IV

Los días pasaron y en menos de lo que pensaba ya se había cumplido un mes de mi estancia aquí. Las personas me recibieron bien, la concurrencia a las misas era bastante, los jueves a la hora sagrada y después a misa, la capilla se llenaba, los viernes el rosario y la misa igual y ni que decir de los fines de semana, todos los días el despacho y el confesionario lo tenía abierto, trataba de hacer cuanta cosa podía para no pensar en Alejandra. Se preguntarán en que terminó la caída y lo otro, bueno, pues lo pude solucionar, pero lo de mis pantalones, dejé que solito se arreglará, nunca me he masturbado y no lo pensaba hacer ahora.

Todos los días en las horas de la tarde cuando el calor bajaba, iba a caminar y conocer los lugares más cercanos, claro, solo había un día en la semana en la que me atormenta verla y sí, eran los domingos cuando acompañaba a Nicolás y a sus padres a misa y a los grupos parroquiales, trataba de ignorar que ella estuviera ahí, pero era un tanto difícil, no quería pasar por grosero y tampoco por acosador, así que la saludaba, si me hablaba le hablaba, nunca buscaba su mirada, ni ningún tipo de acercamiento.

Era la mejor para ella y para mí, o bueno, eso era lo que pensaba, hasta que un día en las fiestas de fundación, que aunque me reuse en asistir las personas me sacaron casi arrastras de mi habitación.

—Padre, de verdad, acompañenos —decían mientras golpeaban la puerta.

Me levanté sin ánimos y abrí la puerta.

—Hoy quería descansar —dije bostezando y sí, estaba muy cansado, aquel día había ido a darle la extremaunción a unos señores en la parte rural del pueblo.

—Por eso padre, así se distrae un rato, vamos.

—Bueno, está bien, solo me pongo una camisa y salgo —ellos asintieron y yo me dispuse a cambiar mi playera por una camisa negra y mi habitual alza cuello.

No me demore mucho y salí de la comodidad de mi habitación solo para ir a distraerme, o eso era lo que pensaba.

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