IV. Los que se despiden con dolor
A medida que los días iban pasando, Azafrah se sentía cada vez más ansioso. Los nervios comenzaban a quemarle el estómago y trataba de hacer muchas cosas para tener la mente ocupada y no pensar que dentro de muy poco sería el máximo soberano de todo el Territorio Violeta. Eso, sin contar que heredaría el único Cubo que tenía consciencia propia y podía hablar.
La noche previa a la Toma del Cubo, el muchacho no podía dormir. Le hubiera gustado tener a Daraley cerca para escuchar sus tonterías y reírse un rato, mas ella no tenía intenciones de volver a hablarle al menos por el momento. Dio varias vueltas en la cama antes de decidirse por levantarse y caminar por los pasillos fríos recorriendo el Castillo. Encontró habitaciones en los que nunca había entrado,objetos que no sabía para qué servían, y a Dana en un salón apenas iluminado por la chimenea.
—¿Tampoco puedes dormir? —le dijo la Diosa Violeta, apenas sintiéndolo llegar.
Azafrah se inclinó en un saludo y se quedó parado bajo el dintel.
—Creo que es algo común sabiendo lo que vendrá mañana.
Dana esbozó una sonrisa y asintió.
—Sí, lo es. Para mí es el punto final de una historia, para tí el párrafo inicial. —Se tanteó el pendiente con el Cubo Violeta y soltó un suspiro nostálgico—. Ve a dormir, ¿sí? Necesitas estar descansado.
Él asintió, sintiendo la magia del Cubo que le alejaba las preocupaciones y le ayudaba a estar más tranquilo. Aceptó de buena gana y, dando una última inclinación, desapareció por el pasillo hacia su dormitorio.
Dana se quedó mirando el fuego de la chimenea por un rato. El Cubo estaba silencioso, su energía fluía suave como el mar sereno. El único sonido que se oía era el crepitar del fuego.
«Ha sido una historia muy larga, un punto final le queda corto», dijo él al fin.
—Sí —murmuró la Diosa. Su voz no salió.
Se quitó el pendiente y lo lanzó al centro de la habitación. Antes que tocara el suelo, tomó su forma original. Imponente, sólido como un cristal, vivo y cambiante como la magia que emanaba y revoloteaba en el aire. Dana lo contempló durante largos segundos; hacía mucho tiempo que no lo veía así. Recordó a Wit, el Cubo Blanco que siempre permanecía así, y a Aswad, que no tenía reparos en cambiar de una forma a otra cuando era necesario.
—El Cubo blanco y el negro tienen unos nombres geniales. ¿Quieres que te de uno?
«Un nombre me haría ver más mundano. Prefiero quedarme como estoy».
Dana rio y se incorporó, acercándose a su fiel compañero. Estiró la mano y rozó la superficie con los dedos, recordando la primera vez que había atravesado aquellas paredes en un día de tormenta, huyendo de sí misma sin darse cuenta que las responsabilidades la iban a perseguir donde sea que fuera.
—¿Crees que Azafrah está listo para esto?
«Tú nunca estuviste lista y aquí estás, de pie firme y digna de ser una Diosa. Si no está listo ahora, lo estará en algún momento». Hizo una pausa en la cual Dana rememoró todas las cosas que había hecho hasta ese momento, y suspiró.
El Cubo también estaba nostálgico. Rodeó la mano de Dana y la jaló hacia su interior, en un abrazo de despedida del cual no quería dejarla ir. Ella lloró, y él deseó poder hacerlo también.
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