𝘔𝘪 𝘯𝘰𝘮𝘣𝘳𝘦 𝘦𝘴 𝘑𝘶𝘯
—Levana, levántate. Vamos a llegar tarde —gritó Louise —. Báñate y cámbiate.
Louise estaba viva y yo también. Entonces, solo fue un sueño. No, no; era una pesadilla, una horrible. Necesito dejar de ver cosas tristes antes de dormir.
«Es que eres idiota» habló mi querido amigo, el señor conciencia.
Tú también. Fíjate que somos la misma persona.
«A veces, me pregunto cómo puede ser eso posible.»
Mi mejor amiga jaló las sábanas de la cama sin darme opción a reaccionar bien. Ella ya estaba vestida y lista para ir a la escuela.
—¿Cómo te levantaste tan temprano? —pregunté con sueño y queriéndome meter de nuevo a la cama.
—Tu mamá me levantó hace media hora antes de irse a trabajar —me informó con las manos a la cadera, como siempre cuando pensaba que decía algo obvio.
»Te trató de levantar a ti también, pero no despertabas así que se rindió. Incluso se disculpó conmigo por tener una hija tan vaga. Fue cómico.
—Siempre he sabido que mi madre y tú son como almas gemelas. No les voy a negar la felicidad, pero dejen de confabular contra mí —dije con una sonrisa cínica.
Louise me arrastró de las piernas, agarré el borde del colchón con mis manos para así no dejar que me saque de la cama. En el momento menos esperado, me soltó y reboté bruscamente sobre el colchón.
—¿Por qué hiciste eso? —le pregunté molesta y con una ceja alzada.
—Porque me voy a mi casa a sacar los útiles escolares que necesito para hoy. —Me miró y me dio una pequeña advertencia, media orden y media amenaza: —Tienes que llegar a la escuela antes de que toque la campana.
—Como desees, mami —me burlé.
—Dile eso a tu madre y te revienta la cara, Levana.
—Sí, cierto —contesté con un atisbo de miedo.
Mi mejor amiga me dio un beso en la mejilla y se fue a coger su mochila del mueble. Abrió la puerta y la vi correr a su casa desde la ventana de mi habitación que se hallaba en el segundo piso.
Me paré para dirigirme al baño. Cuando me entré a bañar me di cuenta de que el champú que estaba en la repisa flotante, era de una nueva fragancia. Seguro mi madre la había cambiado. Me acerqué y leí mejor la etiqueta. En letras verdes la palabra "Menta" se alzaba como protagonista. Al menos, su elección no fue tan mala. Amo la menta.
Me bañé rápido, no porque le tuviera miedo a mi mejor amiga sino porque tenía que llegar temprano debido al examen de inglés que teníamos a primera hora.
Salí corriendo con mi mochila al hombro, escuché unos gritos que salían de la casa de mi mejor amiga. Toqué la puerta, Louise me abrió.
—¿Vamos ya? —le pregunté.
—Todavía tengo cosas que hacer. Te veo más tarde. —Y así de rápido como me abrió la puerta, también me la cerró en las narices.
Bueno, no le voy a rogar. Quizás necesita tiempo o quiere estar sola. Quizás solo estoy buscando explicaciones donde no las hay. Saqué mi teléfono para ver la hora, eran las siete con veinte. Fui leyendo todo el camino hacia la estación, la historia que me enamoró. Cada palabra, cada párrafo tenía sentimiento; había dolor y sufrimiento, y a veces felicidad y alegría.
Leí todo el capítulo de un porrazo, no tuve pausas ni me aburrí. Necesito leer más historias así.
«Eres demasiado exigente y los pobres mortales no pueden complacerte, cabeza de alcornoque.»
Mira Fuffy, que seas mi conciencia no te da derecho a insultarme.
«Es que tú me motivas.»
Ignoré a Fuffy, guardé mi celular y seguí caminando. A las siete y media, ya había llegado a la estación de tren. Ni bien subí al andén, mi transporte llegó. No había mucha gente alrededor así que no hubo presión ni desorden. Sin darme cuenta ya había subido al tren y estaba cómodamente acurrucada en un asiento.
Volteé a ambos lados, el tren estaba prácticamente vacío, pero hubo algo que me descolocó totalmente. Y al parecer a él también lo descolocó. Lo miré fijamente, tanto que se hizo obvio que lo estaba observando. Él se sonrojó y evitó mi mirada. Era muy raro.
Saqué mi teléfono y empecé a leer la novela de hace un rato. Mi compañero de asiento se cruzó de piernas y sacó un libro de tapa blanda de su mochila. Di un pequeño grito interno cuando leí el nombre del libro, era: "True Colors". Amo ese libro, con todo mi corazón.
Abrió la novela y se sumergió en la lectura. Me quedé mirándolo, cautivada por la concentración con la que leía. Sus ojos se movían audazmente siguiendo las oraciones. A veces se demoraba en ciertas partes, se quedaba sonriendo o confundido. Parecía demasiado expresivo, era muy tierno. Lo comprendía, comprendía a la perfección la intensidad con la que leía.
Cerró el libro y me miró.
—¿Necesitas algo? —preguntó de manera inquisitoria. Su voz era grave, pero no tan grave como la de un adulto. Tenía cierta tesitura que embellecía su hablar.
—El libro que estabas leyendo es muy bonito —contesté sin pensarlo ni un segundo. Necesitaba volver a escuchar su voz.
—Sí, aunque todavía no lo termino. —Se llevó la mano a la cabeza un poco avergonzado y sonrió.
—¿Es tu primera vez? —Me acerqué. Él esquivó mi mirada y se empezó a reír nerviosamente.
—¿Eh? —Dejó caer su cabeza a un lado como si estuviera tratando de comprender lo que yo había dicho.
—Si es tu primera vez leyendo True Colors —aclaré.
—Ah, sí —respondió y luego, agregó: —¿Me puedes dar un spoiler?
—No —negué rotundamente.
—¿Por qué? —Un pequeño brillo de curiosidad avivó su rostro, parecía haberse recompuesto a mi negación.
—Si te hago un spoiler Omi me va a funar.
—Eh. ¿Quién es Omi? —Mientras su curiosidad crecía mi espacio personal, se reducía.
—Una amiga mía, es muy aterradora. —Casi podía sentir un escalofrío recorrerme la espalda. Sentía como si ella fuera a escucharme.
—¿Cuán aterradora es? —interrogó con una sonrisa ladeada.
—¿Has visto "Masacre en Texas"?
Nuestra conversación parecía nunca acabar. Me gustaba este chico, es decir, me agradaba.
—No.
—Entonces, finjamos que sí.
—Vale.
—Omi es como Leatherface, el que persigue con su motosierra a Sally.
—Bueno... —¿Lo estaba molestando? Sentía que sí.
—¿Qué hay de bueno? Todos mueren —reclamé.
—Eres rara —dijo, de pronto. Bueno, siempre lo he sido.
—Sí, lo sé. Perdón —me disculpé.
—¿Por qué?
—Debes sentirte incómodo hablando con una persona rara como yo —dije haciendo énfasis en la palabra rara.
—No me siento incómodo. Por alguna extraña razón me siento bien hablando contigo. Eres divertida. No eres normal.
—¿Cómo se supone que me tome eso? —reí.
—Es un halago —contestó jugando con sus dedos.
—Estoy casi segura que no —le contradije.
—No soy muy bueno diciendo halagos —se excusó.
—¿Eres demasiado soberbio para decir un halago? —pregunté incrédula.
—No, pero si no digo algo de verdad no lo siento necesario. —Se puso serio y miró al suelo de metal del tren.
—¿Piensas que los halagos se dicen solo por cortesía? —Su respuesta se me hizo extraña, pero algo en su tono de voz me convenció.
—No, pero no me he encontrado con muchas personas que merezcan un halago —dijo mientras desviaba su mirada al techo de la cabina. Arriba había letreros luminiscentes con anuncios de ropa.
—¿Y yo si me merezco un halago? —Al instante, se sonrojó. Creí que ya no iba a responder.
—Sí —habló mirándome a los ojos.
—Ok. —Me quedé inquieta.
—Ok.
El tren se había detenido en la penúltima estación y me sentía un poco extraña. Sentía una presencia perturbadora ingresando al transporte. Miré a todos lados y desde la puerta más cercana, entró con un aura colorida como vómito de unicornio.
Mi compañero de asiento, volteó a dónde yo estaba viendo y sonrió. Le dedicó una sonrisa amplia y blanca.
—Hola, Marco —saludó.
—Hola, mi amor —respondió el otro chico. Quedé en shock.
—¿Mi amor? —pregunté extrañada.
—Marco suele bromear con eso —contestó él.
Me fijé más en el chico que acababa de llegar, lo reconocía. Era el chico del otro día, él qué me obligó a ponerme el pullover.
—Tú —lo señalé, a la misma vez en la que me levantaba del asiento y me acercaba a él de forma amenazante. Él retrocedió.
—¿Yo? —preguntó Marco, con una incógnita gigante en la frente.
—Sí, tú. —Se acercó y pareció reconocerme.
—Tú eres la amiga de Louise, ¿verdad?
—Sí, a la que le obligaste a ponerse un pullover —contesté.
—Ese es un tremendo crimen contra la moda parisina —se entrometió el ojiverde.
—Cierto. ¿Tú lo entiendes, verdad? —Me dirigí a él dramáticamente. Él agitó su cabeza enérgicamente dando un sí como respuesta. Se levantó de su asiento para ayudarme con mi cometido: asesinar a Marco.
»Marco ahora no tendrás que buscar a tu madre. Ella tendrá que buscarte a ti, pero entre los cadáveres. Ni en Italia ni en Argentina te encontrará —amenacé con muchos planes maquiavélicos en mi cabeza.
—Buena referencia —animó mi acompañante.
—Todo bien, pero no tengo mamá —dijo mientras se miraba las uñas—. Mi madre está muerta y mi padre también.
—Perdón —me disculpé. Su mirada estaba decaída.
—No te preocupes. —Se recompuso instantáneamente. Me dieron ganas de mandarlo con sus progenitores.
De pronto, la voz que nos avisaba que ya llegamos a nuestro destino, habló. Se salvó Marco, lo miré con ojos matadores mientras él se escondía detrás de su amigo.
Bajamos del tren y caminamos por la plataforma de la estación. El chico sin nombre, volteó hacia mí, antes de irse y habló.
—Por cierto, mi nombre es... —El sonido del tren opacó su voz, giré mi vista hacia el tren, cuando regresé mis ojos hacia el lugar donde había estado, él ya se había ido.
Salí de la estación. Mi mente daba vueltas y mis oídos todavía estaban taponados por el ruido. Por alguna razón me sentí triste, quizás fue por no haber logrado escuchar su nombre. Me había agradado, pero quizás no volvamos a vernos.
Aunque siguiendo mi instinto investigador, pude suponer que él estudiaba en la misma universidad que Marco. Según Louise, Marco estudiaba en "L'Université Internationale de Paris", es decir, en la universidad que se hallaba justo a lado de mi escuela. Así que, es más que seguro que volvamos a coincidir, creo.
Saqué mi teléfono de la mochila y revisé la hora. Aún estaba a tiempo.
«A tiempo de correr.»
Sí.
Corrí como una bala para llegar a la escuela. Entré a escondidas por la puerta trasera porque había llegado tres minutos tarde. Cuando me asomé, de rodillas, por la puerta del aula, la profesora de inglés ya estaba dictando su clase.
—Señorita Levana, ¿va a entrar o desea que traiga al subdirector Gregory? —Mi piel se erizó y me paré intempestivamente. El subdirector era aterrador, aunque muy atractivo. No sabíamos su edad, pero la mayoría de estudiantes, suspirábamos cada vez que él pasaba por los pasillos o entraba a hacer revisión en las aulas.
—Sí, disculpe profesora, ahora entro. —Miré a Louise que se reía por lo bajo.
Fui a sentarme y pude notar unas miradas intensas que se posaban sobre mí, me estaban asfixiando. Eran pesadas y me ponían los pelos de punta. Saqué mi libreta y traté de olvidar las miradas.
Después de escuchar sobre conjugaciones y nombres de cosas en inglés, comencé a hablar en frangles. Louise volteó de su silla para hablarme, sus ojos centelleaban de furia.
—¿Qué fue? —pregunté tratando de hacerme la loca.
—Llegaste tarde. Explícame, ¿por qué?
—Bueno, verás. Yo andaba bien feliz, pero de un momento a otro, el tiempo pasó volando.
—Ven. Te voy a dar cariño —anunció amenazante con las manos alzadas.
—No, gracias. Estoy bien así. —Puse mis manos tratando de evitar el golpe inevitable.
—Levana. ¿Por qué llegaste tarde?
—Louise, ¿por qué llegaste temprano?
—Porque tomé un taxi.
—Ahora todo tiene sentido —dije como si fuera un gran descubrimiento.
Louise me miró y luego, la miré. Ambas reímos.
—Por cierto, me encontré con el amor de tu vida —avisé. Parecía confundida. —Con Marco.
—¿Dónde? —preguntó interesada y prestándome atención.
—En el tren.
—Oh. ¿Hablaste con él?
—Casi nada.
—¿Por qué? —Lucía triste, como si su ánimo hubiera bajado de un tirón.
—Justo llegamos a la última parada.
—Ah. ¿Dónde subió él? —Se recompuso sorprendentemente rápido.
—En la penúltima estación. ¿Por qué?
—Bueno, él debería subir en la misma estación que nosotras.
—¿Si? ¡Qué raro!
La campana sonó. Era el cambio de hora. Salimos del aula y nos dirigimos al aula de informática. Saqué mi celular, miré la hora como lo hacía constantemente. Ya era tarde, faltaba poco para el almuerzo.
El aula de informática estaba ubicada al otro extremo de la escuela, era muy grande. Por fuera estaba asegurada con una puerta de metal que se abría con una tarjeta. Entramos y nos mantuvimos de pie hasta que el profesor, que ya se encontraba ahí, sorteó las parejas.
El profesor le entregó la lista con parejas a Linete. Ella fue recitando las parejas en orden. Louise fue una de las primeras en salir, le tocó con Kae. Linete tenía una mueca de disgusto cuando tuvo que pronunciar mi nombre. Lamentablemente, me tocó con Kalev. Cabe recalcar que Linete y Kalev me odian.
«¿Por qué será?»
Solo fue un accidente. No fue mi culpa, solo tropecé y tuve la mala suerte de caer encima de Kalev.
«Saltaste por una ventana y caíste como mono sobre él.»
¿A quién no le ha pasado?
«A nadie. Tú eres la única loca.»
Kalev se acercó a mi sitio. Tiró su cuaderno encima de la mesa y me cayó en los dedos. Malditas ganas que tenía de romperle la cara en pedazos y a puro golpe limpio.
—Hola —saludé seca, sin ánimo en mi voz, con una notable molestia.
—Hola —respondió él con su voz susurrante. Miré al frente y evité mirarlo.
Luego de escuchar al profesor explicarnos sobre el proyecto durante treinta minutos, al fin nos mandó a hacer algo. Kalev me miró serio, miró a la computadora que se hallaba delante de nosotros. Acercó su silla a la mesa y a mí.
Nos repartimos el trabajo, yo avanzaba el boceto del afiche para el aniversario del colegio, mientras él buscaba las imágenes en distintos bancos de stock.
—¿Terminaste de hacerlo? —preguntó.
—No, todavía no.
—¿Por qué te demoras tanto?
—Porque tengo que hacerlo bien. —Se asomó a ver lo que yo estaba haciendo. Tomó la hoja por una esquina.
—Dame, yo lo hago —dijo quitándome la hoja. Agarré el otro extremo y comenzamos a forcejear.
—No. —Jalé.
—Dámelo. —Jaló Kalev.
—No quiero. —Volví a jalar.
Kalev soltó la hoja, provocando que me cayera de espaldas con la hoja en la mano. Trató de cogerme de la mano y cayó conmigo, mejor dicho, encima de mí. Producimos un gran estruendo debido a la caída. El profesor se fue acercando y gritando cosas como, "no jueguen en el aula de informática", "vayan a la dirección", "los mandaré con el subdirector Gregory".
Kalev miró al frente, detrás de mí, palideció y se levantó. Volteé a ver. En la esquina, sentada con las piernas cruzadas, estaba Linete que me miraba ferozmente. Cuando se dio cuenta de que la estaba viendo, agarró su lápiz y lo rompió en dos. Su rostro estaba adornado con una sonrisa desquiciada y vacía.
Esto parece una película de terror.
«Parece Annabelle.»
Sí. Es una muñeca diabólica.
Me paré. Levanté la mirada y me topé con el profesor que me miraba molesto. Avancé hacia donde estaba apoyado Kalev. Camine junto a Kalev hasta que llegamos a la dirección. El profesor llegó unos segundos después que nosotros y le exigió al subdirector que nos suspendiera, al menos, por una semana. Iba a protestar cuando, de repente, el subdirector empezó a reírse.
—Frank, no puedo suspenderlos por una semana —dijo el subdirector Gregory, mientras seguía riendo.
—¿Entonces? ¿Acaso no los vas a castigar? —El profesor Frank lo miró incrédulo y un poco fastidiado. Parecía que se le iba a lanzar encima.
—Sí, por supuesto, que sí. —Volteó hacia nosotros y habló. —Limpiarán el patio de la escuela, hoy, después de clases.
—No es por ser insolente, pero ese patio es gigantesco —reclamó Kalev.
—¿Y? ¿Acaso no te lo mereces? ¿O prefieres que te suspenda una semana? —El subdirector estaba un poco ofuscado. La molestia se notaba en sus ojos y sus manos.
—Sí, perdón subdirector. Solo decía —se disculpó Kalev. Casi hasta podía sentir lástima por él.
—No solo digas. Piensa antes de hablar. —El subdirector soltó un suspiro y se relajó. —Los espero por la tarde.
—Sí señor —respondimos Kalev y yo al unísono.
Nos miramos el uno al otro con una mueca. Regresé al salón arrastrando los pies como un zombie. Kalev iba detrás de mí, estaba murmurando insultos con molestia.
Entré al aula de informática y Louise me miró inquisitiva aunque un poco sonriente. Se acercó a mí con mis pertenencias en sus manos. Me dio un pequeño tirón del cuello para que la acompañara.
—¿Ya se hablan? —preguntó mi mejor amiga.
El viento sopló debajo de nuestras faldas. Algunas hojas volaron sobre nuestras cabezas. Eso fue suficiente para que Louise no se acordara de lo que estábamos hablando.
Fuimos al aula, dejamos nuestras cosas y salimos a almorzar. El comedor estaba repleto, como nunca. Vimos un aviso pegado en la parte posterior del local.
"Lamentamos los inconvenientes, jóvenes estudiantes. Al parecer, una de las estructuras del comedor de la universidad ha sufrido algunos daños por lo que durante un par de días, verán a algunos universitarios aquí. Gracias por leer. Esperamos su comprensión."
«¿Algunos universitarios?»
Hay más universitarios que escolares.
—¿Dónde se supone que vamos a comer? —Louise observaba el lugar en busca de algún espacio, pero no encontró ni uno. Había algunos chicos sentados en el suelo con sus bandejas de comida, otros salían del lugar decepcionados y con el estómago rugiendo. Creo que lo más escandaloso para nosotras fue ver a algunas chicas sentadas en las piernas de sus amigos. No sé, pero parecía algo íntimo.
—No sé tú, pero yo me muero de hambre —dije.
Me formé en la cola para recoger la comida. Había al menos veinte personas esperando. Louise se colocó detrás de mí. La cola no se movió hasta después de media hora. Escuché unas voces familiares que se acercaban, iba a voltear cuando de repente, Louise me llama.
—Levana, la cocinera te está preguntando qué quieres que te sirva —me avisó Louise. Debido a que estaba observando a otras personas no me había percatado de que la cola se había reducido abruptamente.
—Me da un guiso de carne con fideos. —La cocinera, que era una señora pelirroja de unos cuarenta años aproximadamente, me miró con una ceja alzada.
—¡Qué original! —susurró. Me sirvió y me lo entregó.
—También desearía un helado de menta. —La señora tomó un botecito descartable y raspó el helado para poder entregármelo.
Salí de la fila y me quedé esperando a Louise a un lado. Ella no se demoró ni cinco minutos. Vi su bandeja, solo tenía un pollo frito bañado en salsa blanca y puré de papas. Detestable. Odio el puré de papas.
Miramos, de nuevo, a todos lados.
—¡Louise! —gritó alguien. Volteamos casi por instinto. Sentados en una mesa estaban Marco y mi amigo el desconocido (sería un buen momento para preguntarle su nombre).
Louise jaló mi chaqueta y me llevó con ella. Marco le dedicó una amplia sonrisa a mi amiga. Mi amigo sin nombre me miró y me saludó.
Vi toda su mesa. No solo estaban ellos. Había otras personas que nos miraban como si fuéramos sus presas. No había ningún sitio disponible ahí. Llamé la atención de Louise jalándole suavemente el cabello. Ella volteó y la tomé de la mano.
—Vámonos —le dije.
Unos ojos se detuvieron en mi espalda y fueron bajando, algo en esa mirada me dio repulsión. Quería irme. Louise parecía demasiado cómoda parada con una bandeja en sus manos. Volví a hablarle y esperé que esa vez si me hiciera caso.
—Louise. Aquí no hay sitio. Vámonos. —Volteó y asintió con la cabeza.
Uno de los chicos de la mesa acercó su brazo con mirada maliciosa queriendo abrazarme. Rechacé el brazo con un manotazo. Me acerqué más a Louise que, ni bien se dio cuenta, caminó derecho hacia el chico y le zampó una cachetada que dejó su mano roja.
Mi amigo, el desconocido, se levantó de su silla y le lanzó un puñetazo al chico. Marco al igual que su amigo, se paró, pero al contrario que su amigo, nos alejó de la mesa.
La situación se descontroló cuando el otro chico que estaba en la mesa alzó la bandeja en la que estaba su comida y la tiró hacia el amigo de Marco. Felizmente este logró agacharse a tiempo, antes de que le cayera la comida.
Salimos corriendo por la puerta a medida que se levantaba una batalla campal en el comedor. Una guerra de comida llenó el salón.
El subdirector se cruzó con nosotros. Él iba en dirección contraria a la nuestra. Marco nos dejó en nuestra aula y salió en busca de su amigo. Lo más perturbador fue que nosotras no le dijimos en qué aula estábamos.
No vimos a nadie (ni a nuestros propios compañeros de aula) hasta la hora de la salida, cuando reunieron a todo el instituto en el patio del colegio. El subdirector explicó lo sucedido, aunque lo transgiversó un poco. También nos dijeron que implantarían un severo castigo para los incitadores del desorden provocado en el comedor.
El alboroto había conmocionado a más de uno, pero no al subdirector Gregory que se dirigió a mí. Claramente, él no había olvidado que yo tenía que quedarme junto a Kalev, que se encontraba aprisionado por el profesor de informática, el cual sostenía en su rostro un gesto de severidad.
Louise me miró queriendo saber si debía quedarse o irse. Le di luz verde permitiéndole retirarse. Mi amiga desapareció junto a los otros estudiantes que escapaban de esta cárcel llamada escuela.
La salida de los estudiantes siempre me había parecido dramática, algunos lloraban felices por haberse librado de las clases, otros andaban con caras de pocas pulgas y los restantes salían corriendo porque tenían que estudiar para alguna prueba del día siguiente. El hecho era que el colegio a esta hora era un completo caos.
Un teléfono sonó. El tono fue casi imperceptible debido al barullo que causaban los estudiantes. Kalev dio un pequeño saltito del susto, al menos lo supo disimular bien. Tomamos las escobas que estaban apoyadas en la pared y barrimos, primero, con energía, pero luego de media hora ya nos habíamos cansado.
Cuando al fin acabamos, el sol se había escondido y el cielo se había oscurecido. Algunas estrellas habían empezado a vislumbrar en la noche.
Kalev metió las manos en los bolsillos rebuscando en su interior. Sacó su teléfono y empezó a discutir con alguien. Caminé hacia la salida de la escuela para poder marcharme. Estaba agotada. Tenía tarea que hacer. Mucha tarea.
Salí a la calle. Los autos pasaban y corrían en ambos sentidos de la autopista. Iba a cruzar la pista cuando alguien tomó mi brazo y me jaló a la vereda. Volteé y unos ojos verdes me miraban relajados.
—Hola —saludé un poco agitada. Mi cabello voló al instante en el que un auto a toda velocidad pasó junto a mí.
—Casi te atropellan —dijo mi amigo el desconocido.
—Me gusta vivir mi vida al máximo —contesté alzando el pulgar.
Él se desternilló de la risa.
—Vive tu vida al máximo, pero procura seguir teniendo una vida que puedas vivir —se burló alzando una ceja.
—Bueno. Oye, por cierto, ¿por qué te quedaste hasta tan tarde? —pregunté tomándolo del brazo.
—Bueno... Me castigaron por la pelea del almuerzo. Me tuve que quedar haciendo un reporte.
—Oh, lo lamento.
—No te preocupes. Pudo haber sido peor.
Caminamos hacia la estación del sub. Unas gotas de agua cayeron sobre mí, mojando mi cabello. Estiré la mano para comprobar si llovía. Efectivamente estaba lloviendo. Una llovizna intensa. Miré hacia el cielo, las nubes se veían oscuras como algodón tinturado de algún color raro.
Volteé hacia mi acompañante. Él abrió su mochila y de esta, sacó un paraguas. Lo abrió y lo puso sobre él. Me miró y me tendió la mano para acercarme.
El letrero de la estación estaba empapado. Entramos, no había nadie. En cambio, una cinta rodeaba las escaleras que conducían al andén. Un guardia se acercó y nos dijo que había ocurrido un accidente. Nos condujo a la salida.
Mi amigo y yo nos miramos mutuamente. Frente a la estación, un bus paró. Corrimos hacia él. Estaba por arrancar cuando llegamos a él. Felizmente el conductor se dio cuenta y se detuvo para permitirnos subir.
El bus estaba lleno, pero con suerte logramos encontrar un pequeño espacio vacío en el cual pararnos. A la siguiente parada, el bus se llenó aún más. No había espacio ni para respirar. Me apoyé de espaldas contra la ventana que se hallaba detrás de mí.
Mi amigo parecía incómodo, en especial porque un montón de gente lo aplastaba y lo iban empujando contra mí. Su cuerpo estaba a milímetros de rozar el mío. Parecía tener mucha resistencia, claro, hasta que se rindió. Así es como terminamos yendo en un bus como comida enlatada olvidada en el fondo de la despensa.
El ambiente estaba tenso debido a la situación, él evitaba mirarme. No sabía por qué. Ese día si me había bañado. No es como si no me bañara todos los días.
«Sí, sí, entendemos.»
Fuffy no rompas la cuarta pared.
«No tenía pensado hacer eso.»
Sí, claro.
—¿Te pasa algo? — pregunté inquieta.
Él pareció no escucharme. Solo miraba por encima de mí, directo a la ventana. De rato en rato le escuchaba murmurar. Volví a hablarle, esta vez sí bajo su vista.
—¿Qué? —susurro mientras su aliento rozaba mi cabello. Parecía un poco molesto, no estaba segura. Su ceño se frunció y me miró con más intensidad. Miré al piso tratando de hacerme invisible. Para mi mala suerte, eso era imposible.
Lo sentí moverse. Levante mi vista. Tenía los ojos cerrados, no sabía si estaba durmiendo o simplemente reposaba. No quise hablarle, no quise que despertara. Parecía imperturbable. Sonrió, pero no abrió sus ojos. Seguro estaba teniendo un buen sueño. Quien sabe lo que estaba soñando. Realmente no importaba mucho. No muchas veces puedes ver una paz tan claramente reflejada en un rostro.
En algún momento, mientras lo observaba empecé a envidiar su paz y la tranquilidad con la que podía dormir. Teniendo un sueño tan agradable. Mis manos libres se convirtieron en puños que sujetaron mi falda con fuerza. La frustración había llegado a mí, pero se vio interrumpida por un leve suspiro casi inaudible.
Mi mano derecha se movió por sí sola, en un instante sin darme cuenta, mis dedos rozaron su piel. Como lo supuse, muy suave y fresca, como la menta en la boca.
Y sus labios, ¿cómo serán?
—¿Eh? —Di un salto del susto. Él abrió los ojos. Sus sentidos no se habían activado por completo. Se frotó la cara con las manos tratando de desperezarse. Me alejé en un impulso para no ser descubierta.
Retrocedí. Mi espalda chocó contra la ventana del bus produciendo un dolor escalofriante en mi espalda. Alertado y con una mano frotándose aún el ojo, mi amigo se acercó a mí.
Demasiado cerca.
—Perdón —se disculpó.
Pero, ¿por qué te estás disculpando? ¿Por ser muy guapo?
«Si él hubiera oído eso, hace rato que ya estaría huyendo.»
¿Por qué? Acaso está mal ser como soy. ¿Tengo que tener miedo de mostrarme como soy?
«No. Sé única y detergente.»
Sus ojos se estrecharon con calidez. Suspiró y se desabotonó el cuello de la camisa.
—¿Por qué te disculpas? No tienes la culpa. —De manera inconsciente le había respondido. No quería que se sintiera incómodo, pero para mí era raro que alguien se disculpe cuando no ha hecho nada. En todo caso, yo debería disculparme.
—Es que creo que te he asustado cuando me he despertado —se excusó con la cara roja como un tomate y volteando su vista al piso del bus.
No sé por qué se pone tímido, antes me había parecido más extrovertido. El bus se detuvo de manera abrupta provocando que tropiece. Vi el suelo llegar y me resigné a mi mala suerte. En vez de chocar contra el duro piso me quede suspendida en el aire. Pronto me di cuenta de las manos que rodearon mi cintura para evitar que me cayera.
—Uff casi —dijo mi acompañante sosteniéndome aun con sus brazos.
—Gracias. Lamento ser una molestia.
—No te preocupes. A mí una vez me pasó. Felizmente caí encima de Marco. —Él se rio sin parar por un buen rato.
Cuando bajamos del autobús, la noche estaba muy oscura y la luna no se notaba por ningún lado. Sin embargo, las estrellas resplandecían en el manto azul oscuro del cielo como miles de luciérnagas atrapadas.
Tengo la simple teoría de que las personas somos como las estrellas, aparentamos lo que no somos. Parecemos poco en comparación con la luna, pero en realidad somos mucho. A veces nos extinguimos, pero nadie se da cuenta hasta mucho después de que hemos dejado de brillar.
—Estás perdida. —Una voz se inmiscuyó en mis pensamientos.
—No lo estoy. Solo estoy pensativa —respondí. Quizás estaba un poco dubitativa, pero no lo hice visible.
—¿Quieres que te acompañe a casa o puedes regresar sola? —Volteé hacia la voz de mi locutor. Él me miraba expectante mientras esperaba una respuesta mía.
—Estoy bien. No te preocupes.
—Es que está oscuro. Te puede pasar cualquier cosa. Hay personas malas...
—¿Cómo me puedes garantizar que no eres una de esas personas?
—No lo puedo hacer, perdón —dijo desmotivado y a punto de marcharse.
—Pero puedes acompañarme. Pareces de confianza.
—¿Confías en cualquier persona?
—No, pero tú pusiste cara de cachorrito.
Cruzamos la pista y avanzamos en dirección a mi calle. Las luces públicas estaban prendidas. Saqué mi teléfono y vi la hora.
Las siete de la noche.
Mamá debe estar preocupada, pero por alguna extraña razón no me ha llamado. Quizás Louise le avisó de que yo me iba a quedar limpiando. No pude evitar sentirme un poco aliviada y a la vez temerosa.
—Ya casi llegamos —anuncié cuando estábamos a dos casas de la mía.
—Bueno, entonces nos vamos despidiendo.
Caminé unos cuantos pasos y volteé. Mis labios gesticularon una simple pregunta que estuvo rondando en mi cabeza todo el día.
—¿Cuál es tu nombre? —Inesperadamente mi voz se hizo suave casi como una melodía. Él me quedó viendo con los ojos muy abiertos y luego sonrió. Escondió esa hermosa sonrisa con sus manos y se calmó.
—Mi nombre es Jun.
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