III. Los que sufren por un rechazo
Los siguientes días fueron muy largos para Daraley, quien no vio a Azafrah en más de una semana, y eso que vivían en el mismo Castillo. Su madre y él se habían dedicado de lleno en la preparación para el pase del Cubo. Aburrida y desganada, se había dedicado a estudiar para los exámenes de admisión en la Escuela de Formación. Aún no estaba decidida sobre qué profesión que iba a elegir, sin embargo iba a tomar las clases obligatorias antes de elegir una rama de estudio.
Estaba tomando notas de un tedioso libro de historia cuando alguien llamó a la puerta. Reconoció enseguida el golpeteo de Azafrah y dejó el lápiz de inmediato, contenta por tener una excusa para abandonar los estudios.
—Adelante, imbécil —saludó mientras él abría la puerta con una sonrisa cansada. Supuso que había pasado todo el día con sus obligaciones, así que se tragó las ganas de molestarlo por no verlo en días.
—Hey, Dara, ¿cómo has estado?
—Yo bien, pero veo que tú estás arruinado. Moriste y se olvidaron avisarte —se burló, sonriendo de lado.
Azafrah soltó un suspiro y rodó los ojos.
—Hemos estado repasando todo los detalles para que pueda manejarme cuando tome el Cubo —dijo, sin más. Al parecer tenía ganas de desahogarse por tanto agobio y Daraley se quedó quieta para no interrumpirlo—. También me ha pedido que eligiera mis Ancestros. Ya tengo dos, me falta el primero, mi mano derecha.
Daraley se envaró, sorprendida. No pensó que ya tuviera que elegirlos, era una decisión muy delicada para tomarla a la ligera.
—¿A quién asignaste?
—Uno es Vitorr, mi tutor de leyes. Me parece el más indicado para encargarse de temas legales y esas cosas, soy muy malo en eso. Y Eloc, el médico del pueblo de Sigma. La señora Dana está de acuerdo porque es muy dedicado y tiene vocación para el cuidado de la gente.
Ella asintió, conforme con las decisiones que su amigo había tomado. Lo observó mientras él hacía una pausa y se rascaba la cabeza con una mueca de duda en el rostro.
—Y pensaba... —continuó él, enlazando los dedos y apoyando los brazos en las rodillas. Alzó los ojos hacia su amiga, con una extraña interrogante en ellos—, pensaba que tú podrías ser mi Ancestra principal.
Ella sintió que la sangre se le iba del rostro y que el estómago se llenaba de nervios. Azafrah la seguía mirando fijo, comprometiéndola a dar una respuesta. Pensó que si alejarse de él le iba a doler, tenerlo a su lado sin poder decirle lo que sentía iba a ser desgarrador. Sintió que sus dedos se ponían rígidos y que el aire ya no quería entrar en sus pulmones.
—¿Que qué? ¿Yo? —Daraley se levantó de un salto. El lápiz que dejó arriba de la mesa rodó y cayó al suelo cuando ella se golpeó contra el mueble, aturdida—. No, Aza, no-no-no-no-no. Yo no. No cuando empezaba a aceptar que tenemos que separarnos.
Él también se irguió, confundido por la reacción de su amiga. Se movió con nerviosismo y se acercó, a lo que ella retrocedió.
—Justamente por eso, Dara. No quiero que te vayas, eres mi mejor amiga, la que me conoce mejor que nadie...
Las palabras de Azafrah se sintieron como una puñalada. Que la considerara su mejor amiga, su futura ancestra, la alagaban y la lastimaban a la vez.
—No, no, no —volvió a negar, moviéndose de lado para ir hacia la puerta.
Él se la quedó mirando suplicante, sin entender aún tanto escándalo. ¿Es que no era la mejor decisión que había tomado? Se conocían desde siempre, se complementaban, sabían qué quería el otro con solo mirarse. Azafrah le confiaría su vida, no conocía a nadie mejor para que fuera su mano derecha.
—¿Por qué? —susurró, casi con agobio.
—No, Azafrah, no puedo. No quiero. No.
Se dirigió hacia la puerta y la abrió de un tirón, alejándose corriendo por los pasillos. No podía creer lo que acababa de pasar. Se negaba a aceptar la propuesta de su amigo, sabía muy bien las reglas de los Dioses, no podían tener ninguna relación afectiva, eso incluía la amistad... y el amor. No podía soportar la idea de tener que estar al lado de Azafrah sabiendo que lo que sentía por él no estaba permitido por las leyes.
Maldita reglas de Dioses.
Chocó contra alguien mientras corría cegada por los pasillos.
—¡Daraley! ¿Estás bien? —indagó su madre mientras la tomaba por los brazos para equilibrarla y mirarla a la cara.
La muchacha se soltó de forma brusca.
—Sí, estoy bien —mintió, alejándose y volviendo a correr—. ¡Y te prohíbo que hurgues mi cabeza con tu cubo podrido!
«Vaya, nadie me había insultado de "podrido" antes», se quejó el Cubo, pero su voz sonaba divertida.
—¿Qué le ocurre? —preguntó Dana fruciendo el ceño.
«Viste lo que dijo, no me uses para hurgar su cabeza. Así que no te diré nada que Azafrah le pidió que fuera su Ancestra, y ella se negó».
Dana pensó que aquella era la mejor decisión que el nuevo Dios Violeta había tomado, pero la reacción de su hija le indicaba lo contrario. Preguntándose el por qué del rechazo, Azafrah apareció por el pasillo, deteniéndose a inclinarse ante ella a modo de saludo. Por su expresión, parecía que le había dolido más de lo que quería aparentar.
—Descuida —le dijo Dana soltando un suspiro. Le puso una mano en el hombro y le sonrió—. Yo iré a hablar con ella.
—Señora Dana, no se moleste... Creo —Azafrah dudó, y se encogió de hombros con desánimo—, creo que no lo pensé bien.
Se dio media vuelta y volvió sobre sus pasos sin decir nada más.
Dana la encontró en el techo de su casa en Sigma. No había necesitado usar al Cubo para saber que estaba allí, tampoco lo necesitaba para saber qué era lo que pasaba por la cabeza de su hija.
—¿Sabes? —le llamó la atención mientras subía por la cornisa con la facilidad de una Diosa. Daraley apenas chasqueó la lengua al verse descubierta en su lugar favorito—. Yo no elegí a Loy como mi Ancestro, fue Selba. Las circunstancias se dieron así y terminé con el chico que me gustaba como la persona que tendría a mi lado pero que no podía amar.
La muchacha se irguió sobre sus codos y observó a su madre mientras ella se sentaba a su lado y miraba hacia el cielo con una expresión nostálgica. Pestañeó intentando procesar lo que le acababa de decir.
—Ajá. ¿Entonces...? —murmuró, volviendo a tenderse sobre las tejas.
Dana sonrió.
—Que al fin y al cabo, no me importó las reglas, ni lo que Loy quería aparentar. Sabía el sentimiento era mutuo y no iba a dejar que unas tontas reglas nos hiciera infelices.
Daraley soltó un bufido. No se sorprendió que su madre supiera de sus sentimientos. Al fin y al cabo, era la Diosa, y con el Cubo podía saber lo que quisiera. Además, era su madre, se suponía que las madres tenían instinto para esas cosas. O lo que fuere.
Pero para ella era fácil decirlo. Era una Diosa que no aceptaba un no como respuesta si sabía que estaba haciendo lo correcto, y tenía además el apoyo de sus hermanos Dioses porque dos de ellos estaban rompiendo la misma regla.
—Esto es distinto, ma. Yo no quiero. Punto. —Se incorporó y se limpió las manos en los pantalones—. Azafrah se las arreglará mejor sin mi. Que elija a otro.
—¿Estás segura que es eso lo que quieres? —insistió la Diosa Violeta.
—Eso no es lo que importa. Importa que él exigirá de mí algo que ya no puedo darle.
—¿El qué?
—Mi amistad.
Azafrah no vio a Daraley en los días siguientes. Dana y Loy estaban precavidos lo suficiente como para no mencionarla en las conversaciones, y eso lo dejaba más y más molesto, como si ella les hubiera pedido que borraran su existencia.
Ya cansado de ser ignorado y dolido por la negativa de su amiga, salió del castillo a hurtadillas con el gorro de pompones y la sudadera que le quedaba grande. Tomó un caballo del establo y salió cabalgando hacia Sigma, dirigiéndose a la vivienda de los Sturluson, pero no encontró a nadie. Sin rendirse, la otra opción que le quedaba era el Instituto de formación.
Como aún no era la hora de la salida, se quedó esperando sentado contra el muro que rodeaba el edificio, bajo el sol de primavera que le calentaba las mejillas y el viento que sacudía las hojas nuevas de los árboles. Sentía ya sus piernas entumecidas cuando el timbre sonó al fin.
Se incorporó de un salto y se acercó al portón para ver si la veía salir. La reconoció apenas ella salía del edificio, con el cabello enmarañado por el viento y abrazando un par de libros. Tenía la mirada hacia el suelo y caminaba rápido entre la multitud. Pasó por él sin prestarle atención siquiera.
—Oye, ¡Dara!
La muchacha se detuvo y alzó los ojos al fin, buscando su voz. Él sonrió al ver su expresión desconcertada.
—¿Qué carajos haces aquí, imbécil?
—Pues vine a saber si seguías viva —replicó él con un tono de enfado, recordando por qué había ido hasta allí—. La señora Dana y el señor Sturluson no hacen más que evitar hablarme de tí, y tu dormitorio parece que no ha sido usado en días.
Daraley miró a su alrededor, notando miradas curiosas de sus compañeros. Que la hija de los Sturluson hablara de esa forma a un desconocido era algo que no ocurría a menudo. Rodó los ojos y tomó a Azafrah por el codo para alejarse del Instituto.
—¿Te metiste en mi dormitorio? —exclamó ella mientras caminaban a pasos rápidos por la acera, en dirección a la casa Sturluson—. ¿Pero qué te pasa?
Azafrah alzó las cejas como si aquella pregunta era más que obvia.
—Pues quería saber de ti. Que me hayas rechazado no significa que ya no podemos ser amigos.
—¡No te rechacé! —chilló ella, poniéndose roja.
El muchacho la miró y soltó una carcajada.
—Lo sé, eso sonó extraño. Rechazaste ser mi Ancestra, eso —se corrigió, sin dejar de sonreír.
Daraley se detuvo, soltando un suspiro. Dejó caer los hombros y miró a sus pies.
—Aza. Conoces las reglas. No puedo ser tu Ancestra porque, justamente, soy tu amiga.
—¿Crees que no lo sé? Pero no creo que nos hagan problemas, hubieron dos excepciones y creo que el asunto era un poco más grave que una simple amistad.
Dio un paso adelante y Daraley pudo ver sus zapatos frente a sus pies. No quería levantar los ojos, no se atrevía mirarlo a la cara. Sintió que él le ponía una mano en el hombro y un escalofrío le recorrió la espalda.
—Pero no quiero, Aza, no me obligues.
Él la soltó.
—Está bien —dijo él.
Se quedó quieto unos segundos como si esperara que ella dijera algo más, pero como Daraley siquiera levantó la mirada, se fue.
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