Un pájaro, con alas tan suaves como la seda,
se eleva en el cielo azul,
dejando tras de sí un rastro de plumas
que parecen polvo de estrellas.
Es como un sueño, un deseo de volar,
de sentir el viento en la cara
y dejar atrás las preocupaciones.
Recuerdos de momentos felices,
como un aroma dulce que perdura en el aire,
se aferran a mi mente,
a pesar de que el tiempo ha pasado.

Ese día, el sol brillaba con una intensidad
que calentaba la piel como un abrazo cálido.
El aire se llenaba de la fragancia de flores recién abiertas,
un aroma tan intenso que parecía pintar el cielo de colores.
La vida se sentía vibrante,
como un corazón latiendo con fuerza,
y la alegría se extendía como un contagio contagioso.

El canto de los pájaros, una melodía melodiosa
que se mezclaba con el susurro del viento entre las hojas,
llenaba el ambiente de una paz profunda.
Cada momento de ese día se grabó en mi memoria
como una fotografía en blanco y negro,
con detalles tan vívidos que puedo sentir el sabor de la fruta que comí,
el tacto de la hierba fresca bajo mis pies
y la calidez de la arena bajo mis manos.
Es un recuerdo que se guarda en el corazón,
un tesoro que nunca se olvida,
una joya que brilla con la luz de un día hermoso.