C U A T R O
2. Antecedentes y descubrimiento del experimento.
Martes, 12 de febrero 2002.
Es altamente recomendado confiar las alegrías, tristezas, vergüenzas y miedos a alguna persona especial, que usualmente se hace llamar mejor amigo o amiga. Sin embargo, yo no tengo ninguno o no confío suficientemente en nadie, así que este diario se inicia con la simple intención de sacar lo que me pesa o me preocupa pero que nadie debería escuchar.
Y el iniciarlo hoy no es casualidad, estando a tan solo dos días de San Valentín he decidido por fin invitar a salir a Amy Lancy, tal vez dada la fecha, la suerte me sonría y me acepte. Desde hace más de dos meses que la vi en los pasillos de la universidad y me gustó desde entonces; tiene ese caminar elegante y cabello sedoso y acaramelado que todas las mujeres desean, además de una sonrisa brillante y un promedio excelente; bonita e inteligente.
Aunque es una obviedad que no soy el único que le ha puesto el ojo encima, nadie se ha atrevido a invitarla a salir hasta el día de hoy. Por las paredes corren los rumores de que nadie la invita porque temen a su rechazo ya que es como una diosa inalcanzable. Sin embargo, yo pienso que tengo que arriesgarme.
En el peor de los casos, me dirá que no y seré el hazmerreír de muchos, pero ya lo he sido desde siempre, así que no sería nada nuevo.
Y siendo optimistas, puede que diga que sí y en lugar de ser el blanco de burlas, seré el punto de admiración de muchos, además de la posibilidad de poder entablar una relación bonita con ella.
Hoy apenas terminen las clases y aprovechando que su última clase del día la comparte conmigo, la invitaré. No negaré que los nervios me controlan al escribir esto pero siempre supe que, si deseaba tener una relación amorosa con alguien, llegaría el día en que debía dejar mi timidez un poquito de lado.
***
Hola, querido lector.
Como habrás podido notar, la primera entrada de mi diario estaba llena de optimismo, esperanza y una ilusión plantada y cultivada en la posibilidad de encontrar el amor con Amy. Han pasado ya muchos años, pero sigo recordando esos ojos preciosos de un verde esmeralda que parecían ser capaces de iluminar el día de cualquier persona. Tenía una voz dulce, tímida y adorable que invitaba a sacarle charla como fuera, solo para deleitarse con su sonido. Sus modales eran perfectos y su piel, delicada como la seda, parecía soltar un brillo cuando caminaba bajo el sol.
Yo tenía veintiún años entonces, pero jamás había tenido una cita y es obvio que siendo hombre y el encargado de invitar a salir a las mujeres, la culpa era mía. Toda la vida había cargado con la etiqueta de Cerebrito que los demás me dieron y las burlas de todos alcanzaron el punto de hacerme creer que no tenía derecho a nada más allá de los libros y el conocimiento. Además mi físico no ayudaba, aparte de ser extremadamente delgado a pesar de que me ejercitaba cada que podía, los años de cargar libros —en su mayoría ajenos y obligadamente—, me habían dejado la espalda un poco encorvada. Y si a eso le sumamos la incapacidad de ver sin unos lentes gruesos como el cristal de una botella, dejaban de resultado a un cerebrito sin encanto y ya que nadie se tomaba el tiempo de conocerme, sin carisma.
No quiero alargar e inmortalizar lo que sucedió ese San Valentín con Amy, así que lo resumiré en unas cuantas palabras: me dijo que sí, pero cuando fui a recogerla a su casa el 14 de febrero, su madre me dijo que ya se había ido con Braiden, uno de los que más me molestaba desde el colegio y con quien tuve la desgracia de coincidir en la universidad también.
Las siguientes tres entradas de mi diario son desprecios hacia el amor, hacia mí mismo, hacia Braiden por ser mejor partido que yo en todos los sentidos y un poco hacia Amy porque cuando al otro día de San Valentín fui a preguntarle el motivo de que me hubiera cambiado, solo dijo "Eres muy dulce, Jonathan, pero vamos, mírate y mira a Braiden".
Con los acontecimientos siguientes, los del 16 de febrero, aprendí que una de las maneras más eficaces de infundir valentía en un hombre es hiriéndole el ego primero y aunque, la verdad sea dicha, mi ego no es que haya tocado alguna vez el cielo, sí me molestó bastante que Braiden hubiera decidido invitarla a salir casualmente al mismo tiempo que yo lo hice, así que con ese nuevo valor mezclado con rencor, quise ir a reclamarle.
La fuerza física nunca fue lo mío, yo era más de los que tenía superioridad mental y no del cuerpo, pero no usé mucho el cerebro cuando decidí que era buena idea empujarlo. Braiden, con su masa corporal que fácilmente duplicaba la mía, no se quedó de brazos cruzados y me estrelló contra un casillero. El hecho de que ese abuso no fuera nuevo para mí, no hizo que me doliera menos.
Braiden iba con dos amigos que obviamente no intervinieron, vamos, como si hiciera falta para que me derrotara. Se dedicaron simplemente a reírse y daba la fortuna para ellos que a esa hora no había casi estudiantes en el pasillo en que estábamos, así que los golpes se prolongaron por varios minutos.
Sentí un pinchazo en la cabeza cuando esta rebotó contra una puerta de madera del laboratorio de ciencias que en ese momento estaba vacío, creí que iba a perder la consciencia pero no tuve tanta suerte.
—¿Este tipo en serio creyó que Amy iba a salir con él? —masculló uno de los amigos de Braiden, que se había ubicado junto a la puerta del laboratorio—. Apunta muy alto.
Los tres soltaron una carcajada y yo tosí, estaba de rodillas en el suelo gracias a una patada que acababa de recibir en el costado izquierdo.
Las acciones siguientes de Braiden y sus amigos me llevaron a descubrir la que parecía ser la solución a mis problemas.
Ahora, querido lector, ya que temo que al revelarte dónde estaba ese lugar y cómo llegué allí dejes la historia para irte corriendo a buscarlo, te contaré de eso más adelante. Por ahora te contaré lo que encontré y no dónde lo encontré.
Después relataré lo que pasé para llegar ahí, pero al hacerlo, encontré lo que parecía una oficina poco común y abandonada. La oscuridad era total pero tanteando la pared hallé un interruptor, al activarlo, la luz parpadeó varias veces, como si la falta de uso la hubiera dejado dormida y ahora le costaba despertar. Fue encendiendo de a poco hasta que alcanzó toda su potencia y pude ver con más claridad. Estornudé varias veces gracias al polvo que había y estando quieto en mi lugar, pude ver cómo varios bichitos huían por el suelo hasta debajo de las mesas al verse rodeados de luz.
Caminé un par de pasos y el eco de mis zapatos en el suelo sucio me hizo sentir un escalofrío. Calé mis lentes que ya iban muy abajo y me acerqué a la primera mesa que se me atravesó. Si bien estaba llena de polvo, no estaba desordenada y tenía varios libros gruesos encima. A un lado una pila de revistas también ordenadas, un montón de lápices y marcadores en un recipiente y en la pared, un tablero verde de tiza con un par de garabatos que no comprendí.
La estancia medía unos ocho metros por otros cinco o seis, era espaciosa. Al pasar mi dedo por uno de los lomos, se llenó de polvo y decidí dejarlo pues no deseaba seguir estornudando.
En el lado opuesto del escritorio, había un pequeño armario sin puerta, en él habían varias prendas empolvadas femeninas, varias blusas y unos pantalones de colores que lucían nuevos. Había un pequeño sofá de una sola plaza y en las mesas de la pared lateral habían sábanas cubriendo varias cosas.
Ya que mi curiosidad era más grande que el lente de mis gafas, fui y retiré la sábana del primer objeto. Al revelarse, vi que era un escaner viejo, de color grisáceo y gracias a la sábana, libre de polvo, lucía en buen estado pero no quise corroborarlo; levanté la segunda sábana y un computador apareció, tenía la pantalla un poco más grande y ancha de las que yo conocía, estaba incrustada en una caja rectangular y tenía dos ranuras y dos teclados, uno normal con todo el alfabeto y el otro con solo tres botones que mencionaré después.
En toda la esquina y aunque no lo había notado, había una sábana que llegaba al techo y cubría algo muy grande y al parecer cilíndrico. Caminé hasta ahí y con cuidado retiré la sábana, retrocedí dos pasos para mirar mejor lo que parecía ser una incubadora tamaño adulto y de su interior resplandecía la luz azulada de algún tubo lumínico que contenía. Había notado desde que encendí la luz un ligero zumbido en el lugar y al estar cerca de ese enorme y ancho cilindro, supe que de allí provenía.
Luego de haber destapado todo, me tomé unos minutos para intentar entender dónde estaba y de quién era el ¿laboratorio? ¿oficina? ¿habitación?
Era evidente que estaba abandonado hace muchísimo tiempo y considerando la manera en que llegué, era un lugar oculto o quizás perdido luego de la remodelación de la universidad unos tres años atrás, pero si lo hubieran descubierto con la remodelación deberían haberlo arreglado o bien, cerrado, pero no, estaba vigente aunque solitario.
Volví hacia el escritorio y contra toda posible alergia, levanté un libro, pero no el de encima, sino el siguiente, uno con una cantidad considerablemente menor de polvo. El lomo era de un vinotinto neutro, parecía cuero. No era un libro como tal, sino un cuaderno de anotaciones con una letra elegante pero un poco distorsionada, como la de un doctor.
Había muchos gráficos y ecuaciones, pero lo que más me llamó la atención fue que la mayoría de bosquejos, eran cuerpos femeninos nada detallados, había anotaciones en sus extremidades y a su alrededor, llegué a considerar si esos bocetos eran de algún diseñador de ropa y por eso la forma desprolija de los trazos. Las palabras escritas alrededor estaban en otro idioma, en francés, creo y eso me irritó, odiaba interesarme en un libro y luego no entenderlo. Además, ¿qué hacía una persona escribiendo en francés en la universidad? ¿sería de algún maestro de idiomas?
Miré la primera página y solo estaba escrita la frase "La femme parfaite" como título y un pequeño "1985" debajo. No entendía sino el artículo "la" y dudaba que hubiera un diccionario de francés en esa mesa.
Cuando examiné las revistas de al lado, noté que muchas estaban recortadas en diferentes partes, a algunas de las fotografías les faltaban los ojos, a otras la nariz, a otras el cabello. ¿El dueño de todo eso hacía collages con fotos de mujeres?
Quería ver el lado positivo, como que tal vez fuera un pintor que buscaba los ángulos perfectos, pero la verdad era que daba un poco de miedo y busqué sutilmente en las paredes rastros de sangre pensando que era era la guarida de algún psicópata. Gracias a Dios, no encontré nada de eso.
No me atreví a sentarme en alguna silla o en cualquier parte, estaba entre sorprendido y asustado, pero la emoción que el misterio suponía, me hicieron olvidar incluso el dolor en el costado que los golpes de Braiden habían ocasionado minutos atrás.
Busqué la salida prontamente, querido lector, de la cual te hablaré después. Había llegado allí con las manos vacías y el cuerpo doliendo y salí con el cuerpo doliendo pero con un libro escrito en francés bajo el brazo.
Desde ese momento, mi vida pasó de ser la aburrida de un cerebrito a ser la emocionante y desastrosa del mismo cerebrito.
***
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