3

Trato de evitar las miradas, que me lanzan todos los estudiantes y me concentro en llegar a mi salón de clases.
    Me despido de mis amigos, me adentro al salón, sentandome en la última fila junto a la ventana.

    ¿Qué puedo decir? No entiendo nada de lo que dice el profesor de matemáticas y mi único escape es observar las afueras.

—Buenos días muchachos, hoy se incorpora con nosotros un nuevo estudiante —el profesor, Wood, acomoda todas sus cosas en su mesa, sujetando por el hombro al primo de Daryl—. Les presento a Damián Lennox, espero que lo hagan sentir bien.
    Sí, claro. ¿Cómo no? Debería ser al revés.

    Vuelvo a dirigir mi mirada, hacia la ventana, hasta que siento un movimiento a mi lado.

¡¡No puede ser!! —grité para mis adentros—. ¡¡Esto, no me está pasando !!

    Damián, ni siquiera se molestó en saludar, cuando se posicionó a mi lado.

—Señorita Bennett, si no le interesa mi clase, puede salir—. Dejé de mirar el pájaro que caminaba afuera, para observar al profesor, Wood.

  —¿Qué?

—Que si mi clase le parece lo suficientemente, aburrida puede salir.

    Nunca había sido una chica maleducada, nunca le había faltado al respeto a ningún profesor, es que realmente a nadie. ¿Pero hoy, qué importaba?

    No tenía ganas de estar en esta clase y menos de escuchar al profesor Wood, decir cosas que mi cerebro no procesaba.
    Así que sin más, me levanté, lista para marcharme, cuando me fijé que en uno de los bolsillos de la mochila de Damián, había un paquete de cigarros, lo agarré, aprovechando que el profesor seguía hablando y él parecía lo bastante entretenido con su "vómito matemático", como para prestarme atención.

—Disculpe profesor, no es usted, es su horrible materia —justifiqué, antes de dejar atrás el salón y la cara de espanto del profesor, Wood.

    Entré al segundo salón donde sabía que iba a estar Daryl, con Amaia, y pidiéndole permiso a la profesora que estaba ante el aula, cogí el encendedor que le había pedido a Daryl, por mensaje.

    Corrí, escaleras arriba, hasta llegar a la azotea, abriendo el candado con una de mis presillas. Este lugar lo habíamos descubierto Amaia y yo, de pequeñas. No era que estuviera oculto, era, que la entrada, estaba prohibida para los estudiantes.
    Caminé hacia un costado, el que más alejado estaba y donde no daba el sol para prender un cigarrillo.
    No fumaba, había aprendido en una fiesta y sólo lo había vuelto a repetir dos veces más, ante los nervios de los exámenes finales.
    Pero ese sentimiento, asfixiante, dentro de mi pecho, a cada rato se hacía más molesto.
    La vida, a veces podía ser una mierda, pero nunca dejaría de ser bella.

    Tenía planes de graduarme, ya había escrito mi solicitud para la universidad de Oxford, ese era mi sueño, estudiar allí y convertirme en una gran historiadora de arte.
    Sabía que tendría que dejar a mi mamá, para irme al otro lado del mundo pero... ¿Era mi sueño, no?

    Observé el cielo y aunque no pude mirar mucho, debido al sol, sentí ese sentimiento de paz en mi interior.

—¿Se puede saber qué mierda haces con mis cigarrillos? —una voz aguda, me sobresaltó, haciendo que soltara el cigarro que segundos antes tenía en la boca.

    La figura de Damián, apareció ante mí, dejando ver la molestia que desprendía su cuerpo.

—¡Qué susto me has dado! ¿Por qué tienes que aparecer en silencio? —él, ni siquiera respondió, tratando de destruir mi existencia con su mirada—. Si quieres, te compro un nuevo paquete, ya me fumé dos, cariño, queda uno sólo —contesté, con toda la calma que logré encontrar.

 —No sabía que eras una ladrona.

—Más bien… no sabes nada de mí — aseguré.

—Deja de mostrarte tan sufrida y dolida, eres patética, a nadie le interesa tu supuesto dolor — sus palabras ni siquiera causaban rabia en mí, no me interesaban en lo más mínimo.

—¿Eso mismo te escuché decir ayer, o es ilusión mía? —recordé—. Para que a nadie le interese mi supuesto dolor, estás muy enfocado en que no lo deje ver al mundo.

—Sólo quiero que veas lo patética que te ves —dió un paso hacia mí y agarró lo que quedaba de la caja de cigarros.
— Es ahí donde te preguntó… ¿Qué te importa?

—Me dan asco las personas que les gusta dar lástima —una carcajada brotó de mí, dejando su cara como un poema.

—Yo no le quiero dar lástima a nadie, y ya que es de tu interés, no estoy fingiendo nada, simplemente soy así —caminé hacia él—. Me alegra saber que albergas en tu muy solidario corazón, algún sentimiento por mí —le di la espalda para largarme y terminar con esta estupidez, pero me detuvo.

—El profesor Woody, quiere que hagamos un trabajo juntos, pásame tu número y te envío tu parte, no es necesario volvernos a ver.

—No, pues gracias —ironicé, tendiéndole mi móvil.

—Escríbeme —y sin más, desapareció.

                             🦋🦋🦋

    Llevaba todo el día sentada en el mismo lugar.
    Después de largarse Damián, volví a mi sitio y no me moví hasta la hora de marcharse.
    No tenía miedo a enfrentar el mundo que me esperaba abajo, pero sentía un cansancio que no sabía cómo explicar.
    Así que cuando finalmente el timbre sonó y todos comenzaron a marchar a sus casas, decidí bajar de mi escondite.
    Los pasillos estaban vacíos y lo agradecí. Afuera, me esperaban algunos truenos y me fijé en lo negras que se veían las nubes. ¿Cómo antes, no me había dado cuenta?
    Iba a llover y ni siquiera tenía paraguas, le había enviado un mensaje a Amaia, diciéndole que se podía ir, que ya estaba en casa, sólo para evitar preguntas y ahora un torrencial de agua me iba a caer encima.

    Comencé a caminar lo más rápido que pude, cuando las primera gotas comenzaron a mojar mi ropa y empañar mi vista.
     «Mierda» —si había algo que odiaba, era que lloviera cuando estaba fuera de mi casa.
    A cada segundo que pasaba, la lluvia iba aumentando su fuerza y en menos de un minuto estaba completamente empapada y no iba ni por la mitad del camino a casa.

—Sube —una voz a mi lado, me hizo brincar y gritar a la vez.

—¿Qué te pasa con eso de andar asustando a las personas? —le grité a Damián, cuando llegó a mi lado en una moto negra.

—Sube —demandó de nuevo—. O puedes irte mojando, igual, como prefieras.
    Me quedé inmóvil en mi lugar por su brusquedad. ¿Por qué era tan cortante?
¿Acaso era así con todo el mundo o sólo era algo reservado para mí?

    Él me observó un minuto más y arrancó su moto, dejándome bajo tanta agua.

—¡¡Espera!! —logré gritar, antes de que desapareciera.

    Él me tendió un casco sin mediar palabra y yo me lo puse sin rechistar, no estaba en condiciones de recalcar lo horrible que era su comportamiento.

—Agárrate fuerte —fue lo único que tuvo que decir, para que lo abrazara con toda la fuerza del mundo.

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