Capítulo 14: Los Lazos
Látigo se mantiene observándome para sonreír de forma tranquila, muy diferente al aura de la conversación anterior.
—Ya bajo... —le respondo resignándome a mi destino—. Pero no sé a dónde quieres ir.
Sus ojos me siguen según desciendo por las escaleras y saca una hoja del bolsillo para leer algo mientras espera, luego la guarda con la misma.
—¿Qué es eso? —le digo ya parado frente a él.
Saca el papel y me lo entrega mirando a otro lado, es un mapa de la ciudad, al menos de un área en específico.
—Me necesitas de guía, ¿no? —Por este pequeño detalle mi tensión disminuye un poco, me hace verlo humano.
Él asiente y se encoge de hombros para hacer con las manos un cuadrado. Parece que hay que recoger un paquete o algo así.
—Me conozco bien la ciudad, no sería un problema. Jamás he salido de Ciudad Victoria desde que nací. Puedes confiar en mí —le digo con confianza.
Él pone sus manos sobre mis hombros para guiarme fuera de la carpa hasta el exterior, ni siquiera me deja quitarme el maquillaje y tampoco retira el suyo. ¿Vamos a ir así, como dos payasos?
—Vamos a quitarnos esto, nos van a ver raro por la calle. ¿Si sabes qué nadir se ve así? —digo mientras soy arrastrado.
Él hace como que no le importa y le hago buscando las palabras adecuadas para responder, pero parece que no las sabe.
—¿Por qué no has aprendido nuestro idioma si llevas tanto tiempo aquí? —le digo curioso ya casi en las confluencias del circo con la sociedad normal.
Se detiene ante mi discurso y las manos que estaban en mis hombros hacen que me voltee hacia él. Las coloca en mi rostro para acercarse a este mirándome a los ojos. Mi corazón se acelera de buena manera y pasan mil cosas por la cabeza.
—Fue por una promesa —pronuncia en voz baja para pasar de mí y seguir caminando.
Debo dejar de esperar que cada acercamiento signifique que quiere besarme.
—Espérame —le digo alcanzando su posición—: ¿Qué clase de promesa fue?
No me hace caso, pero disminuye el paso dejando que le alcance.
—Entiendo, no quieres hablarme de eso. Está bien, no es obligatorio —le digo sin joder lo mucho.
Sus ojos se posan ahora en los edificios coloniales de Ciudad Victoria. Parece que le gusta el estilo colonial de las construcciones y el ambiente. Aunque no es para menos, entramos en el círculo medio, acá no hay tanto desorden como en mi barrio; las zonas bajas.
—¿Nunca habías estado acá?, bueno, es normal. Seguro con el circo has vivido viajando, cosa que no debe ser tan mala —le digo y aprecio sus detalles faciales con detenimiento, me parece... ¿Atractivo?
Él me mira y toma mi mano, luego la lleva hacia delante como pidiéndome que le guíe. No es malo habernos tomado de la mano porque entre la multitud nos perderíamos y más hoy, un domingo, suele estar muy transcurrida la calle por salidas familiares y demás.
—No te separes, ¿puedes darme el mapa para ver dónde es? —le pregunto y él me entrega la hoja.
La leo en una esquina para darme cuenta de que lo que necesita es llegar a la oficina de correos.
—Vale... Esto está bastante lejitos, es en el otro lado. Nos puede tomar una hora llegar —digo con desánimo terminando por sentir su mano en mi hombro para animarme.
En este punto me doy cuenta de que las personas nos miran por el maquillaje, algunas cuchicheando, pero los niños se ven animados al reconocer a los trabajadores del circo, a ellos parece hacerles ilusión ese lugar tan macabro.
—¿Viste?, debimos quitarnos esto, nos está mirando todo el mundo —comento para empezar a avanzar.
Él me da por loco, está observando cada detalle de los edificios. Su mirada se detiene en la vitrina de una panadería donde exponen parte de la mercancía para la venta, pasteles y dulces varios.
Su mano señala el sitio y sin previo aviso soy jalado como si no tuviese voluntad hacia el local. Casi no me da tiempo a reaccionar.
Sus ojos buscan cada producto trabajado con limón, mientras la boca se le hace agua. Me es curioso y tierno verlo así, se siente como otra faceta de Látigo.
—Por cierto... Látigo, ¿cómo te llamas? —le digo acomodando el cabello detrás de su oreja mientras, por una vez, al él estar inclinado y distraído, nuestros tamaños se igualan. Me doy cuenta rápidamente de lo que hago y recojo la mano.
Me busca a mí ahora y sonríe, pero no amablemente, sino como si eso le fuera un juego donde acabó de pedir rendirme.
—Si ni me lo quieres decir, no hace falta —digo como imponiéndome.
Él relaja su rostro y pronuncia suavemente—. Christophe, así me decían hace tiempo.
—Qué raro, pero es bonito. Creo que traigo algo de dinero, podríamos comprar algún dulce simple de limón —le comento al notar como nos evalúan los dependientes ante el hecho de que solo estamos mirando la mercancía.
Él adentra una mano en su bolsillo y me da una moneda de plata, parece pedirme que compre lo necesario.
—Plata... Oye... Esto no es normal. —La aprecio todo lo que puedo. Normalmente, no pasa por mis manos, solo monedas de cobre y nunca más de veinte.
Se ríe ante mi reacción, debe ser parte de lo que le pagan por ser de la función principal.
—¿Tengo que llegar a los principales si quiero cobrar así? —le comento en broma acercándome al mostrador para comprar varios dulces que nos colocan en una bolsa.
El más llamativo es un pan dulce relleno de nata de limón, es demasiado delicioso por lo que se lo extiendo a Látigo, ¿o debería pensarlo como Christophe?
—Ten, este sabe muy bien. Antes mi amiga lo compraba mucho por esta área cuando era su cumple. Aunque no tengo dinero suficiente normalmente para esto.
Él toma el pan para morderlo y juraría que los ojos le brillaron. En serio, ¿cómo puede tener estos pequeños momentos donde parece un niño?, es muy diferente a quien me amenazó en la tarde.
—De cualquier manera —agrego rápido para salir de mis pensamientos—: vamos al correo... A buscar el paquete.
Él Asiente y señala el sol ya fuera del establecimiento, como dejando notar que tenemos tiempo aún.
—Salgamos de lo importante primero, luego puedes dar vueltas —digo pareciendo madre regañona.
Se rinde y accede a ir primero al punto objetivo.
Toma su preciado pan con nata de limón y me lo extiende para que lo pruebe.
—¿Estás seguro?, es tu dinero...
Asiente y me lo traspasa para sacar otro. Quiero saber más de él, quiero saber más de este Circo y por qué hace reír a algunos y llorar a otros.
—Látigo —digo disminuyendo mi ánimo—: Tú...
Me mira como esperando que hable, pero decido cambiar mi sentencia.
—Nada... No pasa nada, vamos al correo a por tu paquete —decido no preguntarle.
¿Qué quería decirle?, pues... Quería preguntarle si él participa en todas las atrocidades que podrían pasar ahí. Por lo menos ya sé que secuestran personas. Ahora, necesito saber qué pasa con ellas y por qué jamás regresan.
Soy sacado de mis pensamientos por el tacto de sus dedos en mis mejillas, uno frío pero aislante del exterior, que se realiza en un beso con sabor a limón.
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