O N C E

Hola, Querido lector.

Desde ese día en que Dolly aceptó ayudarme completamente pasaron casi dos semanas en que no hice anotaciones en mi diario. Estaba tan distraído con todo lo que sucedía que, o llegaba exhausto a casa, o lo olvidaba por completo.

Cuando supimos que el experimento había funcionado encendimos de a poco todos los aparatos de La Guarida con la mala fortuna de que la mayoría necesitaban mantenimiento. Tuvimos que cambiar un par de fluorescentes de la incubadora, los cables del escáner al computador y un par de los enchufes directos de energía. El paso y abandono de los años cobraban factura en todos los objetos.

A pesar de que Dolly cada día intentaba poner su mejor cara a la situación, yo sabía que no era completamente feliz con su colaboración; la pillaba en ocasiones mirando los artefactos con miedo, como si su mente le dijera que estaba haciendo una bomba nuclear que iba a acabar con medio mundo.

Creéme que quise decirle en varias oportunidades que yo podía seguir sin su ayuda, pero mi egoísmo no me lo permitió. Realmente me afectaba verla actuar tan de mal gusto y con incomodidad pero me afectaba más pensar en su huida de todo mi plan.

Una mañana cálida en que sus humores no estaban tan terribles y mientras limpiábamos cada resquicio de polvo del lugar, bromeé diciéndole que si yo conseguía el amor con ese método, podíamos intentar crear a alguien para ella después. No se ofendió, creo que ya había resignado a su mente con lo que hacíamos, pero sí me puso una mueca de disgusto que me hizo reír un poco.

—No, gracias.

—Vamos, Dolly, ¿cómo es tu hombre ideal?

—No soy muy quisquillosa al respecto, pero sí estoy completamente segura de que quiero que sea real —ironizó.

—No sabemos qué puede salir de esto, tal vez es una persona real... o muy cercana a real.

—Nunca será real, por más que lo parezca. Incluso puedes hacer, por ejemplo, un clon de ti mismo y no será igual.

—Si es idéntico a mí, sí sería igual. Valga la redundancia.

Dolly estaba limpiando el cristal de la incubadora y yo la mesa de trabajo. Dejó lo que hacía y caminó hasta mí con una mirada dura que llegó con intensidad a mis ojos.

—No lo será —murmuró—. Dime algo de tu pasado. Cualquier cosa, lo primero que se te venga a la mente.

Mi pasado no era precisamente algo en lo que me gustara gastar tiempo, pero obedecí y respondí rápidamente:

—Las primeras noches que dormí en la residencia estudiantil, escuchaba ruidos en el pasillo, creía que venían a asesinarme. Era paranóico.

Sonrió.

—Dime algo de tu niñez.

De igual manera, respondí en reflejo aunque en otra circunstancia no habría tocado el tema.

—Me caí de un árbol a los ocho años, caí sobre una roca filosa y me pusieron cuatro puntos acá —Levanté un poco mi camiseta y le mostré la cicatriz cerca al ombligo—. Lloré mucho.

—Dime algo bueno que te haya pasado recientemente.

—Tú.

—¿Yo? —preguntó sorprendida y con una pequeña sonrisa.

—Sí. De no ser por ti no estaríamos en este lugar y no podría crear al amor de mi vida.

La mención del tema pareció desanimarla un poco y me mordí la lengua.

—El punto es... —Suspiró y dejó de mirarme a los ojos—. Si creas a un clon ahora mismo tendrá unos minutos de vida y no los años que ya tienes tú. Lucirá como tú pero no será una persona. No tendrá el recuerdo de tener miedo de vivir solo, no tendrá esa cicatriz en su abdomen y no me habrá pedido ayuda con ese libro. Las personas están hechas de recuerdos, moldeadas con el pasado y perfeccionándose con el presente. No puedes llamar persona a alguien que sea creado artificialmente. Un robot o una muñeca o lo que sea que vaya a salir de aquí no sabe sentir, no sabe del amor, no sabe del temor, no sabe del placer de vivir desde el nacimiento, solo existe y los humanos no solo existimos, Jonathan, somos más que eso.

La conclusión un poco agresiva de su explicación creó un silencio que nos envolvió. No supe qué responderle porque tenía razón en la mayoría de sus palabras pero no quería decirle "sí, es cierto, pero de todas maneras quiero esto". No, no deseaba que me odiara o me tomara por más loco de lo que ya lo hacía.

Los arreglos, remiendos y limpieza de La Guarida nos hubieran podido tomar poco tiempo, pero la verdad era que yo lo alargaba adrede porque además de emoción y expectativa, tenía nervios de lo que pudiera pasar; sin embargo, cuando se cumplieron once días desde la decisión de emprender el proyecto, llegó el esperado momento.

Era un viernes ocho de marzo y Dolly y yo ya habíamos charlado de que iríamos a La Guarida en la tarde, casi a las siete, a una hora en que el flujo de gente era menos y eso era conveniente en caso de que algo pudiera salir diferente a como lo esperábamos; por algún motivo, la noche suele dar un poco más de valor a quienes llevarán a cabo tareas importantes... o malvadas, es una especie de ilusión de seguridad o de clandestinidad que el sol no da a igual medida.

Habíamos ya probado todos los aparatos y todos funcionaban. El escáner tenía como finalidad graficar las proporciones y detalles del ser a construir, por eso la cantidad de fotos de partes de mujeres en el libro y la cantidad de revistas en la mesa; con las anotaciones del científico inventor, antes de hacer nada, descubrimos que debíamos colocar imágenes ya fuera un cuerpo entero o partes de él en ese escáner para procesar en el computador el primer boceto. Según el libro, eso tomaba los detalles como color y forma de cabello, de piel, y contorno de la silueta. Ya en el computador se agregaban cosas más específicas como la altura, medidas y peso, e internas como cualidades de su personalidad.

Ya que era algo completamente nuevo para mí, no aposté tan alto en una mujer mega complicada. Escogí varias fotos de las revistas con los ojos reprobatorios de Dolly mirándome de reojo; configuré a alguien sencilla, nada muy voluptuoso ni tan extravagante que se notara que salía de una pasarela. En los cinco espacios de cualidades puse lo más sencillo: amorosa, inteligente, entregada, humilde y extrovertida. No sabía si debía ser más específico, pero lo dejé así.

¿Recuerdas, querido lector, que te hablé de un segundo teclado pequeño que solo tenía tres botones? Bueno, el de la izquierda tenía un símbolo de aprobación, un check; el del medio tenía un signo de "encendido": una circunferencia partida en la parte superior con una línea; y el de la derecha y último tenía una equis blanca.

En La femme parfaite decía que el primero era para dar el visto bueno una vez puestas las características y escaneadas las imágenes y el del medio era para poner en marcha la creación.

En medio de los dos procesos, Dolly debía hacer su aporte, poniendo una parte de sí misma para completar la información. Cuando oprimí el botón izquierdo de aprobación mis manos temblaban y sentí una gota de sudor resbalar por mi nuca. No supe si Dolly estaba emocionada o asustada (yo sentía una mezcla de ambos) porque permaneció en silencio mientras a regañadientes tomaba su parte en el proceso.

Cuando ella terminó, aseguró la incubadora y caminó hasta mí que estaba sentado frente a los teclados. Tenía mi mano a un par de centímetros del botón de encendido y respiré hondo. Sentí entonces la mano de Dolly agarrándome la muñeca antes de que lo oprimiera. Levanté la vista y su mirada era indescifrable. Tragó saliva y noté que su mano estaba helada.

—Jonathan, aún estamos a tiempo de declinar. ¿Estás seguro de esto?

Miré la gran cabina que ya alumbrada de un neón verdoso y luego la miré a ella.

—Sí.

Su mano suavemente me soltó y dio dos pasos atrás mío, alejándose. Vacilé un par de segundos y tras una exhalación, oprimí de golpe el botón. Un zumbido potente resonó en las cuatro paredes. Por instinto me puse de pie sin quitarle los ojos a la incubadora y me ubiqué delante de Dolly en un intento posiblemente inútil de protegerla en caso de que saliera de allí alguna asesina.

Mi cuerpo cubría a Dolly al ser yo mucho más alto pero la vi de reojo asomarse por la derecha, aferrándose a mi brazo. Ella misma retrocedió más arrastrándome con ella hasta que la pared no nos permitió alejarnos más. La máquina zumbaba en crescendo y llegó a ser tan fuerte que sabía que si le hablaba a Dolly tal vez no me escucharía; me dolieron un poco los oídos.

Temí por un momento que fuera a explotar media universidad. El corazón me retumbaba con fuerza y contraje los labios al sentir mucho más incómodo el ruido excesivo.

El zumbido llegó a un punto máximo y de ahí en adelante empezó a descender el volumen igual de lento a como había subido; me pregunté si en el resto de la universidad se había oído ese escándalo.

Dentro de la cabina solo se veía humo y más humo, los cristales estaban empañados haciendo que se viera una neblina verdosa —gracias a los fluorecentes— encerrada.

Entonces la puerta que Dolly había cerrado, se abrió lentamente y el humo empezó a esparcirse fuera de allí. Dolly y yo estábamos estáticos, aterrados, no sé si ella estaba mirando o no, pero mis párpados estaban tan abiertos como podían y apenas y lograba respirar, tenía mi mandíbula apretada y la garganta seca.

El humo, que ya estando cerca era más parecido al vapor y de color grisáceso , se diluyó lentamente en el aire y la claridad acrecentó más allá de la nube. Mis lentes se empañaron y tuve que quitármelos un par de segundos y limpiarlos, cuando me los volví a poner, mi boca se abrió de par en par y destensé las manos que ya las tenía en puños por los nervios. El agarre de Dolly a la manga de mi camisa también disminuyó y la vi salir de detrás mío para ubicarse a mi lado y mirar fijamente.

El corazón se me paralizó.

Había funcionado. 

***

Pregunta a los lectores: ¿Tienen teorías sobre el ser creado? 7u7

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