23. Los que celebran con confesiones
-Así que, ¡brindemos!
Los seis vasos chocaron entre sí con un tintineo, balanceando los contenidos de distintos colores. Júniper se bebió el contenido del suyo de un solo trago como si fuera agua. Estaba aturdido, molesto y estresado ya que la magia del Cubo estaba haciendo mella en su humor, así que quería mitigarlo con un poco de alcohol. Cian le bajó el codo, pero ya era demasiado tarde.
-¡Júniper! -le regañó, chasqueando la lengua.
-Soy el Dios Verde para ti, pesada.
La chica bufó, levantando el flequillo y haciendo una mueca, exasperada.
Daraley y Azafrah estaban sentado uno al lado del otro, ambos tomando cerveza, mientras que Dijon, en la cabecera de la mesa, bebía jugo de naranja mirándolos de reojo. Los mellizos estaban frente a la pareja violeta y por último Magenta había ocupado la otra cabecera frente al Dios Amarillo, riendo de las peleas bobas que tenían los hermanos. En el medio del grupo, varias porciones de pizza descansaban a medio comer o aún tibias a la espera de ser devoradas.
-Entonces -dijo Júniper ignorando a Cian y sirviéndose un trozo con aceitunas. Dio una mordida y sorbió el hilo de muzzarella haciendo ruido-, ¿ustedes están saliendo al final? -Señaló con la pizza hacia Daraley y Azafrah.
Los aludidos se miraron.
-Salir no hemos salido a ninguna parte -rio Daraley. Magenta contuvo una carcajada, pero se le escapó entre los cachetes inflados.
-Saben a lo que me refiero. Si están de novios, si se están besando, si...
-Ya, no queremos tanto detalles -interrumpió Dijon, molesto y desviando la mirada.
El Dios Verde iba a replicar que sí quería detalles, pero sintió un pisotón en el pie que lo mantuvo callado. Pensó que había sido Cian, mas fue Magenta la que chistó. Sintió entonces el ambiente tenso y el silencio incómodo.
-¿Qué? -exclamó Júniper, sacudiendo la pizza mientras el queso se balanceaba de un lado a otro-. ¿Por qué siempre parece que me pierdo de algo?
Daraley se acomodó acercándose un poco más hacia Azafrah, de repente cohibida con el clima de la conversación. Había aceptado pasar la cena con ellos por insistencia del Dios Violeta, mas parecía que no había sido buena idea. Dijon se había interesado en el contenido de su vaso. Magenta apenas le lanzaba una mirada de advertencia al Dios Verde.
-Porque sí te pierdes de algo, Juni. Así que mejor cállate o te cerraré yo esa bocota -gruñó Cian mirando hacia otro lado con un mohín.
La cara del muchacho verde cambió a una de comprensión, apretando los labios. Por alguna razón, tener el Cubo pendiendo del cuello le facilitaba leer a las personas, cosa que agradeció de inmediato porque siempre terminada sin enterarse de nada.
-Oh, An, lo siento. Olvidaba lo tuyo.
Cian volvió a gruñir, escondiendo la cara entre los brazos0. No quería que Daraley también supiera que a ella le gustaba Azafrah, ya bastaba que se hubieran enterado los demás dioses y sus Ancestros.
Daraley, confundida, miró al Dios Violeta con el ceño fruncido, esperando que él le explicara lo que estaba pasando. Se sentía intranquila y ansiosa porque se estaba perdiendo de la mayoría de lo que estaban hablando y Azafrah no ayudaba. Evitó su mirada, de repente ansioso y sonrojado por los nervios.
-¿Podremos cambiar de tema? -sugirió Dijon, terminándose el jugo y sirviéndose entonces cerveza en el mismo vaso.
-Me parece bien -aceptó Magenta, sirviéndose con un trozo y acomodando por encima el queso que colgaba de la pizza con cuidado con los dedos-. La votación sobre la revocación de la regla sobre las relaciones amorosas se postergó. ¿Van a votar a favor o en contra?
Dijon soltó un bufido en una risa irónica.
-Y decías que querías cambiar de tema. -Se tomó un trago de su cerveza y la miró, señalándola con el índice de la mano con la que sostenía el vaso-. Tú quieres que votemos a favor de revocarla porque te sirve. Pero sí, yo también lo haré. -Con un suspiro, dejó el vaso con un golpe sobre la mesa-. No por mi, por supuesto -añadió, mirando a Daraley con una sonrisa triste.
Ella sintió las mejillas quemándole y le devolvió el gesto. Una mezcla de alivio y tristeza le inundaron en pecho. Que él lo hiciera para que estuviera feliz, incluso si no era con él, la llenaba de una tranquilidad indescriptible. Sin embargo, también le dolía que él estuviera con el corazón roto por su culpa.
Júniper hizo un gesto con el mentón, sorprendido por la respuesta de Dijon.
-Yo también, no me afecta en nada en realidad. Así que pueden hacer lo que quieran con sus vidas amorosas. A mi no me interesa -añadió él con la boca llena.
Cian apoyó el mentón sobre la mano y el codo en la mesa, meciendo el vaso y haciendo girar el contenido en su interior.
-Yo también. Tampoco por mi.
Magenta le sonrió y Cian escapó de su mirada.
-Si quieres, podrías hacerlo por ti también.
Júniper tragó la pizza, casi atragantándose. Dio un respingo y tiró de su hermana para abrazarla en un gesto exagerado. Había podido ver con la claridad del agua las intenciones de Magenta y reaccionó casi por instinto.
-¿Quieres tirarte a mi hermana? -exclamó.
Magenta rio, con las mejillas sonrojadas a juego con su cabello.
-Suena horrible si lo dices así.
Cian se soltó, también roja. Júniper la miró, después a la Diosa Rosa y por último al Dios Violeta.
-Bueno, prefiero a Magenta que a Azafrah, de hecho... -Se calló cuando sintió el puño de su hermana en la cara-. Sí, definitivamente, ¡te la regalo, Mag! ¿Quieres que te la envuelva? -gruñó, sobándose la nariz-. Le pongo moño y todo.
Magenta asintió, riendo. Daraley entonces miró al dios Violeta con las cejas fruncidas captando lo que había querido decir el Dios Verde. Al parecer, el chico del que había estado enamorada Cian era Azafrah, y todos lo sabían menos ella. Se sintió como una tonta. Al parecer la borrachera estaba haciendo que todos soltaran la lengua y terminaran confesando cosas que no lo harían sobrios.
Al ver su expresión preocupada, el Dios Violeta le sujetó la mano, apretándosela.
-Estoy contigo, ¿no? -le murmuró, sonriéndole e inclinándose hacia ella-. Es a ti a quien quiero.
Daraley sintió que el color subía a sus cachetes y lo sujetó del brazo con ambas manos, apoyando la cabeza en su hombro. Él le besó la coronilla y apoyó su mejilla allí. Dijon se mordió el labio inferior y miró hacia otro lado, pensando que quizá verlos tan acaramelados ayudaría a arrancarse ese sentimiento molesto más rápido.
Cian, por su parte, se levantó de un salto y tomó a Magenta del brazo, jalándola y levantándola del asiento. Le dijo que tenían que hablar y dejaron el comedor abandonado a los demás en un silencio incómodo.
-¡Eh, An! -gritó Júniper mientras las veía desaparecer-. ¡Que no te he envuelto con el moño!
Lo único que vio de su hermana antes que cerrara la puerta fue un gesto grosero con el dedo corazón. Magenta la siguió hasta el pasillo vacío y Cian se detuvo, apoyando la espada contra la pared y con una mano en la cara soltó un suspiro.
-¿Por qué me estás haciendo esto, Mag?
La Diosa Rosa sacudió la cabeza, moviendo los bucles rosados de su cabello de un lado a otro. Agitaba las pestañas largas, como haciendo ojitos dando a entender que no sabía de qué hablaba. Se había recogido el flequillo con un moño blanco y tenía prendedores azules en el pelo a juego con sus pendientes del mismo color. Cian nunca se había fijado que solía usar ropa y accesorios en tonos de celeste pastel y quizá si hubiera prestado más atención se había dado cuenta de esos detalles.
Se movió con ansiedad y con nerviosismo desvió los ojos, concentrando la mirada en una maceta con unas flores azules y rosadas que había en el pasillo. La Diosa Rosa soltó un suspiro largo y cargado de pesar.
-Lo siento, Ci. Lamento que te sientas presionada o incómoda -dijo al fin, y Cian notó que alzaba una mano hacia ella, pero la retuvo en el aire, dubitativa, para dejarla caer nuevamente al lado de su cuerpo-. Si quieres podemos ignorar el tema para seguir como antes. O puedo darte espacio, lo que quieras. Lo que decidas para mí está bien.
La muchacha se pasó la mano por el pelo. Las dudas la estaban carcomiendo y los sentimientos jugaban a la ruleta en su corazón. Había aceptado desde siempre que nunca iba a ser correspondida por Azafrah porque, por más tonto que él fuera, siempre había sido más apegado a Daraley que a ella. Por otro lado, que su mejor amiga se le confesara de cierta forma la dejaba incómoda pero a la vez dudosa. No quería romperle el corazón ni tampoco usarla para enterrar sus propios sentimientos, no era lo correcto.
Se mojó los labios antes de hablar.
-Déjame... pensarlo.
-Claro, Ci.
La Diosa Azul se atrevió a alzar la cabeza y sus ojos se posaron en los de ella. Magenta le sonreía con calidez y dulzura y la hacía parecer una niña tierna y muy madura.
Un revuelo en el comedor les llamó la atención, a lo que volvieron sobre sus pasos y encontraron a Júniper de pie con la expresión preocupada y la mirada perdida en el aire, absorto en algo que le mostraba el Cubo. La silla en la que había estado sentado se encontraba tirada en el suelo y Cian se acercó a su hermano, tanteándole con cuidado el hombro.
-¿Juni?
Él frunció el ceño.
-Es Vitorr, entró al territorio -dijo con voz sombría, girándose para mirar hacia Azafrah y Daraley. Ambos se pusieron de pie de un salto, pálidos-. Parece que hay disturbios en Soros.
Así que pisó su propio territorio, el Dios Violeta desapareció, dejando a Daraley a cargo de su Ancestro Vitorr. Se transportó de inmediato hasta el lugar de los hechos sin fijarse siquiera y cuando llegó, se encontró con una multitud enardecida que protestaba a gritos frente a la Central Armada de la capital.
Pudo hacerse un lugar entre la multitud, permaneciéndose al nivel del suelo y usar las escaleras de la entrada de la Central para que pudieran verlo. No quería mostrarse como alguien superior o autoritario cuando él mismo era el que estaba siendo cuestionado. La magia del Cubo se extendió a su alrededor, cubriendo toda la zona sosegando los ánimos encendidos.
-Lamento que hayamos llegado a esto -fue lo primero que dijo, con la voz firme y fuerte. Se oía murmullos al fondo, pero la mayoría estaba atenta con una postura y una expresión que indicaba disconformidad pero disposición de oír-. Pero estoy disponible a oír sus propuestas.
Escuchó muchas voces, en distintos tonos y volúmenes, con distintas exigencias, con súplicas y con favores. Separó cada una y las guardó en las memorias del Cubo para centrarse en ello luego. Percibió muchos sentimientos que iban del odio a la veneración, de la negatividad a la resignación, así que se quedó entre ellos el tiempo que fue necesario.
-Ma, ¿sabes dónde está viviendo Dylan?
Daraley había despertado con una idea en la cabeza y pensaba ponerla en práctica lo antes posible. Siquiera se sentó a la mesa durante el desayuno, tomó unos panecillos de queso y se los devoró mientras esperaba una respuesta.
-Buen día -saludó Loy a modo de reproche por la falta de educación de su hija. Ella le devolvió con la boca llena.
-Está en Soros, ¿por qué? -le respondió Dana, con ojos sagaces intentando descifrar las intenciones de la muchacha.
Ella se dio palmaditas en el pecho para que la comida bajara, mientras agarraba la taza de café que su padre le estaba sirviendo. Dio un sorbo y se quemó la lengua.
-Necesito hablar con él. Fue uno de los pilares más importantes de la rebelión cuando Ozai se alzó con el poder, así que seguro pueda ayudar a Aza con lo que está pasando ahora.
Loy alzó las cejas.
-¿No puedes quedarte quieta cuando se trata de Azafrah, eh? -reprochó, soltando un suspiro. Ella dio los hombros, reprimiendo una sonrisa.
-Voy a verlo antes de seguir hacia Marilis. Tengo tareas pendientes que entregar y no puedo ausentarme demasiado.
No quiso añadir que tampoco quería que los rumores de que Dijon la estaba beneficiando aumentaran. Si faltaba demasiado y aprobaba el curso, nadie se creería que era por mérito propio. Incluso si nadie la hubiera visto con el Dios Amarillo, seguía siendo la hija de una diosa y su capacidad siempre estaba siendo puesta a prueba.
Juntó sus cosas para volver al Territorio Amarillo y se tomó el tren que la llevaría a Soros. No quiso despedirse de Azafrah porque no quería contarle su plan, ya que seguramente se negaría a aceptar la ayuda. Cuando se encontró con Dylan después de tanto tiempo sin verlo (desde la asunción del dios violeta) y plantearle sus dudas, supo que había hecho lo correcto.
Hola! Les pido mis disculpas por mi ausencia, pero se me ha complicado escribir en esta cuarentena estando trabajando en casa.
Espero sus opiniones, y pronto me verán actualizando mis demás novelas!
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