O C H O
Viernes, 22 de febrero de 2002.
No sé si han sido meras coincidencias de nuestros horarios disparejos, pero no he visto a Dolly desde el martes y no sé si me está evadiendo o si tiene algo más qué hacer, pero tampoco ha ido al trabajo en estos días. Hoy ya es viernes y pensar que si hoy no tengo razón de ella deberé esperar hasta la otra semana para que me dé información del libro, me molesta un poco.
No obstante, ya me decidí a que si hoy no me busca ella, yo la buscaré y así tenga que faltar a mis clases, la voy a encontrar.
Necesito respuestas; sean positivas o negativas, no puedo seguir con la duda.
***
Hola, querido lector.
Soy consciente de que tal vez leyendo mis anotaciones de esos días pueda lucir bastante desesperado y un poco salido de mis casillas, por eso te pido que te pongas un momento en mi lugar. Si alguna vez has deseado algo con todo tu corazón, sabes esa chispa que se enciende ante el más mínimo indicio de que se puede hacer realidad; no podía solo esperar pacientemente, era como decirle a un niño pequeño que aún viendo los regalos debajo de árbol de navidad, espere una semana para abrirlos.
Sé que le dije a Dolly que cuando lo viera necesario me buscara para darme su sincera opinión pero en ese preciso momento no creí que fuera a tardar tanto. Ilusamente consideré que ella podría tener al menos un poco de la emoción y curiosidad que yo tenía y que por eso no tardaría más de esa noche en descifrar el resto de las páginas.
La jornada de ese viernes empezó en relativa normalidad; asistí a mis dos primeras clases sin problema alguno y cuando casi daba el mediodía, me puse en la tarea de hallar mi libro, es decir, a Dolly.
Caminé por todo el edificio de idiomas y pregunté por ella a varias personas, nadie me dio razón, hasta que un buen rato después, una amable chica de la edad de Dolly y de cabello negro, me dijo:
—No ha venido desde el martes. Fui a su casa ayer, le dio un resfriado terrible, pobrecita. Espero que el lunes ya pueda retomar sus clases pues tenemos un exámen importante.
«Qué conveniente que se enferme justo cuando le di mi libro» pensé y luego me arrepentí de ser tan indolente.
Le pedí a la chica, que al parecer era su amiga, que me dijera dónde vivía. Obviamente dijo que no de inmediato pues ella en realidad no sabía ni quién era yo y cuidando la seguridad de Dolly, se negó. Le rogué, le supliqué y hasta le inventé que me estaba ayudando con unas tareas (aunque eso no era una mentira del todo); luego de varios minutos de insistencia solo pude obtener el número telefónico de su casa.
Fui hasta las oficinas administrativas donde tenían un teléfono y lo marqué con el corazón latiéndome con mucha fuerza. Me contestó una mujer:
—Familia Platten.
—Buenas tardes, disculpe, ¿Dolly se encuentra?
—¿Quién la necesita?
—Mi nombre es Jonathan Davis.
Del otro lado de la línea hubo vacilación, como si quien contestó (posiblemente su madre) intentara recordar si Dolly le había hablado de mí. Era obvio que no, ¿por qué hablaría de mí? Antes de que pudieran decirme que no estaba o algo similar, apunté:
—Soy un compañero de la universidad, necesito hablar con ella por un libro que necesito.
Eso pareció darle más confianza a esa mujer.
—Espere un momento.
Esperé medio minuto y la voz conocida aunque algo rasposa de Dolly pasó al teléfono.
—Hola, Jonathan.
—¿Cómo estás? Una compañera me dijo que estabas enferma.
—Sí, un resfriado. Ya me siento mejor, el lunes volveré a clase.
No dijo nada más y me cuestioné la imprudencia de preguntarle directamente por el libro. Fuera o no Dolly una buena amiga o solo una conocida, debía respetar. Aún con todo, no podía esperar por siempre.
—Dolly, te llamo por...
—Sé por qué me llamas. —Hizo una pausa y la escuché suspirar—. ¿Crees que puedes venir a mi casa?
—Claro, cuando quieras.
—Puede ser hoy cuando salgas de clases.
—Ya terminé clases hoy —mentí un poco; aún tenía una clase más pero decidí que podía saltarla—. Dime dónde vives e iré de inmediato.
Casi una hora después llegué a su puerta y toqué. Su madre me recibió; una mujer alta, de piel chocolate y cabello rizo igual a su hija y una sonrisa amigable. Me hizo seguir a la sala de su casa y amablemente me dejó sentarme; esperé un par de minutos hasta que Dolly apareció.
Llevaba el libro en sus manos y una expresión contrariada que me dejaba en duda sobre sus conclusiones. No la presioné, solo aguardé. Se sentó a mi lado y me tendió el libro con el mayor de los cuidados, con ansia de deshacerse de él.
—No luces enferma —dije.
Lo sé, fue terrible para iniciar conversación, pero, querido lector, ponte en mi lugar; a cierta medida, mi suerte próxima estaba en sus palabras y por ende, yo estaba hecho un manojo de nervios.
—Ya terminé de leer eso.
Su desdén al decir "eso" no era una buena señal.
—¿Y cómo te fue?
—Igual que antes, no entendí todo. Hay muchas frases que no comprendo. —Suspiró—. Si todo eso llega a ser cierto, no puedo negar que me da cierto alivio leer que nunca le funcionó.
Sentí cómo mi entusiasmo se desinflaba notoriamente, encorvé la espalda y sentí sus palabras como una bofetada.
—Ah... entiendo.
—Reitero que es una locura... dice que intentó varias veces y que siempre parecía que resultaría, sin embargo finalmente la cabina esa de la que habla solo emitía luz y humo, pero al dispersarse no había nadie adentro.
Creo que nunca me había sentido tan decepcionado en mi vida. Me quedé meditando debajo de esa nube negra de desilusión y sentí la mano de Dolly tocando amablemente mi hombro. Cuando la miré, me soltó.
—Gracias, Dolly.
—Te seré sincera... estaba esperando que tal vez hoy estuvieras menos entusiasmado con todo el asunto pero te veo tan triste que es obvio que no es así.
Pasé mi mano por mi cara, realmente frustrado.
—No intentaré convencerte de nuevo de mi pensar porque no es justo contigo, pero sí estoy realmente decepcionado. Sé que no lo entiendes, Dolly, pero esto era realmente una esperanza para mí.
—¿Esperanza? ¿esperanza de qué, Jonathan? ¿de hacer una muñeca en tamaño real?
—Es más que eso... —Suspiré rendido—. No es importante. Te agradezco en serio la ayuda, te invitaré un café un día de estos.
—No me debes nada.
—Lo sé, quiero hacerlo.
Me levanté del sofá y abracé el libro con algo de nostalgia, pensando en que ahora debía ir y dejarlo en la Guarida y no volver jamás. Dolly se levantó conmigo y me acompañó hasta la puerta en silencio. En el marco de la entrada ella se detuvo y yo giré para despedirme.
—Nos vemos en la universidad... —Eché una mirada rápida hacia adentro—. Tu casa es muy linda.
Levanté mi mano y me la ondeé, cuando di media vuelta, Dolly habló de nuevo.
—Espera. Hay algo más... —Me detuve y la observé—. Nunca le funcionó el experimento pero en sus últimas páginas habla de un último intento en el que usa otro método.
—¿Y le funcionó?
—No lo sé, ahí acaba todo. Cuando me llevaste a ese lugar vi que habían más libros, no sé si tal vez allí esté la continuación.
La chispa de la emoción volvió a brillar en mi interior y sonreí todo lo que mis mejillas me permitieron.
—¡Eso es maravilloso! ¡Podemos...! —Caí en cuenta de que Dolly seguía escéptica al tema y que el hecho de que me comentara de otra ligera posibilidad no implicaba que eso incluía su ayuda—. Dolly, ya has hecho muchísimo por mí así que no te pediré que me sigas acompañando en esto, pero si...
—Voy a ayudarte a traducir —puntualizó—. Por ahora.
Impulsivamente la abracé, ella no me devolvió el gesto, de hecho, casi lucía enojada con sí misma por dejar que su naturaleza bondadosa la venciera. Me prometí que salieran bien o mal las cosas, iba a agradecerle profundamente de mejor la manera en que me fuera posible.
♡ ¡Gracias por leer! ♡
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