Capítulo 1
El taxista termina de acomodar las maletas en la cajuela del taxi, vuelve a su asiento y arranca, alejándonos del bullicio del aeropuerto.
El viaje desde Inglaterra hasta los Jacksonville-Florida a sido largo, abrumador y tedioso.
Aunque debería estar feliz ya que este es mi primer viaje fuera de mi ciudad natal, aunque las circunstancias que me atan a esta maravilloso lugar son completamente diferentes a las que cualquier turista vendría.
A mi lado, mi mejor amigo, Max se encuentra inmerso en completo silencio cada uno en sus pensamientos. Mirando hacía la nada.
Ninguno de los dos estamos ánimicamente normal para tratar de entablar conversación algunas. Max, con el mismo semblante serio y ausente, su única arma para ocultar la bruma de la tremenda noticia que su padre le había dado el fin de semana pasado.
Su madre, la señora Margaret De Moritz, quién se encuentra luchando contra la leucemia está en la última etapa del cáncer y tras esa noticia el nivel de estrés en Max aumentó considerablemente.
Él está destrozado. Desgarrado y tremendamente afectado, solo que no lo demuestra, en todos los años que llevo conociéndolo jamás le ha gustado que los demás lo vean tan... débil, aunque se sienta de otra manera.
Verlo sufrir me hace recordar las terribles épocas de angustia y soledad que padecí por algunos años tras la perdida de mis padres y después... inevitablemente un nudo en mi garganta empieza aparecer por el pensamiento que pensé haber superado.
Suspiro para alejar los malos pensamientos e incluso muevo de un lado a otro mi cabeza. Necesito mantenerme centrado en el presente. El pasado ya fue y no hay forma de revertirlo.
Al estar en la autopista escucho el gruñido que se le escapa al hombre. Fue allí que me percaté que habíamos caído en un trancón. Esto iba hacer incluso más tedioso. Él taxista murmura por lo bajo en un idioma extraño mientras golpea con sus dedos índice el volante del auto, observó el ir y venir de los transeúntes, la mayoría en diminutos bikinis o ropa de playa aunque el semáforo este en rojo estos se pasean libremente por la carretera impidiendo la libre circulación e infringiendo muchas normas, normalmente esto no pasa en inglaterra. Por lo que puedo deducir que estamos cerca de alguna clase de playa.
Sería emocionante mirar un poco, fue lo primero que se me cruzó por la mente pero lo descarto rápidamente ya que los motivos por estar aquí son completamente distintos a la clase turista, yo vengo acompañar a mi amigo, nada más.
Dejó de prestarle atención al caos de afuera para tratar de calmar la única cosa que he escuchado de mi amigo desde que recibió la noticia, sus murmullos.
—Ey Max, amigo respira, ¿quieres? Estás hiperventilando—le aconseje, tratando de ahogar una mueca. Éste solo me miro a través de sus largas pestañas, el sol le pega directamente en su rostro iluminando sus grandes ojos grises y vacíos antes de asentir y clavar sus ojos en la ventanilla (o fuera de ellas). Suspiro con pesadez—. Al menos decidnos la dirección de la casa de tus padres.
Max vuelve asentir y habla directamente con el taxista, al recibir un asentimiento de su parte del hombre, vuelve a irse a su mundo por lo que no me atrevo siquiera a pronunciar palabra alguna y me dedico a observar las calles solo apartando la mirada para comprobar que no se aviente del vehículo aún en movimiento.
Cuando llegamos por fin a nuestro destino, no me impresionó por lo grande que parece ser el lugar en donde vive, él mismo me había descrito cada rincón de la casa, aparte de que habíamos entrado aún vecindario de grandes casas, pero aquella es lo más impresionante que mis ojos han podido ver. Incluso para una persona como yo, acostumbrado a ver grandes monumentos.
Desde el enrejado, se puede apreciar lo inmenso que es la "casa" de mi amigo, el jardín está decorado con una fuente de tres piezas rodeada de rosas blancas, justo detrás de ella, en medio del terreno se encontrar la "casa" hecha de material, de tres pisos y un sótano por los que puedo deducir. La "casa" de mi amigo en general es rectangular, el frente de la segunda planta tiene dos grandes ventanales de carpintería metálica ya me puedo imaginar la luz que entra por estás. Mientras la tercera cuenta con balcones en cada una de sus habitaciones. Sin duda una obra de arte que mezcla el estilo vanguardista y la época moderno. Me imagino que por dentro debe ser grandísima.
Al terminar de pagarle al taxista, Max se acerca al enrejado presionando el botón de la blanca caja y espera.
—Familia Moritz —escuchamos la voz de una mujer.
Max toma aire antes de hablar.
—Nana —vocifera Max con voz apagada.
—¡Oh mi niño! —chilla la mujer.
Las rejas que nos separan del terreno se abren e ingresamos, puedo jurar que mi amigo está más conmocionado que antes, pero ¿Qué puedo yo hacer?.
Su respiración se vuelve cada vez más pesada con cada paso que damos y al abrirse la inmensa puerta de vidrio polarizado retengo la respiración; de adentro, sale una mujer de unos sesenta años, tez morena, de unos 1.50 de estatura y de contextura delgada, lleva puesto un impecable uniforme gris con zapatos cerrados. Su canoso cabello recogidos en un mono, nos recibe con una inmensa sonrisa mientras sus grandes ojos mieles se encuentran cristalizados.
Extiende sus manos y antes de que podamos siquiera subir el primer escalón de la escalera se arroja a los brazos de mi amigo.
—¡Mi niño!.
Ambos rompen en un llanto silencioso y se aferran desesperados el uno al otro, partiéndome el corazón ante la escena tan conmovedora.
—¡Mi niño!, ¡Volviste!, ¡volviste!.
La mujer se separa un poco de los brazos de Max sin romper el abrazo e inspecciona su estado. Aún cuando divisa las grandes ojeras del castaño de noches interminables de estudio y mucha cafeína le da una cálida sonrisa.
De repente una espléndida melodía suena del interior de la mansión, alguien se encontraba tocando un piano, haciéndolo excelente. Claro de luna, es la melodía que suena, ¿Quién podría tocar el piano tan bien?.
Ese sonido provoca en mí pecho un remolino de emociones, si no fuera porque está no es mi casa entraría y encontraría a la o él causante de esa grandiosa melodía. Risas suaves acompañan la melodía, pero aquellas no vienen con la música sino de mis subconsciente.
El gruñido de Max ocasiona que volviera nuevamente a la realidad. Max relajo su cuerpo, seco sus lágrimas para después limpiar las de su nana.
—¿Aún no sabe nada, verdad nana? —le pregunta Max a su nana, en tono ido.
Gruesas lágrimas vuelven a bajar por los ojos de la anciana.
—No niño, aún no sabe—responde la señora del mismo tono—, tu madre nos prohibió decírselo.
Max suspira y aprieta en un puño su maleta.
—¿Cómo se encuentra?—pregunta serio.
—Muy mal —solloza la mujer—, el doctor dice que no pasará de esta semana.
Aprieto el hombro de mi mejor amigo demostrando que no está solo, Max me mira e intenta sonreír pero fracasa. Todo su rostro está contraído y muy rojo.
—Nana, el es Jack Wagner, mi amigo —me presenta.
—Mucho gusto señora —la saludó, extendiendo mi mano, está también extiende la suya pero sin previo aviso, me abraza.
¡Que incómodo!
Automáticamente mi cuerpo se tensa y una imágen borrosa se proyecta ante mis ojos. Unos delgados y suaves brazos sostienen fuertemente pero sin provocar dolor a un niño, mientras éste es besado dulcemente por la mujer.
El recuerdo tan pronto como aparece, se va y deja una sensación agridulce.
—Nada de señora, jovencito— me regaña—, dime Lola o simplemente nana.
Sonrió involuntariamente por lo cálido que es su abrazo. Desde la muerte de mis padres hace años no permito que nadie me abrace, pero ahora heme aquí, permitiendo que alguien más que no fueran mis padres me abrazara, ¡que irónico!.
Después de un prolongado e incómodo momento la mujer se separa de mí y nos arrastra dentro de la mansión, la melodía hasta este momento aún no termina.
Me concentro en la melodía. Ni siquiera a logrado llegar a su mejor momento. Pero logra desconcertar me por lo bien interpretado de cada uno de sus notas, no negaré que todavía tengo ganas de ir y averiguar quien es él que toca semejante melodía, tengo que hacerlo o moré.
Mi desesperación por encontrar el origen de la melodía provoca el espantoso tic nervioso en mi pierna que creí había erradicado.
Mientras Max y la señora Lola se ponen al corriente sobre sus asuntos -que aclaro, no tengo ni la menor idea porque estoy tan desesperado en buscar la fuente de la música que no mis respuestas son vagas, incluso inexistentes--. Con cada minuto que pasa mis ojos viajan al gran techo de marfil que se interpone entre la causa de mi desesperación y yo.
Todos mis nervios se esfuman en el mismo instante en que los últimos sonetos de la melodía fueron interpretados. Entonces caigo en cuenta que mi amigo y la señora Lola intercambian una rápida mirada llena de preocupación.
—Últimamente pregunta mucho por tí —le informa la señora Lola ahogando un sollozo.
Silencio. Max inhalá y exhalá.
—Ah.— artículo Max con un sonido estrangulado desde su garganta. Suspira frustrado.
Con mucha dificultad Max se levanta del gran sofá, lo rodea y sale de la sale quedando en medio de la sala y el comedor, justo en frente de la escalera. Todo queda en completo silencio solo se escuchan unos suaves pasos provenientes de la segunda planta dirigiéndose hacía nosotros. Me levanto al instante en que la señora Lola también se levanta y estando de pie esperamos a la expectativa de lo que iba a suceder, observo con atención el perfil de mi amigo, éste se encontrar de pie, un poco encorvado derramando algunas lágrimas mientras separa sus brazos de su cuerpo, extendiendo sus brazos.
—¡Hermano! —se escuchó el grito de felicidad de una melodiosa e infantil voz.
Los pasos se fueron intensificando, bruscos pero melodiosos. Max vocifera unas palabras pero no las escucho. A los brazos de mi mejor amigo Max aterrizó su hermanita, desde aquí no logro verle el rostro pues al estar abrazados la niña esconde su cabeza en el cuello de su hermano, permitiendo apreciar que ambos son del mismo color del cabello cobrizo con la única diferencia de que la niña tiene el cabello más rizado que mi amigo, además le caen mas haya de la cintura, tiene un lazo rosado en forma de moño en su sedoso cabello, un vestido con pecas rosadas repartidas en la falda y un lazo del mismo color de las pecas en sus caderas, en sus pies colgaban unos botines negros y de su mano derecha una pulsera de oro sobresale de su pálida piel.
De pronto, el olor del ambiente cambia de uno natural a un exquisito y sutil olor a fresa.
Ambos hermanos se encuentran llorando.
—Hermano... Regresaste... ¡Yo sabía que ibas a volver! —le dice la niña. Su voz está cargada de ilusión y mis pulmones se llenan de aire al escuchar su voz cantarina—. ¿Ves nana? yo lo dije... Él vino, él vino.
—Si Valentina, Maxi vino—concuerda la nana.
Valentina, la hermana de Max aún no despega su rostro del cuello del castaño, no les voy a negar que muero por conocerla en persona, Max solo tienes unas cuantas fotografías de ella cuando ésta era tan solo una bebé en nuestro apartamento compartido y lo máximo que sé de ella es que tiene diez años y que se llama Valentina Thalía Moritz Jáuregui, Max suele ser muy reservado cuando se trata de su vida privada. Ambos lo somos.
—Mi nana no creía Max, no creía...¿Por qué Max?—sollozo—. ¿Por qué no creía, ah? ¿por qué?.
Max no respondió, en cambio, lo único que hice es apretar con más fuerza el cuerpo de la niña mientras lloraba al mismo ritmo de ella. Ahora me doy cuenta la profunda tristeza que caerá en está familia tras la muerte de su madre.
—No lo sé Tina, no lo sé pequeña—contestó al fin Max, afligido —. Pero ya estoy aquí, ya estoy contigo —sonríe—. Ya estoy en casa.
Tina asiente, luego mi mejor amigo en un ágil movimiento la coloca en el suelo, de espaldas a mi y por más que me esfuercé en ver su rostro lo único que alcanzó a ver son sus mejillas totalmente rojas y nada más, suspiro dejando salir la decepción que no creí que había acumulado.
Mi pecho arde, Maxi mira a su hermana como si ella fuese la cosa más maravillosa de la faz de la tierra y él era el primero en descubrirlo. Sus cachetes se colorearon para mí desconcierto. Max suelta una risilla nerviosa.
—¡Mírate, por dios! Me voy solo unos meses, y ya eres toda una jovencita —le dijo reparando a su hermana con la mirada. Max se pone en cuclillas para tratar de igualar el tamaño y agarra con dulzura sus cachetes—. Tendré que mantenerte vigilada señorita, no me gusta para nada tanta belleza.
Su hermana ríe ante sus palabras. Y su risa parece el sonido más exquisito que mis oidos han podido escuchar, tanto que mi piel se vuelve a erizar.
—No es verdad —niega la pequeña y sus rizos danzan—, nuestra madre es mucho más linda —mi mejor amigo ríe mientras asiente.
—Tienes razón peque, ella no se compara con nadie —asegura este con un atisbo de orgullo pero demasiado audente. La señora Lola vuelve a reprimir un sollozo—. Con nadie —recalca.
—Entonces, ¿te quedaras? —le pregunta la niña totalmente inocente ante la lucha interna de su hermano.
Max parpadea y la enfoca, volviendo a sonreír... Solo un poco, sin llegarle a los ojos.
—Así es —asegura Max sin titubear.
—¿Para siempre? —pregunta Vale, feliz. Inclinándose un poco hacia él.
Esta vez Max no contesta, solo desplaza su mano y las frota contra los cabellos de su hermana provocando una risa de la niña. Me cruzo de brazos.
—No lo se, peque—le dijo ahogando un suspiro. Pero creo que se arrepintió pues su cara se fue tornando triste—. ¿Sabes? he traído un amigo a casa, ¿quieres conocerlo?.
La niña asiente despacio y Max me hace una señal con la mano para que me acerque a ellos. Lo hago, doy un paso al frente.
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