IX. La que recibe una invitación inesperada

—¡Aza! ¡Azafrah!

Daraley sacudió el cuerpo inerte en sus brazos, que se balanceaba inanimado sin responder. La muchacha se atragantó con sus lágrimas y la voz se le quebró. Los demás pasajeros estaban aturdidos, sin entender todavía qué había ocurrido, pero tener al Dios Violeta aparentemente muerto les decía que se habían salvado de algo muy grave.

—¡Daraley!

La aludida levantó los ojos llorosos al reconocer la voz de su madre.

—¡Mamá! ¡Azafrah no responde!

La mujer se arrodilló con urgencia al lado de ambos. Le tanteó las mejillas a su hija e hizo lo mismo con el muchacho, tomándolo con ambos brazos para acercarlo a su pecho. «Usó demasiada magia para una explosión de nada», le dijo el Cubo y su voz sonaba débil como el chico en sus brazos. «Hace mucho tiempo que me está usando para sobrellevar comiendo y durmiendo poco. Contener esto fue más de lo que podía soportar».

Dana asintió, acariciándole el pelo a Azafrah y sintiendo la magia del Cubo que fluía debajo de la piel del muchacho, manteniéndolo con vida. El Ancestro Eloc había ido por ella y por Loy cuando notó la explosión de magia y no encontrar al Dios Violeta por ninguna parte.

—Daraley, ¿estás bien? ¿Estás herida? —La muchacha apenas oyó la voz de su padre, pero él la alzó del suelo y la abrazó con el cuerpo tenso de preocupación—. ¿Qué pasó?

La muchacha se quedó aferrada a su pecho, sin poder dejar de llorar y él le frotó los hombros para tranquilizarla.

«Uno de ellos no era violeta», fue lo último que dijo antes de limitarse solamente a mantener el muchacho con vida. Dana levantó los ojos con una expresión decidida que Loy no veía en ella hacía mucho tiempo, y miró a Eloc.

—Encárgate de los demás pasajeros, que estén bien y a salvo. Habla con Vitorr para que sean llevados de nuevo a Mires que es la ciudad más cercana y organiza una asamblea de urgencia —ordenó, con la voz fuerte y clara propia de una Diosa. Miró a Loy con la misma intensidad—. Amor, encárgate de encontrar a los culpables. Uno de ellos no es de nuestro Territorio.

—Mi señora Dana. Esto es algo más que los rebeldes contra nuestro señor Azafrah, ¿no es cierto? —preguntó el Ancestro.

Dana no respondió, pidiéndole en cambio que llevara al Dios Violeta y a su hija al Castillo mientras ella y Loy iban a encargarse del asunto.

Si bien ya no era Diosa, seguía siendo madre y nadie se metía con sus hijos.

Su nariz dolía y sangraba, pero Daraley no dejó que Eloc la revisara, pidiéndole que en cambio se encargara de Azafrah. El muchacho yacía en la cama del dormitorio principal aun con la ropa sucia y manchada de sangre que el Ancestro estaba quitando. Ella se quedó paralizada y se dio media vuelta para no mirar.

—¿Daraley? ¿Podrías ayudarme? —le pidió el doctor con amabilidad. La aludida se movió hacia él, abochornada y murmurando un "sí" casi inaudible. Si bien la situación no lo ameritaba, podía recordar con claridad la vez que lo había encontrado con las bolitas al viento en su dormitorio—. Quítale los zapatos, por favor.

La muchacha obedeció mientras observaba de refilón su torso desnudo. Podía notar su respiración profunda y acompasada, y sus costillas evidenciaban una delgadez que no había visto nunca en él. Recordó que su madre había estado en el interior del Cubo miles de años sin comer y sin dormir y no le había pasado nada, mientras que él se había esforzado un poco y estaba casi al borde de la muerte.

Pero tenía al Cubo en estado natural, reflexionó, irguiéndose de repente y quedándose mirando al vacío por unos segundos. A la Diosa Negra Anubis le había pasado algo similar cuando había salvado a las sobrinas de William. El Cubo se había vuelto a su estado natural cuando ella usó demasiada magia. Cuando la idea hizo clic en su cabeza, soltó el zapato que tenía en la mano y se abalanzó hacia Azafrah, inclinándose sobre él y tanteando al pendiente en su oreja derecha.

—¡Oye, Cubo podrido...!

—¡Señorita Sturluson! —exclamó Eloc, sorprendido por la repentina reacción de la muchacha.

—¡Transfórmate, crece! ¡Sé que puedes escucharme! ¡Se va a recuperar más rápido!

«Chica lista» pensó el Cubo para sí. «A la mierda las reglas del Consejo».

Daraley sintió que el pendiente le quemaba los dedos y quitó la mano de sopetón, retrocediendo ante la luz violeta que emanaba. El Cubo creció hasta llenar el espacio en la habitación entre la cama y la pared, llegando a ser más alto que Eloc. En su interior estaba Azafrah flotando en posición fetal así como vino al mundo. La muchacha sintió el calor subiendo por las mejillas, pero no apartó la mirada.

Eloc le acarició el hombro.

—Se recuperará —le dijo, para tranquilizarla. Ella apenas asintió, limpiándose con el dorso de la mano la sangre que se secaba bajo su nariz.

No encontraron a los culpables aunque los soldados rastrillaron toda la zona aledaña a la explosión. Loy, Dana y Vitorr terminaron volviendo al castillo en la tarde del primero de enero y por otra parte, los demás dioses estaban llegando para la asamblea. Por primera vez, se reunieron en el gran salón del castillo, donde había lugar para todos.

—Para que nos llames tú, Dana, tiene que haber sido algo grave —comenzó Magenta mientras tomaba asiento en una de las sillas de la mesa principal. Su voz era clara y fuerte y tenía una mirada perspicaz propia de quien había tenido que madurar a la fuerza—. Por cierto, ¿dónde está Azafrah?

Dana se paró en el centro de la habitación con la firmeza de la Diosa que había sido.

—Contuvo una explosión en una de las líneas principales de trenes. Ahora está recuperándose en el Cubo —comenzó, y Cian ahogó una exclamación con las manos. Dijon se movió nervioso—. Al parecer son ataques del grupo que está en contra de Azafrah, pero por la magnitud de las represalias, yo diría que hay algo más. Incluso sé que uno de los culpables no es un violeta.

Selba puso una mano en la cadera.

—¿Cómo estás tan segura que no es uno de los tuyos?

—El Cubo.

Noscere bufó una risita.

—¿Te sigue hablando?

Dana se encogió de hombros explicando que lo hacía muy de vez en cuando.

Violett se movía de un lado a otro con los brazos cruzados, bajo la mirada del joven Dianthus, su sucesor. Sacudió la cabeza y se detuvo.

—Yo me deshice de todo explosivo y armamento de gran calibre hace años, no puede ser un rojo —acotó ella volviendo a menear la cabeza.

Un destello de sombras anunció la llegada tardía de Anubis, la Diosa Negra. Nadie se extrañó por su repentina aparición, ya que solía llegar tarde o simplemente no ir. Prefería asistir a las asambleas que le parecían más relevantes o a los Eventos de Conciliación.

Sin embargo, esta vez su intervención iba a ser más que bienvenida.

—Si hablamos de materiales, el rojo no es el único que produce el principal ingrediente para las explosiones —dijo así que llegó, sin rodeos. Tomó aire y miró en dirección a Fei Long y Cian—. El azul también fabrica la pólvora que utiliza para la producción de fuegos artificiales.

El Dios Azul asintió con una leve inclinación de cabeza, a la espera de que continuara. Cian, en cambio, se vio ofendida.

—¿Nos estás culpando?

Selba tomó a su hija del brazo y la hizo retroceder pidiéndole que se portara. Cian le hizo una mueca y terminó cruzándose de brazos.

—Somos Dioses omnipotentes dentro de los límites del Cubo, pero no omnipresentes. Pueden escaparse asuntos, y más cuando hay Dioses nuevos. Y la situación actual es perfecta para los negocios turbios.

Noscere chasqueó la lengua. Además de ella, Violett, Fei Long, Selba y la misma Anubis ya tenían un sucesor en entrenamiento. Incluso Azahar, aunque no era parte del consejo. Dijon y Azafrah eran los que habían tomado el Cubo recientemente. Pronto, todo el continente sería dirigido por portadores nuevos e inexpertos.

—¿Qué tipo de negocios turbios? —quiso saber la Diosa Naranja.

—Aún no puedo ver con exactitud, es complicado ver más allá de mi territorio. Los ataques encubren algo más y usan a Azafrah como chivo expiatorio ante el pueblo.

—Mi señor Azafrah, Vitorr y yo investigaremos la situación —prometió Eloc, y Vitorr asintió de acuerdo a la acotación de su compañero.

La reunión siguió un par de horas más intentando dilucidar la situación, pero hasta que Azafrah no despertara, no tenían mucho que hacer. Sin embargo, todos estarían alertas ante cualquier anormalidad.

Cuando al fin se dispersaron para volver a sus hogares, Dijon se acercó a Daraley junto con Cian y Júniper. Se apartaron del resto para poder conversar con privacidad. Preguntaron por Azafrah y por lo ocurrido y la muchacha contó todo lo que sabía, desde el sobreesfuerzo que su amigo había estado haciendo hasta su situación actual de recuperación en el interior del Cubo.

—Woo —exclamó Júniper—. ¿Puedo verlo? —pidió, y Daraley chistó.

—¡Por supuesto que no! —negó.

—Ah, claro, porque sólo tú quieres verlo en pelotas.

Daraley le golpeó el hombro con el puño y Cian le dio un leve empujón, a lo que el joven verde rio. Su hermana, en cambio, frunció el ceño con preocupación.

—Dile que no siga haciendo esas cosas —le pidió a Daraley, quien asintió.

Selba y Fei Long anunciaron que se iban, por lo que los mellizos se fueron con ellos. Dijon se quedó junto a la muchacha, observando también a la sala que se dispersaba. Metió las manos en los bolsillos y la miró al fin.

—No fuiste a mi Ceremonia de Pase —le reprochó.

Daraley se encogió de hombros, soltando un suspiro.

—Mamá y papá no fueron, y no iba a ir sola —le explicó.

Si bien ella había crecido rodeada por Dioses, y más que nada con el cuarteto Azafrah, Dijon, Cian y Júniper, no se consideraba parte del grupo. Al fin y al cabo, cuando los cuatro tuvieran sus cubos, dejaría de verlos por completo. Ese día casualmente había estado en el tren que había explotado, sino estaría en la bahía de Mires observando los fuegos artificiales de fin de año y no ahí en una reunión de Dioses.

—Sé que no es el mejor momento, pero sabes que se aproxima el Evento de Conciliación. Esta vez se organiza en el Territorio Amarillo... —Dijon miró una vez más hacia el salón, donde sólo quedaban Loy, Dana, Anubis y Noscere con Flame—. Me gustaría que fueras... con tus padres, claro. O si ellos no quieren, no te cohibas en ir sola.

Daraley rio.

—¿Y yo qué haría allá? Suelen hacer negocios. Yo no tengo nada que ofrecer —se excusó.

Dijon le dedicó una mirada que parecía un poco decepcionado, pero sonrió.

—No has faltado a ningún Evento, te extrañaré si no vas. Yo y los demás —añadió en seguida.

—Lo pensaré. Gracias, Dijon.

Daraley alzó la mano a modo de despedida y él le devolvió el gesto. Sin pensar demasiado en la propuesta del Dios Amarillo, tomó el camino que la llevaba al dormitorio de Azafrah.

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