XII. El que trata de solucionarlo
Daraley se tragó las lágrimas mientras corría hasta su casa. Le dolía el pecho, no sabía si por el esfuerzo o por la vergüenza, pero al llegar abrió la puerta de sopetón y se lanzó a la escalera subiendo de dos en dos. Ignoró las preguntas de preocupación de su madre, dejando su voz atrás al cerrar de un portazo su dormitorio. Ya sola al fin, no frenó el llanto y se tiró en la cama con libros y todo.
Lo había arruinado. La amistad que había comenzado a reconstruir a pesar de la distancia la había liquidado como una ola a un castillo de arena. ¿Cómo pudo largarle algo como eso a la cara? Azafrah estaba siendo muy molesto, pero no quería responderle de esa forma. No tenía idea qué iba a pensar él de lo que le acababa de confesar, tampoco cómo iba a ser la relación que ambos mantendrían de ahora en más.
—Dara, ¿qué pasó? —Oyó que le decía su madre desde el otro lado de la puerta.
—¡Nada! —chilló, la voz tomada por el llanto—. ¡Sólo vete!
Dana no insistió, tomó aire y dio vueltas en el pasillo antes de bajar al oír un golpeteo incesante que llamaba a la puerta. Extrañada ante la actitud de su hija y la urgencia del visitante, abrió la puerta encontrándose con un Azafrah que lucía diferente con el cabello y los ojos castaños. Parpadeó sorprendida, pero no dijo nada. Ojalá a ella se le hubiera ocurrido usar magia para ocultarse cuando había escapado del Cubo.
—¿Daraley? —preguntó él con la voz jadeante. Al parecer había corrido hasta allí aunque hubiera podido usar la magia para trasladarse, sin embargo al ser nuevo en el tema era difícil quitar costumbres arraigadas de años.
—Está arriba. ¿Discutieron?
Dana lo dejó pasar y él entró, dándose cuenta de lo incómodo que estaba con la mirada interrogante que le lanzaba la mujer. No podía decirle lo que acababa de pasar, Daraley moriría de la vergüenza y él estaba de lo más confundido como para entenderlo del todo. Le pidió disculpas por las molestias y subió las escaleras con apuro. Cuando llegó al pasillo, oyó sollozos provenientes del dormitorio de su amiga, así que se acercó y golpeó levemente la puerta.
—¡Ya te dije que estoy bien, mamá! —respondió ella con la voz quebrada.
Ella no solía llorar, por lo que su voz le hizo sentirse mal.
—Dara...
—¡Vete! —chilló, su voz cambiando bruscamente con un tinte de terror.
Azafrah apoyó la espalda en la puerta, suspirando.
—Dara, tenemos que hablar.
—¡No!
—No te pongas terca, por favor. No puedes decirme algo como eso y salir corriendo.
Hubo un silencio del otro lado que dejó al muchacho con los nervios reptando por su estómago. Echó la cabeza hacia atrás pensando que quizá, si lo hablaban, podían seguir como siempre. Pero por otro lado sabía que no iba a poder mirarla de la misma forma.
«Y ahora se viene todo el drama...» dijo la voz del Cubo con fingido hastío y Azafrah dio un respingo ante la inesperada intromisión. «Oh, lo siento. Sigue con lo tuyo, haz de cuenta que no dije nada» agregó, con una voz cargada de diversión.
¿Justo ahora tienes que hablarme?, pensó el muchacho con terror. Entendía lo que Daraley temía sobre la intromisión a su vida personal. Tenía un objeto mágico que podía saber cada pensamiento suyo y que no hubiera hablado hasta entonces le había hecho olvidar que estaba ahí, vigilándolo.
—Sólo vete, ¿sí? —Oyó que le decía Daraley en un susurro, regresándolo de su repentina distracción.
Todavía con la ansiedad subiendo por su pecho, Azafrah ignoró las súplicas de su amiga y tocó el picaporte, haciendo que se destrancara con un clic. Empujó la puerta y fue recibido con un libro en la cara.
—¡Te dije que te fueras!
—¡Mierda, Dara! —exclamó él sobándose la nariz y curándosela.
Bajó la mano y la miró. Estaba parada en el medio de la habitación, tenía los ojos hinchados por el llanto y sujetaba un libro en cada mano, uno era de matemática avanzada y el otro de Introducción a la Economía. Dio un paso hacia adelante y ella respondió lanzándole el de matemáticas que él pudo esquivar.
—Daraley, por favor —exclamó con cansancio.
Se acercó, la tomó por la muñeca, pasándole un poco de magia tranquilizadora e hizo que se sentara a su lado en la cama. Ella se soltó de su agarre para evitar ese hormigueo en la panza y se limpió las lágrimas de las mejillas.
—Olvida lo que dije, ¿sí?
—¿Cómo quieres que lo olvide? Me lo gritaste en la cara en el medio de una cafetería.
Ella se tapó la cara con ambas manos, sonrojándose y soltando un quejido. Azafrah se rascó la nuca, evitando las ganas de tomarles las manos para volver a tranquilizarla. No sabía cómo ella podía tomar aquel gesto, no debía darle motivos para malas interpretaciones.
—Cubo, por favor, hazlo olvidar —rogó ella con un hilo de voz aunque supiera que no le iba a responder.
«Oh, se lo recordaré todos los días, no te preocupes», murmuró el Cubo con una sonrisa escapando en su voz y Azafrah volvió a sentirse molesto con ese intruso en su cabeza.
Daraley se movió inquieta. Tenía los sentimientos a flor de piel y estar cerca de él la estaba dejando más nerviosa que de costumbre. No debería haber dicho nada, debería haberle hecho callar como siempre con algún insulto bobo o con un golpe y no decirle que le gustaba.
—No sé qué decirte, Dara —le dijo él, tomando aire. Había algo que le incomodaba, que hacía que estar cerca de ella se hubiera vuelto de repente embarazoso—. Yo... yo nunca pensé en tener una relación de ese tipo, soy un Dios, fui criado para eso y... Tú sabes, aprendiste todas las reglas del Consejo conmigo... No puedo...
—Lo sé, lo sé, lo siento —continuó ella. Tenía las orejas rojas—. Sé que no sientes nada por mí en ese sentido, no te preocupes, estaré bien —añadió, despejando la cara al fin y tratando de mostrarle una sonrisa—. Así que te la hago fácil, Aza: recházame. Punto. Fui yo la que se ilusionó sabiendo que era imposible. Si me rechazas de entrada, dolerá menos.
La expresión de derrota de Daraley le dolía a Azafrah como nunca imaginó. Soltó un suspiro y balanceó la cabeza.
—No puedo rechazarte, Dara. Eres... —Iba a decir "mi mejor amiga", pero creyó que le dolería aún más—. Eres la persona más importante para mí, lo sabes. Has estado conmigo todos estos años sin importarte si era un irresponsable o el próximo Dios a cargo. No puedo hacerte eso. Seguro resolveremos este malentendido.
Ella se echó hacia atrás. El corazón le latía con fuerza, no sabía si por lo expuesta que se sentía respecto a sus sentimientos u ofendida por lo que él le acababa de decir.
—¿Malentendido?
—Seguro que todo este tiempo juntos hizo que confundieras las cosas y...
—¡Yo sé exactamente lo que siento por ti, Aza! —exclamó poniéndose más roja aún. Al parecer el filtro lo había perdido en la cafetería.
«Uy, ¿oíste eso? Creo que le rompiste el corazón».
—¡Cállate! —le dijo Azafrah al Cubo.
—¿Que me calle? —estalló Daraley, su cara transformándose en una expresión furibunda. Azafrah levantó las manos, sacudiéndolas frente a ella con la expresión desencajada.
—No-no-no-no-no-no-no, tú no, el Cubo.
—¿Estás tratando de cambiar el tema? —exclamó Daraley, levantándose. Se abrazó a sí misma y se alejó—. Vete, ya no quiero hablar de esto.
Azafrah también se levantó, intentando acercarse, pero ella volvió a retroceder. Daraley sacudió la cabeza, sus ojos mostrando el dolor que sentía por dentro. Él quería consolarla, decirle que todo estaría bien, aunque sabía que no era cierto. No entendía nada de esas cosas, pero tampoco quería perderla.
—No me voy a ir hasta que estemos bien.
—¡No vamos a estar bien, imbécil! ¡No después de esto!
—¡Deja de portarte como una niña! —dijo molesto. Cuando ella se ponía terca lo exasperaba. Quería que todo volviera a ser como antes, ¿era tanto pedir?
—¡Ay, sí, habló el gran Dios Violeta Azafrah, el más maduro y responsable de todos!
«Auch».
Él balanceó la cabeza con incredulidad, visiblemente herido. Daraley se dio una bofetada mental por lo que acababa de decir, estaba siendo cruel y lo sabía, pero estaba dolida también. Se quedaron mirando en silencio, con la tensión de la discusión palpable en el aire cuando la puerta del dormitorio se abrió de golpe.
Dana y Loy estaban parados en el umbral. Ella tenía una expresión afligida y él de preocupación, frunciendo la frente haciéndolo parecer mayor.
—¿Se puede saber qué está pasando aquí? —dijo el señor Sturluson dando un paso al interior de la habitación—. Están a los gritos como dos salvajes, sea el problema que tengan no se solucionará así.
Daraley bajó la cabeza, moviéndose inquieta y estrujándose las manos. Azafrah también bajó los ojos, avergonzado. Era de esperarse que Loy y Dana estuvieran preocupados. Ellos eran muy unidos, nunca discutían a no ser si era de forma afectuosa en el medio de alguna broma. No así, acusándose por cosas que no tenían sentido.
—Lo siento, señor Sturluson —murmuró el Dios Violeta, sintiéndose pequeño ante la mirada del hombre que lo había criado como un hijo. Incluso siendo lo que era, le tenía respeto—. Yo ya me iba.
Le lanzó una mirada cargada de congoja a Daraley, aunque ella evitó sus ojos. Se sentía culpable por lastimarla, aunque no pudiera dilucidar con claridad qué había dicho de malo o qué era lo que esperaba ella de él. Sin obtener ninguna señal de su amiga, inclinó la cabeza a modo de despedida a Dana y Loy y desapareció.
—Ya habíamos hablado de esto, hija —le dijo Loy, suspirando, cuando la luz del estallido había desaparecido.
Daraley se dejó caer sobre la cama, como si sus piernas ya no pudieran mantenerla en pie. Las lágrimas volvieron a sus ojos, pero no quería que su madre la atiborrara a preguntas, así que se las aguantó.
—Papá, por favor. No estoy de ánimos para que me rezongues —le dijo a su padre—. Ya... ya no hay más nada qué hablar. Ya no molestaré a nuestro Dios Azafrah —agregó, sonando fría y distante.
—Daraley... —comenzó Dana, pero Loy le tocó el brazo y negó con la cabeza, indicándole que si su hija no quería hablar, no podían obligarla a hacerlo—. Si quieres hablar...
—Gracias, mamá, pero hoy no.
Esperó a que sus padres se fueran para hundir el rostro en la almohada, ahogando en ella su llanto.
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