XIII. El que está confundido
-¿Hubo suerte con la muchacha?
Tomassi le dejó la chocolatada sobre la mesa frente a Azafrah, lanzándole una mirada significativa que el muchacho no pudo ignorar. Él respondió mientras tomaba la taza con las dos manos y bajó los ojos hacia la mesa:
-No, terminamos discutiendo.
El camarero alzó las cejas y luego sacó la libreta para dirigirse a otra mesa de donde lo llamaban. Azafrah lo observó un momento, pensativo. A los pocos minutos volvió con el tostado que había pedido y se le quedó mirando por unos incómodos segundos en los que no sabía qué decir hasta que el hombre suspiró.
-Estás aquí porque necesitas un consejo, ¿no? -preguntó Tomassi al fin. Parecía que había reunido todo el valor para decirlo.
Azafrah lo miró, tragándose los nervios. No necesitó del Cubo para darse cuenta que él, de alguna forma, sabía quién era en realidad. Se mordió los labios y volteó hacia otro lado, completamente turbado.
-Sabes quién soy.
Él asintió.
-Leticce me dijo que habías ido a verla acompañado por la hija de la Diosa, y supuso que también vendrías -explicó, y el muchacho se sintió avergonzado por su torpeza-. Y así fue.
-Fue casualidad -acotó Azafrah, sintiendo la tibieza de la taza en sus manos para distraerse del clima embarazoso que se había formado entre él y su padre-. No... no esperaba encontrarte aquí.
Tomassi se rascó la nuca y también miró hacia la calle. Estaba tan incómodo como el muchacho frente a sí. Nunca había esperado que el niño que había dejado en las puertas del castillo tuviera intenciones de saber de él, mas en el fondo estaba curioso por conocer al único hijo que había engendrado. Su condición como Dios le había hecho pensar que nunca lo llegaría a ver en persona, sin embargo descubrió que era un joven como cualquier otro, con miedos y dudas. Un muchacho como él había sido, inseguro y demasiado joven para una gran responsabilidad.
-¿Qué pasó con la señorita Sturluson? -preguntó, para desviar el tema. No quería hablar del pasado.
Azafrah se pasó las manos por el cabello, terminando de enlazar los dedos en la nuca y contempló el contenido de la taza.
-Yo... le dije que podíamos hablarlo y solucionarlo, seguir siendo amigos. Ella se molestó porque sugerí que era un malentendido.
Tomassi hizo un gesto con la boca.
-¿No pensaste en ser más sutil si querías rechazarla?
El muchacho alzó la cabeza.
-No quería eso. Sólo quería explicarle que no puedo, sabes que soy un... -Se calló y oteó a su alrededor, aunque nadie les estaba prestando atención-. Sabes quién soy. -El Cubo tintineó por un segundo en su oreja derecha antes de volver a desaparecer.
El camarero se encogió de hombros.
-Nuestra Diosa Dana se casó y tuvo una hija, no entiendo por qué tú no podrías corresponder a sus sentimientos. -Miró a la mesa que estaba en el interior de la cafetería, cuyos clientes le hacían señas-. A menos que no sientas nada por ella -añadió-. Ya vuelvo -le dijo, alejándose para cumplir con su trabajo.
Azafrah quedó sumido en sus cavilaciones. ¿Qué sentía por Daraley? Gruñó y se frotó el cabello con los dedos, molesto consigo mismo. Era su amiga, su mejor amiga. La que lo conocía mejor que nadie y que lo soportaba en todo momento. Apoyó el lado izquierdo del rostro en la mesa intentando aclarar la mente, jugueteando con la taza distraído. Tomassi volvió después de diez minutos.
-¿Por qué no intentas volver a hablar con ella? -le dijo el camarero, molesto con la actitud infantil del muchacho. ¡Era el Dios del territorio, por el amor del Cubo! Era difícil integrar la imagen que conocía del muchacho castaño que lo visitaba cada día de la figura divina de cabello violeta que se presentaba ante el pueblo y que había salvado a los pasajeros de un tren de una explosión.
-Creo que ahora me odia -murmuró Azafrah, haciendo un puchero como un niño pequeño-. Siempre termino arruinando todo, ya sea en las cosas del Territorio o con la gente que quiero.
-A ver, muchacho -suspiró Tomassi, sentándose en la silla de enfrente y Azafrah se obligó a erguirse para poder mirarlo-. Primero, no soy el más indicado para darte consejos, he cometido muchos errores en el pasado de los cuales no me enorgullezco...
Yo soy uno de esos errores, se dijo el muchacho con desazón.
-Segundo -continuó-. Una cosa que debes hacer es separar tu vida personal de tu vida... laboral -dijo, sin saber cómo referirse a su condición de Dios-. Y tercero pero no menos importante, es tener claro cuáles son tus sentimientos. No vas a saber qué hacer si no sabes qué hay ahí. -Señaló con el dedo el pecho del joven Dios.
Azafrah tanteó el lugar donde su corazón latía firme, con los nervios de la conversación y de lo que había pasado con Daraley a flor de piel. «Es sencillo, ¿te gusta o no te gusta?» le susurró el Cubo desde un rincón de su cabeza. No, no es sencillo, no es como decidir qué ropa te vas a poner, le contestó. Tomassi le dio un golpecito a la mesa y se levantó para seguir trabajando, sin acotar nada más.
Daraley olvidó por completo el Evento de Conciliación hasta que su tía Clay le dijo que la ayudaría a comprar un vestido para la ocasión. Al parecer, su madre le había chismorreado sobre la discusión con Azafrah y su familia se había empeñado con que tenía que distraerse, aunque no iba a poder hacerlo si la obligaban a ir a un Evento donde él también estaría. No se habían visto desde esa discusión, tampoco lo vio en la cafetería donde trabajaba su padre. Aunque había evitado pasar por allí para no cruzarse con él, siempre se acercaba lo suficiente para saber si estaba. Aún con el corazón roto, la esperanza siempre estaba escondida a la espera de algún rayo de luz en el medio de esa oscuridad.
Visitaron varias tiendas, terminaron tomando un helado y por último se sentaron en un banquito de la plaza principal. Pasaron unas amigas del Instituto y ella se distrajo un momento con conversaciones triviales antes de volver con su tía.
-¿Qué pasó con Azafrah?
Y ahí estaba la pregunta que había evitado todo el día. Clay la miró con ojos inquisitivos mientras ella se tomaba su tiempo, contemplando los árboles y los pajaritos.
-Nada, sólo discrepamos un poco. ¿Tanto escándalo hizo mamá por el tema? -exclamó con hastío-. Ni que de verdad fuera de la familia.
Clay se sintió ofendida con eso.
-¡Daraley! ¿Cómo vas a decir algo como eso? Azafrah es parte de la familia, siempre lo fue.
Ella se mordió el labio, molesta.
-Tía, ya basta. No quiero hablar de esto -murmuró, y Clay balanceó la cabeza pero no insistió. Daraley abrió la caja con el vestido para contemplarlo una vez más-. ¿Tú también irás? -preguntó en cambio.
-Voy a acompañar a Will, ya que él tiene que ir por Violett -asintió su tía sonriendo.
-¿Puedo ir con ustedes? -indagó Daraley. Ya que se había peleado con Azafrah, seguramente había perdido la oportunidad de ir con él, y sola no quería hacerlo.
Clay le tomó las manos.
-Claro, Dara. ¿Tus padres no van?
Ella se encogió de hombros. No tenía idea, pero tampoco quería que ellos estuvieran pendiente de cada cosa que hacía, así que le parecía mejor ir por su parte. Las charlas con William eran más divertidas que escuchar a su padre hablar. Volvieron a la casa Sturluson y acordaron que Clay la pasaría a buscar.
Azafrah se retrasó como de costumbre. Había estado las últimas horas dudando si ir por Daraley como habían acordado y actuar como si nada hubiera ocurrido, o no ir y luego enfrentarse a la ira de la hija de la Diosa, o en todo caso, aumentar aún más el abismo que en ese entonces los separaba. Al final, al no encontrar la presencia de la muchacha en el Territorio, supuso que había decidido ir sin él.
Se ubicó en la mesa destinada a los Dioses, una amplia que se extendía por todo el extremo del salón, sobre un escalón que los dejaba más altos que los demás invitados. Allí ya estaban los demás con sus predecesores, conversando de forma amena mientras una canción lenta se oía de fondo. Dijon no estaba con ellos, se había dedicado a recibir los invitados en la puerta principal.
Se quedó charlando con Cian y Júniper, en uno de los extremos de la mesa cuando la vio. Estaba con Dijon y ambos daban vueltas con gracia por el salón, charlando y sonriendo. El Dios Violeta sintió que el estómago le quemaba y por alguna razón verlos juntos le molestaba. De seguro estaba sugestionado por la confesión que su amiga le había hecho, sin embargo no podía evitar fruncir el ceño y hundirse en su asiento. Cian se percató de su repentino cambio de humor y miró en la misma dirección que él observaba.
-¿Es Daraley? -preguntó, aunque sabía la respuesta-. No pensé que viniera.
-¿Por qué no vendría? Siempre lo ha hecho -acotó Júniper, también mirándolos. Hizo una mueca a modo de sonrisa y se inclinó hacia Azafrah-. ¿Es que estás celoso?
El Dios Violeta dio un respingo y se enderezó en su asiento.
-¿Qué? ¡No!
Cian chasqueó la lengua, cosa que siempre molestaba a su hermano porque le recordaba a su mamá.
-¿Entonces por qué esa cara larga?
Azafrah frunció la nariz y volvió a cruzarse de brazos, sin responderle nada. Se quedaron sentados en la mesa un buen rato mientras las parejas daban vueltas y vueltas, haciendo que los volados de los vestidos se mecieran por el salón como una lluvia de pétalos de colores. El Dios Violeta se preguntó por qué se sentía así, incómodo y molesto.
Cuando la música terminó, Daraley y Dijon se acercaron sonrientes, saludando. La muchacha se dejó caer al lado de Cian, jadeando y el Dios Amarillo se sentó también al lado de Júniper.
-¡Chicos! ¿Cómo están? -preguntó Daraley, dirigiéndose a los mellizos. Evitó la mirada molesta de Azafrah más por incomodidad de lo que había ocurrido la última vez que por su expresión.
Cian apenas hizo un gesto con la cabeza y Júniper respondió jovial, con una sonrisa traviesa.
-Aza es el único que ha tenido un mal día -dijo el Dios Verde, apuntándolo con el pulgar.
-No he tenido un mal día -replicó el aludido, volviendo a erguirse-. ¿Qué haces aquí, Daraley?
La muchacha lo miró con el ceño fruncido. Hacía mucho tiempo que Azafrah había dejado de llamarla por el nombre completo y su tono de voz la hizo molestarse. Si estaba enojado aún por lo que ella le había dicho, pues que se lo tragara y aunque la odiara por lo que ella sentía, él podía ser menos grosero.
-Vine con mi tía y Will, ¿y qué? -le respondió de forma ruda.
Azafrah no respondió y se hizo un incómodo silencio en la mesa. La música sonaba suave en el fondo, invitando a las parejas a bailar. Cerca de ellos, se mecían de un lado a otro los padres de los mellizos, Selba y Fei Long. Él tenía el cabello blanco recogido en una coleta y la barba de unos días aún conservaba algún hilo azul, mientras que ella no había dominado su mata de cabello albo, dejando que cayera en tirabuzones indomables sobre sus hombros. Sonreían el uno al otro, ajenos a los ojos de los demás.
Júniper soltó un quejido y rodó los ojos.
-Ay, mamá y papá volvieron a ponerse melosos -gimió.
-Me pregunto por qué seguimos manteniendo esa regla sobre las relaciones afectivas -comentó Dijon, también observándolos. Luego sus ojos se fijaron también en Dana y Loy, quienes también daban vueltas por la pista.
-Es una estupidez -agregó Cian-. En todo caso siquiera podríamos ser amigos entre nosotros.
-Bueno, a los ojos del consejo, somos una especie de hijos prohibidos -acotó Júniper codeando a su hermana, quien le dedicó una mirada gélida-. Incluso tú lo eres, Dara -señaló, y la aludida dio un respingo ante la mención, pero no replicó ya que de alguna forma el joven verde tenía razón.
Se quedaron en silencio unos segundos, cargado de una incomodidad que no todos lograban entender. Había algo en el aire, pero nadie se atrevía a decir nada. Todos estaban pensando en lo mismo.
-Es inevitable. -Dijon fue el que rompió el silencio-. Somos humanos después de todo. No podemos obligarnos a no sentir nada. Siempre tendremos a alguien a quien consideraremos familia, amigos, o incluso enamorarnos. No sería la primera vez.
Azafrah captaba algo en el discurso del Dios Amarillo, no lograba saber bien el qué. Júniper contempló los rostros de sus amigos, frunciendo el ceño y rascándose la cabeza.
-¿Me estoy perdiendo de algo?
-Eso del amor es una forma de arruinar las cosas -soltó Azafrah, molesto con el rumbo de la conversación.
Daraley se sintió ofendida ante tal declaración.
-¿Y a ti qué te pasa, imbécil? -exclamó. Había arruinado la amistad, lo reconocía, pero tampoco iba a dejar que él actuara como un idiota.
-¿A mí? -dijo él, alzando la voz, dándose cuenta que no podía dejar de replicar. Tener a Daraley enojada siempre le fastidiaba, pero nunca lo había sacado de sus casillas como en ese momento. De seguro estaba sensible con lo ocurrido-. Eres tú la que actúas como si nada hubiera pasado.
-¿Es que me tengo que encerrar a llorar toda una vida? Ah, no, eso sí que no.
Los demás los observaban sin entender los motivos que llevaba a que aquellos dos que habían estado toda la vida como uña y carne a discutir casi a los gritos.
-Hey, hey, tranquilos -dijo Cian, sujetando a Azafrah y haciendo que se recostara sobre el respaldo, ya que se había inclinado sobre la mesa. Daraley bufó y se cruzó de brazos.
-¿Qué les pasa? -preguntó Dijon, poniéndose serio.
-Él es un idiota, eso pasa -contestó Daraley, levantándose furiosa y empujando la silla.
Dijon se levantó para ir detrás de ella y Cian soltó a Azafrah cuando él se hundió otra vez en su asiento, con las manos en la cara. Sí, soy un idiota, ¿cómo pude hablarle así?, se dijo, sintiendo a la joven azul que se movía a su lado y le volvía a poner una mano en su hombro. Se despejó el rostro y la miró, ella tenía una enorme interrogante en su expresión.
-Aza, ¿qué pasó entre ustedes dos? -indagó ella, frunciendo las cejas y dedicándole un vistazo azul de lo más intimidante.
El Dios Violeta gruñó, molesto otra vez consigo mismo. Últimamente había estado actuando sin pensar y siempre terminaba discutiendo y arruinando todo. Júniper se levantó diciendo que iba a buscar algo de comer y Azafrah pensó que podía hablarlo con ella, aprovechando que nadie los oía.
-Yo... Ella... Se me confesó y yo contesté cualquier cosa... Que era un malentendido...
Cian se mordió el labio y miró hacia la pista de baile. Azafrah podía jurar que su mirada había perdido el brillo por un momento.
-Deberías disculparte -dijo ella en un murmullo, contemplando aún las parejas que giraban en la pista-. Si yo me confesara y me contestaran de esa forma, creo que lo golpearía. Si ella no lo ha hecho, es porque te quiere de verdad. -Volvió a fijar en él sus orbes color zafiro y sonrió con tristeza.
Azafrah no quiso preguntar, pero pudo percibir que ella estaba enamorada de alguien que no le correspondería, o que simplemente se negaba a confesarlo porque su condición de Diosa se lo impedía. Aún así, ella le sonrió de lado.
-Ve a hablar con ella. Resuélvelo.
Él titubeó.
-No sé qué decirle.
-Es sencillo. ¿Qué sientes por ella?
-No sé, ¿cómo puedo saberlo?
Cian rodó los ojos y pendió la cabeza a un lado. Se había cortado el cabello al ras en un costado y hasta los hombros del otro, que caía en ondas en un azul más claro y llamativo que el que había tenido su padre. Pasó la lengua por el aro que tenía en el labio inferior y suspiró. Azafrah tomó la copa de agua que tenía frente a él, sintiéndose repentinamente nervioso.
-¿Te parece bonita? ¿Tu corazón late con fuerza cuando estás con ella, o cuando se acerca demasiado? ¿Piensas en ella todos los días y duermes preguntándote qué estará haciendo? ¿Te has masturbado pensando en ella?
Azafrah se ahogó con el agua. Tosió y escupió.
-¡Cian!
-¿Qué? -exclamó, alzando las cejas.
Él se limpió la boca con una servilleta, aún conmocionado con lo bochornoso que resultaba pensar en algo como eso.
-¿Tú te sientes así cuando estás cerca de esa persona que te gusta? -preguntó, haciendo que ella volteara a mirar a otro lado. Azafrah podía jurar que sus mejillas se habían teñido levemente.
-No me gusta nadie. -Su voz se transformó en un murmullo. Apoyó el mentón en su mano y el codo en la mesa, con la mirada perdida en la pista de baile.
Azafrah se inclinó para ponerse dentro de su campo de visión y ella dio un respingo.
-¿Puedo saber quién es? -indagó, alzando las cejas hasta más no poder.
Ella le dio un golpe con el puño en el hombro, haciendo que él soltara un gemido.
-Es un idiota que me tiene sin cuidado. Así que olvídalo. -Lo miró de arriba abajo-. ¿Sigues aquí? ¡Ve a disculparte, Azafrah! -le reprochó, levantándose y tomándolo del brazo para sacarlo de la silla. Le dio un leve empujón que hizo que se bajara de la tarima.
Se giró para mirarla y ella había vuelto a sentarse, con la mirada perdida. Por un momento, creyó que ella estaba triste por dejarlo ir. No, no puede ser, se dijo, tachando el último pensamiento. Le agradeció en silencio y corrió en la dirección donde habían desaparecido Daraley y Dijon.
Lamento la tardanza, he tenido inconvenientes para escribir (tuve que volver a usar lápiz y papel, por lo que se retrasó un poco). ¡Espero que les guste! Estos capítulos se me han dificultado bastante, ya que este par me desespera! Jajaja.
Gracias por el apoyo, nos seguiremos leyendo...!
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