XXVIII

Me había parado de la mesa, le extendí la mano, para ayudarla a ponerse de pie, ella se levanta y en cuanto lo hizo se desvaneció, ¡bien ahora está borracha, felicidades Erick, eres un imbécil!.

Me lo reprochaba la mente, la cogí en brazos y la lleve hasta la cama, la ayude a desvestir, y a meterse bajo las cobijas, yo salí de allí para tener un poco de privacidad y de tiempo para pensar.

En los últimos meses había aprendido a vivir, pero de un momento a otro la vida se estaba encargando de quitarme eso, había aparecido mi hermano menor, con su mujer y mis sobrinos, no contento con eso, mi superior iba a ser cambiado, y eso implicaba que el nuevo obispo cambiaba a los sacerdotes, solo por seguridad, si eso era así, me podía olvidar de Alejandra y de muchas más cosas, ya no sabía que hacer, esta salida con ella era una forma de apaciguar mis pensamientos, pero nada lo lograba, ella ya había cumplido los 16 y yo estaba a meses de cumplir 36, la edad nos seguía jugando en contra, si en algún momento pensé muchas cosas ya no eran posibles, entendía que ella es joven, quiere conocer el mundo, saber qué es vivir, estudiar y muchas más cosas no estar atada a un hombre como yo, sin nada que ofrecer, con una carrera pero muy díficil de ejercer, ya no sabía que hacer.

En medio de mis pensamientos me dio por mirar hacia el horizonte, ya se veían los primeros rayos del sol y yo sin dormir, si seguía asi iba a terminar loco, en un hospital o solo, aunque pensándolo bien estaba solo y nunca iba a cambiar eso, la vida se encargaba de arrebatarme todo lo valioso que tenía.

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