XVI
Por fin había llegado el tan esperado día, mi compañero ya se había adelantado, puesto que había quedado de organizar lo último que faltaba, yo, en cambio, tenía que vestirme y arreglar todo lo que tenía que hacer en el templo ese día. Los acólitos ya estaban con sus albas puestas, esperando en la entrada del templo que mi compañero o yo saliéramos y les entregaramos lo que tenían que llevar, mi compañero al salir llevo el alma, el cíngulo y la estola roja, mientras que a mí me tocaba ponerme lo mismo que él, solo que le sumaba por ser el párroco un manto rojo, que me estaba acalorando más que nunca.
En cuanto me termine de vestir, uno de los acólitos llegó a mi lado corriendo.
—Padre, lo están buscando ¿puede confesar a esa persona antes de iniciar? —se quedó parado esperando mi respuesta.
—Sí y dile por favor al padre Víctor que me demorare un poco, explícale el porque, también dile a esa persona que la espero en el despacho.
El niño asintió y salió corriendo, me di la vuelta y fui hacia el despacho a esperar, llevaba ya dos minutos cuando sentí el característico tock tock del tocar la puerta.
—Adelante.
En cuanto la puerta se abrió me di cuenta que mi vida no podía ser peor, la misma persona por la que pedía todas las noches y a la vez que no quería ver, estaba allí parada.
Trage saliva y le indique que se sentará.
—Hija mía, en que te puedo ayudar —dije con voz firme y tratando de mantener la compostura.
—Padre, he venido a dos cosas muy importantes —me quedé en silencio para que continuará —la primera a confesarme y la segunda a hablar con usted.
—Te acepto el confesarte, pero no tengo nada más que hablar contigo, si no te sirve esa condición, entonces hago llamar al padre Víctor para que te ayude.
Ella se quedó viéndome y asintió.
—Muy bien, en el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo —dije mientras dibujaba una cruz al aire y ella se persignaba —Ave María purísima.
—Sin pecado, concebida María santísima.
—Dime si, dime que aflige tu alma, sabes que lo que se hable aquí, aquí se queda.
—Padre he pecado de pensamiento —me acomode en la silla dándole tiempo para que continuará —he soñado con un hombre, la verdad no es nada bueno, son más bien sueños subidos de tono y creo que eso es pecado.
Cuando dejó de hablar vi que se había sonrojado, yo solo trage saliva y le indique que continuará.
—Sueño con que ese hombre, me hace sentir placer, me hace estremecer con solo un roce de sus manos, padre, allí no está lo malo, lo malo es que está comprometido o es una forma de decirlo.
—Alejandra, si no me explicas no puedo ayudarte o darte un consejo ¿quien es? Y lo más importante ¿a qué te refieres con comprometido?
—Es un hombre que para muchos es prohibido —bajo la mirada y vi como empezaba a mover las manos nerviosa, y el sentimiento, al igual que ella, entró en mi cuerpo, pues también me puse nervioso —y lo del compromiso padre es parecido al que usted tiene, es sacerdote.
Me quedé viéndola, y mil preguntas se formularon en mi cabeza —Alejandra, entiendes que ninguno de nosotros, aunque seamos humanos, podemos ofrecerle nada a una mujer, nosotros tenemos votos de celibato que tenemos que mantener, ni por mucho que nos guste esa persona, es correcto romperlos, ahora bien, si tú quieres se lo puedes hacer saber, la respuesta que te va a dar es igual a la que yo te estoy dando.
Si es hipócrita de mi parte decir eso después de que me le declare ¿pero quien me puede juzgar? Cuando lo único que hago es decirle la verdad a esta pobre niña.
—Lo sé, padre, pero él que me gusta es usted, y cuando usted se me confesó me comporte como una niña pequeña, no me lo esperaba.
Ella subió la mirada y se quedó viéndome a los ojos, yo en cambio parecía un idiota, sin saber que decir, no me di cuenta que estaba perdiendo tiempo hasta que la vi pararse para salir.
—Espera, por favor no te confundas, yo no te puedo dar nada.
—Dos cosas tengo en claro, la primera no me importa si tienes o no que darme y la segunda es que me muero por intentar algo contigo, aunque sea en secreto, ¿qué dices?
Me quedé callado, pensando, y me di cuenta que la carne era débil.
Sin verlo venir, ella se había acercado. Le llevaba más estatura, pero aún así ella paso sus brazos por mi cuello y se paró en la punta de sus pies, se acercó mucho, hasta que la distancia entre los dos se cortó, yo por mi parte no sabía qué hacer, hasta que sentí como ella estampaba sus labios sobre los míos. Fue un beso lento, que se sintió como el encuentro de dos amantes, lentamente entró su lengua en mi boca, llenandome del sabor del pecado, la tomé por las caderas, levantadola, pues sentía que sus pies arderian en las llamas que estábamos causando, ella se aferró con las piernas a mi cadera, repartí besos por aquel cuello mayolico y enloquecí con los pequeños gemidos que ella dejaba clavados en mi oído, todo era demasiado hasta que sentí el toque de la puerta, la deje en el suelo y ella se acomodó la ropa, se sentó y yo me acomode en mi lugar.
—Pase —dije lo más claro que pude.
—Erick, ya vamos a empezar ¿te demoras? —dijo entrando mi compañero — ¡Oh! Perdón, no sabía que seguías confesando.
—Tranquilo, Víctor, la señorita ya se iba.
Ella se levantó y antes de irse añadí:
—En cuanto acabe la semana santa, vienes y me cuentas cómo te fue, feliz dia.
Ella solo asintió y se fue.
—Por cierto Erick, limpiate la boca, la próxima vez trata de que no se oiga nada, de los dos no va a salir, ni siquiera el obispo va a saber, con su permiso padre, lo esperamos afuera.
Y así salió mi compañero, con una sonrisa y yo quedé estático viendo hacia la puerta.
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