V. El que recibe el Cubo
Azafrah despertó descansado y dispuesto. Revolvió su armario buscando el smoking violeta que solía usar en eventos y se lo colocó con parsimonia. Era temprano, por lo que se tomó su tiempo para tomar el desayuno en la cocina antes de ir a la ceremonia de pase del Cubo. Le hubiera gustado compartir esa importante mañana con Daraley, pero ella se empeñaba en querer distanciarse de él. Comió con tranquilidad, el descanso que le había proporcionado Dana y el Cubo en la noche lo habían dejado muy dispuesto.
Cuando oyó las campanadas del reloj de la cocina que anunciaban las diez de la mañana, se incorporó de inmediato y salió casi corriendo al patio. Al aproximarse al pasillo que daba al exterior, pudo ver por el ventanal a una infinidad de gente en el patio interno del castillo y todos los Dioses, incluyendo a Dana, en la tarima a la espera de comenzar la celebración.
Maldijo un par de veces y se apuró por el pasillo interno que corría al lado del patio.
—¡Azafrah!
Oyó que le gritaba una voz conocida. Se detuvo en seco, trastabillando
—¡Dara! —exclamó, jadeando y sorprendido de verla allí.
—¿Qué carajos haces aquí? ¡Papá te va a matar! ¡Todos están esperándote!
—Me... me colgué. Fui a desayunar y perdí la noción del tiempo —jadeó, retomando la carrerilla. Daraley lo siguió refunfuñando sobre lo irresponsable que era y que empeoraría cuando tuviera el Cubo.
Llegaron en el momento en el que la Diosa Violeta Dana improvisaba un discurso para hacer tiempo, y les sonrió guiñándoles un ojo cuando se detuvieron al lado de la tarima. Loy se acercó con una expresión furibunda y Azafrah se disculpó antes de que el Ancestro pudiera decir algo. Daraley tomó al muchacho del brazo y lo empujó hacia las escaleras.
—Buena suerte, imbécil.
Él se giró hacia ella y le sonrió con ternura.
—Gracias por estar aquí conmigo hoy, Dara.
Ella sintió que le quemaban las mejillas y no pudo decir nada. Apenas asintió con la cabeza.
Dana redondeó el discurso y luego de los aplausos llamó a Azafrah al escenario. El muchacho apretó los puños para evitar que le temblaran las manos y volvió a mirar en dirección a su amiga para tranquilizarse. Ella le saludó con la mano, sonriéndole. Luego, volvió la mirada hacia Dana, quien le pasó un poco de magia para que no se sintiera tan nervioso.
Vitorr y Eloc, sus dos Ancestros, se acercaron para colocarse detrás de él. A su derecha, donde debería estar su Ancestro principal, estaba vacío.
Dana dio dos pasos hacia él y le colocó una mano al hombro. Su voz se oyó clara y límpida en todos los rincones del recinto:
—Azafrah, ¿juras mantener la lealtad al Cubo, a sus leyes y a las nuestras, y que gobernarás hasta que tu tiempo expire, el color blanco se haga dueño de tu cabello y el sucesor pise tierra al fin?
Él no apartó sus ojos morados de los de ella.
—Lo juro —dijo, sin titubear.
Dana se quitó el pendiente con los ojos húmedos, besó al pequeño Cubo en sus dedos y lo colocó en el lóbulo derecho del nuevo Dios con agilidad. Así que se separó de él, el tiempo se detuvo para Azafrah.
Fue como si el mundo lo aplastara. Nadie se movía, el silencio gritaba en sus oídos y su cuerpo cabeza estuvo a punto de estallar. A su alrededor se proyectó seis paredes que lo rodearon y lo encerraron en un Cubo espectral. Vio miles de cosas en sus caras y de repente, se acabó.
Volvía a estar en la tarima, anonadado, con Dana mirándolo con preocupación.
—¿Estás bien? —le murmuró.
Azafrah asintió como pudo, volviendo a sentir el peso de su cuerpo y el bullicio de la multitud que aplaudía y vitoreaba. Sentía la magia, enorme y abrumadora, paseándose por su cabeza. Pero no había ninguna voz. Supuso que el Cubo no le hablaría por el momento, no al menos hasta que tuviera confianza con él. Dana había sido la única Diosa con la que había lidiado, seguramente no había sido fácil para él separarse de ella tampoco.
—Entonces, Azafrah, a partir de ahora eres el nuevo Dios Violeta, el que regirá sobre el Territorio al sur del continente y harás lo mejor para el pueblo y sus aliados.
Dara lo vio pararse en el medio de la tarima, con una expresión firme pero con los dedos trémulos. Le sonrió para darle ánimos y él le devolvió el gesto mientras se inclinaba hacia el público en una reverencia. Sus Ancestros hicieron lo mismo y Azafrah hizo un breve discurso antes de bajar de la tarima junto a Dana. Echó una última ojeada en su dirección y ella lo saludó con la mano. Al ver que su amigo estaba bien, se fue.
Luego del pase del Cubo, los Dioses se reunieron en una asamblea para despedir a Dana y dar la bienvenida a Azafrah de forma oficial. Fue una reunión corta, ya que la Ceremonia de pase de Dijon era en la semana entrante, en la cual se volverían a reunir. Se fueron retirando uno a uno hasta que solo quedaron Azafrah, Cian, Júniper y Dijon, quienes habían hecho buenas migas y solían charlar cuando se veían.
Se dirigieron a la sala de reuniones y se acomodaron en los cojines junto a la chimenea. El frío de la tarde comenzaba a colarse en los pasillos y habitaciones. Dijon miró con interés hacia todos lados antes de preguntar:
—¿Y Daraley? Pensé que habías dicho que querías asignarla como tu Ancestra, pero veo el puesto vacío. Y siempre estaba junto a ti como garrapata.
El Dios Violeta se encogió de hombros. Tenía un dolor de cabeza punzante por toda la magia que estaba rodeándolo sin descanso.
—Me rechazó.
Cian alzó las cejas, sorprendida. Tenía el pelo azul recogido en una coleta y un piercing a un costado del labio
—¿Cómo que te rechazó?
—Dijo que no quería y que no la obligara.
Júniper soltó una carcajada.
—Juraba que se quedaría de lo más feliz por estar al lado del amor de su vida.
Azafrah le golpeó el hombro, pero el joven verde seguía riendo. Siempre lo molestaba con que Daraley estaba enloquecidamente enamorada de él aunque se lo negara todas las veces. Incluso había tenido que salir en su defensa una vez que Júniper había insistido hasta el hartazgo que se confesara.
Cian le lanzó una mirada fulminante a su hermano, chistando.
—Cállate.
—Cállame.
Ella le respondió con un gesto grosero. Él también.
—Ya, tranquilos —dijo Dijon, inclinándose hacia Azafrah—. Entonces, ¿a quién asignarás como tu Ancestro principal?
El Dios Violeta volvió a encogerse de hombros.
—No lo sé. No pensé que ella rechazaría.
Cian chasqueó la lengua.
—Pues bien, se lo pierde.
A Azafrah no le tranquilizó las palabras de aliento de la joven azul. Por alguna razón, pensó que había algo del que no se estaba enterando, pero tampoco quería hurgar en el Cubo para saberlo.
Conversaron un rato sobre cosas triviales hasta que cada uno volvió a su territorio. Azafrah se fue a su dormitorio, pensativo y con la magia abrumadora del Cubo dando vueltas en su cabeza, como ansioso para ser usado.
Y justamente había un par de cosas que quería hacer.
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