III

Como era de esperar todo en este lugar era distinto a la cuidad. Las calles no estaban infestadas por los carros, la contaminación de las fábricas eran nulas, las personas se conocían unas a otras y ni hablar de la forma en que me saludaban al pasar.

Sí, ya no estaba en la cuidad, pero perdería mucho solo de haber cambiado de aires. Siempre, en todo el camino, mientras me hablaban y contaban como eran las cosas por aquí, iba pendiente hacía Nicolás y Alejandra, sonará enfermo, pero con solo ver a esa niña el mundo para mí dejó de existir.

¡Erick! ¿Vas a volver con esos pensamientos? ¡Por Dios, eres sacerdote y un viejo! Una niña como ella nunca se fijaría en alguien que no le puede dar nada más que dolores de cabeza. Y ahí está, mi subconsciente, pero tal vez tenga la razón, no soy el mejor partido y si que menos el mejor de todos los hombres.

En cierto punto todos pararon, yo iba atrás con los niños y dos señores que hacían parte del coro, ya que no me di cuenta de en qué momento pararon y en dónde solo tome cuenta que terminé en el suelo con un gran dolor en las rodillas, todas las personas que estaban en ese momento ahí saliendo a mi ayuda, en cuanto me levanté de allí me di cuenta que era un escalón y con este me había tropezado, sí, un completo torpe, pero no me quejo, aunque me estuviera doliendo el cuerpo lo único bueno fue verla reír y observarla salir en mi ayuda.

—Padre, ¿está bien? —dijo en cuanto se paró enfrente de mí, en un momento mis ojos se conectaron con los de ella y sentí algo atípico dentro de mis pantalones.

—Sí, estoy bien, gracias a todos, si me disculpan iré a la iglesia —dije, levantandome y tratando de esconder lo que crecía en mis pantalones.

—Pero padre es mejor que vaya al hospital —escuche decir a una mujer del grupo de lectura, si mal no recuerdo su nombre era Rosario.

—No se preocupen, puedo con esto yo solo. Adiós y feliz resto de día para todos —me di la vuelta y salí caminando rumbo a la capilla.

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