«Unas papas fritas y una gaseosa me caerían muy bien» mi estómago rugió estruendosamente haciendo que me cubra es rostro de vergüenza.

—El dragón acaba de rugir —dijo él con una perfecta sonrisa—. No tienes por qué avergonzarte, no quisieras escuchar el mío.

—Estoy segura de que no es peor que éste —señalé mi vientre flácido —.¿Qué te gustaría comer, chico al que golpeé?

—Marcos, mi nombre es Marcos —sus mejillas se calentaron, «fue lo más hermoso que había visto»

«Marcos, nunca olvidaré ese nombre»

—Entonces, Marcos ¿Qué te gustaría comer? —una estúpida sonrisa se formó en mis labios.

—Unas papas fritas caerían bien en este momento.

—¿Acaso puedes leer mis pensamientos?  —dije llevándome la mano a la boca fingiendo sorpresa —. Acabo de pensar en ello.

—Diría que estamos sincronizados, entonces, ¿unas papas fritas y dos gaseosas? —se colocó en la fila, haciéndome a un lado.

El flujo de estudiantes había disminuido, no tanto pero lo había hecho. Nos mantuvimos charlando mientras el turno se acercaba, hacíamos chistes riendo como locos a pesar de que eran pésimos. Al cabo de unos eternos minutos ambos nos encontrábamos sentados nuevamente en el banco-sartén.

—Entonces, ¿Nunca has ido a detención?  —sorbí de mi vaso con la mirada fija en él.

—No —se limitó a decir.

—No es tan malo como todos piensan  —traté de explicarle—. No te estoy diciendo que es un honor ir allí, pero no todos suelen ser malas influencias.

—No he dicho lo contrario —sonrió, extendió su mano a lo largo de la mesa muy cerca de la mía —. He conocido a alguien que ha estado ahí y creo que es genial.

Sus ojos me miraban directamente, mi corazón empezó a palpitar tan rápido como si acabara de correr un maratón, tragué bruscamente y desvié la mirada.

« ¿Qué demonios está sucediendo?»