XLVI

Maratón: 1/?

Ya habían pasado dos meses desde que me habían condenado, mi amigo, venía cada ocho días o cada vez que le permitían a visitarme, no sabía nada de nadie más, los primero días fueron duros, no podía acostumbrarme a dormir con tres hombres más que habían cometido peores crímenes que yo.

Había perdido la esperanza en la humanidad, en Dios y en la ley, la vida en esos dos meses era una rutina.

Me levantaba a las 6 de la mañana, me bañaba en baños comunales, desayunamos cosas sin sabor, una hora de luz, entrábamos a las celdas y me ponía a leer, el almuerzo a las 12, una hora otra vez de luz, leer y a las 7 comer, a las 9 todas las luces apagadas y volvía a empezar la rutina.

Era mejor no hablar con nadie, no ver a nadie, no oír o repetir nada, cuando podía hablar con mi amigo en las visitas, lo único que me pedía era fe, fe y fortaleza para llevar la cruz que me había auto impuesto, siempre pensaba en mi hijo no nato, en Mateo y en ella.

En estos momentos me recriminaba no haber oído y hecho caso a la doctora, tal vez si hubiera esperado más tiempo, nada malo hubiera pasado, pero ya no podía martirizarme más la cabeza.

Ahora tenía que pensar en cómo pagar la multa que me habían puesto, no tenía trabajo ni nada, quería saber de mi hijo, que era, si hombre o mujer, soñaba con poder estar en el parto, darle fuerzas a Alejandra, ver a mi hijo recién nacido, pero tenía claro que nada de eso iba a pasar, todo era una simple fantasía y una forma de vivir algo que ya no podía tener.

*****

El tiempo seguía corriendo, habían pasado cuatro meses, y todo era igual, nada cambiaba, había aceptado dictar clases en la cárcel a los reos, con lo que me “pagaban”, se iba reduciendo mi deuda con Alejandra y su familia, por lo menos tenía la esperanza de que lo que ellos recibían era para las cosas que necesitará ella y mi hijo, también sabía que tal vez Mateo estaba bien con mi hermano, por lo menos el tenía algo de dinero, no como yo un pobre diablo, preso, acusado de violación, viejo y peor aún sin con que comer después de salir de aquí.

Tenía comida, techo, agua y un libro por lo menos fijo por lo que durará la condena, si era cierto que mi amigo nunca se había olvidado de mí, pero no podía depender de todo en el.

Todos los presos se habían enterado de mi caso, era el ex-sacerdote, acusado de abuso a menor de edad y con dos hijos, uno en camino y el otro abandonado, nadie decía nada malo, aquí nadie era un santo, habían proxenetas, drogadictos, violadores, ladrones, asesinos y otros hombre que habían faltado a su deber como padres de familia.

Esto era la mierda de la sociedad y yo hacía parte de ella.

*****

Hoy era día de visitas, durante los últimos seis meses que llevo aquí encerrado mi amigo me ha visitado, si mis cálculos no están errados, Alejandra debería tener en estos momentos ocho meses y debería estar por cumplir los nueve, mi hijo estaba próximo a nacer, lo sentía muy al fondo de mi corazón, esperaba y rogaba a Dios que ellos estuvieran bien, que todo saliera bien y que encontrarán una vida sin mi.

—Erick.

—Amigo mío.

—Como has estado?, Vale vale, mala pregunta, más bien como te has sentido?, Creo que sabes a qué me refiero.

—No, sabes cuánto daría por saber qué día va a llegar a este mundo, estoy contando los días, se que debe estar por nacer, pero aún no se que es, no sé nada, y no lo puedo saber por orden de la corte.

—Erick, desde cuando perdiste la fe?.

—Desde el día en que me di cuenta que solo estaba para sufrir en el mundo.

—Te fe y pide a Dios que te ayude, vas ver, me tengo que ir, hoy tengo reunión con el cardenal, nos vemos pronto y de hijo mío, ten fe.

Después de esa pequeña charla me quedé pensando, a que se debía esas palabras, tal vez a que ya casi cumplía mi condena o a que me iba morir pronto, ya me daba igual.

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