Capítulo 6: Acciones innecesarias

Vivir al lado de mi mejor amigo, Akio, tenía muchísimas ventajas. Antes de que empezara a verlo como algo más que un amigo, era muy normal que apareciera en su casa debido a la puerta trasera que conectaba nuestros jardines. Era una total ventaja poder salir de mi casa, cruzar mi jardín, pasar por el suyo y entrar por la puerta que daba a su cocina. Lo hacía casi todos los días, dependiendo si mis padres estaban o no, y pasaba ahí la mayor parte del tiempo. En verano, solía escaparme cuando las cosas en casa se ponían duras. Mis padres solían pelear todo el día desde que tuvieron a los mellizos, y era una putada estar en medio del follón, por lo que me escabullía, porque prefería estar con Akio que escuchar las peleas de mis padres. Por suerte, la nana de los mellizos era muy oportuna y sacaba a mis hermanitos al parque a pasear justo en ese momento.

Nadie quería estar cerca a mis padres cuando discutían.

Hoy no era un día muy diferente a esos. Había llegado de la escuela y me había pasado todo el día en mi habitación haciendo mis deberes, pero cuando llegaron mis padres junto a mis hermanos y la nana, todo se prendió.

Empezaron los gritos y los llantos.

Bajé corriendo las escaleras, asustada, pero preparada para lidiar con lo que sea. Pero solo eran mis hermanitos llorando porque habían derramado los biberones de leche. Mi madre estaba renegando, soltando improperios en voz baja mientras que papá le recriminaba sus malas palabras. La nana, Abigail, pero le decíamos Abi, era una mujer mayor y experimentada, que por suerte vivía en la misma cuadra y al haber tenido más de cinco hijos y diez nietos, tenía la mayor experiencia en niños. Ahora mismo Abi estaba tranquilizando a Astrid mientras que Adrian lloraba mirando su cena regada en el suelo.

Mi madre ni bien me vio señaló a mi hermanito.

—Audrey, ocúpate de tu hermano, por favor. ¿Acaso no ves que está llorando?

Mordí mi labio y sin decir nada cargué a Adrian. Mi hermanito no cesó su llanto, pero sí se tranquilizó un poco. Lo llevé a la cocina para alejarlo de mis padres mientras que Abi me seguía con Astrid en su cadera.

—Hola, mi niña —me saludó Abi besando mi mejilla. Sentó a Astrid en la encimera de la cocina por lo que hice lo mismo con Adrian. Cuando vieron que Abi trajo los biberones y sacó la mezcla de leche, sus ojitos marrones se abrieron con entusiasmo y dejaron de llorar inmediatamente. Pero con aquello se podía escuchar los gritos de nuestros padres.

Miré a Abi, pero ella ni se inmutó ante la bulla, ya estaba acostumbrada a ello. Esto de las discusiones era pan de cada día.

—Y bien, mis niños, ¿quién quiere tomar su leche? —Ambos levantaron sus manitos y gritaron al unísono «yo» con entusiasmo—. Pero primero tendrán que ponerse sus baberos.

Y como por arte de magia Abi sacó los baberos, azul y rosado, y se los colocó a mis hermanitos. Cogí a Astrid y ella a Adrian para llevarlos al sillón donde tomarían su leche mientras veían una serie animada. Puse un volumen fuerte, porque papá y mamá habían decidido continuar discutiendo, pero ahora desde su habitación en el segundo piso. Los ecos se oían desde arriba, hasta que sonó un portazo y todo quedó en silencio, excepto por las risas de los mellizos. Abi, quien los supervisaba, me echó un ojo al verme tan callada sin dejar de tejer lo que parecía ser una bufanda. Ella siempre tejía algo, nunca paraba y todo lo que hacía era hermoso.

—¿Todo bien, mi niña?

—Sí —murmuré tan rápido que alzó sus cejas marrones. Hice una mueca, me apoyé en el sillón en el que estaba sentada y solté un suspiro cansino. ¿Era tan obvia?—. Todo mal, Abi. ¿Tienes idea de lo tensa que me pongo cuando mis padres se pelean? Es como si cargaran todo el ambiente de malas energías. —Miré a mis hermanitos y agradecí que fueran lo suficientemente pequeños como para que no se dieran cuenta de lo que sucedía a su alrededor—. No sé hasta cuándo viviremos así.

Abi soltó sus palitos de tejer sobre el regazo. Empujó sus lentes de montura gruesa por el puente de su nariz y me miró con ternura.

—No tienes por qué soportar esto, mi niña. Tus padres están haciendo mal al discutir así, porque eso les afectará a ustedes, pero hay algo que no entiendes porque aún eres muy joven para ello. Las parejas siempre tendrán discusiones, y muchas veces cuando ocurre no se dan cuenta ante quien o quiénes están, solo se centran en lo suyo y no miden las consecuencias. Tus padres los aman, de eso no tengas dudas, pero no saben lidiar con ellos mismos y sus problemas.

—¿Será así toda la vida? —Suspiré.

Abi se quedó callada un momento, los mellizos se reían luego de haber terminado su leche. Los miré con tristeza, eran demasiado pequeños para entender lo que sucedía, pero cuando crecieran, ¿nuestros padres seguirían peleando? No quería que mis hermanos crecieran así, viendo y escuchando discutir a nuestros padres por cualquiera mínima razón.

Luego de estar calladas un momento, Abi habló.

—Ven con él —me dijo.

—¿Qué?

Al principio no la entendí, pero cuando miré sus cejas arqueadas y esa sonrisa pícara en su rostro supe de inmediato a quién se refería.

—Sé que quieres verlo. Anda, yo cuidaré a los niños.

Mis mejillas se pusieron rojas. ¿Eran tan obvio lo que quería? No me importó parecer demasiado desesperada al ponerme de pie y correr en dirección a la cocina para salir por la puerta trasera, la que conectaba nuestros jardines interiores. Estaba mal vestida, con una camiseta vieja y muy ancha, unos leggins viejos negros con un hueco en las rodillas y mis sandalias rojas de estar en casa. Pero no me importó. Mi cabello rojo estaba anudado en un moño alto y algunos mechones se habían soltado. Intenté acomodarlos mientras caminaba de prisa por el jardín hacia la puerta de la cocina de Akio.

Era una total ventaja vivir a su lado.

Sin tocar la puerta, abrí y al entrar lo primero que noté fue el silencio. Luego, su gata, Alicia, apareció en el sofá caminando elegantemente por delante de mí en dirección a la puerta principal. Quise acercarme para acariciarla, pero escuché un ruido que provenía de arriba y al instante me escondí en el rellano de la escalera.

Oí la voz de Nara conversar con alguien, al parecer estaba al teléfono porque solo se oía la voz de ella. En cuanto escuché que una puerta se cerró y la voz de Nara se oyó amortiguada, subí las escaleras sin hacer ruido hasta la habitación de Akio. Sin tocar la puerta, la abrí. En el interior todo estaba a oscuras. No podía ver nada, excepto por la tenue luz que entraba por la ventana abierta. Vislumbré una figura acostada en la cama, cerré la puerta a mis espaldas sin hacer ruido y me acerqué a la cama. Akio estaba bajo las sábanas, durmiendo plácidamente cuando todavía eran las siete de la noche.

Me agaché hasta su altura y lo observé dormir como la lunática que era. Sus ojos cerrados y su cabello negro despeinado le daban un aire angelical, todo lo contrario a lo que él era. Sonreí sin darme cuenta al observar sus facciones más de cerca. Me gustaba verlo tan pacíficamente, sus labios rosados estaban entreabiertos  y hacía un gracioso sonido.

No roncaba, pero tampoco era silencioso.

Alcé mi mano y empujé los mechones negros de su cabello lejos de sus párpados cerrados.

—Akio —susurré en voz baja. Como no se despertaba, empujé su cuerpo con mi mano en una leve sacudida—. Ey, Akio.

La cama se movió bajo su peso cuando dio media vuelta hasta caer sobre su pecho boca abajo, pero cuando me incliné para mirar su rostro seguía con los ojos cerrados. Tuve que sentarme a su lado, en el pequeño espacio que había al lado de sus piernas, y lo sacudí al mismo tiempo que decía su nombre.

Al instante abrió los ojos, alarmado. Pero cuando se dio cuenta que era yo sonrió, sus ojos se estrecharon, estaban somnolientos y aún así me miraba con ternura.

—Eh, Rojita. —Talló sus ojos mirando a su alrededor. Se dio media vuelta y poco a poco se levantó hasta que su espalda quedó apoyada en el respaldar. Prendió la luz de su mesita de noche bañando la habitación de luz amarilla. Akio me miró de pies a cabeza, cuando notó que movía mis manos con nerviosismo, se hizo a un lado sobre la cama para darme espacio—. ¿De nuevo?

Asentí mientras me metía a su cama. No era la primera vez que dormiríamos juntos, como tampoco era la primera vez que me ponía nerviosa con ese simple hecho. Era una costumbre nuestra dormir juntos cuando mis padres peleaban, pero esta vez mi corazón no saltó con nerviosismo al verlo con una camiseta raída que se levantó cuando volvió a tumbarse en la cama a mi lado. La cama era una king size, mucho más grande que mi cama, pero no necesitábamos todo el espacio. Dormíamos uno al lado del otro, acurrucados como una pareja, pero no éramos nada de eso. Solo amigos.

Dormir juntos era algo muy inocente. Porque a mitad de la noche Akio aparecía en el otro extremo de la cama mientras que yo desparramada casi al final. Éramos todo un caso al dormir, nunca despertábamos en la misma posición y era muy gracioso cuando uno de nosotros amanecía en el suelo.

Me recosté a su lado y me apoyé en la almohada derecha, mientras que Akio reposaba en la izquierda con la cabeza hacia arriba mirando el techo. Imité su posición y luego apagué la luz, no era tarde, ni siquiera se acercaba a mi horario de dormir, pero una necesidad en mí me obligó a apagarla.

Me sentía vulnerable, expuesta y sobre todo abrumada, como cada vez que mis padres discutían. Ya no era una niña que podía esconderse y taparse los oídos o simplemente llorar para que se callaran. Ahora era una chica grande, bien podría enfrentarme a ellos y pedirles que cerraran la boca, pero sabía que pasaría lo mismo al día siguiente, y al siguiente, y al siguiente. Así que prefería evadir el problema e imaginarme que mi vida era muy feliz en casa.

—Ven aquí —murmuró Akio en cuando le di la espalda. Como si fuera una niña pequeña buscando refugio en los brazos de su héroe, me di la vuelta y enterré mi cabeza en su brazo abierto. Inhalé su aroma y esta vez no sentí aquellas cosquillas a las que estaba acostumbrada. Simplemente sentí seguridad. Cerré los ojos al sentir las caricias de Akio en mi brazo.

Poco a poco cerré los ojos hasta caer profundamente dormida, en los brazos de mi mejor amigo y amor imposible.

☾ ☾ ☾

Al día siguiente fui la primera en despertar debido a que mi sueño era ligero y había oído el sonido de una puerta cerrarse con fuerza. Me levanté de un sobresalto, esperando encontrar a Akio a mi lado, pero cuando me di la vuelta en la cama no había nadie. Me puse de pie con lentitud sintiendo un leve mareo y cuando pude estar derecha caminé en dirección a la puerta. No importaba dónde estaba Akio ahora, debía correr a mi habitación, bañarme, alistarme para ir a la escuela y todo eso sin que mis padres se enteraran que no había pasado la noche en otro lugar.

Al percatarme que no había nadie merodeando por el pasillo, bajé las escaleras sin hacer ruido hasta salir al jardín. El día ya estaba claro, los primeros rayos del sol se asomaban y podía escuchar el canto de los pájaros desde mi posición. Me fijé que los autos de mis padres ya no estuvieran y respiré con alivio cuando entré por la puerta trasera. Dentro, Abi alistaba a los peques para su paseo matutino.

—¡Ahí estás! —exclamó con el rostro desencajado. Me acerqué para darles besos a mis hermanitos y luego subí corriendo las escaleras hacia mi habitación—. ¿Dónde te habías metido, niña? ¡No sabes el susto que me has dado cuando no te encontré en tu habita...!

—¡Lo siento, Abi, llegaré tarde a clases! —Cerré la puerta a mis espaldas y solté un gran suspiro. Amaba a Abi, en serio lo hacía, pero no me gustaba escuchar sus sermones.

Me quité rápidamente la ropa y me metí a bañar. Varios minutos después, cuando estuve lista, bajé las escaleras. Abi ya había salido con los mellizos y la casa estaba en absoluto silencio. En cuanto salí vislumbré el auto gris de Akio estacionado en la acera, él estaba sentado tras el volante con su celular en la mano. Abrí la puerta del copiloto, acto que lo asustó porque saltó como si lo hubiera atrapado en algún acto vergonzoso.

—Joder, Rojita —maldijo porque había dejado caer su celular. Lo tomó y luego lo guardó en la consola de su auto. Me miró con una sonrisa fugaz—. ¿Está bien si recogemos a Adela antes de recoger a Ivy? Su auto se ha descompuesto.

Sí, claro. Qué coincidencia que se haya descompuesto.

—Claro. —Forcé una sonrisa y luego bajé la cabeza para ponerme el cinturón de seguridad. Cuando levanté la mirada, Akio me miraba con una mueca en el rostro—. Sé que no te gusta Adela, ni a ti ni a Ivy, pero me gusta pasar tiempo con ella. De verdad.

Le gustaba follársela, que era diferente, pero elegí sabiamente no decir nada.

El cabello de Akio estaba húmedo, y al verlo con aquella camiseta negra hacía que mi corazón se achicara cada vez más. Incluso se había echado perfume de hombre, una fragancia increíble que hacía que mis sentidos se pusieran nerviosos. Eso solo lo hacía cuando se veía con Adela, lo que significaba que estaba más que previsto que se vería con ella esta mañana. ¿Acaso ella se lo había pedido o era él quien lo quiso así? De ida y vuelta a la escuela solo éramos Akio, Ivy y yo. Desde que Akio había conseguido su licencia de conducir hacía unos meses había sido así, nunca hablábamos de agregar nadie más al grupo, y temía que ahora Adela se nos sumara y esta vez fuera para el resto de clases.

Rogaba para que no fuera así.

—Bien, con tal de que no te haga daño —murmuré poniendo mis ojos en los suyos.

Él sonrió con tristeza.

—No es ella quien me haría daño, créeme. —Y antes de poder preguntarle a qué se refería partió de allí en dirección a la casa de Adela. Ella vivía en dirección contraria a la de Ivy, en un barrio muy bonito donde la mayoría de las casas eran de tres pisos a más. Era obvio lo bien acomodada que era la familia de Adela, solo había que mirar su bonita casa de tres pisos y el extenso jardín que se extendía por delante.

En cuanto Akio se estacionó frente a la casa blanca de tres pisos y techo adoquinado al estilo rústico, la puerta se abrió mostrando a una Adela feliz. Ella no era rubia, pero se teñía para parecerlo. Su cabello natural era marrón y era todo un lío debido a que las raíces marrones ya estaban asomándose dándole un contraste raro en su cabello. Al instante corrió hacia nosotros cerrando la puerta con fuerza a sus espaldas.

—¡Hola! —gritó hasta agacharse a mi altura. Miró a Akio con una sonrisa, luego volvió la cabeza hacia mí—. ¿Puedo subir?

—Sí, claro, sube —respondió Akio rápidamente. Pero Adela no se movió, sino que continuó mirándome. Parpadeé, confundida. Hubo un largo silencio incómodo hasta que carraspeé.

—Eh, yo iré detrás —dije entiendo la intensa mirada fija de Adela.

—No es necesa... —empezó a decir Akio, pero Adela sonrió.

—¡Por supuesto! Gracias —susurró con hipocresía.

Salí de allí con mi bolso en la mano y abrí la puerta de atrás. Quise hacerle una zancadilla a Adela, pero me reprimí, no conseguiría nada con fastidiarla. Eso solo la motivaba a ser igual o peor. Como si no me doliera para nada, entré en el asiento trasero y me senté detrás del asiento del copiloto, mirando la cabeza de Adela con odio.

Iba a ser un largo camino a la casa de Ivy y luego a la escuela, por lo que cerré los ojos. También quise taparme los oídos cuando escuché sus besos, pero me reprimí. Luego de un momento de silencio Akio arrancó el auto y fuimos hasta la casa de Ivy. En el camino de quince minutos hacia allá Adela no paraba de quejarse  sobre algo. Primero se quejó sobre el aire que entraba por la ventana, luego sobre el sol que daba directamente a su rostro. Después empezó a quejarse del poco espacio que había entre la consola del auto y sus piernas.

Rodé los ojos mientras Akio lidiaba con ella.

En cuanto llegamos a casa de Ivy yo ya estaba harta de Adela y sus estúpidas quejas. Por suerte mi mejor amiga ya estaba al tanto de Adela, porque le había advertido mediante mensajes, así que cuando salió de su casa, cinco largos minutos después, solo saludó a Akio. En cuanto entró al auto ni siquiera le dio una mirada a Adela, como si ella no existiera.

—¿Tienes idea del calor que hace? —murmuró mi mejor amiga poniéndose los lentes de sol—. Ugh, me acabo de bañar y ya estoy sudando. Es un asco.

Adela volteó a vernos.

—¿Siempre te demoras así antes de la escuela? —Miró a Akio—. Con razón siempre llegan tarde.

Tomé la mano de Ivy para detener lo que fuera que estaba a punto de decir. Conocía muy bien a mi mejor amiga y era mejor que se mantuviera callada a armar un escándalo. Ella me miró, con una sonrisa asesina que no dudé estaba dirigida a Adela, sus ganas de asesinarla no estaban camufladas. Era obvio que no soportaba a Adela, y era viceversa. Ninguna se soportaba.

—La quiero matar —susurró ella. Miré a Ivy, sonreí para tranquilizarla.

Yo igual, amiga, yo igual.

Quince minutos después llegamos a la escuela en un silencio tenso que nadie se atrevió a romper. Ni siquiera Adela, quien paró sus quejas, el resto del camino se mantuvo en silencio mirando su celular y texteando en el. M e bajé del auto notando que era estábamos en la hora límite porque la mayoría de estudiantes estaban aquí en el estacionamiento exterior. Algunos conversaban en grupos, otros, caminaban apurados en dirección a la entrada principal.

Estreché el brazo de Ivy cuando llegó a mi lado.

—Te juro que no la soporto —murmuró—. Espero que de regreso ni se le ocurra venir con nosotros porque la mato. Juro que lo haré si abre la boca nuevamente.

Solté una carcajada. Compartíamos el mismo sentimiento.

Cuando busqué a Akio con la mirada noté que entrelazaba su mano con la de Adela y caminaban en dirección a la entrada. Hice una mueca al verlos juntos. Nunca me iba a acostumbrar verlos así, como una pareja feliz.

Ivy me distrajo.

—Oye, ¿ese de ahí no es Rhett con... con las «ACB»? Bueno, obviamente Cindy ya no está, pero sí las otras. Mira, creí que no se hablaban. —Señaló en dirección a la entrada principal de la escuela. Akio y Adela se habían detenido casi a la misma altura donde estaban Ailén y Bridget conversando con Rhett.

Yo estaba cerca de ellos, por lo que me detuve abruptamente y me di la vuelta. Mi corazón empezó a latir fuertemente al mismo tiempo que mis manos sudaban de los nervios. Busqué frenéticamente un lugar donde esconderme, pero no encontré nada más que los autos estacionados.

—Drey, ¿qué te pasa? —preguntó Ivy cuando me di la vuelta y escondí mi rostro detrás de mi bolso.

—Que no me vean, que no me vean —susurré con fuerza.

—¿Qué, por qué...? Oh, joder, pues ya te vieron.

Mi corazón se detuvo. Levanté la cabeza y, efectivamente, ellos tres me estaban mirando. Quise correr, esconderme detrás de auto y nunca más volver a salir, pero eso no era posible. Me habían atrapado.

Estaba jodida.

Porque unos metros más allá estaban Akio y Adela conversando con dos chicos del equipo de baloncesto. Y a unos metros de ellos, estaba Rhett, mi falso novio, y las chicas que creían que, en efecto, era mi novio.

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