Prólogo
Sam.
Tenía quince años cuando dejé de ser un niño para convertirme en un hombre con todas las letras. En ese tiempo sólo era un maldito pervertido que se calentaba fácilmente. Crecí junto con mi madre y mi hermana, yo era quien debía cuidarlas después del accidente que cambió mi vida. Siempre fui de esos llamados "niños mimados", y en parte era cierto, gracias a la fortuna que mi familia tenía desde generaciones siempre viví con todos los lujos.
Amigos, jamás. De esos verdaderos amigos que están siempre y te apoyan en todo, jamás.
Amor. ¿Qué era eso en realidad?.
Jamás lo comprendí, me parecía estúpido sentir que revoloteabas por los aires y que había mariposas en tu estómago. Yo aplastaba cada mariposa y la sepultaba en lo más profundo de mi ser, y aunque todas las chicas babeaban por mí, yo no lo hacía por ninguna.
Mi madre me dijo una vez:"el amor verdadero no sólo existe en los cuentos de hadas, si en verdad lo deseas lo tendrás y se hará realidad", pero ella era muy fanática de esas cosas, por lo tanto yo solo asentía y la abrazaba. Pero jamás me tragué ese rollo de "y vivieron felices por siempre".
¿Para qué enamorarte si podías tener a todas las chicas que quisieras?, no quería que creyeran que sólo por acostarme con ellas sería el príncipe azul que las salvara, no, eso era estúpido.... Aunque jamás creí que me convertiría en ese estúpido.
En cuanto comencé la universidad, a los veinte años, mi madre me regaló una casa a las afueras de la ciudad, demasiado grande para mí solo. Aunque tenía todo lo que quisiera, necesitaba algo que me hiciera compañía. Mi madre me dio la oportunidad para que uno de mis "amigos" viviera conmigo, pero estaba loca si pensaba que iba a dejar que alguno de estos imbéciles destruyeran mi casa y me llevaran a la ruina, así que me conformé con estar solo. En ese momento fue cuando tuve la brillante idea de despejarme un poco cada noche luego de estudiar, si es que lo hacía, e invitar a cada mujer que me apeteciera a pasar un rato en mi compañía. Como ninguna chica había decidido rechazarme se había vuelto mi rutina: acostarme con ellas y luego seguir como si nada.
Cuando cumplí veintiuno, el mismo día de mi cumpleaños, mi hermana y yo esperábamos a mi madre, la cual había acordado venir un rato después para comprar un pastel. A pesar de todo el dinero que podíamos llegar a tener, ella era una mujer de familia humilde y su corazón nunca abandonó sus raíces.
Llevábamos esperando por lo menos una hora y mi madre no llegaba, la llamamos al teléfono celular pero no respondía. Más tarde la policía llamó informándonos sobre el accidente que nos había dejado huérfanos. Por ordenes del estado yo era quien debía hacerse cargo de mi hermana. Ella comprendió que yo también tenía que estudiar, por lo tanto decidí enviarla a una escuela para niñas en la que permanecía todo el año escolar, mientras que en las vacaciones de verano e invierno venía a visitarme.
Ya estaba acostumbrado a mi nueva rutina: ir a la universidad, luego ir al gimnasio, a la noche salir a divertirme para despejar mi mente, y acabar con alguna mujer en mi cama. Así de interesante era mi vida... Aunque jamás pensé que unos bellos ojos azules podían cambiar todo eso y más en un sólo segundo...
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