V E I N T I T R É S

10. Serendipia

Hola, querido amigo

El martes 26 de marzo, cuando la mañana llegó, me sentí fatal. A diferencia de lo que pensé, no pude tomar esas horas de sueño reparador que necesitaba, solo di vueltas en la cama y miré al techo y pensé en Dolly y en los escenarios en los que ella no me perdonaba. ¿Qué iba a hacer si no me perdonaba?

Pensé en Amy y concluí finalmente que mi episodio con ella no fue absolutamente nada a comparación de lo de Dolly. La tristeza o lo que fuera que hubiera sentido con el desprecio de Amy no se acercaba ni de lejos a la angustia que me sembraba la idea de no tener a Dolly a mi lado.

Estaba en todo su derecho de despreciarme, de no querer verme más y, si es que aún estaba enamorada de mí, de querer sacarme de su corazón permanentemente; nadie podría culparla.

No sabía mucho en ese entonces del amor pero sí estaba seguro, gracias al sentido común, que el amor no se acercaba a hacer sentir a alguien como yo hice sentir a Dolly. Sus palabras iban cargadas de dolor representado en gritos, la ira de que yo no hubiera querido ver su amor fue transformada en grietas y todas esas salieron por sus labios, fueron tan fuertes que lograron romperme cada parte del ser por la culpa y el sufrimiento de verla a ella sufrir por mí.

Y aunque me resultaba un poco egoísta, no estaba dispuesto a darle espacio, a dejar que se fuera para que sanara su rabia sola, no. Yo era un desastre de todas las maneras posibles pero junto a Dolly, sentía que varias cosas tomaban lugar en ese desorden; no podía desperdiciar al menos una oportunidad de conservarla y de intentar, de todo corazón, hacerla feliz.

Llegué tarde a la universidad y no ingresé a mis clases. No tenía ni idea de qué clases tenía ella y andar por cada aula de los muchos edificios no era práctico, ni algo que pudiera hacer; estaba demasiado cansado.

Me senté en la fuente y miré el caminar de los estudiantes de acá para allá, en los cambios de clases y durante ellas. La busqué en varios rostros pero no la encontré. Pasó así más de una hora y cerca de las diez, la vi.

Iba con su mochila amarilla en el hombro izquierdo y un libro en su mano derecha. Iba cabizbaja y con su cabello recogido, se notaba el cambio de sus humores y una vez más, me dolió ser el causante.

Cuando me vio, pretendió desviar el camino pero me puse de pie y llegué a ella.

—Hola.

Ella miró tras de mí.

—¿Y La cosa?

—No está. La eliminé —admití. Me observó sin expresión alguna como si de verdad hubiera dejado de importarle. Sus párpados estaban algo apagados, su voz pastosa, pausada.

—¿Qué quieres? No voy a intentarlo de nuevo.

Levanté la mano para tocar su muñeca, pero ella se movió, rehuyendo de mi contacto y de mi mirada.

—Dolly, perdóname..

—Ya lo dijiste muchas veces. No hay rencores, estás perdonado. No te sientas culpable de nada.

—No se trata de eso... hablemos, te lo suplico.

—Estamos hablando. —Suspiró; sus cejas estaban inclinadas a los lados—. Tengo que ir a clase.

—Saltate esta clase. Por favor. Será lo último que te pida, Dolly. Necesito hablar contigo.

Al fin me miró a los ojos y en ellos se reflejó el cariño que me tenía... y el dolor también. Por un momento quise que no me amara porque ese amor era el que la tenía así de triste.

—Bien —accedió.

Ella misma caminó hacia la salida de la universidad y la seguí; una vez afuera me puse a su lado, sin dejar de caminar. Estuvimos en silencio por un par de calles, hasta que la escuché resoplar.

—¿Y entonces? Habla, yo no tengo nada que decirte ahora.

—No te vayas.

—No me estoy yendo, solo te digo que...

—No te vayas de mi vida —completé. Se calló—. Te... te quiero, ¿de acuerdo? Admito que fui... que soy un imbécil, un ciego, un loco. Cada palabra que encuentres para describirme como un idiota, me calza. Estás en lo correcto.

—Eso ya lo sabía.

Una vez dicha esa primera frase, pude hablar rápidamente, sacando lo que había pensado durante toda la noche:

—Yo no lo sabía. Te juro que no pensé ni por un momento que pudieras quererme ni un poquito más allá de una amistad; todo este tiempo pensé que tenías lástima de mí. Tampoco me había dado cuenta de que me importas tanto, Dolly. Todo lo que he buscado en esas muñecas, lo tienes tú.

—Excepto la belleza perfecta. Un ligero detalle —ironizó.

—No, te equivocas. Sí la tienes. Sí eres hermosa, eres preciosa. Te lo dije ayer y te lo dije en serio. Te considero preciosa, Dolly.

—Sí, claro... —Se detuvo y me enfrentó, con el ceño fruncido—. No necesito esto, Jonathan. Lamento si te hice sentir incómodo con lo que dije ayer, pero a fin de cuentas todo es cierto. Yo ya no tengo nada qué hacer contigo.
Era de esperarse de su parte el total escepticismo a cualquier cosa que yo dijera. Verle el rostro ahí, bajo la luz del sol que dejaba relucir sus ojos nuevamente vidriosos, me dio el valor y la confianza de hablar sin titubeos y sin dudas, aunque admito que al tragar saliva, esta me supo a miedo:

—Escucha, Dolly. Eres preciosa. Tienes una forma tierna de arrugar la nariz cuando estás incómoda, y de sonreír de lado cuando no quieres reírte pero te nace. Y cuando te hago halagos desvías la mirada a la izquierda y cuando el cabello te pasa por la cara lo dejás ahí, porque te gusta casi siempre. Y te brillan los ojos al ver un panecillo de canela. U olerlo. —Sonrió con los labios apretados—. Ahí, ahí está esa sonrisa de lado. Esa que me encanta. —señalé—. Agarras tus libros con fuerza porque temes que se caigan porque te importan, no son solo libros para ti, son más que eso. Te gustan los colores vivos para vestir y el helado dulce, no el ácido. Eres fuerte, no sientes miedo y si lo sientes lo aguantas porque no te rindes nunca a los problemas. No te quedas callada ante nadie, no agachas la cabeza, hablas siempre con firmeza porque sabes que tu voz tiene peso. No eres complaciente, eres firme; sabes lo que quieres, no dudas de tus convicciones y aún así tienes la mente abierta para escuchar y aceptar otros puntos de vista. Eres la voz de la razón. Tu mirada es muy dulce y tus manos pequeñas...

Tomé aire al sentirme asfixiado y la vi llorando de nuevo, puede que de rabia. No sabía si estaba haciendo mal las cosas o si iba a mandarme a volar o me iba a perdonar. Cuando noté lo mucho que me aterraba perderla, pude aceptar cuánto la quería.

—¿Y? Sabes cosas sobre mí, eso es todo —murmuró—. Eres observador.

—No lo soy. No suelo serlo con la gente en general. Pero tampoco suelo relacionarme mucho con nadie, así no sé muy bien cómo se hace. Pero sé que te conozco todas esas cosas porque mi mente se ha fijado en ti y me importa cualquier cosa que hagas. No tengo los secretos del universo, Dolly, como dijiste, no tengo ni siquiera el conocimiento del funcionamiento de las emociones, pero quiero saber todo eso y quiero saberlo contigo.

—Eres un genio en muchos sentidos, Jonathan...

—Pero un retrasado en muchos otros —completé; ella ya me había dicho algo similar antes. Sonrió con tristeza y asintió—. Lo sé. No sé si la paciencia tiene un límite, pero mi estupidez sí y ese límite se traza en el lugar donde estoy en riesgo de perderte. No quiero perderte, Dolly.

—Jonathan, si estás diciendo todo esto sintiéndote comprometido por lo que te dije ayer, no es necesario. No estás en obligación alguna de corresponderme o de corresponderle a nadie. El que te hayan rechazado antes no implica que tú no puedes hacerlo solo para no repetir el ciclo con alguien más. Está bien, te lo juro . Puedo estar bien con un rechazo.

—Pero yo no puedo estar bien sin ti. No me siento obligado a estar acá ni a decirte lo que he dicho. Me siento obligado a enfrentarme a lo que sea para conservarte a mi lado, pero no porque deba corresponderte, sino porque quiero hacerlo. O en cualquier caso, quiero que me correspondas.

—¿A qué exactamente? Contigo nunca se sabe, no quiero más locuras.

Suspiré y me acerqué; puse mi índice bajo su mentón y lo elevé un poco para que me viera a los ojos. No quería que tuviera duda alguna de lo que le iba a decir:

—A lo que siento por ti. Te quiero. No sé cuál es el protocolo para estas cosas del amor, eso ha quedado claro, pero aprenderlo a tu lado suena maravilloso para mí.

Estábamos demasiado cerca. Mi deseo del día anterior de agacharme un poco y besarla volvió, pero no lo hice por respeto. Solo aguardé a que dijera algo.

—Yo nunca podré ser como ellas, Jonathan. Ni como Melinda ni como Louisa, y más acercados a la realidad, no seré nunca como Amy.

—No seas una Amy nunca, ni una Louisa ni una Melinda. Sé siempre la Dolly de la que me quiero enamorar. Dame una oportunidad. Te prometo no ser tan imbécil tan seguido.

—Esos "tan" me dejan en duda —bromeó. Me alivié de sentir que su hostilidad bajaba un poco.

Me acerqué más y mis manos pasaron a sus hombros.

—No puedo prometer que dejaré de ser imbécil al cien por ciento. Una mujer hermosa me dijo a gritos que no podía perseguir imposibles, deberías seguir su consejo. La imbecilidad viene incluída en mí.

Una risita afloró de sus labios, pero pronto se vio teñida de duda. Negó con la cabeza muy suavemente. Antes de que dijera algún contra, seguí:

—Oye, sé que es abusivo de mi parte estar pidiendo una oportunidad y un borrón y cuenta nueva porque eres tú la que la ha pasado mal con todo eso. Dime qué quieres que haga, Dolly, lo que sea, pero no te desenamores de mí. No del todo. No te alejes. Déjame enamorarte esta vez a conciencia.

—Debes ser bien tonto para pensar que uno se desenamora de la noche a la mañana.

—¿O sea que no me odias?

—Sí te odio. El amor y el odio pueden coexistir.

—¿O sea que aún me quieres?

—¿Quieres una explicación con dibujos de todo?

—¿Puedes dármela?

Si algo siempre supe de Dolly, querido amigo, es que es impredecible. Hasta el día de hoy no deja de sorprenderme y en esa ocasión sí que lo hizo. No me respondió con palabras, pero a cambio de eso, me jaló con rapidez de las mejillas a la vez que se ponía en puntas para besarme.

Mis brazos la rodearon tanto como pude y en eso la alcancé a levantar un poco del piso para poder quedar yo derecho. La aferré como si fuera a echar a correr al soltarla; sus boca presionó con fuerza a la vez que con dulzura; como ella, fuerte y dulce. Mi mente y mi cuerpo respondieron con naturalidad, como si fuera lo más esperado ese beso, como si la hubiera besado toda la vida pero al mismo tiempo con la emoción de que esa era la primera vez.

La sentí liviana, la sentí cálida, la sentí humana y sentí que la quería con todo lo que podía ofrecerle, por mucho o poco que fuera.

Sus labios tenían un ligero sabor salado por las lágrimas que había derramado recientemente pero no dejé de besarla hasta que ese sabor desapareció. En ese momento me reafirmé que lo quería todo de ella, cada cosa buena o mala, cada parte de sus sentimientos y cada lugar del lienzo oscuro de su piel.

No había sentido nada similar con Mel o con Lou; con ellas solo quería lo de ese momento, y conocerlas para saber de su forma de ser, saber sobre su innaturaleza, pero nada a futuro real. Me fue relativamente fácil prescindir de ellas porque eran reemplazables. Pero no Dolly.

Dolly era única y quería besarla cada día y alzarla así como en ese momento en cada beso, y mirar sus ojos al llegar a la universidad, dejarla en casa cada noche, conocer a su familia si ella lo quería, darle panecillos de canela todos los lunes y miércoles que los hacían frescos, escucharla hablar de banalidades. Recostarme con ella a charlar del clima y a debatir sobre las leyendas de la universidad.

Para mí, la eternidad fue encerrada en los segundos que duró el beso y fue significativo en cada nivel imaginable. Fue como una degustación de lo que quería de ahora en adelante con Dolly.

Puede que eso suene a demasiado, considerando que hacía tan solo unas horas no sabía que la quería, pero, querido amigo, no tenía ni idea de cómo funcionaba el amor y si sentía en ese momento todo eso, ¿cómo iba a llevarme la contraria a mí mismo? Tal vez era imprudente, pero no falso. Quizás me estaba ilusionando demasiado rápido, pero ¿quién no lo hace alguna vez? Ilusionarse es parte de amar y más cuando se cree amar por primera vez.

No sabía si un algo con ella fuera posible en ese momento o al día siguiente o el próximo año, pero en esos segundos en que mis labios y los suyos fueron uno, todo fue posible en mi mente. Un beso es una burbuja que alberga todo lo que esa persona hace sentir; al cerrar los ojos la mente da rienda suelta a todo tipo de fantasías de vida y así esa magia se rompa al separar los labios, no importa, porque en la mente sigue siendo un mar de posibilidades que dependen de lo que el otro inspire.

Me doblé un poco para poner a Dolly en el suelo cuando el beso inevitablemente acabó. Miré sus ojos, más brillantes que con los panecillos de canela y si era posible, ese ilusionómetro de mi interior, subió aún más. Creo que hasta explotó.

Imaginé que así se sentía un adolescente con la primera chica que le gusta. Había esperado tanto sentirme así que había llegado a extremos insanos, pero teniéndola enfrente, concluí que había valido la pena aguardar veintiún años para tener una primera ilusión.

—¿Eso es un sí? —murmuré sin soltarla de todo; había mudado mis manos a su cuello.

—No me salen muy bien los dibujos, si soy sincera.

Reí.

—Me refiero a que si me das una oportunidad.

—Sí, lo sé. Yo no necesito explicaciones con dibujitos como otras personas. —Lo dijo con burla en el tono pero seriedad en el gesto—. Y respondiendo, eso es un "voy a pensarlo"... No te ofendas, pero te ves medio demente.

—Demente enterito, nada a medias —aseguré—. ¿Crees que si te beso más te pueda convencer?

Soltó una risita.

—No tienes ni idea de cómo funciona lo de salir con alguien, ¿verdad? —Su tono se balanceaba entre el chiste y el flirteo.

—No, ni un poquito.

—Bueno, tampoco yo —admitió—. Podemos mirar si lo de besarme más funciona. Como un experimento. —Arrugué la frente.

—No más experimentos.

—No más fenómenas salidas de una cabina, por favor —replicó—. Pero sí puedes seguir convenciéndome.

—Me parece justo.

Y la besé de nuevo... varias veces más.

Querido lector, por si te preguntas el significado de Serendipia, te lo diré acá.

La serendipia es un hallazgo afortunado que tiene lugar cuando buscabas algo completamente diferente. Una variante de azar y destino juntas, si te parece.

Necesité tres intentos con el bendito experimento para darme cuenta de que el amor estaba ahí, o sea, si somos literales, la tercera sí fue la vencida porque fue gracias a todo lo que pasó que las cosas salieron como lo hicieron.

Nadie puede saber cómo habrían pasado las cosas de haberlas hecho distintas porque lo hecho, hecho está, pero creo que lo que de verdad importa es el resultado, así que no me arrepiento de todo lo que hice. Tener a Mel, a Lou y a esa otra desconocida por unos minutos me ayudaron a notar realmente que el amor lo tenía al lado y no en una máquina.

La sensación de pérdida suele ser el mayor empujón hacia una verdad que no queremos ver. Dolly me enseñó eso y muchas cosas más.

Ella no mira con los ojos sino con el corazón y vio en mí lo que ni yo mismo había visto; ella tiene la capacidad de ver el lado positivo de todo, al punto de que vio algo digno de darle amor en mi locura e ingenuidad. (Los motivos no me los preguntes porque ni yo lo entiendo a veces).

No todos son capaces de ver estrellas en un cielo oscuro, o ni siquiera lo intentan. Ven la luna y con eso se conforman, porque es más grande, más visible, más bonita, más fácil, y solo unos pocos, como mi Dolly, se esfuerzan en ver y en sentir más allá.

Al no saber nada del amor, querido amigo, desconocía lo básico del amor, lo esencial que es la entrega voluntaria de un corazón y la importancia de buscar perfección en las imperfecciones ajenas.

Creo que nadie nunca podrá saberlo todo sobre el amor, por más que lo lea, lo escuche, lo vea o lo comparta con alguien. El amor es tan grande que es uno de los más grandes enigmas para la humanidad. Así como muchos lo tienen, otros lo desean, otros lo tiran, otros lo repelen. El amor siempre está, siempre, para bien o para mal. Por eso es un misterio del universo, porque es un solo sentimiento pero que se percibe en millones de maneras y nadie puede decir cuál es más correcta que otra. El amor solo es y ya. No hay palabras que logren encerrar todo su significado, aunque sí admito que muchos de nosotros intentamos ponerle adjetivos suficientes.

No sé, querido lector, el significado mundial del amor o el significado que pueda tener para ti, pero para mí, Jonathan Davis Watson, el amor es Dolly Platten. 

***

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