Amor en tiempos de Covid
Disclaimer: los personajes pertenecen a Reki y A1 no hay intención de lucro. La imitación es la mejor forma de admiración.
Personajes muy OOC
Evento #SAOFickers #MeriiKuriSAOmasu20
Frase: Extraño momento para celebrar (AU)
* * * * * * *
—Asuna... ¡Asuna! —gritó la joven enfermera. —¡Te vas a congelar y nos vas a congelar a todos! ¡Hace menos cero grados fuera! —le recriminó al tiempo que, con su desparpajo habitual, cerraba la ventana y empujaba a su compañera hacia un entorno más cálido pasillo arriba.
—Tranquila Rika, solo fue un momento... además es bueno que el aire de aquí dentro se renueve un poco, los pacientes lo agradecen y a mí me despeja mucho la cabeza.
—¿Sabes lo que te despejaría la cabeza? —Le pasó una taza de café caliente de dos que las aguardaban ya preparadas en el mostrador de enfermería de la planta. —Descansar, eso es lo único que necesitas. Es tu segunda noche doblando Asuna, como acabes enfermando tú también... ¡No sé qué haremos! Ya estamos bajo mínimos, ¿sabes que Yuna también ha dado positivo?
La joven pelirroja asintió con un mohín de preocupación al tiempo que daba un sorbo al café que la hizo estremecer ante el contraste de temperatura.
—Lo sé, lo sé, pero estoy bien en serio y, como dices, estamos bajo mínimos, hay que ayudar. Además...
—¿Además qué, Asuna? —Su joven compañera le retiró la mirada. —No fue tu culpa, nadie sabíamos lo que estaba ocurriendo.
* * * * * * *
—Hola, ¿te ayudó?
La joven paró de golpear la máquina de café, dejó exhalar un suspiro de resignación e hizo un gesto en rendición dejándole libre acceso a la expendedora.
Con movimientos seguros pero delicados, pasó sus dedos por la pantalla táctil y se hizo con el ansiado botín.
—Creo que estas máquinas no siempre son muy compatibles con los guantes de latex —la sonrió y, por primera vez, cruzaron miradas. – ¿Con leche y extra de azúcar?
El joven tenía los ojos grises más profundos que jamás hubiera visto. El brillo que desprendían le resultaba agradable, como familiar. Por no decir que le pareció terriblemente atractivo con esa tez clara enmarcada por su cabello oscuro cayéndole a mechones sobre el rostro. A pesar de sus rasgos duros cada gesto era cordial y agradable, casi hipnótico. Asuna quedó muda por unos segundos observando con detenimiento a su interlocutor que, consciente, le retiró la mirada nervioso; si no hubiera llevado puesta la mascarilla habitual su bochorno hubiera sido más que evidente.
La joven retiró nerviosa un mechón de su cabello que se alborotaba curioso entre el gorro y la mascarilla. Miró a su derecha y, cómo no podía ser de otra manera, encontró a sus compañeras de turno observando desde el puesto de mando entre risas.
—Entonces, ¿he acertado? —su pregunta la devolvió a la realidad, o al sueño, porque en ese momento no creyó que un chico así pudiera estar tan interesado en iniciar una conversación con ella.
—En realidad no, lo tomo cortado y sin azúcar —respondió nerviosa al fin, provocando una profunda carcajada en el muchacho.
—Vaya...hubiera jurado que los botones más golpeados eran los de esta combinación —la sonrió con un guiño de complicidad—. Permíteme entonces que te invite a un café más acertado. Este me lo tomaré yo.
—No, por favor, no es necesario —intentó impedírselo avergonzada la muchacha, haciendo aspavientos con las manos cual agente de tráfico.
—Insisto —cogió su mano para calmarla al ser consciente de su apuro—, además, eran tus monedas, en realidad solo te devolvería la invitación.
Sonrió nuevamente y, al soltarla, el cuerpo de Asuna se relajó. Pero no le duro mucho, cuando le ofreció el nuevo café, sus manos volvieron a rozarse y un escalofrío recorrió su espalda con avidez.
—Espero que no te dé una subida de azúcar y tenga que llamar a un médico —se animó a bromear la muchacha, consciente del nuevo silencio creado.
—No soy muy de médicos, siempre he sido más devoto a los cuidados de una enfermera —coqueteó él inocente, sin prever que con ello llevaría su rubor a un límete tal que se advertiría a través de la mascarilla de la muchacha. Contuvo la risa y decidió suavizar su comentario, rehaciendo su respuesta—. Lo cierto es que últimamente no me sabe a nada casi nada —rió—, quiero creer que con el azúcar mejorará algo.
—A lo mejor estás resfriado, no tienes buen color... — sonrió nerviosa al ver cómo el muchacho buscaba cruzar sus miradas algo nervioso también, escudando su apuro en un rápido sorbo al café caliente. No estaba acostumbrada a coquetear y, menos aún, a hacerlo con un chico tan educado y atractivo, sin embargo, algo superior a ella la impulsaba a hacer lo posible por mantener esa conversación un poco más—. O, quizá, tanta devoción por la profesión sanitaria te hizo delirar, como a los fieles ante sus Santos. No serías el primere caso, tenemos toda una planta.
—¡Ja,ja,ja! Qué lástima, ni para eso te voy a resultar original. Pero visto así, será eso entonces —sonrió sin disimular cierta emoción al notarse finalmente correspondido en su juego—, ahora entiendo lo de tus ojos.
—¿Mis ojos?
—Sí, tus ojos. Desde el primer momento he pensado que no podían ser reales, que tenía que haber algo místico en ellos. A lo mejor es que ya me dió la fiebre del mártir.
Ambos se sonrieron como niños, ajenos a las miradas de las compañeras de Asuna al fondo, así como al aura de interés que se había creado a su alrededor entre los curiosos que aguardaban en la sala de espera.
Lo cierto es que la belleza de la enfermera era más que conocida en el hospital. No era la primera vez que algún paciente o visitante se prendaba de ella y pretendía cortejarla, y ni que decir de algún que otro compañero cuya insistencia casi le había causado problemas. Si bien, ella y su carácter discreto y austero, rara vez atendía dichos reclamos. Por lo general, de hecho, ni era consciente de los mismos, pues si de algo no pecaba era de ser engreída. "Son tonterías vuestras" solía excusarse cuando sus compañeras y amigas destacaban cualquier cumplido osado hacia la enfermera. Esa era la principal causa de que todos los ojos de sus compañeras estuvieran posados en aquel fortuito ejemplo. Asuna no coqueteaba, no se le había conocido novio ni interés romántico alguno desde que tenían memoria y, derrepente, ese chico había sacado una parte de ella totalmente desconocida para sus compañeras. La dama de hielo, como la llamaban en petit comité tenía corazón y, lo más importante, era capáz de latir por alguien.
El muchacho se mesó el pelo nervioso, se estaba preparando para una pregunta que, aunque él lo ignoraba totalmente, la muchacha estaba interesada en escuchar.
—Oye, no quisiera parecerte descarado o, peor, un loco —la joven sonrió tímida—, pero... pero me preguntaba si quizá...
"Enfermera Yuuki Asuna, acuda a la sala de curas número 3, sala de curas número 3"
El anuncio por megafonía la pilló totalmente desprevenida, había olvidado totalmente dónde estaba y que tan solo había salido a por café rápido mientras su compañera se ocupaba de la parte menos tediosa de preparar al paciente.
—¡Oh, Dios, esa soy yo! ¡Maldita sea! Debo irme, mi compañera me matará, me he retrasado demasiado —se apresuró a excusarse y a avanzar a paso ligero hacia atrás, alejándose de la sala de visitas y de aquel joven que se había quedado totalmente congelado ante el inesperado devenir de acontecimientos.
—¡Asuna! —Su llamada desde la distancia la invitó a girarse una última vez. Le gustó que se hubiera quedado con su nombre. Se sintió como en una de esas comédias románticas donde el protagonista espera que su enamorado se giré una última vez a mirarle como confirmación de su interés. Era un joven atlético y con un gusto moderno en su estilo, el oscuro color de su pelo conjugaba a la perfección con sus ojos acerados, la sonreía aún—. ¿Volveré a verte?
Esta vez no disimuló la emoción por aquella pregunta, seguramente la fina tela de la mascarilla no pudo ocultar la gran sonrisa que así lo agradecía.
—Si no cuidas ese resfriado, es posible —bromeó una última vez a lo que el muchacho respondió con una fingida tos—. Mi turno acaba a las cinco.
* * * * *
"Yuuki Asuna"
La imponente voz de la supervisora retumbó en todo el pasillo.
—Oh, oh, problemas, te dejo sola —se apresuró a evidenciar su compañera.
—Eres una cobarde Rika.
—Cuando se trata de Fanatio sí, me declaro culpable.
La guiñó un ojo y se escurrió por la primera galería que encontró. No tardó mucho en sentir la mirada prejuiciosa de su jefa en su nuca.
—Asuna, no pienso permitir que tripliques tu turno de nuevo, y menos en una noche como la de hoy.
Dejó escapar un suspiro. Estaba agotada y tener esa conversación no era lo que necesitaba en ese momento. Su jefa era una mujer razonable, si bien, estricta. Llevaba varios días esquivando su mano de hierro, escudando su comportamiento en la situación general del hospital ante el brote pandémico.
—Fanatio —se decidió finalmente a enfrentarla—, estamos bajo mínimos...
—No querida, no —la cortó, destapando antes de lo previsto su coartada—. La situación nos supera, soy consciente, pero es mi trabajo y no él tuyo administrar nuestros recursos. No puedo permitirme más bajas y tu continua obsesión por saltarte mis instrucciones no es más que la crónica de una muerte anunciada.
Aquella elección de palabras reververó en su interior haciendo flojear su empaque emocional.
—Pero yo...
—Te prohibo terminantemente —la cortó— doblar de nuevo tu turno. Debes descansar, debes coger fuerzas y disfrutar de esta noche en familia. ¿Eres consciente de cuántos compañeros hubieran deseado librar esta noche?
Se hizo un breve silencio entre ambas mujeres. El cansancio despertaba una rabia infantil en el estómago de Asuna, así que frenó su primer instinto de contestar a su superior con la facil respuesta que era señalarle que podía mandar a otro compañero a casa. Fanatio era su amiga además de jefa, si estaba siendo dura era porque la ocasión necesitaba de cierta cordura. Sin embargo, Asuna ya había decidido optar por otro camino más emocional.
—Lo siento, pero no puedo irme —bajó la mirada para ocultar las lágrimas que estaban a punto de humedecer su rostro. Aquella respuesta desarmó a su supervisora que esperaba otro tipo de oposición por parte de la joven. La conocía muy bien, prácticamente desde que empezó sus prácticas en el hospital había sido su mentora. Era una muchacha aguerrida y consecuente con sus valores. Su tesón y entrega siempre la habían hecho destacar, confundiendo a quienes la denostaban de primeras, confundiendo su amabilidad y dulzura con falta de agallas. El equilibrio perfecto entre su inteligencia y empatía la habían convertido en su mano derecha y fiel apoyo; sin embargo, ahora la notaba lejana. Aquella obsesión sacaba un versión de ella desconocida para la mujer de cuya decisión dependía.
Exhaló hondo, llevó sus manos a su cabeza, como si necesitara sujetarla con fuerza un momento antes de tomar una decisión, para después apoyarlas sobre el mostrador ante ellas.
—No puedo confiar en tus capacidades ahora mismo Asuna, no puedes pedirme que de luz verde a esta locura. Y eso es algo que creo ambas entendemos muy bien. No puedo garantizar que tu atención esté al 100% y... ya, ya sumamos demasiadas bajas, y no hablo solo de pacientes.
—Y lo entiendo, solo que no puedo... no puedo dejarle, otra vez no, no me lo perdonaría nunca —al fin levantó la mirada ahogada en una angustia que ni ella podía explicar.
—Mi pequeña niña...
Fanatio la abrazó con ternura y con esa fuerza maternal que deja descansar el alma. Nunca lo reconocería pero la entendía, ella había sentido eso hacía mucho tiempo. Esa "necesidad vital", el amor. Cuando se conocieron ella era una cría y él era, él. Fuerte, venerado y temido en igual manera. Severo en el quirófano y tierno en la cama, una clandestina historia de amor que, lejos de protagonizar un cuento, fue su obsesión por años. Ahora eran un matrimonio respetado y consolidado, solo algunos compañeros de la vieja guardia recordaban sus lágrimas y sus desmayos por agotamiento, todo por él, por estar más cerca del hombre que, desde que lo vio, supo sería el padre de sus hijos. Esa determinación era la que ahora aturdía el juicio de su subordinada. Sin embargo, su situación era mucho peor, porque el hombre al que amaba podría morir esa misma noche.
—Escúchame —la sujetó por los hombros deshaciendo su abrazo—, solo por esta vez podrás quedarte a pasar la noche como si fueras un familiar antes de la pandemia. Eso sí, deberás tener puesto el E.P.I. en todo momento.
Asuna sonrió relajando su gesto en gratitud por la comprensión de su jefa y amiga.
—Pero... —continuó—, debes prometerme que en adelante acatarás mis órdenes sin rechistar, ¿trato?
* * * * * * *
Llegó a casa tarde, más tarde de lo previsto, una extraña gripe había supuesto un despunte de casos de urgencia ese invierno. Compró unos onigiris en el supermercado de la esquina a modo de cena ligera. Le pesaba todo el cuerpo por el cansancio.
Tras una agradable ducha, se acomodó frente al televisor con su cena. Había dejado el papel doblado sobre la mesa. Le ponía nerviosa mirarlo. Ella no era así, ella siempre había sido una chica clásica, solo osada en cuestiones relacionadas con su trabajo. En su vida... en su vida le había costado siempre romper con aquello que su familia había determinado para ella. La compostura, la tradición y un sin fin de convencionalismos clásicos que se resumían en un "no pienses por tí misma". Aún así, ese papel estaba sobre su mesa, no lo tiró ni lo rompió, lo guardó en el bolsillo de su bata y después en su bolso.
Retiró los restos de su cena, encendió el televisor y observó nuevamente el papel doblado. En su interior, esa misma chispa que en su día la animó para buscar su propio apartamento y abandonar los dictados de su madre la golpeaba el estómago. "¿Qué es lo que quieres tú, Asuna?"
Cogió el papel y su móvil, y marcó el número que aparecía en él. Apenas llegó a dar tono cuando colgó. Híperventilaba.
—¿Qué haces Asuna...? —farfulló en voz alta.
Miró de nuevo el papel. "Te debo un café". Sonrió.
—Vamos Asuna, solo es una llamada... nada más.
Volvió a marcar.
* * * * * * *
—No deberías llamarme cuando estoy en el trabajo.
—Solo quería comprobar que lo de anoche no fue un sueño —a pesar de la distancia su voz sonaba igual de cercana que la madrugada anterior.
—Espera un momento. —Se metió en un cuarto de material en busca de algo de intimidad.— Ya esta, ahora podemos hablar más tranquilos. Bueno, ¿y qué más quieres decirme? Creo que ayer prácticamente te resumí mi vida y a la inversa, ja, ja ja —sonreía como una colegiala.
—Hay tantas cosas que deseo decirte, pero no quiero asustarte demasiado pronto -rió.
—¿Eso crees? No me asuntan muchas cosas.
—¿Ah, no? ¿Y qué te asusta entonces?
—Uhmm, ¿los fantasmas? —nuevamente se sorprendía de lo fácil que le resultaba mostrarse tal y como era con él. Sentía como si se conocieran de toda la vida.
—Vaya... —su tono advertía cierto juego, como la primera vez que se encontraron ante la máquina de café.
—No me digas que eres un fantasma... ¡lo sabía!
Una carcajada casi ahogada por una tos repentina se hizo notar al otro lado del teléfono.
—Te has ahogado en tu propia burla, ¿lo sabes verdad? —le recriminó ella en el mismo tono travieso.
—Lo sé, lo sé. Cuando estoy nervioso digo tonterías. O será la fiebre del mártir, que vuelve al ataque.
Hubo un breve silencio, Asuna jugueteaba con las cajas de material frente a ella algo inquieta, dando gracias de que no estuvieran cara a cara.
—¿Y por qué estás nervioso?
—Ayer conocí a una chica.
—¿Ah, si? —le siguió el juego.
—Sí, tiene los ojos más bonitos que he visto. Es lista y dulce, ¡y creo que le gusto!
Asuna ahogó una risa antes de contestar.
—¡Wow, me dejas sorprendida!, ¿cuántas cosas descubriste para ser la primera vez que la veías no?
—Sí, siempre he sido muy observador —sentenció.
—Y... ¿y a ti te gusta ella?
—Bueno.... —bromeó, sintiendo ese mohín de desaprobación de la joven desde el otro lado de la línea—, no me gusta, me encanta.
Ambos sonrieron como niños. Asuna agradeció haberse escondido en aquel pequeño almacén o tendría que dar muchas explicaciones a las curiosas de sus compañeras.
—Y lo mejor de todo—continuó—, es que ha aceptado tener una cita conmigo.
—Bueno, ha aceptado a tomar un café contigo —esta vez fue ella la que bromeó con romperle la ilusión.
—Suficiente para convencerla.
—¿Convencerla de qué?
Toc, toc.
"Asuna, ¿estás ahí? Está cerrada la puerta."
—Salvado por la campana —le contestó tras oír cómo la reclamaban—, ¿hablamos luego?
—Bueno...
Rió desde el otro lado y, nuevamente, la tos le atacó.
—Cuídate, ¿vale? No quiero tener que aplazar ese café.
—Trato hecho. –Colgó y miró aun sonriente apagarse la pantalla de su teléfono movil. –Convencerte de que soy el hombre perfecto para ti.
* * * * * * *
Desde la altura de la planta cincuenta del hospital las vistas eran extraordinarias. La noche estaba especialmente fría y, aún así, se respiraba el cálido ambiente navideño, esa sensación de esperanza, de deseos rogados al nuevo año que entra cargados de ilusión y fe. Los edificios de la ciudad parecían brillar al son de la música de las calles, como un gran árbol, pues había adecuado sus luminarias a los tonos típicos de esas fechas, verdes, rojos y dorados. La nieve se encargó del resto. Respiró hondo y su pensamiento también reiteró aquel deseo por el que tanto rogaba cada día.
Miró hacia la cama tras de sí, le habían retirado el respirador y la sedación, ahora todo dependía de él. Había perdido mucho peso en esas más de dos semanas. Si tan solo supiera cuánto lamentaba lo ocurrido. Todas los síntomas estaban ahí y no supo verlos, cegada por esa fiebre de colegiala que la había atolondrado a ella desde que se conocieron. Todas las advertencias sanitarias y de las noticias no las supo ver, sumida en su nebulosa de ilusión. Y ahora él estaba ahí, luchando entre la vida y la muerte por su culpa, por entretenerle más de la cuenta al otro lado del teléfono en lugar de urgirle para que acudiera a un hospital. Fue una inconsciente y una estúpida.
—Por favor, despierta... —suplicó de nuevo, esta vez en voz alta.
Se sentó a su lado en la cama y le cogió de la mano. Sudaba. Apenas llevaba una hora metida en ese invernadero de traje y ya le sudaba todo el cuerpo. Sin embargo, lo que mas detestaba no era esa sensación de humedad constante, gajes del oficio al fin y al cabo; lo que la molestaba era que el único roce o muestra de cariño que él recibía fuera a través de su mano enguantada. No era justo. Nada era justo esos días.
Desde que ingresó había estado entubado e inconsciente. Tuvo fallo renal, neumonía bilateral vírica... estuvieron a punto de perderle en alguna ocasión. Pero se aferraba a la vida con fuerza. Eros momentos fueron un infierno. Ya habían pasado los días más críticos y, por fin, parecía poder respirar por si mismo. Ahora solo quedaba esperar, esperar a que despertara de la sedación y que todo estuviera bien. La batalla no estaba ganada aún. Ella no se había alejado de su lado desde que ingresó, era quien hablaba con su familia y con los médicos, siempre pendiente. Su fuerza en el mundo real ahora tenía que ser la de ella.
—¿Sabes qué? —Lagrimas de frustración y rabia volvían a enrojecer sus ojos.—Estoy harta de rogar, así que basta ya, te lo ordeno, ¡despierta! Te odio. Te odio muchísimo, y si no despiertas te odiaré aun más. No lo merecía, ¿sabes? No merecía conocerte, ilusionarme y bajar la guardia por primera vez con alguien como lo hice si te vas a morir. No lo merezco. Quiero ese café, con extra de azucar si hace falta. Quiero que me enseñes esos mundos de fantasía en los que trabajas, ser guerrera, cuidadora, maga, diosa o reina, me da igual, pero quiero vivirlos junto a tí. Dar una vuelta en tu moto, pasear de la mano, cocinarte cosas ricas... Tener mi cita. Quiero tener esa cita contigo...
Se dejó caer sobre la cama y lloró hasta quedarse dormida.
* * * * * * *
—Llegas tarde...
—En realidad llego justo a mi hora —se apresuró a corregir a su compañera. Yuna podía ser muy dulce o un auténtico diablillo a veces. Acababa de regresar de su luna de miel y, en lugar de venir calmadita y saciada de descanso, su humor estaba siendo de lo más tiquismiquis para sorpresa de todas.
—Vamos Yuna, no la regañes, es que está enamorada del morenazo ese de la máquina de café —intervino Rika que, aunque parecía estar atendiendo a unos informes en el ordenador, prestaba atención a toda conversación que se le ponía a tiro.
—¿No me digas? ¿Por fin hubo cita? —el carácter de su amiga se dulcificó instantáneamente. No había nada que un buen chisme no sanara en ese centro—. Quiero conocerle, es injusto, todas le vieron ese día menos yo.
—¡Venga ya Yuna! Estabas hartándote de daiquiris en vaso de coco en la playa, ninguna lástima me das —la espetó con sorna Rika mientras Asuna, contenta de que la hubieran sacado poco a poco de la conversación quitaba a Yuna de las manos la carpeta con el listado de pacientes que habían sido ingresados esa noche por Covid.
—¿Cómo puede ser...! —el tono de angustia de su exclamación no pasó desapercibido para sus compañeras.
—Si querida, veinte en una noche, esto está siendo horrible —le indicó su compañera mientras Asuna ojeaba los partes del turno—, de la planta ocho han fallecido más de la mitad, pero poco menos que en la nueve. Aún así seguimos necesitando camas. Pero creo que lo más duro ha sido ver entrar a ese chico joven... Uff, ¡podría ser de nuestra edad!, bueno de la de mi marido, y era tan guapo...
La recién casada dejó de hablar cuando vio que la carpeta caía al suelo de las manos de su compañera que, siguiendo su estela, se desplomó de rodillas al ver aquel nombre entre los ingresados.
—No puede ser...
* * * * * *
Ya era de día y el cielo estaba tan despejado que molestaba, obligándole a entrecerrar los ojos. Le dolía todo el cuerpo, a penas podía moverse, era como si le hubieran dado la peor paliza de su vida. Sentía un peso enorme en el pecho y le costaba un poco respirar. Pronto notó su presencia. Agarraba con fuerza su mano a pesar de estar dormida. Era ella, no le cabía la menor duda.
Algún movimiento inconsciente de su cuerpo, que había decidido despertar totalmente sin su consentimiento, acabó por despertarla. La observó en silencio desperezarse. Estaba preciosa con la luz de la mañana, deseó verla así muchas más veces. Intentó frotarse los ojos al tiempo que bostezaba, cuando fue consciente de la pantalla que cubría su rostro, y se sintió ridícula, lo que le hizo reír.
—¡Kirito-kun! —el sobresalto casi la hace caer al suelo.
—Kazuto..., te dije que ese era solo mi nombre en los juegos.
—¿En serio vas a corregirme ahora? —rió. La muchacha cogió con fuerza sus manos y se recostó ligeramente cerca de él. Lloraba, pero eran las lágrimas más bonitas que había visto en su vida, pues lloraba de felicidad al verle.
—¿Qué ha pasado? ¿Envenenaste el café?
—Baka....
Quiso pegarle por bromear con algo así. Pero la sensación de felicidad colmaba tanto su pecho que casi no le salían las palabras. Estaba despierto.
* * * * * * *
—¿En serio? ¿El chico-Covid? ¿No se les ocurrió nada más original?
—En realidad mi madre tiene otras formas menos divertidas de llamarte, así que no te quejes tanto, mi hermano y mi padre han sido mucho más benévolos.
—Entonces... ¿cómo debo presentarme? "Hola suegros, soy el Chico-Covid, venía a pedir la mano de su hija".
—¡Deja de decir tonterías! —rió tirando de él en dirección a la entrada de la casa.
—Estoy muy nervioso —la frenó —, no sé si estoy preparado para conocer a tu madre después de todo lo que me has contado. ¿Y si hacemos una boda intima? Clandestina mejor.
—¡Calla ya! ¿No eres un valiente espadachín en los juegos? Demuestra tu valía Kirito-kun —se mofó buscando retar su orgullo de alguna manera.
—Creo que me falta el aire... para, para, por favor.
La muchacha dejó de tirar de él, apresurándose a comprobar si tenía fiebre, sujetándole el rostro para mirarle las pupilas con urgencia, en su mente un mantra se repetía: "otra vez no". Estaba tan abotargada por el susto de volver a perderle que ni siquiera fue consciente de como una sonrisa traviesa se dibujaba en el rostro del falso enfermo justo antes de tirar de ella para robarle un beso.
Desde que despertó muchos habían sido los besos robados, o no. Le encantaba el sabor a cereza de sus labios, la suavidad de su piel y como acariciaba tímida su lengua al principio. Encajaban tan bien que no podía creerlo y, ahora, estaban a punto de hacer oficial el momento del beso más importante, aquel con el que sellarían su amor para siempre. Lo malo era su efecto en él, rara vez se conformaba con un beso sencillo, como en ese momento en el que sus manos ya habían empezado a subir por dentro de su blusa.
"Ajam, ajam"
Allí estaba, la familia Yuuki al completo observaba la escena desde la puerta de entrada. Ninguna de sus expresiones llamaban a que aquello se fuera a olvidar pronto; al padre se le había caído la mandíbula del susto, la madre resoplaba indignada y, el hermano, el hermano escondía entre los dedos una carcajada, consciente de lo difícil que se iba a poner la velada para ambos tortolitos.
—Disculpen..., eh..., esto... no es lo que parece. Me faltaba el aire —un codazo sutil en las costillas le cerró la boca de golpe y casi le deja sin aire de verdad.
—No, si al final, seré yo la que te mate... mejor déjamelo a mí —le regañó entre dientes mientras se colocaba la camisa.
—Vale, mejor me callo, pero... recuerda que te quiero.
~FIN~
Bueno, pues aquí está mi aporte. Perdón por los horrores y lo oxidada que estoy en esto...
Como está flojillo voy a aprovechar este momento para agradecer a todos los participantes del MeriikuriSAOmasu20, son fechas difíciles para sacar tiempo entre tanta celebración y, aún así, no dejáis de sorprendernos. Mil gracias.
Gracias a todos los que paséis a leer y, por favor, no me la tengan en cuenta ajajjajaj
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