D I E Z
3. La búsqueda de cómplice/ primer intento.
Lunes, 25 de febrero 2002
Cuando la ansiedad a algo sumamente esperado pesa en la espalda, cincuenta horas pueden parecer cincuenta años. Todo el fin de semana estuve pensando en Dolly porque quedamos de vernos hoy para bajar una vez más a la Guarida y buscar la posible continuación.
Pude haber ido yo solo el mismo viernes y traerle a Dolly el libro a sus manos pero no quiero excluirla del proceso pues al parecer la participación es la única y pequeña motivación que tiene para no mandarme a volar aún.
También he tenido muchas horas entre sábado y domingo para imaginar cómo sería la mujer perfecta y qué se sentiría caminar con ella tomado de la mano. Me gustan las chicas rubias, ¿podré elegir eso? No tengo muy claro si puedo especificar lo que me gusta al momento de crear a alguien o si vienen en medida y forma estándar...
Quizás solo estoy divagando... Dios, necesito que Dolly me diga ya si podemos o no hacerlo. Sé que no depende completamente de ella, pero aún así cuento los minutos para que bajemos al laboratorio.
Es curioso cómo a veces quiero agarrar las manecillas del reloj y frenarlo para alargar un momento y cómo en otras ocasiones como ahora, quisiera moverlo a toda velocidad. De todas maneras no funcionaría, el reloj camina a un ritmo fijo pero la verdad es que el tiempo es una fuerza incontrolable e imparable... estoy en crisis. Son las cinco de la mañana y ya quiero ir a la universidad. Tendré que esperar otro par de horas.
***
Hola, querido lector.
Un dato gracioso de esa mañana: cuando al fin dio la hora legal de salir de casa, antes de ducharme me miré en el espejo pequeño del baño y mi cabello estaba lo más desorientado que había estado en mi vida, con varios remolinos en distintas direcciones ocasionados por mi manía de pasarme la mano por la cabeza cuando mi desesperación tocaba lo más alto. Lo gracioso es que pensé en ese momento que las palabras científico loco me definían mejor que Jonathan Davis.
Tenía tanto entusiasmo que quise hacer lo posible para que Dolly se sintiera cómoda en la Guarida; antes de ir a buscarla a las ocho como acordamos, llevé una silla cómoda para ella pues dudaba que alguna de las de allí le gustasen pues según ella todo en sí le daba escalofríos. También cambié la bombilla tintineante y gastada por una nueva que dio una claridad más acogedora al encerrado espacio. Llevé incluso mi colonia y la esparcí por el lugar para tapar el olor a guardado y a moho que persistía. Le pasé a los muebles una toalla para quitar el exceso de polvo y cuando hube terminado, solo por curiosidad, prendí el vejestorio de computador.
Tardó un poco y empecé a temer que no importara si el experimento era válido pues sus herramientas no servían ya, pero cuando iba a resignarme, se oyó un pequeño crujido de la enorme caja que envolvía la pantalla; poco a poco se iluminó y pasó de azul a quedar negra con unas letras verdes. No toqué nada más, quería esperar a tener a Dolly y su traducción.
Cuando volví por ella y bajamos juntos, noté con satisfacción que sonreía con disimulo al ver lo que había cambiado desde su primera visita. Me dije que esos pequeños cambios debería de haberlos hecho la primera vez, quizás me habría ahorrado un poco de su miedo y un poco de mi súplica.
—Este libro terminó en el punto 38 —informó, señalando el último número resaltado de la penúltima página en el libro que ya había leído—. Mira en esos si alguno empieza en el punto 39.
Obedecí con presteza mientras ella se quedaba en la silla que yo había llevado; tuvo su espalda recta todo el tiempo y aunque se mantenía neutra, en ocasionales instantes arrugaba la frente; pensé en el esfuerzo que era para ella estar allí y no correr o gritar.
Miré dos de los libros que quedaban y al tercero di con el que buscaba, tenía una portada similar al otro pero en su primera página no estaban las palabras "La femme parfaite" impresas, simplemente empezaba donde terminó el anterior. Se lo tendí.
—Ese empieza en el 39. ¿En qué quedó exactamente el primero?
—En un fracaso —respondió—. En la mitad de la última página hace las suposiciones con una variante y espero que acá en este diga cómo le fue con eso.
—¿Cuál es la variante?
—Una persona. —Hizo una pausa y luego aclaró—. Una persona real.
Quedé sumamente intrigado pero no pregunté más cuando la vi dispuesta a empezar ya con su lectura. Había llevado también un pequeño radio a la Guarida y lo encendí para ocultar un poco el vibrante ruido de la incubadora que no dejaba nunca de zumbar. Dolly levantó la mirada y conectó sus ojos oscuros con los míos, esbozó una pequeña sonrisa que imaginé que era de agradecimiento por la música que aunque era suave, era reconfortante.
Tardó casi una hora de silencio arrollador solo emitiendo gruñidos suaves al no entender algo y suspiros ocasionales cuando cambiaba de posición. Repasaba una hoja, luego la otra, luego la anterior y volvía al principio. Solo levantó la mirada hacia mí dos veces y no supe si me observaba con lástima o con emoción.
Finalmente cerró el libro de golpe y se quedó mirando a la nada por varios segundos. Creo que se sonrojó un poco pero su piel no me dejaba fácil el confirmarlo. Tenía los ojos abiertos de par en par y luego parpadeó muy rápido.
—¿Y bien?
Una sola palabra fue capaz de elevarme a la gloria:
—Funcionó.
Y solo dos segundos tomó bajarme de la nube.
Dolly se levantó abruptamente y no había precisamente un sentimiento de eureka en su rostro. Caminó hasta el final del laboratorio, cerca de la incubadora. Luego volvió y así por varios minutos en que temí... no sé exactamente a qué.
—¿En serio, Dolly? —pregunté más animado, intentando ser ajeno a su mal humor—. ¿Funcionó? Dímelo, te lo ruego.
Querido lector, lamento decirte que te daré acá una mala noticia y algo que quizás haga que dejes este libro tirado donde sea que lo estés leyendo.
No puedo ni deseo decirte el secreto del éxito de la creación de una persona.
Sé que ese es el motivo por el que posiblemente haz llegado hasta acá, así que antes de dar la razón, te pido una enorme disculpa si te sientes decepcionado.
Si vives en el planeta tierra luego de los años 40's, has escuchado la frase célebre de Roosevelt "Un gran poder conlleva una gran responsabilidad" y creo que podemos estar de acuerdo en que el conocimiento es una de las más grandes responsabilidades de la humanidad y por eso no planeo arriesgarme a que cualquier persona lea los detalles. Reservar el conocimiento con egoísmo tampoco es algo moral o correcto y por eso añado que los secretos de La femme parfaite siguen vivos en otro tomo pero solo cuando llegues al final podrás decidir si los quieres tener y de ser así, te diré cómo hallarlos.
Dolly me explicó los detalles y mi boca se abrió de sorpresa y por qué no, de incredulidad. Las manos me temblaban y sonreí de oreja a oreja imaginando... no, imaginando no, casi tocando las posibilidades.
Cuando terminó de hablar y me había dado el secreto, pensé ahora en las probabilidades. El secreto estaba en otra persona. Más específicamente, en una persona con dos cromosomas X y pese a que estaba esperanzado, no estaba alejado de la realidad y estaba consciente de que no tendría muchas voluntarias que digamos dispuestas a ayudar a alguien delirante.
—Ya. Te lo dije —farfulló y tomó su bolso para irse—. Así que adiós.
—Dolly...
—¡No! ¡Ni se te ocurra pedirme que sea yo la que...!
Contra todo plan que pudiera tener en mi mente para convencerla, me precipité a arrodillarme frente a ella. Se calló de inmediato y de nuevo vi esa mirada de lástima y compasión.
—¡Por favor! ¡Haré lo que quieras, Dolly! No vas a salir lastimada, ahí lo dice. Ahí lo dice, ¿verdad? Tú lo dijiste, tú lo leíste. Ahí lo dice. Es como un favor común y corriente pero me darás mucho más, Dolly, me darás el mejor regalo del... Dolly...
Me faltó el aire por mi arrebato de palabras en un solo respiro. Sentí los ojos nublados y ahora que lo recuerdo, puedo decir que estaba tocando fondo en mi desesperación, pero en ese instante solo podía pensar en que Dolly tenía en sus manos mi vida y que si la dejaba ir de allí iba a volver a como estaba antes: solo y frustrado... y un par de puntos más demente, pero peor porque iba a tener en la mente lo que pudo ser pero no fue.
—Jonathan, levántate. —Habló con los dientes apretados, enojada, rendida, incluso triste de verme allí—. Vamos, levántate de ahí. Todo está bien.
Me puse de pie sin dejar de mirarla a los ojos.
—Dolly, por favor... solo será una vez. Te juro que si luego no quieres saber nada de mí, me largaré para siempre...
—Te largarás con una muñeca que vas a crear acá —reprochó—. Jonathan, por favor, piensa en lo que dices por un momento. Tener a un ser hecho en un laboratorio junto a ti... Dios mío... piénsalo. ¿Es realmente lo que quieres?.
—Lo he pensado desde que encontré el libro, Dolly —argumenté—. Te lo juro, esto es lo que más quiero. Tú no lo ves porque no estás en mis zapatos... —Bajé el tono y mi voz salió desolada, melancólica—. Tú eres una mujer y eres hermosa, en cualquier momento puedes conseguir novio, pretendiente, esposo... futuro... Sé que mi único intento de tener una relación fue con Amy, pero también sé que no puedo hacerlo de nuevo. No entiendes, es algo que tengo metido en todo el centro del cerebro, es una inseguridad que crece, que echa raíces adentro y que sé que no me permitirá intentar una vez más... esta oportunidad es una solución, Dolly...
Cuando terminé de hablar vi que sus ojos se habían cristalizado sin dejar nunca la compasión en su brillo. Me imaginé como un perro lastimado, de esos que con solo verlos causan tristeza y hacen llorar.
Dolly tomó mis manos y estiró su cuello para poder mirarme directamente a los ojos. Puso una voz determinante, baja pero fuerte, elocuente.
—Jonathan, es una locura. Ni siquiera sabemos qué puede pasar o qué cosa puede salir de esa incubadora. La última anotación dice que funcionó, que ve a su creación frente a sus ojos, pero acaba abruptamente, como si le hubieran quitado el lápiz de la mano, no pone conclusiones ni más intentos, las hojas continúan en blanco, no dice exactamente qué ve o qué pasa después o cómo siguió su vida... si es que siguió. Puede que esa cosa lo haya matado y por eso no hay nada más escrito, puede que hubiera visto que era algo terrible y por eso dejó de escribir y se largó, como en el libro de Frankenstein: el creador estaba demasiado emocionado y feliz de que funcionara pero cuando vio el resultado se espantó y abandonó el laboratorio.
Juro que intenté darle sentido a sus muy coherentes objeciones, pero en mi mente el resultado final era positivo y eso nublaba cualquier lógica.
—No he leído con atención ese libro —murmuré, sintiendo el apretón de las manos de Dolly sobre las mías—, pero sé que esto es distinto. Acá no hay partes de humanos conformando un solo rompecabezas... es más sencillo.
—¿Sencillo? —resopló.
—Y real —insistí—. Frankenstein no es real, esto sí lo es y tenemos la oportu...
—Las oportunidades no son sinónimo de triunfo, a veces auguran tragedia.
Me soltó y dio un paso atrás. Me analizó con intensidad y movió en acto mecánico uno de los rulos que le colgaban de la frente hacia un lado, para que no se atravesara más en su visión. Puso ambas manos en su boca y dejó su mirada perdida, pensativa, como si una dura batalla de indecisión se llevara a cabo en su mente.
Entonces dio media vuelta y dio dos pasos hacia la salida. Solté con fuerza el aire de mis pulmones, me resigné y empecé a buscar más probabilidades en mi cabeza; intentaba buscar en mi memoria a alguna mujer que estuviera dispuesta a ser conejillo de indias en un experimento de creación humana, pero con mis nulos dotes sociales eso se me complicaba.
Dolly se detuvo justo antes de que la oscuridad del pasillo para salir la engullera.
—Los deseos del corazón son los únicos que se deben perseguir, Jonathan —murmuró sin girarse. Su voz sonaba pastosa—. ¿Tu corazón te pide llevar esto a cabo?
Aunque no quería, vacilé por varios segundos, tantos, que ella volteó y me miró tal vez esperando que al fin entrara en razón. Sus ojos ahora estaban vacíos, sin pizca de alegría o de enojo, solo miraba y ya, como si sus emociones se hubieran apagado y hubiera quedado en modo automático.
—Sí.
Su réplica fue un susurro demasiado bajito, de esos que se pierden en el aire antes de llegar al receptor pero ya que no estábamos al aire libre, logré escucharla:
—Cuenta conmigo.
***
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