsión de la academia ya no sería una mancha en su historial, sino el punto de inflexión que lo llevaría a convertirse en una leyenda. El destino lo llamaba, y esta vez, estaba preparado para enfrentarlo.

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