Capítulo 8: De puntitas
Me levanto con el cuerpo adolorido en plena madrugada, saliendo de los brazos de Látigo. Este duerme plácidamente a mi lado después de haberlo hecho dos veces más. Me duele hasta el alma y no sé cómo rayos terminé así, pero no es momento de pensarlo.
Saco la cabeza para observar que no haya nadie por el área y salgo de la carpa, cubierto solamente con una camisa y calzones.
Lo primero que hago es dirigirme al área donde escuché aquel grito cuando venía. Debo tener cuidado de no toparme con algún animal.
El sitio está cerca de la carpa de Látigo, así que llego rápido. El frío recorre mi cuerpo y me eriza, en ese instante me arrepiento de no llevar ropa. Todo es tan oscuro que apenas veo fuera de la poca luz que aporta la luna.
Me paro justo donde estaba aquella vez y miro en todas las direcciones. Las carpas y jaulas rojas son lo único que veo entre todo ese espacio, hasta que siento los pasos y voces de alguien, por lo que me oculto detrás de una de las cajas.
—Es por aquí, señores —dice una voz femenina. La reconozco, es la mujer verde.
—Espero que sea tan divertido como nos han contado —responde un hombre de voz ronca.
—Lo será —afirma la misma.
Pierdo el equilibrio cayendo y veo unos arañazos en el suelo como si hubiesen sido hechos con dedos. Dejaron un rastro de sangre por donde la tierra está apartada.
Cubro mi boca para no dejar salir ningún ruido y trato de ir tras las personas que habían hablado, pero siento que alguien me mira. Cuando volteo hacia allí, es Látigo quien está de brazos cruzados en la entrada de su carpa.
—Solo fui a orinar, no pude aguantarme más —respondo sin dudar.
Su mirada se suaviza y aparta la entrada de la tienda como esperando que entre de nuevo. No puedo negarme, así que le obedezco.
No sé qué sea, pero algo raro pasa en este sitio.
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Unas horas más tarde estoy sentado en el suelo con las piernas abiertas mientras intento tocar las puntas de mis pies con las manos y Soga hace presión en mi espalda para que llegue.
—Más suave, brusca, que me rompo... Me duele el cuerpo —me quejo mientras ella no cede.
—No volviste a la tienda, alguien parece que tuvo fiesta —me pica.
Estamos en el área de entrenamiento del circo. Ambos andamos calentando para practicar nuestras posibles rutinas, no es un trabajo que quiera mantener, pero eso no significa que deba hacerlo mal.
—No fue nada importante, solo me invitaron a beber —digo mientras siento mi cuerpo sufrir por el estiramiento.
Los ojos de Soga van a mi cuello y sonríe de medio lado.
—Ya... ¿Y este chupetón de acá? —dice en voz baja acercándose a mí.
Yo por mi parte reacciono rápido cubriendo el sitio con la mano.
—Nada que te importe. Tú te vas con clientes y yo con otras. Solo eso.
Me levanto y camino hacia la zona de las cuerdas con ella siguiéndome.
—Me haré la tonta porque es algo que necesitas. Aun así, no hay quien te quite esas ojeras.
—Vienen conmigo, son algo que no se irá. Por cierto, Soga, ¿cuánto tiempo llevas en el circo?
—Un año hará el mes que viene. Así que ya ves lo que te falta para ocupar un buen puesto. Pero a veces actúo de fondo en algunas. No soy tan buena. Apoyo en los actos de fuerza —me dice enseñando los músculos de su brazo.
—Un golpe tuyo me apaga la vida —digo mientras me río.
Soga no me cae mal, es un poco brusca y masculina, pero no es una mala chica, o al menos eso creo.
—Ciertamente, bueno, te dejo, voy con los demás a entrenar. Tú céntrate en la cuerda —comenta mientras se aleja.
—Ve con cuidado, Soga —le digo y me subo por la escalera para llegar al podio de las pruebas.
Desde allá arriba compruebo que la altura no es mortal ni tanta, solo tres metros con todas las medidas de seguridad tomadas. Es sorprendente que lo lograra hacer a la primera, pero si lo hice una vez no debe ser imposible.
Coloco un pie descalzo en la soga y dejo caer el peso de mi cuerpo en esta suavemente. Luego doy otro y quedo en el aire sin apoyos ni un piso seguro.
"Calma, tú puedes", me digo a mí mismo y avanzo otro paso.
Logró llegar a la mitad de la cuerda mirando al frente y con los brazos extendidos. Es difícil, aunque parece ser que se me da natural, de hecho, se siente bien estar aquí arriba.
"Quisiera un día caminar tan alto como los de aquella función de anoche", se filtra este pensamiento extraño en mi cabeza.
—No, no es para lo que vine —me digo en voz baja y camino suavemente mirando al frente.
—Lo haces muy bien, Pluma —una voz conocida dice mi nuevo nombre.
Como por acto reflejo bajo la vista y veo a Daga mirándome desde el suelo con su único ojo sano. Una sonrisa inocente, como si no hubiese insinuado nada anoche, se dibuja en su rostro.
Pierdo el equilibrio al recordar todo lo que pasó mientras estaba ebrio: los besos entre Daga y Látigo, la propuesta indecente, dormir en la cama del silente que logra hacer reaccionar a mi cuerpo, habernos acostado.
Ante esas imágenes mi rostro se ruboriza, pero por último recuerdo las marcas de los arañazos en el suelo con sangre y caigo al vacío.
—¡Pluma! —me llama Daga.
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Buenas, :3 ojalá tengan un lindo día.
¿Qué les pareció el capítulo?, ya pueden ver un poco de los misterios que hay en el circo. ¿Qué creen que esté pasando?
Otra cosa... ¿quién les cae mejor?, ¿Daga o Látigo?
Kirara
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