XXII

Sin darme cuenta, mi vida había cambiado, estaba feliz, me desperté, con ganas de vivir, pero también con el pantalón pegajoso, no se en que momento ni como paso pero ya me daba igual.

Me bañé, me afeite, cosa que no hacía muy a menudo, vi que en mi cabello ya había bastantes canas, pero eso ya no importaba, está largo y tampoco me importó, me vestí, pero ya no de negro, me puse una camisa blanca, el alzacuello, pantalón negro de vestir y los zapatos, desayuné, lave los platos y salí a la capilla, me arrodille frente al altar y ore.

Dios mío, te pedí fuerzas y me las diste, te pedí sabiduría y me la otorgaste, ahora te pido piedad para mí y para ella, pero más para mi, a ella dejala ser libre, también te pido que la acompañes hoy y siempre en cada paso que de, y por favor librala de todo mal.

Me dibuje una cruz en el pecho y me encamine a abrir la puerta principal, el cielo se mostraba agradable y alegre, el sol calentaba y me gustaba, ya quería que ella apareciera por ese parque y corriera a mis brazos pero tenía que controlar mi alma y callar mis instintos como ya hacía tiempo atrás lo hacia.

Me quedé un rato parado contra el marco de la puerta, no había nadie por las calles, subí al campanario y avisé que los deberes de este día iniciaban.

****

Paso así todo el día y ella no había ido, ya me empezaba a desesperar, le cambié los hábitos a los santos, limpie lo que pude ya que no tenía que hacer, todo lo hacían aquí, arregle papeles en el despacho, hice las misas que mi tocaban y nada, ya eran las 7 de la noche, empecé a caminar de un lado al otro, desesperado, ya había cerrado la puerta pero aún así sabía que ella sabría cómo abrir.

Pasada media hora, me entró la tristeza ella no me iba a honrar con su presencia, me senté detrás del altar ya que más podía hacer, ella no iba a ir, saque una botella de vino, la destape, y empecé a tomar, esta noche ya me daba igual.

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