U N O

Aprovechaba el día despejado y hermoso que hacía para esconder sus ojos detrás de las gafas de sol y mirar sin ser visto a su, ahora, ex novia a unos metros de allí. El clima parecía que acompañaba el humor de Chelsea mientras retozaba con ternura sobre el césped con el que días atrás, Mark había considerado un buen amigo.

Puede que su relación solo hubiera durado un par de semanas, pero Mark tenía el corazón ocupado con el nombre de ella desde hacía bastante tiempo, lo suficiente para sentir el reciente desplante como la peor tragedia de su vida.

—Nunca planeamos esto, pero las cosas se dieron y nos dimos cuenta de que debemos estar juntos —le había dicho Calum, cuando irremediablemente tuvo que escuchar la confesión de ambos—. Realmente espero que nos entiendas.

El amor que le tenía a Chelsea y el aprecio que aún le quedaba por su amigo Calum, le impidieron hacer más reclamos al respecto pero sí dejó clara su postura de sentirse traicionado y no querer ningún tipo de vínculo amistoso con ninguno.

Mark Forest no era un hombre mujeriego y por ello no consideraba siquiera la posibilidad de encontrar a otra pareja para superar su desamor, como otro de sus amigos le aconsejó. "Un clavo saca a otro clavo", le había dicho, pero él difería. Aparte de que literalmente es imposible sacar un clavo metiendo otro pues lo único que haría sería abrir más el agujero, hablaban de mujeres, no de clavos. Y en todo caso, un clavo podría reemplazar a otro porque en su mayoría son iguales y son prescindibles; las mujeres no, y mucho menos Chelsea. Él no quería a una persona cualquiera que le calentara el alma, el corazón y la cama, él quería solo que Chelsea lo hiciera.

Pero no era ya posible eso y verla desde la distancia siendo feliz no hacía sino estrujar un poco más su corazón aunque su naturaleza bondadosa no le permitía profesarle rencor o desearle desgracias... no en voz alta.

De hecho, muy en el fondo, les deseaba lo mejor. Esperaba que consiguieran una beca fabulosa en otro país... y se largaran para siempre, para no tener que volver a verlos jamás tan enamorados.

Estaba a mitad de semestre y se dijo que el peor momento para sufrir por amor era cuando las materias le exigían todo el tiempo y concentración del mundo, de haberlo podido planear, habría atravesado todo el tema de la ruptura y traición con ella en vacaciones.

Cuando la suave alarma de su reloj en la muñeca sonó, se levantó con pesadez de la silla de la cafetería de la universidad donde estaba para dirigirse a su clase, la penúltima de esa mañana: Termodinámica. Era de los más jóvenes de la carrera, con tan solo veintiún años ya iba en octavo semestre de su Licenciatura en Física gracias a su amplio intelecto y suerte para que las oportunidades se le presentaran.

Arrastró los pies hasta el aula donde el maestro J. D. Watson daba la clase y se sentó, al igual que siempre, en la tercera fila de la tercera columna junto al ventanal. Escuchar su materia siempre era agradable, Watson tenía un don para darle interés a sus clases y mantener a sus alumnos ocupados y concentrados en sus palabras; era uno de los maestros favoritos de Mark.

Para finalizar la semana, dado que era viernes, el maestro optó por hacerles un examen sorpresa, dos de sus compañeros se quejaron pero para Mark era algo bueno, pues eso significaba que el día de hoy no habría ninguna extensa explicación de cualquier tema del que él estaba seguro, no prestaría mucha atención. Terminó en poco tiempo y salió del aula tras las amistosas palabras de Watson deseándole un buen fin de semana.

Le quedaba aún una clase, pero no la daban sino hasta dentro de dos horas así que tenía muchos minutos para matar y concluyó que buscar con la mirada a Chelsea no era la mejor manera de hacerlo, así que fue a su lugar favorito en toda la universidad, la biblioteca. Caminó a través de los pasillos y en unos minutos logró llegar.

La biblioteca de la universidad era la más grande que Mark había visitado en su vida. Con tres pisos, y un sin fin de estanterías en cada uno, algunas de varios metros de altas, era el lugar ideal para que cualquier amante de la lectura o estudiante lleno de trabajos por hacer, se perdiera. Mark solía pasar mucho tiempo allí y no siempre leyendo, a veces solo se sentaba a disfrutar del silencio o de sus audífonos y una que otra vez, usaba las solitarias mesas del tercer piso para tomar una pequeña siesta. Dado que tenía dos horas libres y nada por leer, tomó la decisión de subir los dos tramos de escaleras y ocupar su rincón favorito para descansar un poco.

La tercera planta estaba reservada para los libros más antiguos que la universidad poseía, todos en perfecto estado y sin posibilidad a préstamos externos. El silencio y la soledad que el área brindaban era tan deseada por Mark que se sintió increíblemente feliz de ver que no había nadie más allí aparte de él.

Dejó su mochila en una silla y se sentó en otra, no sacó su teléfono como acostumbraba cada vez que tenía ratos libres, a cambio de eso solo se quedó allí, mirando las estanterías más altas sin detallar mucho en sus ejemplares allí puestos. Con el paso de los minutos empezaba a sentir sueño y poco a poco fue bajando la cabeza hasta que su mejilla casi tocó el metal de la mesa.

Cuando su cara quedó totalmente en posición horizontal, su mente ya estaba en ese limbo de consciencia e inconsciencia. Sus párpados estaban ya medio cerrados, y apenas veía por una pequeña rendija que quedaba entre ellos; cuando supuso que iba a dormirse, levantó sus brazos que habían estado en su regazo para cruzarlos bajo su cara para mejor apoyo y comodidad. El cambio de altura de sus ojos, le permitió vislumbrar un libro que a diferencia de los demás, no estaba vertical sobre un estante, sino que reposaba en una mesa vecina pese a que no había nadie allí.

Estaba medio dormido y alcanzó a atisbar un poco del título, tenía algo que ver con Laboratorio, estaba seguro, pero el sueño le ganó y cerró los ojos definitivamente.

El pitido del reloj de su muñeca directamente en su oído, lo despertó. Se sobresaltó al ser sacado de la inconsciencia de forma abrupta y su pulso se aceleró junto con la sensación de vértigo propia del susto repentino. Respiró un par de veces y miró a su alrededor para orientarse pues despertó sin recordar dónde estaba; le tomó solo dos segundos volver a sus cinco sentidos y levantarse de la silla para dirigirse a su última clase. Al tomar su mochila notó que sobre su mesa estaba el libro que había visto en otra mesa antes de dormirse.

Arrugó la frente y miró en ambas direcciones para corroborar que no había nadie más allí... no lo había, estaba solo. Se encogió de hombros, suponiendo que en el transcurso de dos horas pudo haber pasado alguien y por error pudo poner allí el libro. Lo tomó para bajarlo al primer piso donde las personas encargadas lo devolverían a su lugar al finalizar el turno; no le gustaba dejar libros desordenados.

Mirando distraídamente la tapa del libro mientras bajaba, leyó el título completo: Amor de laboratorio, y de subtítulo, decía: Pros y contras y por qué no debes hacerlo.

¿Hacerlo? ¿hacer qué? ¿hacer el amor en un laboratorio? Pensó que sería alguna comedia romántica juvenil de las tantas que habían hoy en día y que él no disfrutaba, pero aún así, solo para distraerse mientras llegaba a la recepción, lo volteó para leer la parte de atrás donde se supone que viene la sinopsis en un libro normal.

La magia no existe, pero sí la ciencia, lo que es bastante parecido. Lo malo, es cuando el conocimiento y la capacidad de hacer la magia posible, se juntan con un corazón ansioso de ser amado y una mente que no ha entendido lo básico del amor.

Eso era todo. Mark pensó que eso no era precisamente una sinopsis, y que de serlo, era malísima y que su autor no tenía futuro como escritor. Estaba a unos pasos de la recepción y abrió el libro para ojear la contraportada, su curiosidad aumentó y sintió un ligero estremecimiento en la espalda al leer las letras pequeñas de la parte inferior:

Historia ocurrida y sufrida en el año 2002 y escrita e inmortalizada en la Universidad de Kanterville, 2004.

Era su universidad. ¿Un libro ambientado en los pasillos que él recorría a diario? Sufrida... decía sufrida, ¿no era un romance empalagoso juvenil de final feliz como supuso? También cabía la posibilidad de que fuera una novela normal, con la diferencia de que fue escrita con la universidad como locación, quizás de alguno de los estudiantes de la Facultad de Literatura de hace casi veinte años.

Sin darse cuenta, había llegado a la pequeña fila de la recepción y avanzaba conforme los estudiantes eran atendidos. Examinó de nuevo la portada, definitivamente debía ser un romance juvenil por tantos garabatos en ella.

—Hola, Mark —lo saludaron.

Él levantó la vista y vio a la encargada del día, una chica llamada Aimeé que ya lo conocía al ser él un visitante frecuente de la biblioteca. Aimeé, detrás de sus gafas redondas y delgadas, lo observó con sus ojos color caoba. Mark titubeó y ella llevó la mirada a sus manos, donde sostenía el libro.

—¿Devuelves? —preguntó Aimeé.

Mark pareció considerarlo por unos segundos prolongados, y su silencio empezó a incomodar a Aimeé que solo esperaba una respuesta, pues tenía tres estudiantes más por atender. Ella carraspeó y Mark sacudió la cabeza, despabilando.

—No, vengo a pedirlo prestado.

Él le tendió el libro y Aimeé miró el lomo, allí había una etiqueta morada, lo que indicaba que era válido para préstamo externo. Mark presentó su carné estudiantil para que el préstamo se realizara y luego lo guardó en su mochila, curioso y deseoso de empezar a leerlo en cuanto tuviera oportunidad. 

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