XIII

Ya iba llegando a la capilla cuando, a lo lejos, vi una figura que estaba sentada en las escalinatas, seguí caminando sin prestar atención, ya que siempre había alguien que se sentaba allí para pensar.

Al estar a unos prudentes pasos me di cuenta que era una mujer, ya que el cabello le tapaba la cara, llegue a su lado sin que se diera cuenta, fue allí cuando me lleve la sorpresa de mi vida.

—Ale... Alejandra ¿Qué haces aquí? —tartamudee.

Levantó la cabeza y vi que estaba llorando.

—Nada, padre, ¿podemos hablar?

¡Erick! No lo permitas, tú sabes que pasa cada vez que hablas con ella, además acuerdate de lo que dijo la doctora, me recriminó mi mente.

—No puedo, tengo que hacer una llamada, si me disculpas —dije sin titubear y con la seguridad en la voz que pensé que no tenía.

Caminé hasta la puerta y la abrí, antes de poder cerrarla, me encontré con que está niña no se iba a rendir tan fácil.

—Sal de aquí, por favor.

—No hasta que podamos hablar —dijo ella, cruzándose de brazos.

—No, por favor, cuando vuelva necesito no encontrarte aquí —comenté empezando a caminar.

Me encontré en el pasillo que daba a mi despacho, sentí que alguien venía detrás, ella y no me importaba, que mejor que Alejandra oyera lo que iba a hablar.

Abrí la puerta del despacho, me senté y comencé a marcar el número del arzobispado de la región.

—Oficina del obispo Miguel, buenos días ¿en qué le puedo ayudar?

—Buenos días, necesito hablar con el obispo, soy el padre Erick.

—Espere en línea padre, ya lo comunico con el obispo.

—Gracias.

Mientras esperaba me quedé viendo la puerta de madera, donde estaba ella plantada con rostro de confusión.

—Erick ¡Qué gusto saber de ti! —exclamó, del otro lado de la línea el obispo.

—Miguel, lo mismo digo.

—Erick, sé que no me llamás para saludar, así que en ¿qué te puedo ayudar?

—¿Tan predecible soy?  Bueno Miguel, necesito que me ayudes, quiero pedir mi traslado.

Hubo silencio del otro lado de la línea y frente a mi Alejandra estaba con cara de sorpresa y a la vez de tristeza.

—Miguel ¿sigues ahí? Tú mejor que nadie sabes que soy obediente, a lo que tú y Dios me ponen en el camino, pero la verdad no quiero ni puedo seguir aquí, creo que mi fe está en juego y hasta mi voluntad, así que por favor, Miguel, quiero el traslado.

—Erick, si tú fe esta en juego, intuyo que en esto tiene que ver una mujer, eso todos lo hemos vivido, pero no puedo cumplir tu deseo, tú mismo tienes que aprender a llevar las cosas, y la fe, también las pruebas que Dios te pone.

—Entiendo Miguel, de todas formas, gracias.

—Erick, sabes que si no puedes, cuenta conmigo para lo que necesites, que Dios te bendiga.

—Gracias, Miguel, y que Dios te bendiga igualmente.

Colgué el teléfono y se hizo un gran silencio.

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